Se abrochó los vaqueros y se ajustó el cinturón. Se puso la camiseta, primero los brazos y después la cabeza, como siempre hacía, dejándola por fuera, como le gustaba, sin meter bajo el pantalón. Se pasó la mano por el cabello, corto pero abundante, salpicado de canas aquí y allá. Se acarició la barbilla, notando la incipiente barba y devolvió la mirada a los ojos azules que le escrutaban desde el espejo. Se hundió en ellos, y se vio a sí mismo conduciendo la noche anterior. Iba relajado y feliz, escuchando su disco favorito de jazz, anticipando el momento de encontrarse con su cita. Se llamaba Ivana. La había conocido en la oficina. Estaba en otro departamento y a veces coincidían en reuniones o en algún viaje de negocios, como aquella primera vez. La sede de la empresa estaba en Barcelona, y cada tres meses había reuniones de cierre de trimestre. Ambos, junto a otros compañeros, asistieron a la última hacía ahora dos meses. Se alojaron en el mismo hotel por tres días, y la segunda noche tras la cena, varios de ellos se animaron a ir a un garito, tomar unas copas y bailar un poco para deshacerse de la tensión del día. A él ella le había atraído desde el primer momento, y es lo que decían sus ojos cuando la miraba. Ella parecía notarlo y encontrarlo gracioso, y sonreía cuando hablaba con él. Estuvieron juntos gran parte de la noche, compartiendo la última copa a medias. Cuando volvieron al hotel, se despidieron unos y otros en las diferentes paradas que iba haciendo el ascensor. No había hecho más que entrar a su habitación cuando sonó su móvil. Era ella. "¿Voy yo o vienes tú?" —dijo. Y cinco minutos después sonó un "toc toc" en la puerta de Ivana. Entró él, con una botella pequeña de champán rescatada del minibar y dos copas. Era la primera noche, y fue maravillosa. No hubo palabras de amor, sólo deseo, pero funcionaron como dos piezas diseñadas para estar juntas.
Desde aquel primer encuentro habían salido juntos por ahí en varias ocasiones, y habían terminado en casa de alguno de los dos, a veces viendo pelis, tirados en el sofá, cenando algo informal y tomando una copa de vino; otras llegaban derechos a la cama, para dar rienda suelta a la atracción que sentían. A la mañana siguiente, desayunaban juntos y se despedían sin promesas. Nunca hablaban de sus sentimientos. Él se sentía muy cómodo con ella. Siempre lo pasaba bien con Ivana. Era inteligente, divertida, dulce, sexy.
Había amanecido y ella aún dormía. Habían pasado la noche juntos una vez más. Hacía sólo unos instantes que se había escabullido de la cama sigiloso como un ladrón, para no despertarla, liberando su cuerpo del olor a ella que tanto le fascinaba. La había contemplado extasiado en su abandono. Dormida, de lado, con la sonrisa de la felicidad en el rostro. Le había acariciado la cabeza y había rozado su sien con los labios. Y ahora, ya vestido, frente al espejo, el escrutinio de sus ojos azules le había dejado paralizado ante él por unos segundos, mientras rememoraba los momentos pasados con ella. Conocía esa mirada. No necesitaba acudir a un doctor para saberlo. Tenía los síntomas que le alertaban de que su corazón había encontrado un refugio, una isla junto a la que echar el ancla y dejar de ir a la deriva. Sabía que debía huir... como siempre hacía, porque estaba irremediablemente enamorado...