lunes, 30 de julio de 2012

The Threesome

Jaime es alto, moreno y de cuerpo atlético. Es guapo, sin duda, y lo sabe, pero no ejerce de ello. Odia que las mujeres se acerquen a él solo por su físico imponente, y tal vez por ello tiende a endurecer el gesto, y andar como malhumorado sin estarlo, asustando con ello a muchas que piensan de él que es el típico chulito ligón de gimnasio. Solo cuando ya actúa en confianza y sin reservas, descubres que de duro tiene más bien poco, que su sonrisa es mágica y que es inteligente, divertido, educado y tierno. Está enamorado secretamente de Laura, pero no se ha atrevido a dar ningún paso, pues sus sensores no detectan en ella el más mínimo interés por él.

Laura es menuda y grácil, camina como si danzara de puntillas por la vida. Su delgadez y delicadeza se ven rotas tan solo por unos pechos redondos y perfectos, regalo de su padre, a quien lloró durante meses para que le pagara la operación. Su rostro es ovalado, y en él destacan sus marcados pómulos y sus grandes ojos color miel. Cuando sonríe, su boca grande, concebida para besar, deja ver una hilera de dientes blancos y un piercing en la lengua. Es una tía moderna, luchadora, con madera de líder, con las ideas muy claras y capacidad para llevarlas a cabo. Ha tenido relaciones con hombres, pero también con mujeres, y de un tiempo a esta parte se declara lesbiana. Su dominante personalidad ha sido la causa de sus últimos fracasos amorosos, pues atrae a chicas igualmente dominantes, engatusadas por su engañoso aspecto delicado, y al final el choque resulta inevitable. Últimamente ha puesto sus ojos en Carlota, pero ella parece no ser receptiva en absoluto.

Carlota es puro nervio y pura fibra en la oficina, habladora incansable no para quieta un momento, sus ojos azules bailan al compás que su dulce boca dicta. Expresiva por naturaleza, se acompaña de gestos con sus manos para enfatizar o modular cada palabra. Acude al gimnasio tres veces por semana, a quemar un poco de nervio, como ella dice, y su cuerpo es fiel resultado del esfuerzo que dedica a su cuidado. Cuando llega a casa se transforma en una chica hogareña y tranquila, que ansía encontrar una relación después de sus sonados fracasos, pues se enamora con facilidad y no sabe más que darse al 100%, lo cual hace que la caída sea dura cuando descubre que el otro no está dispuesto a dar lo mismo. Ha puesto los ojos en Jaime, tras descubrir que no es lo que parece y que, en el fondo, es dulce y tierno, pero no quiere precipitarse como siempre y, de momento, se mantiene en actitud observadora.

Los tres trabajan en diferentes departamentos de la misma empresa, pero en la misma planta, lo cual hace que coincidan a menudo en la zona de vending. Ello, unido a que el verano anterior les tocó trabajar durante un par de meses en horario nocturno, les permitió conocerse mejor. Se han hecho amigos y quedan con frecuencia muchos viernes, para poner el broche de cierre a la semana laboral. Fue uno de esos días cuando salió el tema. Los tres llevaban tiempo sin pareja, y de vez en cuando se lanzaban pullas al respecto, sin desvelar nunca lo que cada uno siente hacia otro de ellos. Pero aquel viernes, ayudados y desinhibidos por el vino de la cena, Laura confesó, medio en broma, medio en serio, que no le importaría nada intentarlo con Carlota. Ésta, en respuesta, dijo lo mismo en relación a Jaime, y él, finalmente, confesó que quien le atraía era Laura. Estallaron al unísono en una gran carcajada. Les parecía el colmo del despropósito que no se diera ni una sola coincidencia, y así, achispados y lanzados como estaban, empezaron a bromear acerca de ¿por qué no probar cada uno con los otros dos y al final decidir si había alguna posibilidad? Era como montar un trío, pero dos a dos. Hablaron de tomarse los tres unos días el siguiente fin de semana, desde el jueves, y dedicar así cada día a la prueba de una de las posibles parejas, dejando el domingo para la reflexión. El lunes sería el momento de compartir opiniones, sentimientos e ideas, quedando prohibido desvelar nada al resto hasta ese momento. No obstante, como eran conscientes de que habían bebido bastante, decidieron confirmar el plan el lunes siguiente en la oficina, y efectivamente así lo hicieron, pues ninguno de ellos se echó atrás. Quedó planificado qué pareja se asignaba a cada día, y ya solo quedaba esperar.

