Disfruta
del parque a esa hora de la tarde. Las madres que pasean a los bebés y dejan
corretear por el césped a sus pequeños, ya empiezan a retirarse. Toca la tanda
de baños y cenas, supone Nela. Los ancianos abandonan también los bancos junto
al lago, caminando despacio hacia la salida entre el revoloteo de las palomas.
Es buena hora para los patinadores, los que pedalean en sus bicis o los que,
como ella, van a correr. A veces se cruza algún perro tras algo que le
lanzó su dueño. Se ve también a algún trajeado que, zapatos y chaqueta en mano,
afloja la corbata y camina descalzo sobre el césped o se sienta a leer en
algún banco. Los más retirados se llenan de parejas que intercambian arrumacos
y se buscan las bocas. Nela les mira con envidia mientras completa su
tercera vuelta. Hace semanas que no queda con Álvaro. Tal vez le
llame luego por si le apetece ir al cine. Piensa en las distintas opciones
mientras corre, observando todo a su alrededor y escuchando la música de
su iPod. Héctor, el chico que hace de estatua viviente junto al lago, ya
está empezando a recoger. Lo ve a diario, e intercambian un saludo con la
mano. Dirige sus zancadas hacia su banco de descanso. Suele estar vacío, y allí
acostumbra a reponer líquidos, darse un respiro y estirar un poco.
Mientras
bebe con avidez, ve un periódico doblado en la papelera. Es de ayer,
pero le servirá para echar un vistazo a la cartelera. Al cogerlo, resbala
un sobre de su interior. Lo recoge, curiosa, y levanta la solapa. Está lleno de
billetes. Nerviosa, mira a derecha e izquierda y, sin sacarlos, pasa su
pulgar por el lateral, comprobando que todos son de 500 euros. "¡Debe
haber unos cien mil!", piensa. Sin dudarlo un instante, cierra
el sobre, lo desliza bajo sus mallas bien pegado a su vientre, y anuda a
su cintura la sudadera para sujetar bien el sobre. No puede quedarse ahí ni un segundo
más y se pone en marcha para alejarse.
Park bench |
Corre con ganas. Su mente alberga ideas agitadas. “He visto demasiadas películas pero, ¿qué diablos hacía ese dinero ahí? ¿De quién es?". Solo le vienen a la mente respuestas peligrosas y ahora se lamenta de haberlo cogido. "¿Y si me han visto?". Sabe que en esa zona del parque no hay cámaras, tan solo en las entradas, pero no está segura de si alguien la vio. Corre intranquila. Tras ella viene alguien y gana terreno. Siente acercarse los pasos. Cuando la alcanzan cierra fuertemente los ojos, pero los abre al notar que la sobrepasan y ve que era solo un corredor más.
Cualquiera cerca de ella le parece amenazador y sospechoso. Un chico encapuchado se dirige hacia ella patinando. Se prepara por si viene directo a derribarla y quitarle el sobre, pero pasa también de largo. Se está poniendo muy nerviosa y por el esfuerzo de la carrera, le resulta difícil respirar. Se detiene de golpe. Se lleva las manos a las rodillas mientras boquea para recuperar el aliento. No quita ojo al camino ni a las parejas que charlan en los bancos. Esa zona está más poblada y ve amenazas por todas partes. Está paranoica y su corazón late desbocado. De pronto escucha ruido de sirenas. Se oyen cada vez más cerca. Están en el parque. Se incorpora y se gira, percibiendo las luces de coches de policía y ambulancias cerca del lago. La gente se encamina hacia allí para saber más. Nela debería salir ya, pero algo le impulsa a seguir al resto. Presiente que, lo que haya ocurrido, tiene relación con el tesoro que esconde bajo sus mallas.
Los curiosos rodean la escena. Ella se acerca también, y ahoga un grito en su garganta llevándose la mano a la boca al contemplar a Héctor tendido en el suelo. La sangre se extiende desde su estómago tiñendo de rojo el color bronce de su disfraz, mientras el médico de la ambulancia intenta detener la hemorragia. La policía ha encontrado droga en una de las mochilas de Héctor. A Nela le flaquean las piernas, su mente parece estallar. Ni entiende, ni quiere entender, pero le asalta la idea de que el agresor tal vez está ahí, observando. “Normalidad”, piensa, “actúa con normalidad, y vete”. Se une a los que emprenden la retirada y, aparentando tranquilidad, camina hacia la salida del parque, sintiendo una mezcla de vulnerabilidad, éxito, miedo y… un amargo sabor de culpa en la boca.
Nota: Post escrito para la Escena 16 "Móntame una escena: el parque y el periódico" propuesta por Literautas.