Tenía calor, aburrimiento y ganas de hacer locuras. La tele era un rollo, y aunque tenía provisión de series, pelis, libros, música y juegos, le apetecía compañía. Hacía mucho que en su vida no había aventuras, de esas que cuentas a las amigas más íntimas entre risas y que las hacen tildarte de loca, de esas que te hacen ir a la cama con el guión para los sueños ya escrito, porque llenan tu mente todo el tiempo, de esas que te tienen con la sonrisa permanentemente dibujada, los ojos brillantes y los pies a escasos centímetros del suelo...
Tenía ansía de besar, de recorrer otro cuerpo humano con la boca, y de ser besada y acariciada, de sentirse morir de placer febrilmente, de estar al borde del desmayo en pleno éxtasis, de acurrucarse después o de acurrucar al otro, que tanto placer da una cosa como otra.
Pero las aventuras no surgen cuando tú quieres, no es de esas cosas que aparezcan por el mero hecho de chasquear los dedos o desearlas fervientemente apretando mucho las neuronas como conjugando un sortilegio. Decidió, no obstante, que necesitaba salir, tomar el aire, dar una vuelta, ver otras caras. La pereza no trae nada bueno, así que brincó del sofá de un salto, directa a la ducha. Se envolvió en el albornoz para secarse al tiempo que, parada ante el armario, pasaba sus ojos por las prendas intentando decidir. Pero no tuvo dudas. Eligió un vestido fresco y veraniego y un conjunto de ropa interior color berenjena. Se puso unas gotas de colonia de Té Verde aquí y allá, y como no le apetecía maquillarse en exceso, hidrató su piel, perfiló un poco sus ojos y finalizó dando un poco de brillo a sus labios ya en el ascensor.
Salió a la calle, y casi sin pensar, sus pasos la dirigieron a unas manzanas de distancia. Era una zona con varios restaurantes y bares, con un bulevar, animada a esas horas de la noche con los que aún no habían salido de vacaciones. Se sintió hambrienta y entró en un restaurante italiano. Pidió una copa de Merlot, mientras esperaba en la barra que se liberara una mesa. A su lado, dos mujeres y un hombre aguardaban también, mientras hablaban animadamente tomando unas cañas. Él era muy atractivo. No era de esos guapos como producidos en serie en una fábrica, perfectos pero sin gracia alguna, no. Era guapete sin pasarse, sonrisa encantadora, voz cálida y buen cuerpo. De ellas pudo ver que una era pelirroja y la otra morena. Mientras les conducían a la mesa y les veía alejarse, intentaba adivinar qué relación les unía. ¿Estaría saliendo con alguna de las dos? ¿Serían simplemente amigos? ¿Hermanos? Un minuto después fue ella la que era guiada a su mesa.
Casualidades de la vida, su ubicación estaba muy cerca de la del trío, y aunque no tanto como para escuchar de qué hablaban, sí veía perfectamente la cara de él y a ellas de espaldas. Lo dicho: attractive and cute. Sacudió la cabeza como para alejar ciertos pensamientos y desviar su mirada del grupo, e intentó concentrarse en la carta mientras degustaba su vino. Al poco llegó el camarero y ordenó provoleta, escalopines al Marsala y otra copa de Merlot. Yendo sola prefería optar por pedir el vino por copas más que por una botella que sabía no podría terminar. Paseó la vista por las otras mesas y decididamente el grupo más interesante era el trío, pero debía evitar estar pendiente, por educación, aunque la cosa no era fácil al estar sola y no tener nadie con quien conversar. Sacó el android del bolso, para entretenerse con el Angry Birds hasta el momento en que le trajeran su cena, que no se hizo esperar. Disfrutó de la comida, echando miraditas, ora al plato, ora al grupo, y alguna aislada al resto de la sala o al móvil, que permanecía mudo de mensajes, llamadas o chats imprevistos. Pasó de postre y pidió café. Resignada a volver a casa, pagó la cuenta, echó una última mirada al monín, cogió su bolso y decidió ir al baño antes de salir a la calle.
Había tomado tres copas de Merlot y notó al caminar que su mente estaba un tanto nublada. En el baño, abrió el grifo y refrescó sus muñecas bajo el agua fría. Secó sus manos y salió. No se había alejado aún ni dos pasos de la puerta cuando alguien la sujetó de la muñeca y la atrajo hacia sí. Lo siguiente que sintió fue un largo y dulce beso y una mano que la sostenía la barbilla. Abrió los ojos... La pelirroja estaba ante ella y le puso un dedo en los labios, mientras fruncía los suyos como en gesto de "ssshhhh, calla, no hables..." Se acercó más y le susurró al oído: "Déjame que te mime esta noche"... Y salieron juntas a desandar las manzanas que había hasta su cama.