martes, 31 de mayo de 2011

Talks In The Middle Of The Night

Se despierta en la noche. Sin abrir los ojos ni tantear al otro lado de la cama, sabe que está sola. Sin tener conciencia de la hora que es y acaso tampoco del día, su primer pensamiento es para él, como lo fue el último de anoche. Y en ese especial duermevela, dialoga con cada fibra de su ser y escucha…

Su cuerpo clama por él, y no está. Si pudiera traerlo con poderes prestados por un gran mago, lo invocaría al instante, porque le echa de menos. Le añora a su lado, para acurrucarse pequeña y sentirse segura entre sus brazos. Alimentarse de los besos que le roba su boca. Sentir la de él en su espalda, en su vientre plano, en lugares imposibles e inimaginables mientras avanza, segura, sabia y dueña, hacia su isla. Jugar a ser traviesa y despertarle con mimos o con ataque de felina en celo, porque quiere que le haga el amor una vez más, no importa que haya rozado el cielo hace apenas horas, quiere llegar más alto y cada fibra de su cuerpo lo grita a los cuatro vientos…

Su corazón le añora, porque hacía mucho que nadie le había hablado como él lo hace, con tanta sinceridad, sin escudos ni corazas, diciendo lo que siente a cada instante, sin tantear si es conveniente o no, sino hablando de tú a tú con el de ella, que es transparente también. Es el encuentro de dos espejos, de dos cristales, de dos ríos que se mezclan, porque vienen del mismo manantial que nace en el planeta Gaia y son parte de una conciencia común…

Su cerebro le pone los pies en el suelo, a pesar de estar flotando tras escuchar las conversaciones previas. No quiere asustarla, y le habla como a una niña, pero con firmeza. Le dice que es una locura, que no debe comprometerse a nada que no sea vivir el presente, el ahora. Esa masa de células grises que ahora capta su atención, la conoce desde que nació y controla todo: es consciente del clímax que alcanza su cuerpo, porque él es quien hace horas extras para evitar que se desmaye de puro placer, y está al tanto de los latidos y brincos extra de su corazón, que hace cabriolas y tiene alterados al resto de los órganos cercanos. Y porque la conoce, porque sabe que es una loca enamoradiza, sensible y mimosa, que se emociona y deshace de amor en cuanto le tocan la fibra, le dice que se calme, que su actitud puede traer consecuencias no deseadas, que puede herir al otro y eso es lo último que desearía…
 

Las charlas la adormecen de nuevo, y pasa del duermevela al sueño profundo, y el despertador, implacable, la saca de cualquiera que sea la aventura que está viviendo en ese instante. Lo apaga con mohín y se estira en la cama... ¡Está feliz!… No está segura, pero tiene la sensación de haber soñado con él, y hasta haberle sentido en cuerpo y alma, mientras le hacía el amor como si nunca se lo hubiera hecho y le susurraba dulces frases al oído, haciéndole cosquillas con las palabras. ¡Lástima no recordarlo para detenerse y saborear los detalles! “Este cerebro mío”, piensa, “es un desastre y no tiene memoria”…

domingo, 29 de mayo de 2011

Never Again

Escarbé la tierra con mis manos, con rabia y con saña, rompiendo mis uñas y llenando mis manos de heridas. Las lágrimas corrían por mis mejillas, en un llanto convulso al principio, quedo y calmo al poco. Mi cara se ensuciaba más a cada momento en que limpiaba mis ojos con el dorso de la mano, para poder enfocar la vista en mi tarea. No estaba avanzando mucho. Necesitaba ir más rápido, así no iba a acabar nunca. Con las manos ya doloridas, me detuve un momento y miré a mi alrededor. Buscaba un objeto con forma de cuña, algo que pudiera usar a modo de pala. Me puse en pie y anduve unos pasos, sin alejarme mucho del pequeño agujero y del vehículo. Casi iba a darme por vencida cuando encontré una piedra más menos triangular y bastante plana. No tenía nada mejor a mi alcance, así que volví a mi tarea con mi nueva herramienta.
 

Le conoció en la Facultad. Era tan tierno y romántico... Siempre le llamaba pequeña, y a ella le parecía tan dulce que se derretía por dentro al oírlo de sus labios. Aunque su familia se opuso, se casaron muy pronto, pero como él ya ganaba dinero como electricista y contaba con unos ahorros, pudieron comprar una vieja casita en las afueras, con su garaje y jardín. Los dos primeros años fueron maravillosos. Ella se quedaba en su nido, cocinando ricos platos para su amor y esperando ansiosa su regreso a casa al finalizar la tarea. El trabajo a veces escaseaba, y no siempre podían tomar vacaciones. Ello hizo que, a regañadientes, él accediera a que ella buscara un trabajo, aunque sólo fuera de media jornada. Supo que necesitaban dependienta en una tienda de ropa. Le convenció de que sería la única manera de ahorrar algo extra para poder escapar una semana a la playa en verano o poder salir a cenar algún fin de semana.

