—Bueno, tranquilízate, mujer, y ahora cenando me cuentas más despacio —dice Ivana a su amiga mientras echa un vistazo final a la carta.
—Es que ha sido un infierno. Estoy agotada, y este dolor de cabeza no se me va. ¿No tendrás por ahí un ibuprofeno? —pregunta Sandra.
—Algo llevo, sí, tranquila. Te tomas luego uno —contesta levantando la vista hacia el camarero, que ya está listo para tomar nota.
Ivana y Sandra son muy buenas amigas desde hace años. Suelen verse con frecuencia, pero durante el verano no han tenido muchas ocasiones, y han quedado a la vuelta de las vacaciones para ponerse al día. Ivana acaba de volver de pasar dos semanas en Tailandia. Vuelve encantada de la vida, descansada, con un bonito bronceado, miles de fotos y muchas anécdotas que contar. Sandra, muy al contrario, ha pasado uno de los peores veranos de su vida. El día antes de emprender el vuelo que les llevaría a ella y a Marco, —su novio—, al continente africano, se enteró de rebote de que él llevaba poniéndole los cuernos durante un par de meses, llevando en secreto una relación paralela con una tía de la oficina. Discutieron hasta la saciedad, se llamaron de todo, se perdieron el respeto por momentos y al final, exhaustos, decidieron calmarse y comportarse como adultos que han compartido buenos momentos y, a pesar de todo, marcharse a Egipto al día siguiente. Pensaron que merecía la pena ir y no tirar por la borda un viaje que les había costado un pastón, y que les llevaría una semana por El Cairo y en crucero por el Nilo, y finalizaría con una estancia de completo reláx en las playas de Mauritius Island. Como era de esperar, no fue la decisión acertada, y han pasado las dos peores semanas de su vida, sin poder escapar uno del otro y lanzándose continuas pullas. Al final él ha prometido terminar con la aventura y luchar por su relación con Sandra, a quien ha pedido perdón en todos los idiomas posibles, pero la convivencia de estos últimos días les ha desgastado tanto que han decidido darse un tiempo, calmarse y aclarar sus ideas separados, por lo cual él se ha ido al piso de un amigo mientras tanto. Sandra por su parte tiene solo una idea fija en mente, que sabe que no le aportará solución alguna, pero sí una especie de paz interior y un poco de ayuda para recobrar su autoestima perdida: necesita tener una aventura, para vengarse, liberarse y darse el gustazo, para sentirse menos idiota en el fondo.
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Images from Egypt, Thailand & Mauritius Island |
Mientras mantienen su charla, van dando buena cuenta de un delicioso tartar de atún rojo y de una botella de Chardonnay helado. Una lubina a la sal hace su aparición como plato de fondo, y llegado el momento del postre y café, ya se han contado con detalle su verano.
—No puedo más, Ivana. De verdad que ha sido una tortura. Necesito otras vacaciones para recuperarme. Llevo tres días sin dormir, con ataques de ansiedad.
—A pesar de la pasta que os haya costado, yo creo que no habría ido al viaje. ¿Para qué? Estaba claro que discutiríais —replicó Ivana.
—¡Yo qué sé! Decidimos que intentaríamos disfrutar las vacaciones como amigos, pero yo me sentía engañada y no podía disimularlo, la verdad, y al final se armaba la bronca a diario. ¡Qué agotamiento lo del discutir! Ahora solo puedo pensar en disfrutar un poco. Me lo debo a mí misma.
—No sé, creo que no arreglas nada teniendo una aventura. Lo que tenéis que pensar de verdad es si tenéis algo por lo que merezca la pena luchar o no.
—Que quiero disfrutar, ¡he dicho! —dijo resueltamente—. ¿No ha tenido él sus ratos de gozo? Pues yo también los merezco. ¡Ainnnsss!, y no se me va este maldito dolor de cabeza.
—Ahora te doy algo para que te lo tomes en casa —dice Ivana levantándose de su asiento—. Pero dame un momento, ahora vuelvo. Tenía que haber ido al baño cuando entramos, llevo toda la cena aguantándome por no dejarte a medias con la historia, pero ya no puedo más —dice susurrando y desapareciendo entre las mesas directa al WC.
Sandra asiente con una sonrisa mientras ve a su amiga alejarse. Se lleva a la boca el último bocado del postre con la mirada perdida. Su mente vaga por recuerdos de sus primeros años con Marco. Tal vez su amiga tenga razón. Una aventura no soluciona nada, y lo que tienen que pensar ambos es si quieren seguir juntos, aunque ve difícil poder hacerlo si no equilibra la balanza. Pero tendrán que rehacer entre ambos el puzzle de la, ahora rota, confianza, muy despacio, pieza a pieza. ¡Qué complicado todo! Y su dolor de cabeza va a peor. Necesita tomar algo ya, y sin pensarlo dos veces echa mano del bolso de Ivana y rebusca hasta encontrar un bote de pastillas y saca una. "Esto debe ser", piensa. Intenta leer lo que pone en el bote, pero ni su inglés ni su vista están en su mejor momento. "¿Que me lo tome al llegar a casa? No, no, no way!, que así empieza a hacer efecto ya", se dice. Vierte un poco de vino en la copa y se traga la pastilla, mientras divisa a Ivana volviendo hacia la mesa.
