Por fin tuve la oportunidad de conocer Praga, o Praha, como dicen sus gentes. Siempre ha estado en mi mente desde aquel momento en que mi hermana, hace muchos años, llegó a casa contando maravillas tras su breve recorrido por algunas ciudades europeas con el InterRail, y Praga es una de esas ciudades que no puede faltar. Tuve la inmensa suerte de que mi amigo Kike, quien anteriormente ya había estado allí, se apuntara a acompañarme y mostrarme Praga a través de sus ojos. No me ha defraudado, es una ciudad deliciosa y llego con ganas de volver, pues dos días no dan para mucho. El tercer día lo empleamos en visitar Karlovy Vary, una bonita ciudad balneario situada en la Bohemia, que me permitió imaginar perfectamente por sus calles a los adinerados de los siglos XIX y XX yendo a recibir sus tratamientos de baños termales y paseando a media tarde siguiendo el curso del río. Está llena de rincones que observar, algunos un poco recargados para mi gusto o con demasiado adorno dorado.
Praga es una ciudad bella, repleta de edificios de distintos estilos y de estampas de foto, muy limpia, llena de detalles que te hacen percibir que estás inmersa de lleno en Europa. A pesar de las previsiones iniciales de lluvia, fuimos afortunados. De hecho, sólo nos pilló una breve tormenta de verano que desapareció en lo que Kike tomaba un apple strudel y yo un café. El resto del tiempo, el sol se dejó ver y sentir a ratos, y hubo momentos de cielos nublados que nos permitieron recorrer largas caminatas más fácilmente. El inglés nos sirvió de puente para entendernos con las gentes de restaurantes y comercios. Me gustaron especialmente el barrio judío (de donde es el golem que ahora habita en mi casa), el Castillo de Praga y sus alrededores, —como el Callejón del Oro, donde vivió Kafka durante varios años, en el nº 22—, The Dancing House (también conocido como Dancing Building o Ginger & Fred) y el Puente Carlos (Karlův most), el más antiguo de Praga, que permite asomarse al mágico río Moldava y observar la ciudad nueva a un lado y la vieja al otro.
Cartel de la calle Namesti Republiki |
Mi golem |
Soy más de ver las calles y las gentes de las ciudades que visito, empaparme de impresiones, oír su habla, probar su cocina y calmar la sed con los caldos que la ciudad ofrezca, que de encerrarme en museos, y más cuando la escapada es tan breve, pero Praga está tan llena de museos y tan variados, que habrán de tener su hueco asignado en mi próxima visita.
La aprendiz de fotógrafa fotografiada |
En esta ocasión, me dejé llevar por la ciudad viva. No sé de dónde proviene su magia, pero se deja sentir. Afortunadamente, mi amigo era el encargado del reportaje gráfico, y gracias, no sólo a su cámara, sino a su ojo experto, me traigo muchas fotos que me permitirán recordar y compartir Praga. Y como algunas escenas y sensaciones son imposibles de captar, llevo conmigo muchas conversaciones y anécdotas vividas con un gran compañero de viaje, al que agradezco que se animara a venir. Atesoro todos esos momentos no captados que vienen a tu mente cuando ves las fotos una a una tras un viaje, y me quedo, por elegir uno, con la noche memorable en el Jazz Dock, donde disfrutamos de una deliciosa cena y un concierto de jazz, y el paseo de vuelta al hotel, con las imágenes de los edificios iluminados reflejados en las aguas del Moldava aún en mi retina.
A orillas del Moldava |
¿Próximo destino? Incierto aún, que hay varias ciudades interesantes aún por ver, pero vamos,... que a Praga vuelvo :)
— Nota añadida horas después de publicar el post: Olvidé comentar que, justamente cuando dábamos descanso a nuestros pies, sentados en una terraza del barrio judío, pasó tranquilamente Pierce Brosnan a escasos centímetros de nuestra mesa. A punto estuve de saludarle como si tal cosa. Curioso pensar que al día siguiente iríamos a Karlovy Vary, donde tiene lugar la película Casino Royale, en la que es Daniel Craig quien pone cara a 007. Monísimo Pierce, por cierto :)