Empezó ilusionada, y su mundo se amplió de pronto al entrar en contacto diario con otras personas que no fueran la cajera del supermercado o el pescadero. Las charlas del día a día con sus compañeras le abrían los ojos a otro mundo. Eran chicas tan jóvenes como ella, pero sus vidas eran distintas, y ¡sonaban tan emocionantes! Ella iba del trabajo a casa, donde le esperaban las mismas repetitivas tareas y al final de la jornada, su marido. Le hablaba de ellas, le contaba anécdotas cada día, y empezó a observar que en ocasiones él parecía incómodo y torcía el gesto.

Llegó la semana de su cumpleaños, y sus compañeras le regalaron uno de los vestidos de verano que había en la tienda. Le hicieron ponérselo y la peinaron y maquillaron un poco para dar una sorpresa a su marido. Se sentía agradecida, y al mediodía, decidió invitar a las compañeras más cercanas a desayunar en el bar de al lado. Estaba preciosa con el vestido nuevo. Se llevaba la patita del croissant a la boca cuando vio aparecer en la puerta del bar a su marido. Entró con el ceño fruncido, y sin mediar palabra, y con cara de loco, la cogió del brazo y la sacó a empujones del bar.

Aquella fue la primera de las grandes discusiones que tendrían. La llevó a casa, le rasgó el vestido a golpes y lo tiró a la basura, y le prohibió volver al trabajo. Tras mucho grito por ambas partes, logró hacerle entrar en razón, porque necesitaban el dinero. Pero desde aquel día todo fue diferente. Fiscalizaba su ropa, le prohibía maquillarse y la llamaba a casa cuando calculaba que debía estar ya de vuelta. Tras cada episodio le pedía perdón, decía que no podía evitar sentir celos, que no quería perderla, que era todo para él.
Mientras iba viendo cómo el hoyo se ampliaba lentamente, no podía quitar de mi mente lo ocurrido en las últimas horas. Todo pasaba por mi cabeza y lo veía como en una película antigua. Sonido de cine y color sepia. Aún no había tenido tiempo de pararme a asimilarlo. Los hechos habían ido muy rápido. Me sentía como una marioneta a la que alguien manejara, como un soldado entrenado que ejecuta movimientos aprendidos casi por inercia, sin dar conscientemente las órdenes a su cuerpo.


Ella tomaba la píldora porque su situación económica no era aún estable como para embarcarse en más gastos, por mucho que le gustarán los niños, pero él se deshizo de todo un buen día, aduciendo que se preocupaba por su salud, que no podía ser bueno romper el ciclo normal del cuerpo y que pondrían cuidado desde ahora.

Un viernes salieron a cenar a un italiano cercano a casa. Ella era tan hermosa que, aun vistiendo sencilla, llamaba la atención fácilmente. Su melena caoba, su cuerpo voluptuoso, su sonrisa… no pasaban desapercibidos. Aquella noche, según entraron en la casa tras la cena, la arrastró a la cama a gritos, acusándola de flirtear con el camarero. Le cruzó la cara con sus manazas y le arrancó la ropa, excitado como nunca. Aquello fue una violación. La primera, pero se sucederían otras. A los tres meses quedó embarazada.

Durante el embarazo él pareció calmarse. Ella pensaba que había sido todo un mal sueño. Cuando quedaba poco para que naciera el bebé, tuvo que dejar de trabajar porque eran muchas horas de estar de pie con semejante barriga, y al poco nació Irina. El período de paz duró cuatro años, con ocasionales episodios violentos cada vez que él enfermaba de celos sin motivo. Ella procuraba darle gusto y centrarse en Irina, pero echaba de menos tratar con otros adultos y ampliar su mundo, que de nuevo se había reducido drásticamente. La crisis económica hizo que estuvieran faltos de dinero y él finalmente accedió de nuevo a que ella trabajara. Esta vez encontró trabajo de teleoperadora.
 

Llevaba horas allí y me di por satisfecha con el tamaño del agujero. Me dolían mucho las manos, y en ellas, la sangre se mezclaba con la suciedad. Caminé unos metros hacia el coche, que había dejado sobre una zona con hierba alta, en una pequeña área despejada de árboles. Se esperaba tormenta esa noche, y aunque mis huellas serían borradas e indistinguibles en el lodo, cuanto más facilitara la tarea, mejor. Abrí el maletero de la 'van', y respiré honda y profundamente. La colorida jarapa servía ahora de momentáneo manto mortuorio. La bajé del coche como pude. El pesado bulto cayó sobre mí del fuerte impulso que di para sacarlo. Me incorporé quitándomelo de encima con repulsión, y lo arrastré unos metros hasta el borde del hoyo agarrando el rollo por el extremo.
 

El carácter de él fue agriándose. Escaseaba el trabajo, y si no fuera por el sueldo de ella habría habido facturas impagadas. Comenzó a beber y a acusarla de engañarle, de tener aventuras con otros. Veía fantasmas donde no los había, y le hacía pagar a golpes la paz que conseguía después, cuando como un niño entonaba el mea culpa y lloraba. Ella resistía sólo por su hija, pero era conscientemente infeliz. Leía acerca de los malos tratos y sabía que debía denunciar, pero el miedo la tenía paralizada.

