martes, 28 de junio de 2011

Still Dreaming?

Se despereza y estira su cuerpo, delgado, pero voluptuoso y de suaves curvas… Parece una gata mimosa, y entreabre apenas sus ojos de felina para verificar lo que ya constatan sus manos al tantear el otro lado de la cama y no palpar cuerpo alguno: está sola. Está a punto de amanecer y, con mirada somnolienta, logra enfocar la vista en las cifras azules del despertador. Son las 6:33 am. Sonríe volviendo a estirarse para acurrucarse de nuevo e intentar conciliar el sueño por una hora más, o al menos, acunada por los trinos mañaneros de los gorriones que saludan desde la calle, para dejar vagar su mente en ese duermevela especial en que parte de la mente sigue anclada en el mundo onírico. Soñaba… ¿qué era?... rebusca en su memoria las imágenes que poblaban su cerebro hace solo unos minutos. Es de noche… el fuego ilumina la playa… Está borroso, y mientras su mente pugna por agarrar las huidizas escenas que le llegan a retazos, su cuerpo parece recordar, y se nota excitada... Un baile… ¡no!... es más una danza… ¿tambores?... Le asaltan pensamientos diversos, pero no da con el origen de esa sensación. Su cuerpo se mueve frenético siguiendo un ritmo salvaje…


Disfruta sintiendo sobre su piel casi desnuda una suave brisa, que mueve las cortinas y las páginas del libro abierto sobre la mesilla. Intenta prenderla a su cuerpo para que la acompañe el resto del día, cuando el calor aplastante le impida respirar y perle de sudor su piel. Sus manos tocan otros cuerpos, y diversas manos tocan el suyo… Su mano izquierda reposa en la marcada curva de su cintura, y juguetona, recorre sus alrededores. Sacia su sed con otras bocas… Cimbreante, aún sin recordar del todo, pero impulsada y espoleada por las señales que emana su cuerpo, se revuelve en la cama y se acaricia. Su cuerpo se abandona al éxtasis y al placer que otros cuerpos le producen… Hace deslizar su culotte y disfruta de la desnudez besada por la brisa. Su mano izquierda juega con sus pezones duros, y la derecha recorre la distancia que la separa de su sexo, expectante y hambriento de caricias...

Sweet About Me, ♫ Nothing Sweet About Me, ♪ Yeah! ♫
Sweet About Me, ♫ Nothing Sweet About Me, ♪ Yeah! ♫

Damn! Aunque es mejor despertar con la suave voz de Gabriella Cilmi en lugar del odioso pitido del despertador, Carlota cree morir y lo apaga de inmediato, alargando el brazo de mala gana. Está tentada de seguir ejecutando su particular y dulce despertar. Se queda quieta y duda, remisa a levantarse de la cama… “En fin”, se dice a sí misma, “¡otra vez será!”, y dejando atrás las ganas marcha camino de la ducha.

Se le ha pegado la melodía, y tararea el Sweet About Me mientras el agua resbala por su cuerpo, apagando todo rastro del fuego que lo consumía hace un momento.

♪ If There’s Lessons To Be Learned, ♫ I’d Rather Get My Jamming Words In First Oh ♪ 
♫ Tell Ya Something That I’ve F…

Se queda paralizada y la canción congelada en su boca… “¡Oooooohhh, noooo!”, dice en voz alta, y empieza a reír a carcajadas. El agua cae en su boca y sale a borbotones mientras ella ríe y ríe... “¡Jajaja!... ¡No puedo creerlo! ¡Jajaja!... ¡¡¡Hoy es sábado!!!”…

domingo, 26 de junio de 2011

Short-Circuited Love (Part II)

…el inicio de la historia lo puedes leer aquí

Se quedaron callados muchos minutos. Aia sollozando quedamente, Will ocultando sentimientos encontrados que mantenían una fiera lucha en su interior.

—Es muy tarde, Aia, estoy exhausto y creo que, esta noche, hasta tú necesitas descansar.

Separó lentamente sus brazos del cuerpo que había estado acunando en silencio. Le tomó la cara con las dos manos y contempló el óvalo perfecto de su rostro, su boca generosa y bien dibujada, su nariz recta y pequeña y, finalmente se detuvo en sus ojos, sus increíbles ojos de color pomelo. Le dio un dulce beso en la mejilla, se levantó y echó a andar camino a su habitación.
Will estaba destrozado. Dividido entre el amor que sentía por Aia y el veneno de los celos que empezaba a poseerlo. ¡Kurt! Un androide creado por él se había convertido en el obstáculo de su pasión por ella. Podría destruirlo, regalarlo, enviarlo a Ryan con sus padres para que dispusieran de él a su antojo... Echó de menos que no hubiera puertas como las que cerraban las estancias en el siglo pasado. Habría dado un gran portazo al entrar en su habitación, cuya puerta se deslizo con un beep invitándole a pasar no bien lo hubo detectado. Dio varias zancadas ya dentro, furioso, y barrió de un manotazo los objetos que había en su escritorio. Se llevaba las manos a la cabeza, llenando el aire de gritos sordos y muecas de lamentos desgarradores. Sentía el corazón encogido en su pecho. Su cabeza era un torbellino. Se sirvió un vaso de teenkay porque era lo más fuerte que pudo encontrar en su poco usado minibar, y se lo bebió de un trago. Se tumbó en la cama para intentar tranquilizarse, y acaso porque a veces el cuerpo es sabio y toma sus propias decisiones por nuestro bien, cayó en un sueño profundo casi al instante.

Transcurrieron varias horas cuando volvió a abrir los ojos. Aún era de noche. Notaba la boca reseca y tenía la sensación de haber tenido pesadillas, pero su mente estaba al tanto de la realidad de las últimas horas. Necesitaba salir y despejarse. Resuelto, se levantó y duchó, y se dirigió sin vacilar a su mini-nave. Despegó y empezó a alejarse de la superficie de Suinoi. A esa hora, cuando aún no había amanecido, lo que tenía ante sus ojos era soberbio. Las lunas parecían jugar y hacerse guiños, las estrellas llenaban el cielo y Moom City dormía ajena a ello. Tenía que tomar una decisión. Detuvo la nave a una distancia prudencial, suspendida en el firmamento, y empezó a enunciar los hechos que tenía ante sí, como si de un problema matemático se tratara.

