…el inicio de la historia lo puedes leer aquí
Laura salió del metro y camino unos minutos hasta el Centro Comercial. Localizó la peluquería en el panel de información, y dirigió ansiosa sus pasos hacia allí. Descubrió que la tal Clara no existía y que la supuesta campaña de captación de clientes era mentira. Sus hombros se descolgaron y perdió la confianza que traía. La encargada, la de verdad, notó su frustración y contrariedad. Era evidente de que había sido víctima de una broma, y parecía tan hundida. "Pobre mujer, se ha quedado totalmente abatida", —pensaba—, "y el caso es que tiene unos pómulos divinos que no se ven resaltados en absoluto con el peinado que lleva".
—¿Sabes qué? —dijo dirigiéndose a Laura—. Siento mucho que hayas sido víctima de una broma. No sé quién tendría intención de hacer algo así, ni por qué, pero tal vez es una señal, y ya que estás aquí, creo que deberíamos hacer algo con ese pelo. Tienes una cara preciosa que mostrar al mundo, y nuestro Piero es un artista. ¿Qué te parece si te regalo un bono del 50%?.
Laura se quedó azorada. Sentía apuro por haber sido tan crédula, pero las palabras tan amables de la encargada lograron convencerla, y pensó que tal vez sí fuera todo una señal. Necesitaba un cambio y lo tendría.
—Cariño, ven conmigo por aquí al lavabo —le dijo el tal Piero—. ¡Te voy a dejar di-vi-na!.
Bruno, tras calentar unos minutos, se había aplicado con ganas al spinning durante media hora. Estuvo un rato en las máquinas de Pilates y finalizó con estiramientos. ¡Quién lo hubiera dicho unas horas antes! Ahora se sentía pletórico y lleno de energía. Hacía un día tan magnífico que decidió salir del gimnasio y terminar su ejercicio corriendo un poco. esa Por esa zona no había más que asfalto, pero podía acercarse al parque y volver hacia su casa dando un rodeo.
Gabriela se desperezaba en los brazos de Leo. Tendría que ir pensando en volver. Habían robado al sábado unas horas maravillosas. Por primera vez en su vida, se sentía libre y segura de sí misma cuando estaba con él. Desde el mismo instante en que intercambiaron unas palabras es como si le conociera de siempre. Tenía todo lo que había anhelado encontrar en su pareja. A veces tenía que pellizcarse para cerciorarse de que era real, de que no era un sueño, de que le estaba ocurriendo a ella.
Se despidió con pena y quedaron en verse al día siguiente. Ya pensaría en algo para poder escaparse un rato. Bajó en el ascensor y fue hacia su coche. Arrancó y conectó su iPod. Aún se sentía flotando, estaba como en las nubes, dejándose llevar por la música que sonaba, pero con la mente poblada por las imágenes de las últimas horas. Estaba enamorada, de eso no cabía la menor duda.
—¿Sí? —respondía Daniela al teléfono—. ¡Holaaaaa, papá!” —se calla
y escucha—. No, no está. Salió esta mañana pero lleva su móvil. Llámala —juega
con sus rizos enrollándolos en el dedo índice con una sonrisa mientras le
llegan al otro lado las palabras de su padre—. ¡Genial! ¡Qué bien! Ahora se
lo digo a Darío —dice contenta—. ¡Hasta mañana, papi!.
Piero había cortado a Laura un buen trozo, pero aún podía presumir de melena, que ahora estaba viva y brillante, en lugar de lacia y sin gracia como antes. Se miró con ayuda del espejo que le ofrecían para ver la parte de atrás y fijó finalmente su mirada en el espejo grande. Le gustaba lo que veía. Estaba satisfecha.
Agradeció a Marta, la encargada, el detalle que tuvo con ella, pagó prometiendo volver, y dio a Piero una merecida propina. Dejó la peluquería y ahora sus pasos eran firmes al ir hacia la salida. Salió a la calle, y echó a andar hacia el metro. Caminaba confiada por fuera, pero por dentro iba dando saltos como una chiquilla. La calle le parecía más brillante y los contornos de la ciudad aparecían a sus ojos como recién perfilados, como si alguien hubiera aplicado algún efecto de Photoshop llenando todo de magia. Todo le llamaba la atención. Había dejado de ser una triste sombra que se dedica a vegetar, y ahora renacía hambrienta del mundo, de aventuras, de conocimiento, de comunicarse. Sonreía a la gente con la que se cruzaba. Se acercaba a los escaparates curiosa y le daban ganas de comprar todo.
Bruno llegó al parque corriendo, y dio unas cuantas vueltas a modo de circuito. Miró el reloj y pensó que había hecho bien en levantarse y salir a hacer deporte. Era buena hora para volver a casa, darse una buena ducha y salir a comer. Emprendió a la carrera el regreso.