Irina ya iba convirtiéndose en una mujercita. Linda como su madre, alegre y pizpireta a sus doce años, a pesar del ambiente de hostilidad que a veces impregnaba la casa, no percibía lo que ocurría a su alrededor, porque su madre aguantaba y callaba en las noches en que tocaba paliza y humillación, y decía ser patosa y chocar con las puertas para justificar cada nuevo hematoma que cubría su cuerpo.

La relación entre padre e hija parecía normal. Entre semana, Irina estaba cenando o a veces ya durmiendo cuando su papi llegaba a casa. Los fines de semana, jugaba en su habitación, en su mundo imaginario, o salía al parque o a dar un paseo con sus padres cuando él estaba contento. En algunas ocasiones ella le observaba jugar con su hija, y se convencía de que parecía como los demás papás.


Deshice un poco el rulo para desenrollar la jarapa de modo que el cuerpo cayera dentro del hoyo. ¡Plof! Retumbó la pesada carga. Lo más difícil ya estaba hecho. Sacudí la alfombra con energía, y la metí en una bolsa de vuelta al maletero. Ayudándome con brazos, manos y pies, y con unas ramas a modo de escoba, reintegré la tierra a su lugar original. Me llevó bastante rato hacerlo, pero dejé la superficie todo lo lisa que pude, e intenté apisonarlo y que no quedaran marcas notorias alrededor. Regresé al coche, lo abrí y me senté en el asiento del conductor. Sacudí mis calcetines y me puse las botas que había dejado allí para evitar huellas innecesarias.
 

Una tarde Irina andaba en el salón con su madre y su adorada tía Lucía, hermana de su madre, la única persona en el mundo a la que ésta había confesado la realidad de su vida en esa casa. A Irina le estaban probando un vestido que Lucía le estaba haciendo. Él llegó de trabajar antes que de costumbre, e irrumpió de pronto en la escena. Se notaba que había bebido y entró al modesto salón dando voces y medio riendo, justo cuando la mamá de Irina le sacaba el vestido por la cabeza. Se paró y quedó inmóvil, mirando el cuerpo de la pequeña. Irina saludó feliz a su papá y cariñosa como era le saltó al cuello para darle un beso. Lucía captó la mirada de sus ojos sobre la niña y sintió un escalofrío, pero su hermana parecía tranquila. Se levantó para llevarse a la pequeña a la bañera, pues le había prometido a su sobrina bañarla y acostarla, pero él la frenó con el brazo diciendo que si quería la acostara, pero esa noche la bañaba él. Lucía se tragó los pensamientos que pugnaban por salir y le hizo caso. Al poco se despidió declinando la oferta de quedarse a cenar con la pareja. Durante la cena él estuvo bromeando con su mujer en plan patoso, acercándosele baboso por detrás mientras ella preparaba la cena e intuía ya que esa noche le tocaría "estar cariñosa", le gustara o no. Había aprendido a darle su cuerpo y enviar a viajar a su mente, y eso a veces le ahorraba golpes y violencia.
 

Me limpié las manos y cara con toallitas húmedas, puse el coche en marcha, y me alejé, justo cuando la lluvia empezaba a hacer su aparición. En unos minutos anochecería. Me concentré en la carretera y conduje tranquila. Aquella mirada fugaz y la mueca que la acompañó no se iban de mi mente. Ellas me hicieron comprender aquel día el peligro y sin embargo, sabía que no podía hacer nada, salvo estar atenta, hablar con mi hermana, hacerle ver que así no podía seguir y debía pedir asistencia y ayuda. Convencerla de que debía huir, salir de esa casa antes de que, incluso Irina, corriera peligro. Tuve muchas conversaciones con ella, pero le aterrorizaba la idea, y estaba tan afectada psicológicamente, que se engañaba a sí misma y no quería ver la realidad ni la posible amenaza para la niña. El aceptarlo tal vez la habría desquiciado sin remedio.
 