A. Él amaba a Aia.
B. Aia amaba a Kurt.
C. Kurt era incapaz de amar por su condición de androide.

Si él destruía a Kurt o lo enviaba lejos, Aia sufriría, y tal vez para remediarlo, él se vería obligado a desinstalar todas las nuevas funcionalidades y dejar que volviera a ser su antigua ginoide, en cuyo caso, no sería necesario echar a Kurt, a quien tenía en gran estima, y todo volvería a ser como antes.

Si Aia llegaba a intuir su amor por ella y en consecuencia entrever su sufrimiento al no verse correspondido, sufriría también, e incluso podría entrar en conflicto con la 1ª Ley de la Robótica: "Un robot no puede hacer daño a un ser humano o, por inacción, permitir que un ser humano sufra daño". Podría tener consecuencias imprevisibles para ella.

Si modificaba a Aia para anular su amor por Kurt y plantar en cambio la semilla de un amor hacia él, iría en contra del puro principio del amor, que debe ser libre, sin sometimiento, sin obligación. Él quería ser amado por cómo era y lo que era, no quería un amor prediseñado.

Si decidía humanizar a Kurt...
 

Ideas de toda índole surcaban su mente y ésta barajaba múltiples escenas en el cielo, usado como una pizarra imaginaria e infinita. Cuando tuvo la certeza de que había considerado todas las opciones, con sus pros y sus contras, tomó una decisión y respiró tranquilo notando cómo el peso que había sentido sobre él empezaba a diluirse. Puso de nuevo rumbo a casa.

Estacionó la nave y entró. Estaba tranquilo y se sentía liberado ahora que sabía qué hacer, aunque le quedaba mucho trabajo por delante. Por el momento, necesitaba hablar con Aia, y sentía cierto cosquilleo y nerviosismo anticipando la conversación en su cabeza. Encendió su tablet y en la pantalla, la luz verde parpadeante indicó la posición de Aia dentro de la casa. Supo que estaba en el acuario y fue directo hacia allí.

Estaba en una espaciosa sala en la tripa de la casa-nave, rodeada de enormes ventanales a todo lo ancho y largo. En el centro se ubicaba el imponente acuario de 10m de largo y 60.000 litros. Aia esta parada frente a él, muy quieta, con una mano sobre el cristal. Parecía hablar con los peces y no había advertido la presencia de Will. Se acercó despacio y se situó detrás de ella, abrazándola por detrás.

—¿Estás mejor, Aia?

—Will, ¿es siempre así de doloroso?

—Pequeña, el amor es maravilloso cuando es correspondido. Cuando no,... no te voy a mentir... duele, y mucho, pero no hay que tomarlo como un rechazo. Simplemente amas o no, te aman o no. Si a quien amas no te corresponde, has de aprender a comprender y aceptar que ese amor no era para ti. Pero no hay que buscar culpables, porque no es culpa de nadie, ni de ti, ni del otro. El amor, el de verdad, ha de ser libre, sincero y no pedir nada a cambio, y si odias al otro por no amarte o pretendes forzar que te amen, es que realmente no amas.

—Ya.

—Antes no podías amar ni sentir, Aia. Ahora, tal vez no exactamente como un humano, pero de alguna forma amas y sientes. Piénsalo bien antes de responder y dime: ¿quieres ser como eras o quieres seguir así?

—Ya lo tengo pensado, no he hecho otra cosa en las últimas horas. Desde anoche he analizado todo lo que he encontrado sobre el amor en mi banco de datos. Las grandes pasiones e historias de amor, con su parte deliciosa y su parte amarga... Y,... a pesar de este momento que estoy viviendo ahora, sé que prefiero ser así. Supongo que habré de aprender a redirigir mis sentimientos cuando no sean correspondidos.

—¡Genial! Me alegra oír eso, aunque eso que dices no es fácil. Tal vez para ti lo sea algo más, por cómo he diseñado tu software, pero para un humano resulta más difícil, mas no imposible. De todas formas...

Se detuvo. Lo había meditado suspendido entre las estrellas y era el momento de materializarlo en palabras. Desvió la vista momentáneamente hacia los peces del acuario, como para reunir fuerzas y alejar todo atisbo de duda en su decisión.


—¿Si? —dijo Aia.

—Pues, verás, le he dado muchas vueltas y llegué a una conclusión, que se ve reforzada por lo que acabas de decirme. No quiero que sufras, Aia —hablaba muy despacio, sopesando cada palabra—. Te quiero... mucho... —hizo una pausa, porque se le quebraba la voz—. Me parte el corazón verte triste, y me siento responsable de ello, pues fui yo quien te permitió sentir. Por ello, he de brindarte al menos una oportunidad de ser feliz.

—No me debes nada y no has de sentirte culpable. Aprenderé a superarlo. Te estoy infinitamente agradecida por haberme creado así, y si puedo...

—Shhhh —la interrumpió Will poniéndole un dedo en los labios—. Déjame acabar... He decidido... hacer la misma operación con Kurt y...

—Aahhh —exclamó Aia sin poder evitarlo al oír la noticia. Se le iluminaron los ojos, tristes hasta ese momento, y miraba a Will muy atenta, con los sensuales labios entreabiertos y conteniendo la respiración, ansiosa de escuchar más.


¡Estaba tan linda! Realmente estaba enamorada. Por muchas mediciones y complicados informes que analizara, Will no podía saber qué sentía exactamente Aia, y si era en algún modo comparable con lo que sentía él por ella. Habría deseado besar esos labios que él había dibujado, abrazarla y hacerle el amor toda la noche... Detuvo su línea de pensamiento de inmediato. De seguir por ahí tal vez cambiaría de idea y quería demasiado a Aia como para hacerle infeliz.

