La tierra está fresca y el césped aún no cubre la tumba. La lápida reza: Arthur McFlynn (May 5th 1921 – Apr 16th 2013), "Travel at least once, before your last trip".
Mike llegó con tiempo, para visitar la tumba a solas antes de encaminarse a la gran mansión, donde acudirán el resto de familiares convocados por el notario. Le parece estar viendo al entrañable viejo, con gesto serio cuando le reprendía por algo para, acto seguido, sonreírle con sus ojos de agua y proponerle un juego, un acertijo, una aventura. Le adoraba. Se lamenta de no haber llegado a tiempo para despedirse.
Pone rumbo a la casa e imagina a todos falsamente contritos. No era un secreto que su abuelo se llevaba mal con sus hijos, ya fallecidos, cuyo encono hacia él heredaron sus primos: Elsie y Raymond, por parte del amargado tío Milton, y Rachel, por parte del apocado tío George. Terry, su madre, era la única que realmente había querido a su padre. Fue la niña de sus ojos hasta su temprana muerte, poco después de nacer Mike. Su padre, Charles, quedó destrozado, pero rehizo su vida, y contrajo matrimonio con una dulce australiana. El pequeño Mike necesitaba una madre, aunque ello les trasladó a la otra parte del globo. Arthur echaba de menos a su nieto favorito, a quien antes veía cada semana. Mike conquistó su corazón aquel día que gateaba por la alfombra de la biblioteca, directo a los pies de su abuelo, quien leía enfrascado en un libro sobre Asia. El pequeño, tambaleante, se puso en pie, y agarrándose a las rodillas de Arthur, llevó su manita a la página y señaló la foto de la Gran Muralla China, dando golpecitos, mirándole con sus grandes ojos y dedicándole una sonrisa grandiosa. Arthur convenció a Charles para que dejara con él al pequeño durante dos meses cada verano, y ello creó un vínculo especial entre ambos.
Mike, caminando por el sendero de gravilla, recuerda vívidamente las largas tardes con él en la gran biblioteca, repleta de libros hasta el techo. Disfrutaban de la lectura y perdían la noción del tiempo. Mrs. Sanders, el ama de llaves, no se intimidaba ante el ceño fruncido de Mr. McFlynn y, con mirada reprobadora, les hacía apartar los libros y sentarse a tomar el té y deliciosos pastelillos. Mientras merendaban, charlaban acerca de temas de lo más diverso. Habían hablado infinitas veces de que, algún día, irían juntos a la Gran Muralla.
—Ya no será posible —piensa Mike— pero iré. El año que viene, tal vez.
La dulce Mrs. Sanders lo recibe con un abrazo y le conduce a la biblioteca. El resto aguarda allí, ansioso por descubrir qué les depara la última voluntad del anciano. Pronto salen de dudas. El testamento es breve, y adjudica a cada nieto la suma de veinte mil libras, y a Mike, un libro, aquél que leía su abuelo sobre Asia. El resto lo lega a instituciones benéficas, sin olvidar a Mrs. Sanders y a Edward, su mayordomo, a quienes otorga unas casas en la villa, ante la indignación de los tres primos, quienes hablan de impugnar el testamento. Mike, sin embargo, se siente feliz.
—No entiendo cómo puedes sonreír —le dice Raymond—. Es un simple libro.
Mike le mira enarcando una ceja, sonriendo de nuevo, mientras piensa para sí: "Los libros me han permitido viajar a destinos exóticos y lejanos, a parajes desiertos o inaccesibles, a la Edad Media o al incierto futuro, me han permitido ver de qué está hecha la Tierra por dentro, descubrir qué hay fuera de la Vía Láctea, conocer otras razas y culturas, especies fantásticas y acaso de fábula, me han hecho saber qué se siente siendo pobre, rico, estando enfermo o siendo un superhéroe, me han hecho retreparme en el sillón de puro miedo, reír a carcajadas, llorar de pena o dejar que mi fibra sensible estalle de emoción por una maravillosa historia. ¿Y aún me pregunta por qué sonrío? Es un regalo maravilloso, y me permitirá recordar al abuelo siempre".
Sus primos se marchan despotricando, demasiado enfadados para seguir allí. Mike se queda, y acompaña a Mrs. Sanders y Edward a la cocina, a tomar un té.
—¿No mira el libro, Mr. Bolton?
—Ya lo conozco, Edward —dice Mike abriéndolo.
Al hacerlo, un sobre resbala. Mike saca algo de su interior. Es el título de propiedad de la mansión, a su nombre. Reconoce la pulcra caligrafía de su abuelo al leer:
“Mis libros son tuyos. Este es su hogar… y el tuyo.
Te quiere,
Tu abuelo Arthur”.