Quiso el azar que el sábado Lucía se acercara a casa de su hermana después de comer, a llevarle una preciosa jarapa que le había comprado en Portugal. Aparcó la van en el garaje anexo a la casa, como siempre hacía desde que vendieron su coche hace años. Bajó del auto y salió para subir los escalones hacia la puerta de entrada y llamar. ¡Ding, dong! Nada. Esperó un par de minutos y llamó de nuevo. Oyó pasos cansinos al otro lado de la puerta. Abrió su cuñado con cara somnolienta. La dejó pasar al tiempo que le explicaba que su mujer e Irina estaban en un cumpleaños de una compañera del colegio. Lucía le dio dos besos. Apestaba a coñac. Le decía, aún tambaleándose un poco, que se había quedado dormido en el sofá. Ella, un poco turbada por encontrarle solo, le explicó el motivo de su visita, y pareció encantado. La pondría en el cuarto de Irina, le dijo. Le siguió hacia la puerta que comunicaba la cocina con el garaje para buscar la alfombra, que había guardado en el maletero. Él la abrió y le dejó pasar, poniendo la mano en su cintura. “¡Qué guapas os ponéis las mujeres en verano!”, dijo de pronto. “La verdad es que tengo una cuñada preciosa. No sé cómo es posible que no tengas novio”. Ella ignoró sus comentarios y mientras abría el maletero y sacaba la alfombra, él la agarró desde atrás, poniendo las manazas en sus tetas y llenando de babas su cuello. Lucía giró bruscamente para separarle, y él buscó el escote con su boca, sujetándola por la cintura. Forcejeó para zafarse de él, pero era más fuerte que ella y la tenía atenazada. "Debes estar hambrienta si no tienes hombre, cuñada. No seas tonta", le decía sin soltarla. En sus intentos por echársele encima giró, pegado a ella, y la reclinó sobre el tablero donde tenía algunas herramientas. Estaba sobre ella, como un animal salvaje, tapando su boca y bloqueándole el brazo derecho, subiéndole el vestido y arrancando sus bragas, jadeando de excitación. Ella usaba su brazo izquierdo y le golpeaba e intentaba defenderse, pero no podía. La violación era inminente. Tanteó con la mano izquierda y topó con algo sólido. En el giro le había parecido ver un pisapapeles. Lo agarró con fuerza, respiró hondo, cerró los ojos y le asestó un golpe en la sien con todas sus fuerzas. Cayó inerte sobre ella al instante. Se lo quitó de encima y fue a parar al suelo, sobre la alfombra. No había sangre. No respiraba. Estaba muerto. No se paró a meditar. Como una autómata, lo envolvió haciéndole rodar por el suelo y con energía que debió sacar de la rabia, del ultraje, del miedo, de tantos años sin actuar..., lo metió en el maletero de su coche, puso en marcha el motor y huyó.



Era un camino poco transitado. No me crucé con nadie a mi regreso a la ciudad. El silencio me oprimía y puse música, aunque no prestaba atención a lo que sonaba. Conduje concentrada en la carretera decenas de kilómetros. Me acercaba ya al puente. Aminoré la marcha, y me detuve. Baje del coche y me acerqué al borde del puente con el pisapapeles en la mano. Lo lancé al río lo más lejos que pude, al tiempo que musitaba "Laura,... nunca más... Ahora eres libre..."


lunes, 23 de mayo de 2011

Blowing Out Candles

¡Hoy cambio de cifra! De momento sólo la última, afortunadamente. Aún me queda un tiempito hasta llegar a la versión 5. Me viene ahora a la mente el famoso 2.22 que, al menos en España aparece en Twitter en muchos timelines justamente a esa hora, las 2:22 am. En mi caso para esta ocasión, lo interpreto con el punto como signo de multiplicación, y entro en la edad 2x22 de lleno: ¡44 años! ¡Qué de ellos!... Han pasado 43 desde esta foto en la que aparezco con mi padre en una tarde de carreras en el Hipódromo de Madrid:
No he sido siempre "rubia platino" :P, y ya se ve de quién me viene
A saber qué pensaba mientras me llevaba el dedo a la boca, pero seguro que no en que años después la foto formaría parte de este post. Ahora me toca habituarme a esta nueva cifra par, y es que prefiero las cifras impares, que me suenan menos rotundas. Pero al menos mi nueva edad es capicúa, algo que me ha gustado y llamado la atención de siempre. En incontables ocasiones he ido conduciendo, dándole vueltas a algo en mi cabeza, a algún deseo que secretamente esperaba ver cumplido, y de pronto aparecía sin previo aviso un número mágico frente a mí, señal que para mí era inequívoca de que iba a salir bien aquello que bailaba en mi mente. Otras veces lanzaba al universo una pregunta específica sobre algo, y aunque atenta al tráfico, casi espiaba con el rabillo del ojo los coches que se me iban poniendo por delante, por los lados y por detrás, a ver si aparecía el esperado momento.

Aún recuerdo una vez en que circulaba por la M30 oeste en sentido sur con mi anterior coche, un Peugeot 205 de segunda mano. Fue mi primer coche, y lo compré poco después de sacarme el carnet. No quería uno nuevo, pues ya me veía llorando por las esquinas por haber hecho un rozón aquí y otro allá. No fue tan mala la experiencia sin embargo, y lo conservé bastante bien unos 10 años hasta el momento en que lo di de baja en favor de mi coche actual. Pero, a lo que iba... Hablando con el entonces dueño de mi Peugeot en el bar de La Latina donde él trabajaba, desgranaba una a una las características del vehículo: 65 caballos, 80 mil Km, todas las revisiones pasadas,... momento en que le pregunté —casi inocentemente por saber de qué año databa el carrito— cuál era la matrícula. Cuando de sus labios salió la cifra mágica 0220, pensé "¡mío!, ¡me lo quedo!". Y así fue. Hicimos los papeles en un par de días, y pasó a formar parte de mis posesiones. Y con tales cifras como matrícula circulaba yo aquel día, cuando ocurrió algo fortuito y casual que se mantiene en mi memoria como hecho curioso. Circulaba yo por el carril central, y casi cuando llegaba a la salida de San Pol de Mar, me adelantó un vehículo por la izquierda y se situó delante de mí. Su matrícula era también 0220, pero con otras letras, claro :P... Recuerdo que, o de pensamiento o tal vez en voz alta, le dije a mi coche "oye, ¡que tienes un primo tuyo delante!". Era casualidad, sí, y lo de ver otro coche con mi numeración me ocurriría más veces en el futuro, peeeeeeero aquel día, el hecho de que a los pocos minutos, antes de llegar a la altura del palacio Real, se me colara por detrás otro vehículo con los mismos números 0220 ya fue ¡mucha casualidad! Recuerdo que me dio la risa, y dada la poca velocidad a la que circulábamos por el atasco de la hora punta en torno a las 18:30, yo no hacía más que mirar cómplice a los conductores de izquierda y derecha, como alertándoles del fenómeno, con los ojos muy abiertos y transmitiéndoles con la mente un "¡mira!, ¿no lo ves?, ¡tres coches en línea con los mismos números!". Debieron pensar, "¡qué mosca le ha picado a esta loca!, ¿y por qué abre tanto los ojos?". Ni el de delante ni el de detrás de mí podían saber que íbamos los tres seguidos con los mismos números. Los únicos que podían darse cuenta eran los conductores de los carriles vecinos. Circulamos así unos metros y alguno de los tres rompió la línea que habíamos formado en algún momento. Se deshizo el hechizo, y a pesar de mi afán por los capicúas y del curioso evento, ni me tocó la lotería esa semana, ni me regalaron un viaje en el bote de ColaCao, ni me pasó nada memorable, pero fue un momento que no pude compartir más que con mi coche, quien como mucho, para demostrar su contento, lanzó algún vrrrrrrooooom de más.