—Decía, señorita enamorada, que he decidido que Kurt pase por el mismo proceso. Realmente ya he estado trabajando en todo lo que necesito para la operación en un androide que, como comprenderás, en algunos aspectos es... ligeramente diferente a la tuya.

Pudo comprobar, orgulloso de su logro, cómo Aia se sonrojaba, y esta vez no podía deberse a unas luces reflejadas en su rostro.

—¡Jajaja! Eres adorable, Aia. ¡Te has sonrojado! —le dijo, y juraría que el color subió de nuevo unos tonos—. En fin, puedo empezar mañana mismo con los preparativos. Pero he de ser sincero contigo. No quiero que te hagas ilusiones, pues el que Kurt pase por lo mismo, no garantiza que se enamore de ti. Ahora no te rechaza, simplemente está incapacitado para amar. Después... ¿quién sabe? Puede que se enamore de ti o de otro. La verdad, no quiero ni pensar en las posibilidades. Imagina qué pasaría si se enamora de mí, jajaja... Y, Aia, además has de estar preparada por si...

Aia no le dejó acabar, pues se abrazó a él en un gesto lleno de amor. Lo rodeó con sus brazos, riendo como una niña. Lo apretaba acurrucada en su pecho, y cuando separó un poco su rostro y tuvo el de él frente a frente, le dio un beso en los labios. Sus bocas se unieron en perfecta sincronía, y el beso dulce y tierno al principio, dio paso a un juego de lenguas que exploraban la boca del otro y de labios que se reencontraban como si hubieran sido parte del mismo todo. Will se detuvo, separándola un poco.

—Aia... ¿qué est...?

Fue ella esta vez la que le puso un dedo en los labios y le dijo:

—Will... si como científico quieres investigar los resultados de esta operación en un androide, hazlo, y si quieres elegir a Kurt, perfecto,... pero no lo hagas por mí.

—No entiendo... Tú...

—Yo, doctorcito mío, ya tengo a mi hombre... —y sonriendo ante la cara de puzzle de él, añadió: —Will..., ese hombre… ¡eres tú! Estoy enamorada de ti. Creo que siempre lo he estado, pero antes de la operación no lo sabía. Desde que puedo sentir, ha sido como encontrar una nueva frecuencia dentro de mí, y vibra contigo, amor. Sé que te engañé, y lo siento, lamento muchísimo que hayas sufrido por unas horas, pero necesitaba saber que lo que tú sentías era amor, y sé que lo es, del bueno, del verdadero. Estabas dispuesto a perderme por verme feliz, aunque fuera con otro. Has descartado eliminar mis mejoras o forzar mi amor por ti, y hallaste una posibilidad de darme una opción con Kurt y, sobre todo, has intentado por todos los medios que no intuyera tu amor por mí, para no ponerme en peligro al chocar con las leyes de la Robótica… Ahora sé que estás enamorado... Para mí es evidente, todos mis sensores lo captan.

—Aia... —Will no sabía qué decir. Se sentía engañado, y al mismo tiempo feliz, pues ello daba la vuelta a todo. Eso sí que era una sorpresa, la mejor de las sorpresas.

—Hum... deduzco que ahora viene la parte en que me regañas... ¿Me equivoco? —dijo Aia abrazándose más a él.

—Pues sí, te equivocas, listilla. Lo he pasado muy mal, no lo puedo negar. Creí volverme loco. Y lo que no entiendo es en qué momento me he despistado y he incluido esas dotes de actriz en tu software, o tal vez son armas de ginoide, al más puro estilo de las armas de mujer. Ya hablaremos más despacio de todo ello, pero ahora… mentiría si dijera otra cosa. Sólo puedo pensar en llevarte a mi habitación y hacerte el amor como a una mujer de verdad.

Volvieron a unir sus labios y fundir sus bocas. Si hubieran estado atentos a los sensores de la sala, habrían observado un aumento claro de la temperatura, pero estaban muy ocupados descubriéndose el uno al otro. Will la llevó abrazada a su habitación, e hicieron el amor una y mil veces, adaptándose el uno al otro y dando rienda a la pasión contenida por tanto tiempo, descubriéndose por fin uno ante el otro sin máscaras.

Will, de lado y apoyado sobre un codo la contemplaba a su lado. Ella reposaba, con el largo cabello azabache diseminado por la almohada y los ojos entrecerrados como si durmiera, aunque ambos sabían que no lo necesitaba.

—¿Te he dicho que te quiero? —le dijo Will.

Ella abrió los ojos y se volvió hacia él, recibiendo como premio un beso.

—Varias veces en las últimas horas, mi amor —le dijo.

—¡Vaya! Creo que lo he mantenido encerrado dentro de mí tanto tiempo que me parecen pocas las veces que lo confiese y ahora me recreo en cada palabra cuando lo expreso abiertamente. Ha sido mi sueño desde que inicié los cambios sobre ti, pero sabía que no habría garantías. En el amor nunca las hay. Por ello estaba dispuesto a intervenir a Kurt. Y aun así supongo que lo haré, pero antes he de incluir nuevos cambios, y el principal, será el de permitir que se dispare un inhibidor del amor hacia alguien cuando se detecte que no eres correspondido. Si puedes evitar sufrimiento, ¿por qué no hacerlo?

—Creo que es una idea excelente, Will. Poder sentir la magia del amor, vivirlo, y sólo hacerlo desaparecer cuando no es mutuo... —Se quedó pensativa un momento—. Pero dime…, —prosiguió—, si yo hubiera amado a Kurt de verdad, ¿quién habría inhibido tu amor por mí para evitarte sufrir?

