Machas al parmesano, empanada chilena, ceviche de pescado, tiradito (es peruano), pastel de choclo, asado, pebre, congrio a la mantequilla, corvina... Hmmmm... rico, rico… Me estoy poniendo las botas día tras día, y regando los aperitivos con pisco o con los buenos caldos de esta tierra, blancos (como un buen el Chardonnay) o tintos. Ayer fue a la hora de comer, en el chiringuito de la playa de Zapallar, - César creo que se llama -, mirando al mar y los bañistas. Pregunté a una pareja de carabineros (es como se conoce aquí a los señores polis), si estaba permitido hacer topless en Chile. Me dijeron que no, salvo en playas específicamente nudistas, y que hay multa en caso de que alguien te cite. Bueno, la verdad es que ayer no pensaba hacerlo. La playa estaba bastante concurrida y con ambiente muy familiar, y sé que aquí son pelín más conservadores que en España, así que no pretendía alterar a los chilenos. Me alegré, sin embargo, de que no hubiera habido mucha gente hace un par de días en la playa de Cachagua, ni siquiera carabineros patrullando, porque allí sí, ante la mirada de propios y extraños, opté por tomar el sol sin la parte superior de mi bikini. En cualquier caso, ayer en Zapallar el mar estaba un tanto bravo, y cuando está así, baja más de un calzón a los bañistas. No era caso salir desnuda al completo de mi baño… He dicho bien: mi baño. Ayer, por fin, en mi quinto viaje a Chile, caté de primera mano las aguas del Pacífico. Me metí incluso un par de veces, brincando sobre las olas con los niños según me adentraba. Di fe de lo fría que está el agua, acá, aunque creo recordar sensaciones similares en el Cantábrico o el Atlántico. La prefiero un poco menos fría, pero… es una gozada sentir las carnes tan prietas como a los veinte
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