Me pierdo en las anécdotas, y comencé el post con la única intención de ponerme unas velas y tarta virtuales, para soplarlas pensando un deseo. Así que, he aquí la tarta, a la que he decidido poner velas romanas, porque me hace gracia que ese "IVIV", visto al revés, sea justamente como me llamaban mis hermanas de pequeñas y como lo hacen ahora mis sobrinos. Y oigo sus vocecitas de niño... Vivi, piensa un deseo y sopla... Y me concentro cerrando los ojos, mientras ellos miran con sus caritas la tarta y mi cara alternativamente... Phhhhfff... ¡Sopladas! :)


No sospechaba yo, cuando empecé a escribir la entrada hace unos días, que hoy soplaré velas reales con mi familia, y visitantes inesperados desde Chile, porque tendré a mi hermana y mi sobrino el mayor aquí para esta ocasión... ♫ La vida te da sorpresas, ♪ sorpresas te da la vida ♫... Y ésta, en concreto, es todo un regalo :)

domingo, 22 de mayo de 2011

Chemistry With ♥

Estar serena y sentir que tu Universo se trastoca con tan sólo un clic. Notar el recorrido por cada una de los caminos y autopistas de los sentidos que tiene tu cuerpo. Esa sacudida de placer anticipado... Tanto da si es el roce de unos labios en un dedo o en el cuello, tanto da si son unas palabras o una mirada. Hay veces que la zona erógena no se circunscribe a un cachito, sino que es toda la piel, vasto territorio. ¿Es química? Puede... Algún elemento intangible, inodoro, incoloro, insonoro e invisible choca con los que componen el cuerpo. ¿Qué es?, ¿amor?, ¿cariño?, ¿deseo? Desde luego interviene el corazón, como catalizador, como caldo de cultivo, como agente potenciador, pero, ¿qué es?... Pongámosle el símbolo ♥, que reacciona de alguna manera con el hidrógeno, oxígeno, carbono, nitrógeno, azufre o fósforo, o acaso con alguno de esos otros elementos presentes también en nuestro cuerpo pero en menor proporción, y no sé cuál es el nombre del compuesto, ni siquiera la fórmula, ni las valencias del ♥, pero el resultado es un boooooom, y subes a lo más alto, tu cuerpo estalla por fases, y cada estallido supera al anterior en fuerza, luces y riqueza, y te quedas exhausto, tranquilo, adormecido y feliz, y un leve roce dispara de nuevo los fuegos cósmicos, porque vuelves a embarcar en otro viaje galáctico, rodeada de estrellas aún en pleno día. Y unos ojos te hablan, y los tuyos responden. Da miedo. ¿Lo da? Tal vez. Pero, ¿por qué miedo? No lo piensas, no lo analizas, no te da la gana. No quieres dejar de vivir un sólo segundo las sensaciones que te inundan, en la cima o en el valle. Sólo te das, y lo haces al 100%, porque no sabes darte a medias tintas, ni quieres.
Y en tu soledad, cuando empiezas a conjugar el verbo "echar de menos" en primera persona, ya tendrás tiempo de ver con perspectiva todo, e incluso tal vez entonces tampoco analices, ni estudies, ni decidas, y sólo te dejes llevar, porque la vida no encaja en un teorema matemático y no responde a fórmulas de las que se pueden pintar en una pizarra de colegio. La vida se vive. Y sabes, de eso estás segura, que si es alguien especial estará siempre ahí :)

sábado, 21 de mayo de 2011

A Light Scar (English version)

Mi amigo Keith me decía el otro día que a veces le gustaría poder saber qué escribo en mi blog, algo dífícil para él, pues es inglés y no habla nada de español. Republico por ello una antigua entrada, A Light Scar, pero esta vez en inglés. Para ello, usé Google Translate para una primera traducción e hice mis propias correcciones sobre el resultado, pero el texto final ha sido posible gracias a otra amiga, esta vez la linda Amber, que tuvo la paciencia de revisar y corregir el texto que le envié, y que ella, siendo bilingüe, podía ajustar con mucho más acierto que un traductor automático o yo.