Nadie, Aia. Los humanos no somos tan fácilmente reprogramables. Habría tenido que aprender a vivir con ello. No habría dejado de quererte, pero el verte feliz con Kurt me haría feliz, y tal vez encontrara otras formas de ver mi amor correspondido, o de enamorarme de nuevo. Sólo te habría pedido una cosa…, y ahora tiene más sentido aún que lo haga.

—¿Qué es? —preguntó Aia curiosa.

—¿Te gustaría ser la primera ginoide en en dar a luz a un niño..., a nuestro hijo? Si mis investigaciones siguen por el camino que van, dentro de muy poco será posible.

—¡¡¡Síiiiiiiiiiiiiiiii!!! ¡Ahora entiendo todo! ¡De eso trataba tu presentación en el congreso! ¡Me ocultaste los motivos! —intentaba poner cara de enfadada, pero la idea le gustaba tanto que no le salía y resplandecía feliz.

—Al irse mis padres, no he podido ser el tío Will y malcriar al sobrino que tal vez tenga, y pasé la infancia con la nariz tan metida en libros, números y fórmulas que, aunque miraba por el rabillo del ojo a los otros niños, me perdí todos los juegos que ideaban y disfrutaban. Me muero de ganas de jugar a batallas galácticas, al lasertag, a luchas con robots, a echar carreras con mini-naves... —decía Will con la mirada brillante y perdida probablemente en otra época.

—En ese caso..., —le interrumpió mimosa, acercando su cuerpo desnudo y perfecto al de él hasta situarse encima, besando sus labios y susurrándole al oído—, creo que tenemos mucho trabajo por delante...

—Aia..., —replicó Will confundido aunque encantado con la propuesta—, no funciona así en este caso,... no te puedes quedar embarazada...

—Will..., tú me has enseñado que es posible todo lo que puedas imaginar... Y estamos juntos... Déjate llevar...
 

jueves, 23 de junio de 2011

First Aid Needed

Aunque era sábado, me levanté a las 7:30 am. Es una hora temprana para un día en que no te ves obligada a madrugar, pero, como venía haciendo desde hace meses, me había propuesto hacer ejercicio todos los sábados sin excusa y hasta ahora no había fallado ni uno solo, aunque me hubiera acostado tardísimo con alguna copa de más. Me di una ducha rápida para despejarme, me vestí rápido y tomé un desayuno ligero, pero para mí necesario, por aquello de cargar las pilas antes de hacer un esfuerzo físico. Agarré las llaves de casa, mi móvil y los cascos, y salí a la calle.

Siempre camino hasta el parque, a unos 3 Km. de mi casa, y así lo hice esta mañana. Voy a buen paso, escuchando música, y de tanto en tanto, recuerdo apretar los glúteos y abdomen mientras camino, aunque al poco se me olvida. Cuando llego al parque suelo cambiar el paso y me pongo a correr un rato, y eso que no soy de correr nada. Siempre he pensado que es mucho mejor ejercicio el caminar que el correr, más efectivo y menos cansado, pero decidí dar un poco de variación a mis mañanas deportivas. Trotaba en plena carrera, feliz y con la música a toda pastilla, y tan distraída iba que no vi a la fiera que se acercaba parque a través. Era un perro enoooorme. No me preguntéis la raza, porque de esas cosas no entiendo, pero de alguna de esas de bicharracos tremendos y con cara de malas pulgas, aunque si yo fuera pulga, no vivía en semejante huésped ni de coña marinera. Debía haber escapado de su dueño en pos de alguna cosa más interesante a lo que éste le ofreciera, y arrastraba tras de sí la correa, colgando sin humano alguno agarrado a ella. En mi trotar ajeno a estos eventos, el mastodonte se me cruzó por delante a medio metro, y mi zancada tropezó con la culebreante correa, haciéndome aterrizar de bruces en el camino, justo en la zona con más piedrecitas asesinas. Y se ve que no era mi día, porque para terminar de aderezar la ensalada de eventos, estrené un lindo charco que se había formado al borde de una zona con césped, procedente seguramente del sistema de riego. ¡Genial! Barro en cabeza, cara y parte delantera de la camiseta, los cascos haciendo gluglú en el charco, un rasguño en la rodilla derecha, que asomaba bajo el siete que le hice al pantalón de deporte y, para terminar, un bonito par de codos pelados y heridos por la caída. Y aún doy gracias porque mi instinto me hiciera frenar con los codos, que si no, la herida habría sido estampada directamente en la cara. Me levanté como pude, y empecé a comprobar si estaba entera. Al parecer sí, aunque al apartarme para sentarme un momento en la pradera, vi que cojeaba.


En ese momento en que tenía, un poco por encima de la cabeza, la típica nube de bocadillo de los cómics, en que salen rayos, truenos, centellas y bombas, se me acercó un chico con cara de preocupación:

—¿Estás bien? —me dijo—. Lo he visto desde lejos. Grité para advertirte, pero al parecer no lo escuchaste con los cascos puestos.

—Eeehhm… —¡Dios mío!, ¿quién es este buenorro y de dónde sale?—. Ssssí, gracias, más o menos… Un poco magullada y sucia, pero creo que viviré para contarlo. ¿Es tuya esa fiera?

—¿Goliath? ¡No!, ni loco tendría un bicho así. Se comería el sofá de mi apartamento si viviera en casa. Es de un amigo, que me ha pedido que se lo cuide esta semana porque está fuera. Y ya has visto, me trae loco, porque no me hace caso y escapa a correr a su antojo. A pesar de lo grande que lo ves es un cachorro, y sólo quiere jugar.

—Ya, ¡qué majo el perrito miope que casi me atropella! —dije con sorna pero de buen rollo.

—¡Jajaja! Por mi parte encantado de que se haya tropezado contigo, porque así tengo excusa para invitarte a un café o lo que quieras, es lo menos que puedo hacer, aunque antes he de recuperar a Goliath. Creo que sé dónde ha ido. Si estás por aquí vuelvo en cinco minutos y echo un vistazo a ese codo y a tu rodilla. Te está saliendo mucha sangre y he visto que cojeabas. Soy médico.

