Debe ser algo químico, feromonas o qué se yo... o el instinto gregario de estar con la manada... No sé, pero no me explico por qué a la gente le gusta pegarse literalmente a los demás.
Esta mañana me he escapado veloz al aeropuerto a recoger a mi hermanita y cuñado. Venían de Egipto, viaje que ambos me han recomendado con entusiasmo. El caso es que, a pesar de que todos sabemos que, aunque el avión aterrice a su hora, pasa un largo rato hasta que sales finalmente a la calle, he salido de casa para llegar a recogerles puntualmente. Nunca se sabe, y no me gusta hacer esperar. Llego allí, bien de tiempo. Aparco mi coche en el parking y me dirijo a Llegadas. Había mirado en casa en la página de Aena la sala de la T4 donde debían aparecer, y también la hora estimada de llegada, por si llevaba retraso, pero ya allí me asomo de nuevo al panel de vuelos, a comprobar si ha habido algún cambio. Nada, todo sigue igual, pero pasan 7 minutos de la hora prevista y el avión no aterriza. Me da tiempo a fumar un cigarro fuera. De vuelta, veo que el avión ya ha tocado suelo, y me dispongo a esperar con calma cerca de la zona.
Había bastante gente. Siempre la hay en el aeropuerto. Y entiendo que si vas a recoger a alguien estés ansioso y nervioso, expectante y descontando los segundos,... pero no creo que haga falta necesariamente ponerse, como sea, en primera fila tras la barra de separación, ¿no? Y porque hay barra, que si no, algunos pegarían las narices a las puertas. Sin embargo hay gente que sí lo cree necesario, y ahí estaban, todos apiñaditos, que casi parecía una manifestación espontánea. He llegado a pensar que tal vez llegaba algún famoso, pero no veía cámaras ni paparazzis. Yo estaba a unos cinco metros de la barra, recostada contra una columna, con suficiente espacio vital a mi alrededor, y jugando con la ventaja de que, además de por mi altura, estando más retirado no tienes personas delante obstaculizando tu visión. Y tampoco me gusta estar rodeada y agobiada por la gente, notando la respiración del de detrás en la nuca, y oyendo claramente al interlocutor con el que habla por el móvil mi vecino de la izquierda. Además, cuando prevés aglomeración, te aseguras de llevar el bolso cerrado y bien sujeto, para evitar sustos. Pero ese surveillance mode resulta incómodo, y si el tener unos metros libres del gentío te permite relajar esa posición, mejor que mejor. Pero poco me duró la paz. Primero se me ha puesto una niña al lado, sentada en el suelo, a jugar con su Play, pero al poco, como moscas, uno tras otro han ido rodeándome... ¡qué agobio, por Dios! Que en un aeropuerto puede ser más normal y es difícil evitarlo, pero es que me pasa con frecuencia. Entras en una enorme tienda vacía a curiosear cuatro prendas, y al momento te está pasando por detrás una tía cargada de bolsas, que al parecer no tiene otro sitio por donde colarse, y te restriega sus compras y su humanidad por donde puede, y te giras y tienes pegada a otra, queriendo ver el vestido que justamente tienes casi en las manos...
Que es muy bonito eso de tocarse y sentirse, pero como que me apetece más hacerlo con los míos, no con gente que no conozco de nada. ¿Por qué estando en playas larguísimas, sin apenas gente, ves a lo lejos venir una pareja con sus bártulos playeros y sabes, irremediablemente, que plantarán su sombrilla y toallas a dos metros de donde estás? ¿Será que me falta el gen del concepto masa?
Esta mañana me he escapado veloz al aeropuerto a recoger a mi hermanita y cuñado. Venían de Egipto, viaje que ambos me han recomendado con entusiasmo. El caso es que, a pesar de que todos sabemos que, aunque el avión aterrice a su hora, pasa un largo rato hasta que sales finalmente a la calle, he salido de casa para llegar a recogerles puntualmente. Nunca se sabe, y no me gusta hacer esperar. Llego allí, bien de tiempo. Aparco mi coche en el parking y me dirijo a Llegadas. Había mirado en casa en la página de Aena la sala de la T4 donde debían aparecer, y también la hora estimada de llegada, por si llevaba retraso, pero ya allí me asomo de nuevo al panel de vuelos, a comprobar si ha habido algún cambio. Nada, todo sigue igual, pero pasan 7 minutos de la hora prevista y el avión no aterriza. Me da tiempo a fumar un cigarro fuera. De vuelta, veo que el avión ya ha tocado suelo, y me dispongo a esperar con calma cerca de la zona.
Había bastante gente. Siempre la hay en el aeropuerto. Y entiendo que si vas a recoger a alguien estés ansioso y nervioso, expectante y descontando los segundos,... pero no creo que haga falta necesariamente ponerse, como sea, en primera fila tras la barra de separación, ¿no? Y porque hay barra, que si no, algunos pegarían las narices a las puertas. Sin embargo hay gente que sí lo cree necesario, y ahí estaban, todos apiñaditos, que casi parecía una manifestación espontánea. He llegado a pensar que tal vez llegaba algún famoso, pero no veía cámaras ni paparazzis. Yo estaba a unos cinco metros de la barra, recostada contra una columna, con suficiente espacio vital a mi alrededor, y jugando con la ventaja de que, además de por mi altura, estando más retirado no tienes personas delante obstaculizando tu visión. Y tampoco me gusta estar rodeada y agobiada por la gente, notando la respiración del de detrás en la nuca, y oyendo claramente al interlocutor con el que habla por el móvil mi vecino de la izquierda. Además, cuando prevés aglomeración, te aseguras de llevar el bolso cerrado y bien sujeto, para evitar sustos. Pero ese surveillance mode resulta incómodo, y si el tener unos metros libres del gentío te permite relajar esa posición, mejor que mejor. Pero poco me duró la paz. Primero se me ha puesto una niña al lado, sentada en el suelo, a jugar con su Play, pero al poco, como moscas, uno tras otro han ido rodeándome... ¡qué agobio, por Dios! Que en un aeropuerto puede ser más normal y es difícil evitarlo, pero es que me pasa con frecuencia. Entras en una enorme tienda vacía a curiosear cuatro prendas, y al momento te está pasando por detrás una tía cargada de bolsas, que al parecer no tiene otro sitio por donde colarse, y te restriega sus compras y su humanidad por donde puede, y te giras y tienes pegada a otra, queriendo ver el vestido que justamente tienes casi en las manos...
Que es muy bonito eso de tocarse y sentirse, pero como que me apetece más hacerlo con los míos, no con gente que no conozco de nada. ¿Por qué estando en playas larguísimas, sin apenas gente, ves a lo lejos venir una pareja con sus bártulos playeros y sabes, irremediablemente, que plantarán su sombrilla y toallas a dos metros de donde estás? ¿Será que me falta el gen del concepto masa?
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