Mixed up feet

El fin de semana llegó. El jueves se citaron Jaime y Laura, el viernes les tocó a Laura y a Carlota, y el sábado cerraron el ciclo Carlota y Jaime. No había reglas. Cada pareja pasó el día y noche como más le apeteció, decidiendo juntos qué hacer para conocerse mejor, si habría o no sexo, si les bastaba con una hora o si necesitaban de todo el día. El domingo cada uno meditó y reflexionó a su manera, valorando cada aspecto de la persona que inicialmente les atrajo y también de la persona a la que atrayeron. Era complicado, desde luego. Cuando descubres que atraes a alguien, que de pronto eres especial para esa persona, germina en ti una especie de sentimiento recíproco aunque hasta el momento no hubiera existido semilla alguna. Es como si brotara por generación espontánea. Por otra parte, tener en carne y hueso ante ti a la persona que ha poblado tus fantasías más secretas y ha campado a sus anchas por tus sueños, produce una emoción y vértigo deliciosos, unidos también al miedo a chocar con una verdad y realidad diferente a la imaginada.

El lunes cada uno de ellos llegó a la oficina con una idea en mente. El momento elegido para ponerlas en común era la hora de la comida. Se juntarían en la cantina, y tal vez descubrieran al menos una coincidencia. Podía ocurrir de todo, desde que a cada uno ahora le motivara justo el que antes no, a que saliera una pareja con tan solo que uno de ellos cambiara su opción. Dado que eran amigos habían acordado aceptar lo más deportivamente posible el resultado, y seguir celebrando sus noches de viernes.

A la una y media en punto, cada uno de ellos se dirigió al ascensor para unirse al resto. Bajaron a la cafetería nerviosos y en silencio, casi evitando mirarse por no desvelar lo que les pasaba por la mente. En fila, cada uno con su bandeja llena, se dirigieron a la mesa del rincón donde solían sentarse.

—¡Qué buena pinta tiene hoy la ensaladilla! —dijo Carlota rompiendo el hielo.

—Yo no pude resistirme a los tortellini —replicó Laura.

—Chicas, si queréis hacemos preámbulo de conversación de relleno o diálogo de besugos, pero, seamos serios, creo que todos nos morimos por saber, ¿me equivoco? —confesó finalmente Jaime.

—Tú como siempre tan práctico y directo al grano —le miró Laura con una sonrisa—. Pero sí, tienes razón, cuanto antes empecemos a hablar, antes terminaremos. Detestaría que llegara la hora de volver y se hubieran quedado las cosas en el aire.

—Estoy contigo —dijo Carlota—. Queda ver quién habla primero, y os propongo que, para empezar, digamos uno a uno si hemos cambiado nuestra visión anterior a este fin de semana tan intenso. Si todos pensamos igual, me temo que indicará que seguimos en un círculo amoroso que gira solo en un sentido; si no, solo aquéllos para los que haya cambiado su sentimiento serán libres de decidir, en función de las respuestas de los otros, si aclaran que el sentimiento inicial ya no existe, y si ha sido sustituido por otro o no.

—Me parece una idea genial, la verdad —contestó Jaime.

—Y a mí —añadió Laura—. En cuanto a quién empieza, salvo que haya algún voluntario, si os parece lo podemos resolver con mi dado de la suerte —dijo al tiempo que metía la mano en su bolso para recuperar el mencionado cubito—. En cuanto sea capaz de encontrarlo en este bolso tan grande, lo lanzo. Si sale 1 o 4 empiezas tú, Jaime; si sale 2 o 5 empieza Laura; si sale 3 o 6, seré yo la primera en confesar. Y para ver quien sigue después, asignamos pares a uno e impares a otro, y vuelvo a lanzar.

