Me giré al escuchar sus pasos. Sabía que era ella. Llevaba esperándola ya un rato, pero cuando su imagen llenó mi campo de visión, no pude evitar abrir la boca como un idiota. Mi mandíbula se descolgó al contemplar el cambio tan radical que había sufrido. No daba crédito. Cerré la boca, mientras ella avanzaba hacia mí y yo buscaba en lo más recóndito de mi cerebro las palabras adecuadas. Me sorprendió verla tan demacrada, con profundas ojeras, vestida con ropas que caían sobre su cuerpo como si fuera una pobre escoba. La triste sonrisa que esbozó al mirarme, dejó entrever unos dientes estropeados, y no logró iluminar su rostro como siempre ocurría. ¡Cómo podía haber cambiado tanto en solo unos días! Estuvimos juntos toda la semana anterior, disfrutando de la escapada al desierto de Atacama. Ella adoraba aquel lugar. Era su lugar favorito y procuraba escapar allí cuando podía, para disfrutar de la belleza de la naturaleza en su lado menos obvio. Bañar su cuerpo en las aguas cálidas de las termas, reflejar el azul de sus ojos en las aguas de los lagos altiplánicos, saciarse con las increíbles vistas del Valle de la Luna, sentada al borde de la gran duna con los pies colgando, mientras el anciano volcán Licancabur coronaba el contorno andino, bañado por los cielos de color rosa al atardecer.
Sí, no hacía ni una semana que habíamos vuelto. Allí atrajo todas las miradas, su belleza jamás pasaba desapercibida. Su cuerpo, fibroso y voluptuoso, dotado de una elegancia innata, recorría la calle principal de San Pedro de Atacama como si fuera parte de un paisaje que le perteneciera. Sus ojos azul profundo competían con el lapislázuli que los artesanos engarzaban en pendientes, anillos y colgantes. Su boca, grande, de labios gruesos, hacía que uno se preguntara siempre por la definición de beso. La mujer que tenía ante mí no era ni la sombra de todo esto.
Volcán Licancabur visto desde el Valle de la Luna |
—Lía, cielo… ¿q.. qué te ha pasado?, apenas te reconozco —dije con un hilo de voz.
—Hola, Mark —hasta su voz parecía diferente, había abandonado la musicalidad que le era propia—. He venido a despedirme y a contarte quién soy en realidad.
Quedé casi mudo y en shock al oírlo.
—Sé que eres tú. Aun tristes y apagados, tus ojos te delatan, pero… mi amor, no entiendo nada —logré articular.
—Lo sé. Por eso vengo a explicarte.
Me cogió de la mano, me llevó hacia el ventanal y salimos al porche. Nos sentamos en el sofá de mimbre, con el mar ante nosotros. El calor de la tarde se sentía a pesar de la leve brisa.
Me miró dulcemente, pidiendo perdón y comprensión con la mirada, y empezó a hablar.
—Mi nombre real es Nauhirel y nací en un planeta muy lejano llamado Myrthan. Atacama me lo recuerda. Os vengo observando y cuidando en vuestra bola azul desde niña. Llegué aquí hace ya diez años. Se cumplen hoy, en realidad —empezó a contarme, con la vista anclada en el cielo, como si buscara en él su hogar—. La forma que ves… bueno, la que conociste… era temporal. Tenemos la habilidad de crear la forma que nos represente mientras dure nuestra estancia, pero ésta es finita, y no puede sobrepasar los diez años, momento en que la forma elegida se degrada y descompone, y nuestra… ¿cómo decirlo?... esencia creo que es la palabra adecuada, se separa de la forma y se diluye en el Universo, llegando de nuevo a Myrthan.
Hizo una pausa. Tenía la boca seca.
—Aquí he visto el odio, la guerra, la prepotencia, la locura, la intolerancia, la maldad en estado puro. Pero he aprendido mucho —prosiguió, acariciando mi mano—, especialmente gracias a ti. Me has enseñado cosas tan valiosas que no pueden ser mensuradas, como la amistad, el compromiso, la fe, el arte, la pasión, la gratitud, el amor… Todas ellas desconocidas para mí cuando vine. De todo he sacado una enseñanza que llevarme a mi mundo. Esa era mi misión y ya acaba. Pero, —dijo abrazándome—, no llores, amor… No me hagas irme triste.
—¿Cómo quieres que esté? Descubrir de pronto esta dolorosa verdad que te alejará de mí…
—Lo entiendo, pero no podía revelarlo hasta el final. Necesito irme en paz. Te quiero.
Puso un dedo en mis labios para silenciar lo que mis lágrimas ya decían. Se levantó y echó a andar hacia el mar, a disolverse en el agua.
Cerré los ojos, incapaz de seguir mirando.
Nota: Post escrito para la Escena 9 propuesta por Literautas, que debía ser narrada en primera persona, y debía empezar con la frase "Me giré al escuchar sus pasos" y finalizar con "Cerré los ojos, incapaz de seguir mirando". En la historia aparece Nauhirel, quien hizo su aparición en un post doble que escribí el año pasado, y que os invito a curiosear desde aquí. Como siempre, si queréis pasar un rato agradable leyendo la variedad de historias a las que da pie la escena propuesta, os invito a hacerlo pinchando aquí.
Nota: Post escrito para la Escena 9 propuesta por Literautas, que debía ser narrada en primera persona, y debía empezar con la frase "Me giré al escuchar sus pasos" y finalizar con "Cerré los ojos, incapaz de seguir mirando". En la historia aparece Nauhirel, quien hizo su aparición en un post doble que escribí el año pasado, y que os invito a curiosear desde aquí. Como siempre, si queréis pasar un rato agradable leyendo la variedad de historias a las que da pie la escena propuesta, os invito a hacerlo pinchando aquí.