lunes, 22 de agosto de 2011

Are You A Pícaro?


Cuando te cobran de menos en una tienda o restaurante, ¿les avisas del error? Y si encuentras una cartera con dinero y la documentación del dueño, ¿intentas devolvérsela?

Circulaba la semana pasada con la radio puesta. Sonaban las noticias. Hablaban de la subida que el billete de metro y autobús había experimentado y las protestas que ello causó, unidas también al hecho de que había descuentos para los peregrinos de la JMJ. El locutor contaba que los "descontentos" amenazaban con colarse pues eso de hacer diferencias por religión era discriminatorio, y que el Consorcio de Transportes había dicho que tal acción llevaría multa. El Consorcio recordaba también que el abono especial de los peregrinos no debería usarse una vez terminadas las jornadas, pero que, de hacerlo, sus usuarios no serían multados. Pensé de inmediato que, probablemente los peregrinos de otros países que permanecieran en Madrid, pasadas las fechas de validez del abono, no lo usarían al no estar permitido, pero que los peregrinos españoles sí lo harían, y más sabiendo que no habría multa aunque les pillaran.

Todo ello me hizo meditar en todas esas ocasiones en que el ingenio te permite detectar un agujero en el sistema, y dependiendo de lo ética que seas, lo usas en tu beneficio o no, pero estás programado de tal modo que, detectarlo lo detectas. Supongo que es la llamada picaresca, un tópico más de españoles y latinos en general, que tiene connotaciones negativas por mucho pecho que a veces se saque presumiendo de ello, y que tiene más de caradura y artimañas disfrazadas de simpatía que de otra cosa.


El Lazarillo de Tormes y el ciego (Salamanca)
Me viene a la mente el cine de Boston, por ejemplo. Tras pasar las taquillas y el área hacerse con palomitas y “bebestibles” para la peli, hay varias salas para las películas que se proyectan. Hasta ahí, todo normal. La alerta no salta aún en el pícaro. Pero tras ver la película de turno, descubres que la salida de la sala no da a la calle o a algún espacio concreto, de modo que te obligue a entrar de nuevo en el cine y pasar por taquilla para ver otra película. No, nada de eso. Sales a la misma zona donde se encuentran las puertas de acceso a cada sala. Bing! Se activa la alarma y descubres el fallo en el sistema, porque puedes entrar en otra sala donde acaba de comenzar otra película. Nadie se va a enterar si eres discreto. Termine colándose o no, ¿le asalta este pensamiento a un noruego, por ejemplo?

Y también recuerdo el boom de una de las máquinas de vending en el edificio donde trabajaba hace tres años. Alguien descubrió que al cargar la tarjeta, si no la retirabas, la máquina entraba en una especie de bucle y seguía añadiendo dinero a tu tarjeta monedero sin necesidad de volver a insertar monedas, hasta un tope de 6€. Os podéis imaginar el éxito que de pronto empezó a suscitar la mencionada maquinita de cafés. Los reponedores del resto de máquinas de comestibles variados se hacían de cruces y andaban investigando sin poder averiguar dónde estaba el pufo, pues desaparecía la mercancía pero las pocas monedas que contenían los cajones de cada máquina, no cuadraban con lo “vendido”. También es cierto que, una cosa era realizar una recarga extra de la tarjeta, por aquello de compensar todos los cafés erróneos que te dio, los donuts pasados de fecha o cualquier caso en que tu dinero se fue al garete, y otra muy distinta era sacar todo lo posible de las máquinas e irse a casa con la “compra” de las bebidas, zumos y demás productos hecha, y encima gratis. Hubo gente que se pasó tres pueblos y salía diariamente con bolsas repletas, hasta el punto de que si tenías hambre por la tarde, no había modo de encontrar nada que llevarse a la boca. La “promoción” duró un par de semanas, hasta que por fin, alguien, con un punto ético y honrado o con suficientes remordimientos, dio el aviso y señaló el fallo de la máquina y todo volvió a la normalidad. ¿Habría realizado esta recarga “mágica” un japonés?

He visto este tipo de actitudes toda mi vida. No sé si sólo se da en los latinos, como si tuviéramos un gen de Lazarillo de Tormes y usáramos ese ingenio y picardía de modo natural, o si también el resto de los europeos y gentes de otros países y continentes actúan igual. ¿Tú qué opinas? ¿A qué se debe esa antena especial detectora de "picardías"?

jueves, 11 de agosto de 2011

Just Feel It & Live It

—¿Me da un amor de fin de semana? —pidió un chico.

—Yo quiero uno para el verano, por favor —clamó ilusionada una señora.

