The summer is almost over and the fall is coming… Según se va yendo el veranito, la oficina se llena. Y ¡vaya si se nota!. Hace un par de semanas, calma chicha. Ahora el teléfono arde, los emails se amontonan en la bandeja de entrada y las reuniones se suceden una tras otra, a veces hasta se solapan... Y todo es para ayer. Pero ¡claro!... ayer… ¡ay, ayer!, todos andábamos por esos mundos tostando la barriga al sol, tomando la cervecita en la playa, nadando en el mar o en el río, respirando en la montaña o en el pueblo de la sierra,… da igual, no había despertador ni relojes, ni jefes, ni empleados,…
Y parece que todo se acelera, menos los coches, que en breve andarán como el troncomóvil de Pedro Picapiedra (Fred Flintstone), atascados y estancados en las horas punta. Especialmente cuando los tiernos infantes vuelvan a eso tan duro de aprender. Que está fatal lo de que el cole empiece a la hora punta. ¿Nadie ha pensado en retrasarlo todo una hora?, ¿media al menos? Con las rutas y los papás de las criaturas fuera de circulación a primera hora, lo mismo se arreglaba algo el tema de los atascos. Digo yo. Pero es un decir, que lo sufro sólo como conductora pasiva en lo de llevar y recoger a los escolares., pero atascada al fin y al cabo Que nadie se lo tome a mal.
Lo bueno, al menos en este país, —o en mi ciudad—, es que el buen tiempo suele durar aún un poco, y eso se agradece. Pero en breve caerán las primeras gotas de lluvia, y ahí ya ni ruta, ni escuela, ni dominguero (que estos a veces se atreven a salir también a la hora punta, sin ser domingo, para terminar de fastidiarlo todo en un ¡más difícil todavía!), ni currante, ni repartidor… llegarán a tiempo a su destino. Se armará de nuevo el lío de los líos. Todos en el coche, mientras la lluvia cae. Algunos tranquilos y resignados. Otros desesperados, y desgañitándose a pleno pulmón y toque de cláxon. Otras, aprovechando lo del parón para pintarse el ojo. Que qué maestría tienen algunas, oye. Hasta en movimiento. Yo soy incapaz. A la mínima me saco el ojo si lo intento. Lo de pintarse los labios mirando de reojo el espejo, o incluso sin mirar, vale, es más sencillo, pero lo del eyeliner y el rimmel… ¡pfiuuuuuuu!, de nota.
Los cristales empañados y los limpiaparabrisas en acción, y dentro, todos vestidos de otoño-invierno. Que a mí ya me apetece eso de cambiar de atuendo. Sacar las botas, que me chiflan. Mis booootas… Y los jerseys, faldas, medias, abrigos,… y mi delicioso edredón. Eso de meterse en la cama en otoño o invierno es maravilloso. Taparse casi hasta por encima de las cejas. Escondida por completo, y arrebujadita. Se duerme casi de tirón. Sin tantas vueltas como doy yo en verano, bien por el calor, bien por los ruidos de la calle que entran sin pedir permiso por la ventana abierta. Pues me tengo que ir de compras, que ya he echado un vistazo al armario y me apetece renovar un poco. Y es que eso de ver un escaparate distinto a lo visto estos tres o cuatro últimos meses ya apetece. Sin bañadores ni tirantes ni chanclas. Es el reclamo perfecto.
Si saco un rato me escapo esta misma semana. Al menos para abrir boca...
Y parece que todo se acelera, menos los coches, que en breve andarán como el troncomóvil de Pedro Picapiedra (Fred Flintstone), atascados y estancados en las horas punta. Especialmente cuando los tiernos infantes vuelvan a eso tan duro de aprender. Que está fatal lo de que el cole empiece a la hora punta. ¿Nadie ha pensado en retrasarlo todo una hora?, ¿media al menos? Con las rutas y los papás de las criaturas fuera de circulación a primera hora, lo mismo se arreglaba algo el tema de los atascos. Digo yo. Pero es un decir, que lo sufro sólo como conductora pasiva en lo de llevar y recoger a los escolares., pero atascada al fin y al cabo Que nadie se lo tome a mal.
Lo bueno, al menos en este país, —o en mi ciudad—, es que el buen tiempo suele durar aún un poco, y eso se agradece. Pero en breve caerán las primeras gotas de lluvia, y ahí ya ni ruta, ni escuela, ni dominguero (que estos a veces se atreven a salir también a la hora punta, sin ser domingo, para terminar de fastidiarlo todo en un ¡más difícil todavía!), ni currante, ni repartidor… llegarán a tiempo a su destino. Se armará de nuevo el lío de los líos. Todos en el coche, mientras la lluvia cae. Algunos tranquilos y resignados. Otros desesperados, y desgañitándose a pleno pulmón y toque de cláxon. Otras, aprovechando lo del parón para pintarse el ojo. Que qué maestría tienen algunas, oye. Hasta en movimiento. Yo soy incapaz. A la mínima me saco el ojo si lo intento. Lo de pintarse los labios mirando de reojo el espejo, o incluso sin mirar, vale, es más sencillo, pero lo del eyeliner y el rimmel… ¡pfiuuuuuuu!, de nota.
Los cristales empañados y los limpiaparabrisas en acción, y dentro, todos vestidos de otoño-invierno. Que a mí ya me apetece eso de cambiar de atuendo. Sacar las botas, que me chiflan. Mis booootas… Y los jerseys, faldas, medias, abrigos,… y mi delicioso edredón. Eso de meterse en la cama en otoño o invierno es maravilloso. Taparse casi hasta por encima de las cejas. Escondida por completo, y arrebujadita. Se duerme casi de tirón. Sin tantas vueltas como doy yo en verano, bien por el calor, bien por los ruidos de la calle que entran sin pedir permiso por la ventana abierta. Pues me tengo que ir de compras, que ya he echado un vistazo al armario y me apetece renovar un poco. Y es que eso de ver un escaparate distinto a lo visto estos tres o cuatro últimos meses ya apetece. Sin bañadores ni tirantes ni chanclas. Es el reclamo perfecto.
Si saco un rato me escapo esta misma semana. Al menos para abrir boca...
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