—Pues se me han quitado las ganas de hacer más deporte por hoy, pero me han entrado muchas de lavarme la cara un poco. Yo voy al bar de allí enfrente, a despotricar sobre los perros locos de este mundo. Si quieres, cuando recuperes a la bestia, nos vemos allí.

—Perfecto. Dame cinco minutos.

Me fui directa al bar como dije. Si el cuidador de perros buenorro venía, genial; si no, él se lo perdía. No tenía el cuerpo para tonterías en ese instante, y de verdad necesitaba lavarme la cara y las manos, y hasta meter la rodilla bajo el grifo del lavabo. Hecho eso, creo que una cervecita sería la justa y merecida recompensa. Entré al baño del bar como una flecha, y creo que el camarero a punto estuvo de decirme algo, pero me vio el careto lleno de barro y de gesto de pocos amigos y se abstuvo mucho de emitir sonido alguno. No me llevó más de un par de minutos adecentarme un poco. Me recogí el pelo en una coleta alta, lavé cara y manos, y las heridas de codos y rodilla. La verdad es que me dolía la pierna, y el codo derecho seguía sangrando. Me enrollé papel higiénico a modo de venda y salí con mucha mejor cara y hasta con una sonrisa. Pedí una cañita helada y dije que me la sacaran a la terraza, donde tomé asiento al sol, que de momento no era demasiado molesto.

Uno de los camareros me sacó la cerveza y un platito con aceitunas, lo cual me hizo brotar una sonrisa que le dediqué, feliz de la vida. Adoro que me pongan aceitunas. Sólo había dado un sorbo cuando vi venir al cuidador y al bicho. Parecía haber tomado las riendas de la situación, y no era arrastrado por Goliath. Cruzó la calle y en dos zancadas se pusieron en mi rincón.

—A ese déjalo retirado de mí, o no respondo. Y si lo atas, más vale que no sea ni a la mesa ni a la sombrilla, que como eche a correr, desmonta el chiringuito.

—Tranquila, no te preocupes, que ya no se escapa, ¿verdad, Goliath? —añadió mirando al perro, y volviéndose al camarero—. Otra caña, por favor.

La verdad es que parecía un chucho simpático, pero a mí eso de los lametones y las babazas como que me gusta poco, así que me quedé mucho más tranquila cuando lo ató al árbol que teníamos a un par de metros.

—Bueno, con todo el alboroto al final ni me presenté. Me llamo Mario. Perdona la escapada de Goliath. La verdad es que fue culpa mía. Lo solté un momento para atarme la zapatilla y pasó una tía en bici con su perro y escapó tras ellos.

—Sería una perra en celo, supongo... No me refiero a la chica de la bici, jajaja, digo el perro, o sea... la perra... En fin, ¡qué lío!... Encantada. Soy Eva —le dije levantándome un poco de la silla para darle dos besos.

Olía a recién duchado y afeitado. No identifiqué el aftershave si es que llevaba, pero daban ganas de quedarse ahí un ratito acurrucada, sintiendo su cálida piel y ese aroma tan… tan… Detuve esa línea de pensamiento y me retiré con pesar. No era cuestión de lanzarse al cuello de un desconocido cuyo perro, fuera realmente suyo o no, casi acaba de atropellarte.

—Déjame echar un vistazo a ese codo, anda —dijo tomando mi brazo y quitándole el artesanal vendaje—. ¡Hummm…! —añadió con mirada profesional y juntando los labios en un mohín mientras evaluaba la herida—. Vas a necesitar un par de puntos. La herida no es profunda, pero es larga y te va a quedar una fea cicatriz si no le ponemos al menos algo.

—¡Nah…! Me da una pereza terrible ir ahora a Urgencias por esa chorrada. Luciré la cicatriz con encanto y ¡listo!

—Tú verás, pero si te fías de un médico cuidador de perros en su tiempo libre, te lo puedo suturar yo mismo. Mi apartamento está justo a la vuelta de la manzana. ¿Qué me dices?

Debí poner la típica cara de “¿y si eres el estrangulador del parque?”, porque se apresuró a decir:

—Puedes fiarte de mí. Si quieres le diremos al conserje que avise a la policía si no te ve bajar de nuevo en, digamos, media hora. Te prometo que estarás a salvo y no correrás peligro.

—¡Jajajaja!, me has leído el pensamiento, pero me has convencido.

Nos tomamos las cañas e insistió en pagar la cuenta.

—Después de todo, —dijo—, debo compensarte por daños y perjuicios de algún modo.

Entramos al portal de su edificio y, tal como me indicó, se acercó al conserje y le dijo:

—Ángel, si esta señorita no sale por esta puerta sana y salva en una media hora, llama a la policía y alértales de que corre peligro en manos de un asesino en serie.
El conserje echó una carcajada por la ocurrencia, pero prometió hacerlo. Subimos en el ascensor hasta el octavo piso, y abrió la puerta de su casa. Era un espacioso dúplex, de orientación sur, en el que la claridad entraba a raudales. Llevó a Goliath a la enorme terraza, donde a pesar del par de arbolitos frutales, las plantas y la mesa y sillas de teka, quedaba espacio para que el perro estuviera a gusto.

—Señorita, prepárese a ser curada.

Me llevó al baño, que para no desentonar con el resto de lo que vi de la casa era grande también, y de un armarito sacó el típico kit de primeros auxilios, con Betadine, gasa, instrumentos de tortura sutura y puntos de papel. Me lavó el brazo bajo el chorro de agua fría, para eliminar los restos de arenilla y piedrecitas que hubieran quedado en la herida. Secó un poco la zona con papel, y empezó a centrarse en su labor. Mientras él hacía, yo seguía atenta a sus explicaciones y sus movimientos sentada en un taburete. Conversábamos acerca de varias cosas, y le observaba por el rabillo del ojo de tanto en tanto. No era un guapo al uso, de facciones perfectas. Sus rasgos eran duros, la nariz tiraba a grande y estaba un poco desviada, y los ojos no tenían especial encanto, pero cuando sonreía se paraba el mundo, porque su cara se transformaba. Esa sonrisa cautivaba. Era franca e invitadora, y enviaba fuerza a sus ojos, que de pronto cobraban vida y hacían que uno reparara en dos cejas perfectamente dibujadas.