—No se me arremolinen, tengan paciencia que hay para todos. Por favor, un poco de orden, he de atenderles uno por uno —se alzó con calma la voz del anciano al otro lado del mostrador—. No sé yo por qué deseché eso del turnomatic.

Entre las peticiones al dependiente y las conversaciones cruzadas, la algarabía era enorme.
 
—¿Le quedan frascos de un año? —preguntaba un trajeado caballero.

—Uno de una noche para mí —gritó otra mujer al fondo.

—Yo..., yo quiero amor eterno —dijo una dulce voz desde el fondo de la tienda.

Todas las personas que abarrotaban la estancia callaron de repente y cada una de las cabezas se volvió hacia la joven que, desde la puerta, agitaba aún su mano levantada y se empinaba de puntillas para hacerse ver. La luz brillaba en sus ojos soñadores que parecían flotar sobre un mar de pecas, y su boca seguía entreabierta, expectante por escuchar una respuesta afirmativa.

—¿Amor eterno? —dijeron varios a coro, y las carcajadas llenaron la tienda, rebotando en las paredes y multiplicándose en ecos, como si alguien le hubiera aplicado algún extraño efecto de reverb a una, ya de por sí, confusa pista de audio.

La extraña petición provenía de una chica muy joven. Debía rondar los 19 años. Se había quedado petrificada en la puerta al sentir sobre ella vueltas todas las miradas. Bajó lentamente la mano cerrando la boca, como a cámara lenta, y una pátina de tristeza e incomprensión se adueñó de sus ojos.

El Sr. Kuπdo se aclaró la garganta y pidió un poco de silencio para terminar de sofocar las risas y comentarios. Se dirigió a la joven diciendo:

—Acércate, jovencita, y déjame que te cuente. Eres nueva en la aldea, ¿verdad?

—Sí —asintió en tono casi inaudible, mientras se aproximaba al mostrador por el pasillo que la gente abría ante ella a medida que avanzaba—. Llegué ayer. Me dijeron…, me dijeron que aquí encontraría…

—Amor eterno —completó el anciano—. Te engañaron, pequeña. El amor no tiene duración conocida de antemano, no tiene fecha de caducidad conocida, ni tiene garantías de eternidad o de éxito. Todas estas personas y sus familias llevan aquí toda la vida, y por ello ya saben qué encontrar en mi humilde tienda. Han cambiado los tiempos y mi familia se ha adaptado a ellos, pero el amor siempre ha sido así, por mucha poesía y novela romántica que indique lo contrario.

El Sr. Kuπdo se ajustó las gafas y, aclarándose la garganta, prosiguió:

—Deja que te explique. Me llamo Evol Kuπdo. Habrás oído hablar sin duda de mis antepasados. ¡Qué tiempos! Flechas doradas con plumas de paloma para el amor, o de plomo con plumas de búho para la indiferencia.

—¡C…up…ido! —exclamó Nayh llevándose la mano a la boca como para ocultar semejante idea.

—Veo que sabes de qué hablo, jovencita. Ese método daba mucho trabajo, como podrás imaginar, y había que adaptarse a los tiempos. En la actualidad, sólo se administra amor.  ¡Que no está el mundo para complicaciones extras de añadirle desdén e indiferencia a los que ya desarrolla el ser humano por sí solo! —dijo con vehemencia—. Ocurrió que, uno de mis antepasados, hace ya varios siglos, era entomólogo, y realizó experimentos y cruces muy complejos de mosquitos diversos, que le permitieron obtener lo que llamamos en la familia el culex amoris o mosquito del amor. Es resistente a las extremas temperaturas de glaciares y desiertos, a la humedad de las zonas tropicales y a la contaminación de las ciudades, con lo que está por todas partes. Su picadura inocula una pequeña cantidad de la esencia a cambio de un poco de sangre, y el efecto en los humanos es el desarrollo de un sentimiento de amor hacia el humano que tienen más cerca o que antes entra en su campo de visión tras la picadura.
En el fondo parece un tipo majo, ¿no?
Evol hizo una pausa para beber un poco de agua. Sentía la boca seca, pero le encantaba tener audiencia y disfrutaba contando la leyenda de los Kuπdo. Desde el momento en que empezó, todos los allí presentes le escuchaban boquiabiertos a pesar de que, salvo Nayh, conocían la historia, y ninguno había hecho ademán de salir de la tienda ni mostraba tener prisa, aunque apenas unos minutos antes el local era un guirigay de voces que pedían ser atendidas.

