Un beso lleva a otro; una caricia, a otra más audaz; una prenda que cae, a cuerpos que se funden... Me pierdo en tus besos, que creo que me racionas, porque me dejan hambrienta. Desearía más, muchos más, no solo en mi boca, sino por todo mi cuerpo. Sentir tus labios húmedos en mi cintura, en mi cuello, notar que tu boca recorre mi espalda o se pierde entre mis muslos, donde tu lengua juguetona campa a sus anchas. Tus dedos también juegan, exploran mi cuerpo, rendido y expectante, ansioso de placer. Entras dentro de mí, a veces demasiado pronto, sin darme tiempo a que esté lista para recibirte. Pero te guío y nos acoplamos, cabalgamos juntos un trecho, más despacio, más deprisa ahora, ansío besos que no llegan y me llevo tus dedos a mi boca para calmar mi berrinche. Boqueo, jadeo, mientras nuestros cuerpos, resbaladizos por el calor, siguen su baile tribal. A horcajadas sobre ti, mi espalda se arquea hacia atrás mientras gimo de placer, y caigo sobre ti buscando tu boca.
Y en una fracción de segundo pasan por mi mente todas las sensaciones de infinito placer que he conseguido con otros, o cuando, a solas, juego con mi cuerpo y me inundan las sensaciones inenarrables de gozo, descargas que envían oleadas de puro deleite hasta la más alejada de mis fibras nerviosas y que, contigo, aunque disfruto, muy pocas veces he logrado experimentar. Si lo he conseguido otras veces, ¿qué es lo que falta cuando se trata de ti y de mí? ¿Es tal vez cosa de tamaños y formas como ocurre con las tuercas y tornillos? ¿Acaso de feromonas? ¿Influyen los olores, un timbre de voz en determinada frecuencia o el tacto de ciertas pieles? ¿Qué es lo que lleva a mi cuerpo a dejarse guiar por mi mente en lugar de accionar el interruptor y dejarla a off?
Alguna vez te he confesado que no siempre llego a ese placer, pero al final, casi invariablemente, cuando formulas tu pregunta, te miro a los ojos y, aún resoplando, respondo simplemente:
—Sí.
Esta entrada es completamente ficticia, fruto de una conversación reciente con alguien muy especial. Pero me hizo pensar sobre el tema. Los hombres, normalmente, tienen una forma mucho más visible de mostrar que han alcanzado el máximo gozo, lo cual no indica que siempre lo sientan con la misma intensidad. Pero en el caso de nosotras, las mujeres, aunque en algunos casos sí es visible, en general podemos fingir un orgasmo, al menos siempre y cuando no haya un despliegue científico en torno a nosotras para medir si es o no auténtico. Y seguramente ese fingimiento se deba al miedo a hacer daño a la otra persona, —hombre o mujer—, a herir su ego y que sienta que no lo está haciendo bien y acaso ello lo aleje o, por el contrario, miedo a que la pelota se vuelva contra nosotras y nos acuse de frigidez. Pero tal vez, en lugar de frustrar al otro, el hacerle saber que no logra hacernos llegar al clímax, pueda también suponer un acicate que le haga ponerse las pilas, esforzarse en ser más creativo e intentarlo con más ahínco, ¿no?
¿Qué pensáis vosotros/as? ¿Habéis fingido alguna vez? ¿Habéis pillado a la otra parte fingiendo? ¿Cómo os sentiríais si supierais que realmente no alcanza el paraíso? ¿Minaría vuestra autoestima y moral o la reforzaría?
Esta entrada es completamente ficticia, fruto de una conversación reciente con alguien muy especial. Pero me hizo pensar sobre el tema. Los hombres, normalmente, tienen una forma mucho más visible de mostrar que han alcanzado el máximo gozo, lo cual no indica que siempre lo sientan con la misma intensidad. Pero en el caso de nosotras, las mujeres, aunque en algunos casos sí es visible, en general podemos fingir un orgasmo, al menos siempre y cuando no haya un despliegue científico en torno a nosotras para medir si es o no auténtico. Y seguramente ese fingimiento se deba al miedo a hacer daño a la otra persona, —hombre o mujer—, a herir su ego y que sienta que no lo está haciendo bien y acaso ello lo aleje o, por el contrario, miedo a que la pelota se vuelva contra nosotras y nos acuse de frigidez. Pero tal vez, en lugar de frustrar al otro, el hacerle saber que no logra hacernos llegar al clímax, pueda también suponer un acicate que le haga ponerse las pilas, esforzarse en ser más creativo e intentarlo con más ahínco, ¿no?
¿Qué pensáis vosotros/as? ¿Habéis fingido alguna vez? ¿Habéis pillado a la otra parte fingiendo? ¿Cómo os sentiríais si supierais que realmente no alcanza el paraíso? ¿Minaría vuestra autoestima y moral o la reforzaría?
Yo no soy de fingir porque creo que decir la verdad hace que el otro busque la forma de complacerte. Se pueden decir las cosas sin herir y aunque el cine y la literatura nos han hecho creer que todos los cuerpos se acoplan a un baile perfecto a la primera, a veces hacen falta "ensayos" hasta conseguir un baile magnífico. Si éso nunca llega, será mejor ir buscando otro bailarín...
ResponderEliminarUn abrazo fuerte
¡Qué cierto, Tegala! Callar la verdad en un caso aislado no tiene demasiada importancia, pero si es algo habitual, creo hablando se puede intentar mejorar la situación, pues el tema tiene la suficiente importancia como para ello. Si no, a la larga, esa ausencia de placer, hará que se nos pase por la mente lo de buscar nuevo compañero de baile :)
EliminarUn beso, linda isleña :*