Ya me había puesto tres puntos con destreza, había añadido puntos de papel y lo estaba cubriendo con una gasa y esparadrapo. Aunque había pulverizado algo de anestésico en la zona, dudaba mucho de que eso fuera lo que me estaba atontando, pero me sentía flotar. No sé si fue su olor varonil tan dulce, sus labios tan cerca, sus manos tocando esa zona tan delicada del brazo, su voz suave hablando… Le besé… Fue un impulso incontenible, pero mi boca buscó la suya y cubrió sus labios en plena frase. Me retiré despacio y le miré a los ojos, un poco sorprendidos. Sonrió, soltó mi brazo y llevó su mano a mi nuca, atrayéndome hacia sí para darme un beso, que se transformó en otro y otro y otro, besos que terminaron de descifrar la clave y abrir el cofre del placer y del deseo… La sirena de un coche policial rompió el silencio húmedo de las bocas y los jadeos que empezaban a surgir de ellas. No había pasado la media hora de rigor, ni Mario pensaba que Ángel fuera de verdad a llamar a la policía, pero se detuvo un instante, y sacó el móvil de su bolsillo sin dejar de acariciarme.

—Ángel, cambio de planes y nueva orden: si el que no sale por la puerta sano y salvo en las próximas 24 horas soy yo,... llama a las Fuerzas Armadas al completo...
 

martes, 21 de junio de 2011

Short-Circuited Love (Part I)

Corre el año 2032. Will es un eminente científico, experto en Robótica, dedicado en cuerpo y alma a los robots y androides, a quien él se refiere como humanians. Vive en el planeta Suinoi, en la populosa Moom City, en una casa aérea con forma de dirigible, donde tiene separados en perfecto equilibrio laboratorio y espacios personales.

Vive solo, o bueno, para ser exactos, no vive con ningún otro ser orgánico, salvo las plantas que adornan profusamente el jardín y los cientos de peces que nadan en el acuario gigante, pero está rodeado de robots, androides y ginoides de su propia creación. De algún modo constituyen su familia. Son todo lo que tiene, y pensar en prescindir de Aia o Kurt, sus favoritos, es inconcebible. Sólo abandona su hogar cuando ha de dar una conferencia y es requisito que no sea por holograma, sino en persona. El resto del tiempo trabaja en el laboratorio, ejercita sus músculos corriendo por el jardín cubierto que rodea el perímetro de la casa-nave y nadando en la piscina de la planta superior, o descansa en cualquiera de las modernísimas dependencias que conforman su casa. Es un hombre que ninguna mujer dudaría en calificar de atractivo: piel color miel, ojos azul oscuro de una franqueza infinita, labios gruesos, nariz recta, alto y de cuerpo atlético. Podría haberse dedicado al cine o al deporte, pero su cerebro privilegiado se vio cautivado por las Matemáticas a la tierna edad de 4 años. Mientras otros niños jugaban a pilotar mini-naves y a la guerra con los robots, él llenaba sus tablets de números y figuras geométricas, y a la tierna edad de 6 años construyó su primer robot siguiendo un complicado tutorial que muchos adultos no aspirarían a comprender. A los 14 años decidió constituirse como Moomita independiente, cuando sus padres decidieron formar parte del proyecto que colonizaría el planeta Ryan, situado a 5 parsecs del planeta Suinoi. Sabía que no volvería a verles en carne y hueso, pero su amor por la ciudad que le había visto nacer unido a los proyectos que ya tenía en marcha, fueron determinantes.

Ahora, a sus 43 años, es un científico reconocido. Sólo se siente fracasado en el terreno personal, pues las relaciones que tuvo habían sido demasiado esporádicas, y no habían llegado a nada serio. Las mujeres que pasaron por su vida desistieron de luchar contra los androides para lograr que él les dedicara más tiempo a ellas. Tal vez por ello se había ido volcando más y más en Aia. Era su vida. La más perfecta ginoide jamás concebida. Era impresionante. Bella, inteligente, diligente, divertida… Conversaba con ella durante horas acerca de infinidad de temas. Había invertido mucho tiempo en humanizar a sus creaciones, y sus bases de datos, patrones de respuesta y software se retroalimentaban de tal manera de las experiencias humanas, que podía decirse que tenían sentimientos y sentido del humor. No era tal aún, pero Will estaba perfeccionando sus diseños para dotar a sus criaturas de algo parecido a los cinco sentidos. Era de la opinión de que con ello, podrían de algún modo sentir y amar. Necesitaba que así fuera. Era una locura, pero al final había claudicado y su cerebro había empezado a aceptar que estaba enamorado de Aia, y el lograr que ella tuviera un 'corazón' en el que poder penetrar le quitaba el sueño. Podría haber mantenido relaciones con ella, como hacía con otras ginoides, y habría sido placentero físicamente, pero necesitaba hacerle el amor de verdad, como a una mujer, sentir los jadeos de ella al oído e incluso notar su aliento. Era un proyecto muy ambicioso, sí, pero estaba preparado para acometerlo. Todo estaba listo para una primera prueba en que debería someter a su pequeña a una delicada intervención. Le había explicado a Aia con todo lujo de detalles en qué consistiría el cambio, ocultando los motivos que le llevaban a hacerlo, y ella había mostrado entusiasmo ginoideo lanzando un par de grititos y brincos.