Laura fue sacando cosas del bolso y apilándolas sobre la mesa, para poder rebuscar mejor y dar con el maldito dado, mientras Jaime observaba atónito la cantidad de cosas tan dispares, y aparentemente tan inútiles, que salían de allí.

—¡Por fin! ¡Aquí está! —dijo poniendo un pequeño dado rojo sobre la mesa—. Bueno, —prosiguió intentando captar la atención sobre el objeto—, ¡atentos!, que voy a hacer el primer lanzamiento.

The red dice that lives in Laura's handbag

Viendo que Carlota permanecía muda y con la vista puesta insistentemente en alguna parte que quedaba a espaldas de ella y Jaime, Laura llamó su atención.

—Nena, estás ida. ¿Qué miras tan atentamente?

—Os escucho, pero no os veo. No puedo parar de mirarlo. Me acabo de transportar a otro universo paralelo —respondió Carlota sin desviar la vista de lo que fuera que atraía su atención.

Laura y Jaime, sin ningún tipo de disimulo, volvieron la cabeza al unísono para descubrir a un tío que acababa de pagar en caja y avanzaba por el pasillo con su bandeja. Debía tener unos treinta años, era alto, con buena planta, de pelo castaño y ojos claros. Llevaba una arreglada barba de dos días y, no es que fuera demasiado guapo, pero algo en su aspecto lo hacía atractivo, y evidentemente a Carlota se lo pareció hasta el punto de quedarse colgada de esa manera. También Laura y Jaime parecían estar embobados con él.

Se veía claramente que estaba echando un vistazo al comedor, en busca de un hueco donde sentarse, y Laura no se lo pensó dos veces. Haciendo señas con la mano como cuando llamas a un taxi y luciendo su mejor sonrisa, le dijo:

—¡Vente! Tenemos hueco y acabamos de sentarnos.

El chico sonrió a su vez, aliviado y agradecido por la ayuda, y mientras se dirigía a la mesa, Carlota, bajando la voz para que solo Laura y Jaime la oyeran, pero muy convencida de sus palabras, dijo:

—¡Chicos! Me da el presentimiento de que tal vez el círculo se amplíe, así que... game over! ¡Tenemos que empezar de nuevo!

miércoles, 25 de julio de 2012

Eternal Love

El sudor bañaba su frente por el gran esfuerzo. Resbalaba por su cara y se mezclaba con sus lágrimas. El nudo que tenía en la garganta le atenazaba y le impedía hablar. Temía que al hacerlo ella se le escapara. Empezaba a ser consciente de que no podría resistir mucho más tiempo. Sus manos agarraban como podían las de ella, pero se iban escurriendo lentamente, y no sabía cómo evitarlo.

Ella le miraba, sin miedo, con sus brillantes ojos verdes fijos en los de él, grabando ese rostro en su mente, mostrándole la misma sonrisa mágica y serena que le cautivó aquel día en que se conocieron.

Él veía borroso, sentía la mirada turbia por las lágrimas y los hombros a punto de salirse de su sitio. Los dedos seguían resbalando poco a poco. Ella le miró con todo el amor que sentía por él y, sin dejar de sonreír, le dijo:

—Te amaré siempre.

Perilous Sea Cliffs in Hawaii, taken by Peter Tsai

Sin poder hacer nada por evitarlo, sus manos se soltaron finalmente. Ella cayó, y de la garganta de él salió por fin un grito desgarrador que partió el cielo en dos y ahuyentó a las gaviotas:

—¡Noooooooooo!

Hace años de ello pero él recuerda aún esas imágenes borrosas, grabadas a fuego en su mente, proyectadas a cámara lenta en el lienzo de los recuerdos. El rostro de ella, sus ojos, su sonrisa, sus palabras, aquella caída directa hacia el fondo del acantilado, que rompió en mil pedazos dos corazones al chocar contra las rocas y los mezcló con la espuma de las olas juguetonas, ajenas por completo al final de un amor.