She felt how her stomach was filled up with colourful butterflies and dancing dragonflies. She danced in the streets still wet from the sprinklers, stepping in all puddles on the way, jumping happily in each of them and splashing around. She reached the grand avenue, where the night gave way to a sunny morning, and soon became a swarm of happy rowdy children playing tag just for the mere pleasure of running and shouting with the nerves and emotion you feel when someone tries to chase you, filling the air with laughter. And several couples, oblivious to the scene, looked at each other, and whispered words of love seated on the benches of the promenade. Mad as she was, excited, she didn’t see a slight red stain sticking out on her shirt, and that was getting larger at every step she took and went down shaking from her heart, drawing on her left flank a line that reached her belly and stopped. It was probably a wound, not fatal, but deep enough to fill the air of sad grey butterflies and dim dragonflies that fled from her inside, and covered the sun and brought night to the morning...

She stopped dead, adjusted her breathing and inhaled deeply filling her lungs with fresh and new air. She looked at the sky, black and starless, and felt no fear or sadness, and that way, staring into the darkness, she ran her hands along her shirt, muttered a few words with conviction and went back to her walk resolutely, while in time to her calm walk, the wound was healing, leaving a faint mark, and the light returned slowly to the street…

viernes, 20 de mayo de 2011

Unexpected Passion

Casi por los pelos entró en el ascensor cuando las puertas habían empezado a cerrarse. No había hecho más que salir de casa para ir a cenar con amigos, y al llegar a su coche había descubierto que no llevaba las llaves. Las había dejado olvidadas en casa. ¡Qué fastidio! Le tocaba subir de nuevo. Si no hubiera cambiado de bolso en el último minuto ya estaría de camino al restaurante. Le tocaría ahora conducir con agilidad. Así, tan de bruces y acelerada como entraba, casi atropella a la única persona que había dentro. Era un chico, de unos 38 años, que no le resultaba familiar. Saludó con un "¡hola!", y desvió la mirada un poco turbada mientras pulsaba el botón del piso 23. Creía notar las mejillas ardiendo. Entre la carrera y el encontronazo inesperado con ese... ese... ¡Dios mío!, ¡era el tío más atractivo que veía en meses! Y lo tenía a escasos centímetros, encerrado en el ascensor con ella. "Paciencia, respira", —se dijo—, "que va a notar que te ha dejado chocada de verdad". Lo mismo con suerte era un nuevo vecino y podría alegrarse la vista de vez en cuando. Él parecía divertido con la situación. Debía de notar a simple vista que ella se sentía atraída, y la miraba con descaro, paseando la vista de arriba a abajo por su cuerpo, deteniéndose en el cuello, el escote, la cintura, las piernas... y volviendo a subir hacia su cara. El ascensor seguía su curso, pero era lento, y hoy lo parecía más que nunca. El otro piso marcado era el 25. Bajaría ella antes y podría por fin respirar y soltar ese rugido de hembra que se iba gestando dentro. Iban por el piso 9. Necesitaba mover el cuello, casi anquilosado de mirar en escorzo al panel que indicaba el piso con tal de evitar su mirada. Giró la cabeza y se encontró con sus ojos y una dulce sonrisa. Piso 13. Le flaqueaba el alma. Él, sin mediar palabra, levantó una mano con suma delicadeza, y le rozó apenas los labios, para retirar un mechón rebelde que se había colocado allí en el giro. Según ella entreabría los labios para emitir el gracias de rigor, él se acercó más y deslizó la manó por detrás de su cuello, atrayéndola hacia sí y besándola, suavemente primero, y con pasión desatada al instante, al ver que ella, tras la sorpresa inicial, se abandonaba y le respondía con igual avidez. El ascensor continuaba su lenta marcha hacia las alturas y ellos se recorrían con bocas y manos, sedientos de placer. Piso 18. Las prendas parecían competir por ver cuál de ellas era la primera en ser arrancada. ¡Cling! Piso 23. Se detuvieron jadeantes. Ella se separó suavemente para salir, y dio un paso hacia el descansillo de su planta sin soltar su mano. Él la miraba expectante.

—¿Cómo te llamas? —dijo ella.
 
—Alex —respondió él.

Anticipando en su mente lo que le dirían sus amigos si supieran el motivo del plantón y sabiéndose una irresponsable sin cura, le arrastró hacia fuera y le condujo hasta su puerta diciendo: "Alex, bienvenido a mi casa", al tiempo que abría la puerta y se cerraba la del ascensor.
...
...
...
¡Cling!
Piso 25...

martes, 3 de mayo de 2011

Hippie Love?

—Mamá, ¿qué te pasa estos días? Te veo tristona.

—Nada, hija —dice distraída.

—No, —dice meneando la cabeza muy seria—, ¡tsché, tsché!…, no digas eso de nada, como hacen en las pelis, que dicen nada y luego se lía parda. Dime,… ¿qué tienes?