Debía desconectarla, hurgar en su cerebro positrónico, en sus circuitos, relés, cables, chips y sensores, añadir nuevas piezas de software, pero también de hardware y elementos que ayudaran a humanizarla lo máximo posible, ya que pretendía que fuera capaz de saborear, de tener fibras nerviosas que enviaran estímulos al cerebro, de estallar de risa, llorar y hasta de soplar una vela. Eran muchos los cambios. Lo bueno es que no había peligro para la 'vida' de Aia. No requería un quirófano al uso, ni enfermeras prestas a darle el bisturí o secar el sudor de su frente. Estaba en la sala de Producción, él solo, con Aia sobre un soporte giratorio que la mantenía sujeta y permitía a Will acceder con facilidad a las diferentes secciones y puertas de entrada según requiriera. La música clásica llenaba la estancia. "¡Aaahhh", —pensaba Will concentrado en su tarea—, "los humanos ya no sabían componer piezas como aquélla".

La operación se alargó casi siete horas. Era muy tarde. Las dos lunas de Suinoi, ahora alineadas, eran testigos estelares del evento. Will estaba exhausto, pero al mismo tiempo, ansioso por revivir a Aia y empezar a observarla muy de cerca para captar cualquier leve cambio. Hizo repaso mental de que no olvidaba nada y de que todo estaba perfectamente calibrado, y se dispuso a conectar. Respiró hondo y activó a Aia. Click! En milésimas de segundo los increíbles ojos de la ginoide se abrieron.

—Hola, amo Will. La ginoide Aia, modelo X238832, se presenta para servirle y hacer su vida más amena, fácil y confortable —dijo Aia con voz metálica.

Will se atragantó a pesar de no tener más que saliva en la boca. Llevaba más de 24 horas sin comer nada.

—¡Aia! ¿Estás bien? ¿Qué dices? ¿Por qué hablas así? ¡Yo no te he inculcado ese patrón de respuesta!... Ni ningún saludo convencional. ¡Es arcaico! —decía Will inclinado sobre ella, tomándole la mano.

Y casi parecía a punto de llevar su barbilla hasta su frente para tomarle la temperatura, cuando ella irrumpió en carcajadas.

—¡Jajajaja! ¡Picaste, doctorcito! —replicó Aia—. Lo tienes merecido por tenerme desconectada 6 horas, 53 minutos y 37 segundos.

—Aia..., ¡serás...! —dijo ya más tranquilo, sonriendo y mirándola con un amor infinito y casi flotando de placer, pues esa reacción era totalmente inesperada y constituía el primer indicio de cambio—. Va a ser un éxito, ya lo verás.

Ayudó a Aia a liberarse del soporte giratorio y continuó:

—Y ahora, si me acompañas a la cocina, te cuento todos los 'nuevos poderes' que llevas incorporados mientras atraco la nevera, que no he probado bocado desde ayer.
 

Juntos se dirigieron a la cocina, donde aún permaneció despierto más de hora y media, charlando animadamente con Aia y calmando un poco el hambre con las delicias preparadas por Ranhya, quien hacía arte frente a los fogones creando diversidades culinarias originarias de cualquier rincón de Suinoi.

Los días siguientes Will inició el 'post-operatorio' con Aia. No había ni rehabilitación, ni reposo, ni dieta especial, tan sólo observación y volcado de datos de Aia al gran ordenador, Ysak, que procesaría toda la información y escupiría todo tipo de informes y gráficos finales para Will, quien sabría de cada nueva respuesta a estímulos, de cada nuevo logro, y podría ir calibrando cada pieza. Aia debía elaborar la presentación que Will usaría dentro de tres semanas en su próxima conferencia, presencial esta vez. Debería viajar a Xion, en las antípodas de Suinoi, y asistir al XXXIII Congreso Científico que duraría una semana. Iba a presentar al comité científico sus investigaciones para permitir que las ginoides pudieran albergar embriones humanos y llevar a cabo la gestación completa hasta el momento del parto. Era la solución a la baja natalidad, pues las mujeres preferían no hacer pasar a su cuerpo por el proceso del embarazo. Will no llevaría a la ginoide con él esta vez, pues quería medir si se producía en ella algo parecido a la morriña y le echaba de menos.

A sus tareas del día a día, Aia vería sumadas durante las siguientes semanas otras de naturaleza diferente a las habituales. Will debía verificar los cambios realizados en ella y debía someterla a nuevos estímulos y experiencias. Le hacía salir al jardín, pasear y oler las plantas, escuchar música de diferentes estilos, bailar, leer poesía, ver películas de acción, amor, comedias y dramas, salir al exterior a recorrer las calles de Moom City y probar diferentes actividades,... Will incluso había contratado a una acompañante para que le ayudara a medir la respuesta sexual en Aia y al mismo tiempo le instruyera en el uso de su cuerpo. La ginoide estaba encantada. Todo era nuevo para ella y lo encontraba divertido, y así se lo había dicho a Will, quien no dejaba de sorprenderse de los cambios operados en su criatura.

Al cabo de tres semanas, Will ya había anotado suficientes observaciones para considerar un éxito la intervención y trabajaba en los siguientes proyectos, aunque aún no había detectado ninguna respuesta hacia él por parte de Aia. A la mañana siguiente subiría al transbordador y estaría ausente una semana para asistir al Congreso. Pensó que tal vez a su vuelta hallaría cambios.

En su ausencia, Aia disponía de más tiempo libre, ya que Will no es probable que la necesitara en toda la semana, y dedicaba el día a esas nuevas tareas que le permitían inspeccionar y poner a prueba sus nuevas facultades. Eso le hizo pasar mucho tiempo con el resto de androides y con varios humanos con los que compartió diversas actividades en la ciudad, donde disfrutó al ir de compras, asistir a cenas y fiestas y aumentar sus experiencias en la vida social.