Sí, ha pasado tiempo y ha tenido más relaciones, ha oído algún "te quiero" y algún "te amo", pero sabe que, aquélla, fue la declaración de amor más sincera que tendrá en toda su vida.

jueves, 12 de julio de 2012

Tell Me A Story

El verano acababa de empezar y las noches aún eran calurosas, algo que la humedad del mar hacía más patente. Eso había hecho que, Lía, tras dar las buenas noches a su sobrino y acompañarle a la cama, hubiera preferido salir al porche a leer. Se mecía en la hamaca dejando que una leve brisa y el murmullo del mar la acariciasen. Haber permanecido dentro de la casa, tal vez habría evitado alguna picadura de mosquito, pero a buen seguro habría significado más calor, dado que la casa aún conservaba parte del recibido del sol durante toda la tarde, antes de perderse en el horizonte marino. Alex ya había subido a acostarse hacía una hora, por ello Lía no esperaba una llamada y tardó en darse cuenta de que era la vocecita de su sobrino la que escuchaba. Saltó de un brinco y corrió escaleras arriba para averiguar qué le pasaba. Adoraba al peque, era su sobrino favorito, su ojito derecho, tan dulce y educado, tan sensible.

Subió las escaleras de tres en tres y en unos segundos estaba frente a la puerta semiabierta de la habitación. Hizo una mínima parada y, con gesto teatral, dio un salto hacia el centro de la habitación:

—¡Tita Lía al rescateeeee! —dijo engolando la voz, para dar más impacto a su entrada—. ¿Qué le pasa a mi sobri?

—Jo, que no puedo dormir. Lo intento, pero el sueño no quiere venir, y sigo despierto pensando cosas. Tal vez si me cuentas un cuento...

—¡Qué tunante y pillín eres! Pero, dime, ¿en qué piensas, peque? ¿Estás preocupado por algo? ¡Ay!, que me parece que intuyo lo que es. Le sigues dando vueltas a lo de esos niños de esta tarde, los que se burlaban de ti, ¿verdad?

—Sí, —dijo con carita de pena, con sus lindos a punto de alguna lágrima.

—Pues creo que por aquí, en el saquito de los cuentos, tengo uno perfecto para este caso.

Y así, con los ojos de su sobrino mirándola expectantes, comenzó el relato:

Érase una vez, en un pequeño país al sur de la región donde duermen las hadas, había un reino llamado Blik. Su rey, Akmar, era un hombre justo y sabio, con excelente sentido del humor, que destacaba por su valor e inteligencia, y por su buena preparación física. Era un gran guerrero, fuerte, ágil, rápido, y no había actividad que se le resistiera. Tal vez por ello era exigente con su pequeño, el príncipe Kirim, quien intentaba por todos los medios no defraudar a su padre, pero tendía a frustrarse y sufrir cuando era objeto de burlas cariñosas por parte de su progenitor, su hermana mayor, sus primos o sus amigos. Ponía toda su alma en lo que emprendía y era muy exigente consigo mismo, pero era aún pequeño para algunas cosas y su cuerpo delgadito no tenía fuerza suficiente todavía, y cuando escuchaba alguna crítica o risa dirigidas a él, no sabía aceptarlo y se encerraba en sí mismo, frustrado, y se escapaban de sus ojos tremendos lagrimones. Su padre le daba un abrazo cariñoso y le decía una y otra vez que no pasaba nada, que ya crecería y aprendería, y que tenía mucho mérito intentar las cosas. Pero a él eso no le consolaba y a veces deambulaba por palacio apenado, sin querer hablar con nadie. A instancias de su madre, —la bellísima reina Nadia—, el rey Akmar decidió llamar a su antiguo maestro, de nombre Yanis, quien era ya muy anciano y vivía retirado de la ciudad en una pequeña granja. Al despuntar el alba una carreta salió de palacio en su busca, con un mensaje que llevaba el sello del rey y que debía ser entregado en mano a Yanis. Y así fue, pues al anochecer el anciano leía la nota despacio mientras sonreía, y no dudó ni un momento en acudir a la llamada del que, de algún modo, seguía siendo para él el pequeño Akmar, y al que quería como un hijo. Se encargaría de fortalecer el cuerpo y la mente del joven Kirim tal como hiciera con su padre muchos años atrás.