—Nada, hija, de verdad. —Hace una pausa, como sopesando si hablar o no—. Estoy un poco plof como tú dices.

—Pero ese estar plof se deberá a algo, imagino. Anda, —dice tomándola del brazo—, vamos a la cocina, nos preparamos un rico té y unas galletas, y nos vamos al sofá a charlar tranquilamente.

Se lleva a su madre a la cocina y, mientras una prepara el té, la otra dispone en una bandeja servilletas, las tazas, el azúcar y un plato con toda suerte de galletas y media tarta de queso que sobró del día anterior. Entretanto hablan de los planes para el verano, que asoma ya, y que les va a pillar sin apartamento donde ir como no se decidan pronto por un destino.


—Ya conoces a tu padre. Le preguntas y se encoge de hombros, diciendo que le da igual, pero luego es el primero que, sin haber colaborado, pone todo tipo de pegas. Y es que ya cansa, nena. Lo pasamos genial aquel año en Moraira. ¿Te acuerdas? Si te digo la verdad, yo repetiría.

—Pues pasa de él, mam. Llama y alquila, que yo al menos unos días me uno a vosotros, y cuando esté hecho se lo cuentas. Le dices que lo he decidido yo.

—En fin…

—Sí. En fin… Bueno, al salón, que está todo listo, y me están entrando ganas de hincar el diente a esa tarta, que aún no la he probado, y es mi favorita.

—¡Qué tragaldabas eres, hija! ¡No sé dónde lo echas!, la verdad.

Llevan la merienda al salón y se sientan cómodamente. Se sirven el té, y empiezan a dar cuenta de las viandas.

—Supongo, de todas formas, que eso de las vacaciones no es lo que te hace estar así, como apagada, con lo luminosa y positiva que tú eres siempre.

—No, no es eso. Claro que no. Es… no sé ni cómo decirlo, porque no es algo concreto, es una sensación de tristeza porque ya no es como antes.

—¿Te refieres a ti y a papá?

—Sí. Tú sabes que adoro a tu padre, y él a mí. No imagino la vida sin él, la verdad. Pero se ha vuelto cada vez más solitario y casero. Ya no gusta de salir tanto o hacer planes los fines de semana. Se pone a leer o a ver su bendito fútbol y yo me siento sola. Charlamos menos, porque está concentrado en el libro o en el partido de turno,… y del sexo,… ¡ja!, ¡para qué te voy a contar! Ya ni me acuerdo de cuándo fue la última vez.
 

—Mam, te lo digo siempre. Tienes que buscarte tus propios hobbies. A ti con lo que te gusta ir al cine, a bailar, a cenar, a la sierra… ¿No tienes amigas o amigos con los que ir?

—Huy, amigos dice… Pero nena, ¡¿cómo voy a ir con otros?!

—Mamá, no me seas antigua, por Dios. ¿Qué hay de malo en ir a cenar con un amigo? ¿Por qué lo ves razonable si vas con Lara pero no si vas con Jaime?

—Hija, no creo que a tu padre le gustara. A mí tampoco me gustaría que él cenara con otras.

—A ver… papá es el que no sale a cenar, porque prefiere cenar en casa. Si saliera a cenar con otras y no contigo, sería raro tal vez, pero es que en este caso tú sí quieres salir. ¿No crees que si te quiere querrá verte feliz y que lo pases bien? Sea yendo de compras, al cine o a bailar. ¿Por qué habría de estar celoso?

—Si entiendo lo que dices, pero no sé… Esas moderneces tuyas…

—No, mam, es sentido común. Para mí, el que dos personas se quieran, no significa que hagan todo juntas. Si a ti te gusta… eehhhm… ¡qué sé yo!... ¡bailar!,... y al otro no, ¿vas a estar condenada a no bailar de por vida? No me parece ni medio bien. Sales, bailas, te diviertes, y llegas a casa ¡feliz!, y papá tan feliz de haberse concentrado en la novela a sus anchas.

—Suena fácil en tus labios, pero me parece peligroso.

—¿Por? —pregunta dando un bocado a la tarta.

—Sencillo. Si empiezo a frecuentar más la compañía de amigos y amigas que habitualmente no veo, crearé de nuevo lazos con ellos, y tal vez tu padre se sienta excluido.

—Se puede autoincluir en cuanto quiera. ¿Y cómo te sientes tú con respecto al fútbol o a sus lecturas? Por mucho que te invite a ver el Madrid-Barça con él, no te va nada, y la excluida eres tú, y no porque él te excluya, ¡lo haces tú! Decides que no es lo tuyo y pasas, y haces bien, porque no te apetece.

—Sigo pensando que es peligroso. Si creo lazos con otras personas sin estar tu padre, pueden convertirse en lazos fuertes, hasta amorosos diría yo. Y tú sabes que mi amor es tu padre.

