Cuentan los más ancianos de Yshar, que las cosas han cambiado mucho y que antes se vivía mejor. Cualquiera que tenga interés en escuchar sus historias es bienvenido a esta pequeña aldea e invitado a compartir la tarde con ellos, —sentado cómodamente en un sofá junto a la chimenea, o fuera, en el jardín, si el tiempo lo permite—, degustando un delicioso té y pastas caseras cuya receta milenaria aún hoy sigue siendo secreta. Solo hay que relajarse y escuchar, dejarse llevar, mientras sus cascadas voces van explicando, emocionadas, cómo era Yshar...
Cientos de años atrás, la villa estaba gobernada por el Consejo, un grupo de personas elegidas popularmente para dirigir la ciudad en beneficio de todos. No se trataba de personas de lo que podríamos llamar hoy un partido. No. Cada una era elegida individualmente para su cometido y estaba encargada de un, podríamos decir, ministerio, por equipararlo a la actualidad. Todos y cada uno de ellos rendía cuentas de sus acciones y decisiones a la ciudad cada bimestre, o antes, si algún ciudadano así lo requería.
Las leyes eran acordadas y votadas popularmente, y su incumplimiento era castigado. Por ejemplo, aunque los delitos ocurrían de modo muy poco frecuente, aquel que mataba a otro era expulsado de la ciudad. No era necesario ningún batallón policial para mantener el orden, ni papeleos interminables para que se celebrara un juicio, que en Yshar era popular y a puerta abierta, y era el pueblo quien tenía la última palabra y dictaba veredicto, gracias a existir una representación rotativa de personas que ejercían de jurado. Todo habitante de Yshar estaba involucrado en el proceso y se sentía parte de ello.
No había iglesias ni catedrales, pues no creían que hubiera que erigir monumento o edificio alguno para adorar a nadie. Daban gracias a la vida y se regían por las normas de conducta que la razón natural dicta y que, aun así, estaban publicadas para evitar malentendidos. Se reunían con frecuencia para premiar a las personas de la comunidad que hubieran realizado una labor destacada en beneficio de todos.
Cada habitante tenía una vivienda del tamaño adecuado y suficiente para sus necesidades. Todas eran bastante similares funcionalmente, y era la imaginación y gusto de cada yshariano lo que las distinguía. No existía el matrimonio como institución. Si dos habitantes de Yshar sentían amor, o incluso cierto apego, y decidían que querían vivir juntos, no firmaban ningún contrato, sino que se unían sin más. Y de igual modo se separaban si así lo sentían. En cualquier caso, era normal que, tanto los habitantes libres como los unidos con otros, vieran como algo normal tener sexo con cualquier otro, del mismo modo que si se tratara de dar un paseo, salir a comer o practicar alguna otra actividad juntos. No le daban mayor importancia. Era una actividad lúdica y de gozo para ellos, y esto era posible porque no habían desarrollado el sentido de la posesión, ni en consecuencia el de los celos. Así pues, en Yshar había libertad sexual. Si dos ciudadanos se atraían, podían tener relaciones, fueran homosexuales o heterosexuales. Nadie juzgaba a otro por sus gustos o creencias. Esta forma de ser de los ysharianos lograba crear un clima agradable en la ciudad.
Cada habitante tenía una vivienda del tamaño adecuado y suficiente para sus necesidades. Todas eran bastante similares funcionalmente, y era la imaginación y gusto de cada yshariano lo que las distinguía. No existía el matrimonio como institución. Si dos habitantes de Yshar sentían amor, o incluso cierto apego, y decidían que querían vivir juntos, no firmaban ningún contrato, sino que se unían sin más. Y de igual modo se separaban si así lo sentían. En cualquier caso, era normal que, tanto los habitantes libres como los unidos con otros, vieran como algo normal tener sexo con cualquier otro, del mismo modo que si se tratara de dar un paseo, salir a comer o practicar alguna otra actividad juntos. No le daban mayor importancia. Era una actividad lúdica y de gozo para ellos, y esto era posible porque no habían desarrollado el sentido de la posesión, ni en consecuencia el de los celos. Así pues, en Yshar había libertad sexual. Si dos ciudadanos se atraían, podían tener relaciones, fueran homosexuales o heterosexuales. Nadie juzgaba a otro por sus gustos o creencias. Esta forma de ser de los ysharianos lograba crear un clima agradable en la ciudad.
Si fruto de alguna relación nacía un niño, era llevado al Nido, un conjunto de edificios donde vivían todos los menores de la ciudad, agrupados por edades. Era el lugar más colorido y alegre de Yshar, poblado de risas y ojos brilllantes. Los niños eran cuidados y educados por personas preparadas para ello y dedicadas específicamente a dicha labor. De este modo, ninguna mujer se quedaba sin ser madre, pues aunque alguna fuera estéril, todos los niños eran del pueblo y recibían visitas constantemente. Para ellos era como tener muchos padres y madres. A medida que iban creciendo se iba desarrollando su potencial, y se intentaba orientar a cada niño hacia lo que mejor sabía hacer según sus aptitudes, pero no se les forzaba a ello. Si un niño mostraba un deseo por algún campo para el que no pareciera apto iniciialmente, se le animaba y ofrecía ayuda para permitir su desarrollo en esa línea. En cualquier caso, todos eran importantes y necesarios, desde el que se dedicaría en el futuro a fabricar el pan, hasta el que formaría parte del Consejo, pasando por los que tendrían la ciudad limpia, pintarían o diseñarían ropa y calzado.
Llegado a este punto de la historia, salpicado de anécdotas a medida que describen Yshar, habrás perdido la noción del tiempo, hipnotizado por las voces de los ancianos, y habrás observado que parecen vivir lo que cuentan como si sucediera en ese momento y, aunque sus ojos brillan, verás que también resbala por ellos alguna lágrima y que muestran una infinita tristeza y desolación al recordar cuán diferente era entonces la aldea. Te surgirán muchas preguntas, querrás saber más, pero una duda destacará en tu mente sobre todas ellas y es ¿qué pasó?, ¿qué hizo que Yshar sea ahora tan diferente de cómo era entonces? Y los ancianos, te devolverán una mirada confusa y llena de pena, sin ser capaces de brindarte una respuesta a eso.
—Vayan despidiéndose, por favor —se oye la monótona voz de la celadora, alta y clara, por megafonía—. La hora de visitas de la residencia acaba en diez minutos.
Note: Thank you very much to Daniel A. Brown, who gave me permission to use his painting 'Pueblo Moon' to illustrate this entry. You can see his great work here.
Llegado a este punto de la historia, salpicado de anécdotas a medida que describen Yshar, habrás perdido la noción del tiempo, hipnotizado por las voces de los ancianos, y habrás observado que parecen vivir lo que cuentan como si sucediera en ese momento y, aunque sus ojos brillan, verás que también resbala por ellos alguna lágrima y que muestran una infinita tristeza y desolación al recordar cuán diferente era entonces la aldea. Te surgirán muchas preguntas, querrás saber más, pero una duda destacará en tu mente sobre todas ellas y es ¿qué pasó?, ¿qué hizo que Yshar sea ahora tan diferente de cómo era entonces? Y los ancianos, te devolverán una mirada confusa y llena de pena, sin ser capaces de brindarte una respuesta a eso.
—Vayan despidiéndose, por favor —se oye la monótona voz de la celadora, alta y clara, por megafonía—. La hora de visitas de la residencia acaba en diez minutos.
Note: Thank you very much to Daniel A. Brown, who gave me permission to use his painting 'Pueblo Moon' to illustrate this entry. You can see his great work here.