Ya en palacio, Yanis quiso observar al pequeño Kirim a distancia antes de presentarse formalmente, y así se lo comunicó a Akmar, quien se alegró mucho de tener a su maestro cerca por un tiempo. Quería ver al príncipe sin ser visto, analizar cuál era su comportamiento, cómo se desenvolvía, tener una primera impresión de cuáles eran sus puntos fuertes y débiles, y tuvo ocasión de hacerlo durante varios días. En ese tiempo constató que era un niño inteligente y aplicado cuando asistía a las lecciones que su educador le impartía. Era inquieto y curioso, y no dudaba en pedir explicaciones de aquello que no entendía o que le fascinaba hasta el punto de querer saber más. Vio que era un poco tímido cuando no se sentía seguro acerca de algún tema, o cuando tenía que expresarse o actuar ante distintas personas, como la mañana en que el rey, desde el balcón de palacio, se dirigió a su pueblo para felicitarles por la gran calidad de las mercancías que exportaban a otros reinos. Al final de sus palabras descubrió por el rabillo del ojo a Kirim junto a su madre, medio oculto tras sus faldas, y quiso que el pequeño saludara al pueblo para que lo vieran y lo fueran conociendo, y Kirim, renuente, forcejeó un poco, pero no pudo zafarse y evitar ser alzado por su padre. Ya en sus brazos, ante la multitud, se abstuvo de pronunciar palabra y se limitó tan solo a saludar con su manita, muerto de vergüenza. Cuando logró escapar, fue blanco de las risas de sus primos que siempre le estaban chinchando, lo cual le hizo ponerse más en contra del mundo y huir a esconderse en su habitación.


—¿Te entra ya sueño, mi cielo? ¿Quieres que lo dejemos para mañana?, —preguntó Lía, que ya conocía la respuesta a juzgar por las pecas saltarinas que enmarcaban los ojos de Alex, completamente atento a cada palabra que ella pronunciaba.

Alex's eyes

—Nooooo, sigue, sigue hoy, por fa, ¡yo quiero saber qué le pasó a Kirim!

Lía no quiso hacerle sufrir y reanudó la historia:


El maestro Yanis ya había tenido tiempo suficiente de estudiar al chico y sabía cómo ayudarle, así que, dejó que el resto de la mañana vagara por palacio o siguiera por su habitación, y por la tarde se acercó a él cuando jugaba concentrado con el arco en el jardín. Con media lengua fuera y cara de suma concentración, hacía evidentes esfuerzos por tensarlo y apuntar a la diana. Disparó, y la flecha salió veloz, describiendo un arco y estrellándose en el suelo.

—¡Jajaja! ¡Menudo tiro! Ha ido directa al blanco, bueno claro, si la diana estuviera en el suelo —dijo Yanis, intentando intencionadamente picar a Kirim.

—¡Jooooo! ¡No se ría! Es muy difícil y está muy duro —replicó el príncipe lleno de frustración y con cara de hacer pucheros.

—Joven Kirim, no me río de ti, pero es graciosa la cara que pones tan concentrado en apuntar.

—Pues no le veo la gracia —dijo enfurruñado.

—Tal vez sea ése el problema, ¿no crees?

—Es que no es nada gracioso. Estoy intentando aprender a usar el arco, pero lo hago cada vez peor —respondió el pequeño con un mohín de fastidio.

