Esta es de esas anécdotas que no sabes si contar, porque te sientes como boba, y hasta sin el como, pero ya que me he puesto a ello sigo, que no soy yo de enseñar el caramelo y guardarlo en el bolsillo de nuevo.
Trabajo de momento en una oficina, retirada del hotel donde me alojo mientras estoy aquí en Boston, pero esa tarde tenía una reunión en el edificio noble, que casualmente queda justo al lado. Mi jefe me había pedido que le informara tan pronto acabara. Así que, no más pisé la calle para caminar hacia el hotel, le llamé por teléfono. Le pillé ocupado y no me cogió la llamada. Subí a mi habitación, me puse ropa cómoda y abrí de nuevo el portátil para seguir conectada trabajando desde allí. Al poco me devolvió la llamada. Me levanté a por el móvil, que había dejado a la entrada, cerca del bolso. Contesté, y me puse a contarle, caminando de acá para allá por la habitación. Recuerdo que me vi caminando y pensé “Voy a hacer un surco en la moqueta. Mejor me siento”. Ni corta ni perezosa me dirigí al sitio más confortable: la cama. Esa pedazo cama king-size que me acoge cada noche y me envuelve tan bien. Me senté. Pero del estar sentada pasé al estar tumbada, y tan grande es la cama y tan boba yo, que seguía hablando con él desgranando los pormenores de la reunión, cuando empecé a rodar por la cama, cual croqueta. Blablabla vuelta a la derecha, blablabla vuelta a la izquierda, blablabla... Y el largo de la cama, en la que yo estaba atravesada, pensé que me daba para rodar una vuelta completa. Creo que mientras seguía mi cháchara, sin parar de hablar, me reté a mí misma dándome más impulso en el rodar, pero…., calculé mal… Fatal, diría yo, o incluso ni calculé, pues todo ocurrió muy rápido. Tanto rodar y rodar me llevó al borde sin darme cuenta y del blablabla que escuchaba mi jefe pasó a oír un alarido “Aaaaughhhhhh Wooooouuuhhh”, acompañado de un “¡Booomm!” y seguido de una cascada de carcajadas.
Trabajo de momento en una oficina, retirada del hotel donde me alojo mientras estoy aquí en Boston, pero esa tarde tenía una reunión en el edificio noble, que casualmente queda justo al lado. Mi jefe me había pedido que le informara tan pronto acabara. Así que, no más pisé la calle para caminar hacia el hotel, le llamé por teléfono. Le pillé ocupado y no me cogió la llamada. Subí a mi habitación, me puse ropa cómoda y abrí de nuevo el portátil para seguir conectada trabajando desde allí. Al poco me devolvió la llamada. Me levanté a por el móvil, que había dejado a la entrada, cerca del bolso. Contesté, y me puse a contarle, caminando de acá para allá por la habitación. Recuerdo que me vi caminando y pensé “Voy a hacer un surco en la moqueta. Mejor me siento”. Ni corta ni perezosa me dirigí al sitio más confortable: la cama. Esa pedazo cama king-size que me acoge cada noche y me envuelve tan bien. Me senté. Pero del estar sentada pasé al estar tumbada, y tan grande es la cama y tan boba yo, que seguía hablando con él desgranando los pormenores de la reunión, cuando empecé a rodar por la cama, cual croqueta. Blablabla vuelta a la derecha, blablabla vuelta a la izquierda, blablabla... Y el largo de la cama, en la que yo estaba atravesada, pensé que me daba para rodar una vuelta completa. Creo que mientras seguía mi cháchara, sin parar de hablar, me reté a mí misma dándome más impulso en el rodar, pero…., calculé mal… Fatal, diría yo, o incluso ni calculé, pues todo ocurrió muy rápido. Tanto rodar y rodar me llevó al borde sin darme cuenta y del blablabla que escuchaba mi jefe pasó a oír un alarido “Aaaaughhhhhh Wooooouuuhhh”, acompañado de un “¡Booomm!” y seguido de una cascada de carcajadas.
Allí estaba yo, sentada en el suelo, con el móvil a un metro o más, riendo como una posesa y llevándome la mano a la cadera derecha, que fue la que recibió el golpe. Recuperé el teléfono riendo aún, y al otro lado imaginaba a mi jefe con los ojos muy abiertos y cara de interrogante, y él me decía:
—¿Qué ha pasado? ¿estás bien? ¿quieres llamarme en unos minutos?
—¿Qué ha pasado? ¿estás bien? ¿quieres llamarme en unos minutos?
Creo que hasta debió pensar que yo estaba allí con alguien, jugueteando en la cama, tal era la juerga que yo tenía encima de pronto, y es que me parecía tan tan tan absurda la caída que no sabía si era mejor pasar de ello o intentar explicarlo.
En fin, doy fe de que el moradito existe en mi cadera derecha, y mis compañeros prometen asegurarse de que estoy bien sentadita y lejos de una cama cuando hablen conmigo, que no quieren verme accidentada al día siguiente :-)
jajajajajaja vaya ostiaca te metiste, me lo estaba imaginando según iba leyendo y he llegado a la conclusión de que no se te puede dejar sola con una cama.
ResponderEliminarunbesito!!
Menos mal que, aunque la cama es alta, no lo es tanto, y quieras que no, la moqueta frena. Pero lo más ridículo de a situación para mí es que hablaba con mi jefe, - al que conozco hace siglos -, y bien seriecita aunque no lo parezca, hasta que el rodar me hizo la jugada :-)
ResponderEliminarBesos de vuelta para ti!!!
XDDD menudo peligro, la cara del jefe tendría que ser un poema jajajaja
ResponderEliminarDesde luego si hubiera habido cámara oculta, su cara seguro que fue lo mejor :-)
ResponderEliminar