—Me tengo que ir y Nadia no puede venir a quedarse con vosotros, así que, os dejo solos. Estaré de vuelta sobre la una y media.
Portaos bien —dijo cerrando la puerta.
—Sí, mamá —contestaron al unísono.
—Sí, mamá —contestaron al unísono.
Daniela y Darío no era la primera
vez que se quedaban solos alguna mañana de sábado por unas horas. Su madre se fiaba, más o menos, de que no ocurriera ningún percance
serio. Ya tenían 12 y 11 años respectivamente, y hasta ahora no le habían
demostrado que estuviera equivocada al confiar en ellos.
De modo tácito, sin hablar siquiera, se quedaron ambos mirando la puerta, y dejaron transcurrir un par de minutos, como para asegurar que su madre no iba a regresar porque hubiera olvidado algo. Se volvieron uno hacia el otro, con la travesura y aventura escritas en sus caras, y fue Daniela quien sugirió: “¿Jugamos a Touch?”. Era más un hecho que una pregunta, y salió corriendo por el pasillo hacia el salón, seguida de cerca por Darío. Cogieron la guía de teléfonos y el teléfono inalámbrico y se sentaron en la alfombra.
De modo tácito, sin hablar siquiera, se quedaron ambos mirando la puerta, y dejaron transcurrir un par de minutos, como para asegurar que su madre no iba a regresar porque hubiera olvidado algo. Se volvieron uno hacia el otro, con la travesura y aventura escritas en sus caras, y fue Daniela quien sugirió: “¿Jugamos a Touch?”. Era más un hecho que una pregunta, y salió corriendo por el pasillo hacia el salón, seguida de cerca por Darío. Cogieron la guía de teléfonos y el teléfono inalámbrico y se sentaron en la alfombra.
—Te toca a ti elegir, nano —le dijo a su hermano.
Darío, con mucha teatralidad, puso la guía sobre su regazo, y mirando al techo y poniendo los ojos en blanco, la abrió al azar, y aún sin mirar, deslizo su dedo índice sobre las páginas seleccionadas y paró en un punto.
—Aquí —dijo.
—¿A ver? —dijo Daniela volcándose sobre la página para ver dónde había caído y evitar mover el dedo de Darío—. ¡Vale! ¡Probemos!.
Darío dictó nervioso los números de teléfono a su hermana, mientras ella marcaba y repetía.
—… 3… y 9… Ya está.
—Nooo… ¡te he dicho 7, no 9! —clamó.
Guía telefónica |
—Sí, dígame —dijo una mujer al otro lado.
—Buenos días. Me llamo Clara y soy la encargada de “La Pelu Que Mola”. Hoy es su día de suerte porque estamos ofreciendo cortes de pelo gratis esta mañana, para darnos a conocer. El plazo acaba hoy a las 13:00, así que, está invitada a venir a vernos. Estamos en el Centro Comercial La Pasión.
—¡Vaya! He oído hablar del
centro. Me queda a la otra punta de la ciudad, no sé. Lo voy a pensar, pero... lo mismo me animo.
Daniela terminó de añadir algo
más de cháchara persuasiva y creíble, y se despidió de la mujer al otro lado de
la línea. Nada más colgar, antes de poder echar la carcajada con su hermano y
reanudar sus travesuras, sonó el teléfono, y pasó la siguiente media hora al
habla con su amiga Ana. Para cuando acabaron de hablar, Darío harto de esperar,
ya estaba metido en la piel de Harry Potter jugando con la Wii, y Daniela le
vio tan feliz que enchufó su iPod y se dejó caer en el sofá.
Laura colgó el teléfono y se
detuvo ante el espejo. La verdad es que se había dejado mucho últimamente. La
ruptura con Javier le había dejado al borde de la depresión. Se levantaba de la
cama e iba a trabajar como un autómata. Volvía a casa y se sentaba frente al
sofá para consumir basura televisiva y autocompadecerse. Así llevaba casi cinco
meses. Tenía un aspecto lamentable, y tenía que reaccionar de una vez por todas
y ponerle fin. “Ya está bien”, se dijo. Lanzó la pereza directa a la lavadora
hecha un guiñapo con su ropa, y fue a eliminar cualquier resto bajo la ducha.
Mientras el agua avivaba su recién recobrada voluntad pensaba en que necesitaba
un cambio de look. Tal vez era lo que
le faltaba para volver a ganar confianza en sí misma. Sí. Iba a convertirse en otra
Laura.
—Riiiiing…. Riiiing…
Bruno salió de la cama, aún medio
grogui tras la juerga de la noche anterior. Quienquiera que hubiese llamado
había colgado. Apenas sonó, pero sí lo suficiente como para sacarlo de la cama. Y ahí estaba, parado en medio del salón camino al teléfono, rascándose la
cabeza con una mano y los huevos con la otra. Afortunadamente no había llegado
muy mal a casa, pero sus pulmones aún echaban humo y empezaban las toses
mañaneras. Tenía que dejar de fumar. Estaba decidido.
De esa guisa estuvo unos minutos, alelado mientras daba tiempo a su cerebro a despertar del todo. Desechó la idea de volver a la cama porque de hacerlo echaría a perder todo el día. No. De algo tenía que servirle haberse levantado a una hora razonable. Fue directo a lavarse la cara y ver cómo las legañas se iban por el desagüe, y se puso un pantalón de deporte, una camiseta y las playeras. “¡A eliminar toxinas y sudar un poco!”, se dijo. Cogió sus cascos y salió de casa con el firme propósito de ir al gimnasio y después a correr un poco.
De esa guisa estuvo unos minutos, alelado mientras daba tiempo a su cerebro a despertar del todo. Desechó la idea de volver a la cama porque de hacerlo echaría a perder todo el día. No. De algo tenía que servirle haberse levantado a una hora razonable. Fue directo a lavarse la cara y ver cómo las legañas se iban por el desagüe, y se puso un pantalón de deporte, una camiseta y las playeras. “¡A eliminar toxinas y sudar un poco!”, se dijo. Cogió sus cascos y salió de casa con el firme propósito de ir al gimnasio y después a correr un poco.
Gabriela iba feliz a su cita con Leo. Se habían conocido de forma casual en el taller, el día que fue a llevar su coche. Entablaron conversación en la sala de espera, mientras tomaban un horrible café de máquina. Le llegó el turno de ser atendida, y mientras le tomaban los datos, a Leo le llamaban para recoger el suyo. Terminaron casi al tiempo, y él se ofreció a llevarla a tomar un café de los de verdad. De eso hacía tres meses. Desde entonces habían salido al cine y a comer unas cuantas veces. Hacía un año de su separación, y aunque mantenía buena relación con su ex, no quería precipitarse en llevar a Leo a casa por temor a la reacción de sus hijos, lo cual hacía que se vieran cuando les tocaba estar con su padre. Pero ese fin de semana, su ex había cambiado los planes en el último momento por temas de trabajo, y no le quedó otra que inventar algo que hacer para conseguir al menos unas horas con Leo.
Continuará...
(Puedes leer el resto aquí)
Vidas interconectadas, muy... touch, desde luego.
ResponderEliminarTengo que ponerme con la serie.
Un abrazo enorme