Voy
acelerada porque llego tarde a una reunión. Detesto la impuntualidad. El
ascensor va nutrido a estas horas. Contengo la respiración y me pongo de
puntillas sin darme cuenta, como si ello le hiciera ir más rápido. En cuanto se
abren mínimamente las puertas, salgo disparada cual gacela por la sabana,
derrapando con elegancia en la curva del final del pasillo. Sin que me dé tiempo
aún a tocar el pomo, se abre la puerta de la sala y te veo al otro lado. Sales
tú al tiempo que entro yo. Nos
sale con tanta coordinación que parece algo ensayado. Es como el giro de un vals. Me dan ganas de quedarme
ahí un ratito, bailando contigo, y olvidarme del resto. Nos miramos a los ojos y susurro
"¿Qué tal todo?". Un lacónico "Bien" es todo lo que me
brindas por respuesta, acompañado de una sonrisa que se dibuja en tu cara. La
sala me engulle con hambre y a ti te vomita con indiferencia.
La
reunión es de esas en las que distintas personas son convocadas a lo largo de
la mañana, cada una en su turno. Acabó el tuyo y comienza el mío. Mi compañero ya
está también en la sala y juntos hemos de dar soporte al departamento que nos
ha convocado para aclarar ciertas dudas. Alguien baja un poco la intensidad de la luz y comienzan a proyectar un PowerPoint. En esa inesperada penumbra que me regala el ambiente propicio, yo no puedo evitar pensar en ti. Sin darme cuenta mi cabeza ha saltado al
momento de nuestro breve encuentro. Lo tengo en la pantalla de mi mente y
necesito reproducirlo a cámara lenta, muy muy lenta, y observar.
Detengo
un momento el mundo que me rodea, me sumerjo en una burbuja que me aísla. Externamente
nadie lo advierte, mi mirada permanece atenta a la presentación, con la cabeza
ladeada ligeramente, pero internamente observo, simplemente, observo de verdad.
No digo mirar resbalando la vista líquidamente sobre el recuerdo que proyecto, haciendo que
se desparrame toda ella sobre tu imagen. No, no digo eso. Digo mirar de
verdad, volcándome en cada fotograma, atando el iris a la conciencia con una lazada y prestando
atención plena, captando cada detalle que no quiero que se me escape, analizando
esas pequeñas marcas, gestos y señales, —en tus ojos, en tu voz, en tu mano sobre el pomo o en la tensión de tu cuello—, microexpresiones todas que, tal vez
puedan parecer minucias, pero que en conjunto no lo son y me dicen muchas cosas.
Fue solo una palabra, modulada en un tono un tanto neutro. “Bien”, dijiste. Sin más. Ahora
ya lo sé. Tú no estás bien, cielo. Tú no estás bien. A ti te pasa algo... y me lo vas a contar.
Behind the mask there might be a different face |
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