Gabriela conducía ensimismada, barajando en su mente posibles desenlaces cuando les dijera a sus hijos que estaba con alguien. Tres meses podrían parecer poco, pero no tenía ganas de esperar a que fueran mayores de edad. Tal vez pidiera ayuda a su ex.
El sonido del móvil la sacó de sus cavilaciones. Sujetó firmemente el volante con la mano izquierda mientras con la derecha tanteaba dentro del bolso. Lo encontró, por fin, y como si hubiera sido conjurado vio el nombre de su ex en la pantalla. Pulsó la opción de responder y justo cuando miraba a la pantalla para activar la opción de altavoz y así poder hablar en manos libres, vio por el rabillo del ojo que el coche delantero frenaba de golpe y al frenar el suyo se le resbaló el móvil al suelo bajo sus pies. Con el coche parado dobló el torso hacia adelante intentando encontrar el móvil a base de dar golpecitos con la mano por todas partes, pero no daba con él. Gritaba a su ex que no le oía, que esperara, que se le había caído el móvil y lo buscaba frenética. El conductor de atrás se puso a pitarla para que reanudara la marcha, y así lo hizo, y a dos manzanas lo perdió de vista al virar. Ahora no llevaba conductor delante ni detrás, circulaba por una calle larga de un solo carril, y eso la envalentonó a hundir la cabeza hacia el suelo solo un momento para encontrar el móvil. No lo veía. Lo mismo había caído bajo el asiento.
Laura iba por la calle flotando y haciendo piruetas encantada con su nueva imagen. Paró ante un escaparate donde un vestido veraniego captó su atención.
—Sí, se dijo. A partir de ahora voy a cuidar mi aspecto. Ya vale de hacerse la víctima y encerrarse. Voy a salir, voy a vivir, voy a ser feliz de nuevo... seeeeeeeeehhhh!.
Se fue separando del escaparate medio danzando, mientras observaba su imagen reflejada en él, y se puso a cruzar al otro lado girando como una loca, llena de vitalidad.
Bruno corría las últimas manzanas hacia su casa cuando la vio, como también vio el coche que iba hacia ella y... ¿¿¿sin conductor???
No lo pensó un solo segundo, aceleró y alcanzó a sujetar a Laura con fuerza, apartándola de un empujón que terminó derribándoles a ambos al otro lado de la calzada.
Gabriela no encontraba el móvil y asomó de nuevo la cabeza sobre el volante en el preciso instante en que Bruno y Laura pasaban ante sus ojos como una exhalación. Apretó el freno con todas sus fuerzas y el chirrido de las ruedas resonó en la calle hasta que detuvo el vehículo. El subidón de adrenalina fue instantáneo. Bajó del coche, y corrió a grandes zancadas los metros que le separaban de los peatones que casi había atropellado.
—Ay, ay, ay... Lo siento mucho. No os vi. ¡Dios mío! Estaba... ¿Estáis bien? —dijo agachándose junto a ellos y tocándoles a ambos, llena de nerviosismo.
—Pero... ¿¿¿se puede saber qué hacías conduciendo sin mirar??? —digo Bruno airadamente—. Si no llego a pasar por aquí y me lanzo, la habrías atropellado. ¿Te das cuenta?.
Laura estaba como alelada por el shock, o tal vez por Bruno, de quien no apartaba sus ojos azules. Gabriela y Bruno hablaron un rato acaloradamente, pero se fueron calmando y al final Bruno, alentado por Laura, decidió no poner una denuncia. Se despidieron y mientras Gabriela se dirigía a su coche, que había dejado abierto en medio de la calzada, Bruno intentó convencer a Laura de ir al hospital, para asegurarse de que no tenían nada, pero ante su negativa decidieron al menos ir a una cafetería y tomar algo mientras se calmaban un poco tras el susto.
Gabriela arrancó el coche y puso de nuevo rumbo a casa. Temblaba aún, y condujo muy despacio hasta llegar a su garaje. Cogió el ascensor y abrió la puerta de su casa.
—Ya estoy de vuelta, niños —dijo exhalando un gran suspiro e intentando dar a su voz un tono de naturalidad que no sentía. Aún le duraba el susto en el cuerpo. Las imágenes de Leo entre las sábanas se mezclaban con las de Bruno y Laura tirados en la calzada.
—Hola, mami —dijo Darío acercándose a darle un beso.
—Hola, mamá —dijo Daniela desde el sofá estirándose y despertando del sueño en que se había sumido.
—¿Os habéis portado bien? —dijo.
—Pues claro, mamá. ¿Qué podríamos haber hecho? —respondió Daniela con la inocencia escrita en la cara—, ¡si nunca hacemos nada emocionante!.