Llegaba a casa, acelerada como siempre, y molida, soñando con un baño relajante y espumoso. Había estado cuatro horas de reloj recorriendo el centro comercial casi tienda a tienda. Debido a su trabajo, que la mantuvo en un pequeño pueblito de Alemania más de lo previsto, no había tenido más remedio que dejar las compras de Reyes para el último momento. Y por suerte lo había logrado, ¡tenía regalo para todos! Aunque el aterrizar en Madrid la noche anterior, tener reuniones toda la mañana desde primerísima hora y patear las tiendas en pos del regalo perfecto toda la tarde, la habían dejado completamente exhausta. Aparcó su coche y sacó del maletero todas las bolsas. Su guapo vecino del quinto acababa de aparcar también y al verla con tanto paquete se ofreció a echarle una mano.
—Los regalos de Reyes del último momento, no me digas más —le dijo él—. Anda, deja que te ayude.
—Mil gracias, Darío. Calla, calla, que llevo dos semanas fuera en viaje inesperado y no he tenido otra opción. Vengo muerta, deseando tirar estos tacones por la ventana y zambullirme en la bañera.
—¿Todo regalos y ninguno para ti?.
—Bueno, —dijo pícara—, confieso que en plena carrera por el centro comercial pasé delante de un escaparate y tuve que desandar unos pasos, porque estos zapatos me dijeron 'please, please, ¡cómpranos!', igual que le pasó a Alicia con aquellos frasquitos que le decían 'bébeme', y no pude decirles que no —dijo Sandra poniendo voz a los zapatos como si hablaran, al tiempo que sacaba uno de la caja para mostrárselo.
—Ya me parecía a mí, ¡jajaja! ¡Muy bonitos, por cierto!.
Le tendió la bolsa de los zapatos y unas cuantas más, para poder llevar ella el resto, el bolso y el portátil.
—Si no es por ti me habría tocado hacer dos viajes —le dijo agradecida.
Ya había coincidido con él más veces, sobre todo en la piscina durante el verano, y claramente era un encanto. Aunque sabía que vivía solo y no tenía novia, no sabía cómo podía pasar al ataque directo, aunque solo fuera por disfrutar de una buena charla tomando una cerveza o cenando. Pero si era sincera consigo misma, por su mente pasaban escenas mucho más ardientes y tormentosas que las habituales en un bar. "En fin", —penso—, "al menos ahora lo tengo delante para mí solita durante cinco pisos".
Entraron en el ascensor desde el garaje y comenzó la subida, pero el ascensor paró en la planta cero. Era Inés, la amargada del segundo. A pesar de ver cómo iban de cargados, en lugar de tomar el otro ascensor se metió de cabeza en éste, haciéndose hueco a codazos y haciendo que Sandra, que se giró en el último momento, estuviera aplastada contra la pared hasta que llegaron al piso de Inés. Sandra pensaba que por culpa de esa petarda tenía menos tiempo a solas con Darío. Lo añadiría a la lista de motivos a favor de hacerle vudú algún día a esa bruja.
Inés se bajó en su planta y salió sin despedirse. Reanudaron el ascenso charlando brevemente y llegaron al piso de Darío, quien se ofreció a subir hasta el séptimo con ella. Sandra le dijo que no era necesario, que dejara los paquetes en el suelo y ella se apañaba perfectamente para sacar todo. Se despidieron y subió hasta su piso.
No bien cerró la puerta se descalzó y entró directa al salón, donde soltó todas las bolsas en el suelo, cerca del árbol de Navidad. Mañana las llevaría a casa de su hermana a la comida familiar. Entró al baño a abrir los grifos de la bañera y dejar que se llenara mientras ella se desvestía, y ya desnuda, fue a la cocina a por una copa y una botella de vino que abrió y se llevó al baño. Cerró los grifos y se metió en la bañera espumosa para relajarse, mientras dejaba su mente vagar y disfrutaba del primer momento de paz en dos semanas.
Esa noche ni encendió la tele, ni leyó, ni revisó los emails, ni nada. Salió del baño y fue directa a la cama, y cayó profundamente dormida al poco, recordando que de pequeña, en la noche de Reyes era cuando más le costaba dormir por los nervios de la sorpresa del día siguiente.
Amaneció totalmente descansada a eso de las 9:00. Se sentía hambrienta, y fue directa a la cocina a prepararse un desayuno reconstituyente y atómico: zumo de naranja, un par de tostadas con mantequilla y mermelada, un café y un mini sandwich de queso blanco. Dio cuenta de ello en la cocina, y cuando acabó, se preparó un segundo café y se lo llevó al salón, con la intención de abrir el portátil.
Al entrar en el salón vio las bolsas tal como las había dejado la noche anterior, y recordó la compra de sus zapatos. Era su regalo al fin y al cabo, así que, casi con la misma magia e ilusión que sienten los niños cuando llega la mañana de Reyes, se acercó al árbol de Navidad. Se sentó en el suelo y dejó la taza a un lado, alargando la mano para coger sus zapatos y volver a ver lo bonitos que eran. Abrió la caja y...
—¡Ooohhhh!
Seguramente en su papel de niña abriendo regalos planeaba soltar una exclamación similar, pero ésta brotó de su boca sin actuación alguna, completamente sincera. Sus ojos despedían chispitas de felicidad y releían una y otra vez la nota que había encontrado:
Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado. Yo que vosotros no olvidaba dejar esta noche un par de zapatos listos, por si acaso, que nunca se sabe, y hay regalos realmente especiales. ¡Felices Reyes!