Pasó la semana y Will regresó. Hacía mucho que no se había ausentado por tanto tiempo, y los androides le recibieron con una suerte de fiesta improvisada, organizada por Aia, quien estaba radiante y parecía feliz de verle. De hecho, Will tuvo que plantarse firme en el suelo para no caer derribado cuando ella, como una niña chica, corrió hacia él y se le abalanzó al cuello en un gran abrazo, sellado con dos besos en las mejillas. Les agradeció a todos el detalle y fue charlando uno a uno con ellos para saber de las novedades ocurridas durante la semana.

Todo fue volviendo a la normalidad en los días siguientes, y Will percibía cambios en Aia. Parecía estar más sensible, y tal vez de humor variable: la veía animada y contenta, y al minuto siguiente un tanto ausente y soñadora. Lo que de seguro no esperaba es verla triste, pero de ese talante la encontró cierta tarde en el jardín. La vio desde el ventanal de su despacho, y por la pose tan abatida que mostraba sentada en el banco, supo que pasaba algo. Dejó de inmediato lo que estaba haciendo, y bajó al jardín apresuradamente. No quería alarmarla y suavizó el paso antes de abrir la puerta de entrada al vergel.


Ella debió notar que alguien se aproximaba, y secó rápidamente las lágrimas que surcaban sus mejillas y abrió el libro que reposaba en su regazo. Se volvió hacia él con una sonrisa cuando apenas estaba a dos pasos:

—¡Hola, Amito! —dijo, aparentando normalidad e impostando la voz para que sonara metálica—. ¿Qué puedo hacer por ti?

—¡Jajaja! Hola, Aia. Eres incorregible. Decidí hacer una pausa y tomarme un descanso. Salir al jardín para ver algo de naturaleza se me antojó lo más apetecible, y más cuando, por mucho que disimules ahora, me pareció verte triste desde la ventana. ¿Qué te pasa, niña?

—Nada, Will —replicó usando su dulce voz habitual—. Estoy aquí tranquila, leyendo.

—Ya. Con el libro al revés.

Aia bajó la vista al libro sorprendida, y vio que estaba correctamente abierto para su lectura.

—Will, ¡está al derecho!.

—Lo sé, querida, y el solo hecho de que hayas bajado la vista para verificarlo, me dice que no leías, ya que tu cerebro sabía cómo habías dispuesto la novela, la página por la que está abierta y hasta el contenido de las dos caras visibles. No necesitabas mirar para saberlo, y sin embargo lo has hecho. Desde que liberé ciertos cambios puedes actuar de un modo más humano y mentir u ocultarme ciertas cosas, siempre que ello no ponga en peligro a nadie, pero no tienes aún práctica suficiente porque nunca lo has hecho, y creo que acabo de pillarte.

Hizo una pausa y los dos quedaron en silencio por unos segundos. Casi diría que las mejillas de Aia estaban sonrojadas, ¿o era efecto de la luz de la puesta de sol? Continuó al poco:

—¿Y bien? ¿Me vas a decir ahora qué te ocurre? Aunque intentes ocultármelo, estás triste. Debes decirme qué te pasa, Aia. Has sufrido cambios importantes, y estás, digamos, en período de adaptación. Aún brilla una lágrima en tus ojos —dijo sentándose a su lado y rozándole levemente la mejilla—. Confía en mí, Aia. ¿Qué te tiene triste?

—No sabría ni cómo empezar. Me siento diferente. ¡Siento, Will! ¡Puedo sentir! Ahora soy un cocktail de sensaciones diversas, que pasa del ácido al picante, deja un regusto dulce y refrescante, y aporta un toque de amargura. Tan pronto tengo cosquillas por dentro y me dan ganas de dar volteretas y bailar desnuda sobre el césped..., —dijo con los ojos brillantes y chispeantes de felicidad—, ...como me repliego en mí misma, la tristeza me inunda, y las lágrimas asoman casi sin que pueda evitarlo —añadió con un hilo de voz y pena en sus ojos.

La veía tan... desvalida en ese momento, tan pequeña e indefensa, tan niña... Will abrigaba la esperanza de que fuera él la razón de eso que estaba definiendo Aia y que, un poco traído por los pelos tal vez, podría sonar a estar enamorado. No hay que olvidar que ella no era humana, y aunque la operación había sido un éxito, era consciente de las limitaciones que existían. Le pasó el brazo sobre los hombros, y la atrajo hacia sí, acurrucándola en su pecho y rodeándola en un abrazo sincero. Pretendía darle confianza y aliviar su pena.

Ay, niña... ¿Cuándo te sientes feliz y cuándo triste? ¿Lo relacionas con algún evento concreto? ¿Qué te dispara cada una de esas sensaciones?

—Will..., tengo un banco de datos colosal y, gracias a ti, una impresionante capacidad analítica. Intuyo que esto que me pasa... tiene un nombre, —se detuvo, indecisa, pero continuó la frase—, y creo que es lo que los humanos llamáis amor.

Will se quedó quieto, casi conteniendo la respiración para no romper el momento. Los inmensos ventanales del jardín mostraban las dos lunas, compitiendo en belleza y espectáculo con el sol que se ponía en ese instante. Abrazada como la tenía se sentía el hombre más feliz de la galaxia. Atesoró ese momento en un rincón privilegiado de su corazón y su cerebro, para evocarlo cuantas veces quisiera, y besó su cabeza. Era el momento de averiguar. Tenía que formular la temida pregunta.

—Aia, cielo, ése no es motivo para estar triste. Amar es maravilloso. Te sientes vivo en cada partícula de tu cuerpo, más que nunca... Salvo... que temas no ser correspondida, pero...

—No es posible ser correspondida en mi caso —le interrumpió Aia—. Él no puede amar —dijo con la voz rota al tiempo que las lágrimas brotaban y surcaban imparables sus mejillas.

—Pero, cariño... ¿por qué lo das por hecho? Tal vez sí seas c... —no pudo terminar la frase, porque una idea vino a su mente de inmediato—. Un momento... Hablas de... ¿es...? ¿es... Kurt? —era él ahora quien hablaba con un hilo de voz.

—Sí —dijo en tono casi inaudible.


Continuará...

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