Reanudan su conversación mientras les sirven los cafés. Ivana está contando lo bien que lo ha pasado en Tailandia.
—Merece mucho la pena a pesar de volar tan lejos. Es otro mundo. Ya te enseñaré las fotos —dice Ivana.
—Sí, tengo que ir a Asia... algún día —replica Sandra, sonriendo con la vista un tanto desenfocada.
—¿Estás bien, linda? Te noto... —pregunta Ivana, fijándose por primera vez en el bote de pastillas sobre la mesa—. Sandra, dime que no has...
—Mmmmsssí, me siento muy relajada... —dice con una bobalicona sonrisa—. Esas pastillas... eeehhh... ¡Jajaja! No serán... eeeehh... droga, ¿no? ¡Jajaja!
—¡Ay!, ¿pero qué has hecho? —dice Ivana entre preocupada y divertida.
—¡Mmmmhh, mmmhhhh...! ¡Oooohhh! Esto... ¡es genial! ¡Mmmmhhh...! —dice Sandra, quien verdaderamente parece drogada.
—¡Sshhhh...! Baja el tono —suplica Ivana a su amiga en voz baja.
—¡Aaaaahh! ¡Mmmmhhhh, mmmhhhh, mmmhhhh, aaahh...! ¡Oooh, sí! ¡Mmmhhsssseeeh! ¡Mmmhhhssssí, mmmmhhhssssíiiiiiii!
—¡Sandra! Pero... ¡jajaja! ¡Sshhhh...! ¡Calla un poco, por favor!, ¡que nos mira todo el mundo! ¡Te dije claramente que lo tomaras al llegar a casa! —suplica Ivana a su amiga, intentando como sea disimular ante las miradas que ya reciben—. Lo traje de Tailandia. Es una pastilla buenísima para el dolor de cabeza, pero tiene... eeehhh... ciertos efectos —le dice bajando la voz todo lo posible, aliviada al ver que su amiga parece haber parado y se muestra completamente relajada mientras sonríe al vacío.
Ivana se vuelve hacia el camarero para pedir la cuenta y, subiendo un poco el tono para que las mesas cercanas lo escuchen, le dice:
—Es actriz, ¿sabe? Está ensayando la famosa escena de Meg Ryan en esa peli, ya sabe, la de When Harry Met Sally. Lo hace bien, ¿eh? —dice como mostrando orgullo para disimular el bochorno que siente.
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Meg Ryan in the famous scene |
El camarero sonríe sin saber qué pensar y se va a preparar la cuenta. Sandra, que parece haber vuelto de su viaje al éxtasis más absoluto y estar de nuevo de vuelta en el restaurante, alarga la mano hacia el bote.
—Me siento mejor que nunca. ¡Qué momentazo! Esta maravilla..., no tengo palabras... ¡Me lo quedo! Lo necesito más que tú, ¡jajaja! —dice guardándolo en el bolso.
—Tranquila, si lo traje para ti. Me he traído varios, ¡jajaja! Te lo iba a dar luego, y advertirte de tomarlo en privado. Ahora ya sabes por qué —sonríe Ivana.
En la mesa de al lado, tras Sandra, está sentada una mujer de unos sesenta y tantos años. Ha cenado sola, aparentemente sumida en un infinito aburrimiento mientras se concentraba en su plato. Ya ha pagado la cuenta y se dispone a salir. Se cuelga el bolso en el lado izquierdo y se levanta despacio de la silla, apoyándose en la mesa para no perder el equilibrio. Se lleva la mano derecha a la cabeza, haciendo una ostensible mueca de dolor, que no le pasa desapercibida a Ivana, quien la tiene de frente. Ya de pie, la mujer se gira con cuidado y pasa junto a ellas, caminando despacio y arrastrando un poco los pies, con el dolor plasmado en el rostro. Rebasa su mesa y parece dirigirse hacia la puerta, pero a un par de pasos, se gira y desanda el camino, deteniéndose frente a la mesa de Ivana y Laura.
—Perdonad, jovencitas, ehhhh... ¿no tendréis, por casualidad, una aspirina? Se me ha puesto un dolor de cabeza inaguantable —pregunta con voz muy débil y la mano en la sien que la tortura.
—¡Claro! —dice rápidamente Sandra sacando el bote de su bolso y ofreciéndole una a la anciana—. Tómela mejor en cuanto llegue a casa, que produce... somnolencia y... es mejor así —recalca bajando la voz.
—Ya, sí, sí, no te preocupes..., —le dice la anciana a Sandra, guardando la pastilla en su bolso—, que la tomaré en casa. Muchísimas gracias —dice con una leve sonrisa girando de nuevo hacia la salida.
La anciana camina, tal vez más ligera ahora, ¿o son imaginaciones de Ivana?, que se ha vuelto a verla alejarse. Lo que no ve, pues la anciana está de espaldas, es el modo en que acaricia el bolso, con los ojos llenos de brillo y luciendo una gran sonrisa, entre pícara y culpable, al salir a la calle.