El anciano carraspeó y reanudó la historia:

—Querida niña, la fórmula es la misma que se usaba antaño, y los resultados no han variado. Esta pequeña tienda es la única en el mundo que distribuye gratuitamente la poción en minúsculos frasquitos con distintas dosis, y perdura aún hoy por tradición a través de los siglos, ya que es en esta aldea donde surgió el laboratorio que creó aquel mosquito del que te hablaba. Entenderás que había que hacer pruebas sobre la población. Los aldeanos de entonces se prestaron voluntarios para probar los efectos y ganaron con ello el derecho de suministro para siempre.

—Pero, Sr. Kuπdo, no lo entiendo. He escuchado cómo pedían amor para una noche, un fin de semana, un año… ¿por qué no va a ser posible más tiempo?, ¿por qué no para toda la vida?

El anciano sonrió ante la inocencia de Nayh y le dijo:

—Cupido era travieso y usaba las flechas de forma caprichosa, como caprichosa es la picadura de los mosquitos. John puede ser picado y enamorarse de Susan. Aunque ésta le corresponda, cualquiera de los dos puede ser picado por un nuevo mosquito que eche por tierra la aventura de la pareja, y ello puede ocurrir en cualquier momento. Los frasquitos que entrego tienen distintas dosis y concentración, de ahí las curiosas peticiones que escuchaste, lo cual no da garantía de que sea esa la duración del efecto como bien detalla la etiqueta impresa, pues mosquitos hay en todas partes y en concreto, en esta aldea, estas gentes usan además la esencia contenida en cada frasco para dejarla escapar ante la persona elegida, o a veces arbitrariamente, jugando a ser el culex amoris ellos mismos. Saben que no hay garantías, pero se aseguran de disfrutar de un poco de amor y lo viven intensamente, que es como debería ser vivido, sin lanzar la vista al mañana perdiendo el instante del hoy.

Nayh quedó muda ante la explicación y un tanto abatida. Había cruzado el país de punta a punta porque llegó a sus oídos el rumor acerca de la pequeña aldea. Había sufrido su primer revés y había roto con su novio al pillarle con otra. Se le partió el corazón, y pensó en hacerse con un frasquito de la mágica esencia y poder usarlo para recuperarlo. Ahora comprendía que no habría certeza.

Una mujer que se hallaba junto a ella le tomó del brazo y le dijo:
 
—Cielo, me parece leerte el pensamiento y, créeme, no es el fin del mundo. Anima esa cara. Antes de que te des cuenta te habrás vuelto a enamorar, y tal vez tengas más suerte la próxima vez, pero como dice Evol, no hay garantía alguna. De todas formas, —prosiguió—, no dijo que no exista el amor eterno, pues sí han existido parejas que se han amado toda la vida, sino que nunca tendrás la certeza de que será eterno. No persigas ese sueño porque si lo haces, dejarás pasar tu vida tontamente. Hazme caso, pídele un frasquito para una noche y sal al mundo. Vive una noche como si no hubiera un mañana. ¿Quién sabe? Tal vez te dure mucho tiempo.

Tras las palabras de la mujer, todos empezaron a animar a Nayh a que lo probara sin miedo. Ella se sintió tan el centro de atención y tan arropada que venció sus reservas iniciales, y apoyando los codos sobre el mostrador con decisión dijo:

—¡Está bien! Sr. Kuπdo, por favor, ¿puede darme un amor de una noche?

Mientras Evol le tendía el pequeño frasco, hubo aplausos espontáneos para la joven que decidía enfrentar y vivir la vida intensamente. Nayh sujetó el pequeño tesoro, dio las gracias a todos y caminó hacia la puerta extrañamente feliz. Se detuvo un instante en el umbral, aspiró ansiosa el fresco aire de la noche y dio un paso con decisión, o más bien con demasiada decisión. En su aturdimiento no reparó en el chico que caminaba apresurado por la acera, y el destino quiso que chocaran bruscamente. Ambos cayeron al suelo, provocando que el frasquito se rompiera y dejara escapar su esencia mágica. Se pusieron en pie, frente a frente.

—Lo siento muchísimo. Iba tan rápido que ni te vi —dijo él.

—No, fue culpa mía. Salí sin mirar, la verdad —se explicaba Nayh.

—Tuya o mía, ¡qué más da! El golpe me ha hecho olvidar adónde iba con tanta prisa, y la verdad, me alegro de haberme topado con esas pecas tan divertidas —y la sonrisa que asomaba en su cara era de auténtico placer—. No me suenas, esta aldea es pequeña y te aseguro que tus ojos son imposibles de olvidar. ¿Puedo quitarte el susto invitándote a tomar algo mientras me cuentas de dónde vienes?

—¡Claro que sí!, —dijo Nayh resuelta colgándose de su brazo—. ¡Tú diriges!