—Lo sé, si no hay más que veros. ¿Pero propones encerrarte y no relacionarte para no caer en la tentación? Los lazos de los que hablas son algo perfectamente normal. El corazón humano tiende a expandirse. No es idea suya eso de que el amor se dé sólo entre dos. Es un órgano generoso. El amor no se gasta, siempre hay más para dar. Y cuando existe un lazo es normal que te apetezca abrazar, besar, y llegado un punto hasta hacer el amor con otras personas, mamá. Es esta sociedad la que ha establecido que nos juntemos en parejas y criemos niños, porque de otro modo sería un caos. Pero los sentimientos y apetencias hacia otros están ahí, son un hecho. No nos anulan esa facultad con una vacuna cuando nacemos. En cuanto hay fisuras, surgen esas ganas, y aunque te unas a una pareja y todo esté cubierto al principio, a la larga es difícil de mantener, porque cambiamos, nos hacemos más raros y más egoístas. En el fondo sabes que es así, y por eso dices que no te gustaría que papá se fuera a cenar con otra mujer. ¿No confías en él?.

—Sí, claro que lo hago.

—No confías en ti entonces, en poder retenerle. Crees que si sale de vez en cuando con una amiga a cenar, porque a ti no te apetece, se creará un vínculo entre ambos y temes que tal vez una noche, se dé el momento en que haya algo más. ¿Y qué si es así? Se le da demasiada importancia al sexo, porque si lo piensas, es justamente el sexo el que te está frenando y hace que desestimes lo de salir con Jaime, por ejemplo, al cine, cenar o tomar una copa.

—Tal vez tengas razón, y haya algo de cierto, pero es que si tu padre tiene roces por su lado y yo por el mío, ¿qué sentido tiene que estemos juntos? ¿Para esto nos casamos?

—Mam, casados o arrejuntados, me da igual que me da lo mismo. Creo que dos están juntos porque se quieren y quieren compartir muchos instantes de sus vidas, pero no necesariamente todos, por aquello de los diferentes gustos, hobbies y aficiones, que opino que vienen bien y son siempre enriquecedores. Por supuesto es maravilloso cuando el amor dura y se hace más grande con el paso del tiempo, pero lamentablemente no ocurre siempre así. Dime..., ¿por qué sigues con papá?

—¡Pues porque le quiero, hija! Me hace reír con sus ocurrencias a lo largo del día, es tierno conmigo, me abraza por las noches y sigue llamándome ‘peque’, me gusta conversar con él, es inteligente… Es, en definitiva, un compañero maravilloso. Es sólo... tal vez, que le echo de menos en ocasiones.

—Yo creo que si quieres a una persona, es lógico que quieras disfrutarla, pero no puedes atarla y reservarla en una jaula sólo para ti, has de dejar que vuele y sea feliz haciendo otras cosas aunque tú no participes en ellas. Y si amas de verdad, te hará feliz ver al otro feliz. ¡Qué posesivos somos, joder! El amor no es posesivo, mam. Se trata de tener confianza en ti y en el otro. Si lo pasa bien con otras personas no por ello te va a querer menos. Y, además, si a fuerza de tener ‘roces’ como tú dices, uno de los dos descubre que quiere algo más serio con esa otra persona, c’est la vie! Tal vez eso saque a la luz que la relación no era tan buena como parecía y se había tornado en rutina, costumbre y miedo a la soledad más que en amor. Ahora, ¡allá cada cual! Los hay que prefieren cerrar los ojos y ser medio felices.

—Creo que no valgo para hacer eso que dices, y tu padre tampoco. Nos hemos educado con otras ideas y tú lo ves todo muy hippie, hija, muy de ir con flores en el pelo y clamando por el amor libre y esas cosas, pero eso no encaja con nosotros.
 

—Jajajaja, mamá,... por favor, no lleves las cosas al extremo. Empecé diciéndote que salgas más, aunque papá no lo haga. Puedes hablar con él, decirle lo que te pasa, y atacarle por la noche en plan tigresa. Tal vez él esté también un poco aburrido y por eso se refugia en la lectura y el deporte, pero aun así, porque le conozco, creo que él saldrá muy de vez en cuando, justo como hace ahora, porque es más casero. Si tú necesitas hacerlo con más frecuencia o hasta apuntarte a clases de tai chi, hazlo. Y si estás temerosa, más me huelo que es porque tienes miedo de ti misma. Temes caer en los brazos de algún amigo de esos atractivos que tienes, y estando falta de sexo ¡ya ni te cuento!. Además, que te estoy hablando de salir por ahí. No te he dicho que eches un polvo y se te quitarán todos los males, ¿verdad?, te hablé de planes inocentes y normales... Si tú no lo ves con inocencia, y me estás mirando con esa cara, me da que es porque se te ha pasado alguien por la cabeza en alguna ocasión, por mucho que quieras a papá. Ya te dije que es lo normal. Somos humanos… —Se queda pensativa un rato, y prosigue: —Cuando he mencionado a Jaime antes,… ¡sonreíste!… Y, ahora que lo pienso…, —dijo enarcando una ceja—, Jaime veranea en Moraira…

—Hija,…, —se detiene unos segundos, como dudando entre seguir o callar—. Verás…, déjame contarte una historia…

Y el té se acabó, y la tarta, y casi las galletas con el segundo té que hicieron, pues la conversación siguió, siguió y siguió por dos horas más…