—Tu padre de pequeño era igual de flaco que tú ahora y le costaba tanto trabajo como a ti pero, ¡ya ves! Ahora es certero con cualquiera de las armas que use. Ay, perdona a este viejo, ¡qué maleducado soy!, aún no me he presentado, y no creo que me recuerdes, pues eras apenas un recién nacido cuando te vi por última vez. Soy Yanis, el viejo maestro que educó a tu padre cuando era un niño.

—¡Oooh! ¡Yanis! Sí, sí... He oído su nombre muchas veces. Creí que no vivía en Blik.

—Bueno, el reino de Blik es muy grande. No vivo en la ciudad ni en palacio, sino en el campo, donde la tranquilidad me permite leer y pensar. Pero, ¿sabes?, de vez en cuando es necesario un poco de contacto humano, pues allí estoy muy solo, y decidí venir a conocerte.

—¿A mí? —respondió Kirim con los ojos muy abiertos por la sorpresa.

—¡Claro! ¿A quién si no? A la princesa Inaí ya la conozco, pero me faltaba el pequeño príncipe. Me gustaría pasar un tiempo contigo y enseñarte las cosas que sé. Creo que lo pasaremos bien juntos.

—¿Y seré como papá? —preguntó ansioso.

—No, mejor que eso. ¡Serás como Kirim! —dijo ignorando la cara de desilusión del pequeño, y acercándose a un poyete cercano donde decidió sentarse a descansar sus huesos—. Y te gustará ser tú mismo, ¡ya lo verás! —añadió, haciendo un gesto con la mano para que el chico se sentara a su lado.

—No lo creo, la verdad —reconoció Kirim, tomando asiento junto al anciano con la cabeza gacha.

—Eso es lo que dices ahora, pero te haré creer en ti, y si no tienes nada mejor que hacer, empezaremos ya.

—¿Ya?

—Sí, ¿por qué no? Esta hora de la tarde me parece propicia para la primera enseñanza —dijo mirando al cielo—. Te voy a enseñar a manejar la mejor arma que existe.

—¿Un arma? ¿Cuál? ¿El arco? ¿La lanza? ¿La espada? —preguntó entusiasmado y con brillo en los ojos.

—No, no, no se trata de un arma convencional, pero es la más importante: la risa.

—¿La risa? ¡Qué bobada! ¡Eso no es un arma!

—¡Vaya si lo es! Deja que te lo explique, ¿de acuerdo? Te he estado observando estos días. He visto que eres sin duda un niño risueño, pero no cuando eres tú el blanco de las risas de otros. No soportas que nadie se ría de ti, incluso aunque sea sin maldad, como hice yo cuando vi tu espantoso lanzamiento, y lo pasas mal porque careces de algo muy importante.

—¿Y qué es? —preguntó intrigado Kirim.

—Muy sencillo: te falta saber reírte de ti mismo.

—Pero es que no me gusta cuando me salen más las cosas. Mi padre dice que tenga paciencia, y lo intento, pero si me salen mal porque estoy aprendiendo, ¿por qué se tienen que reír de mí?

—Pues porque usan el arma de la risa para chincharte o simplemente porque es gracioso —le dijo Yanis—. Tienes que superar los tres niveles de la risa. El primero y más difícil es aprender a reírte de ti mismo. Dejar de ser tan crítico y duro contigo y admitir que, a veces, las situaciones son graciosas. Has de ser capaz de caerte y levantarte de nuevo, para volver a intentar lo que fuera que hacías con una sonrisa. Es darte cuenta de que a veces, aunque lo intentes mucho, no puedes hacer todo perfecto, y si no te sale bien no pasa nada, hay que aceptarlo, tomárselo bien y avanzar.

—¡Ya claro! Y todos riéndose de mí, por torpe, por inútil, porque me sale mal—respondió Kirim aguantando a duras penas las ganas de llorar.

—¿Quién dice que torpe o inútil? Lo dices tú. No seas tan duro. Eres un niño aún. El intentarlo ya te hace merecedor de un premio, y si no te sale bien, no te lo puedes tomar así. Tienes que valorar que lo has intentado. Anda, ponte en pie de nuevo y toma tu arco, ténsalo, apunta y dispara.

Isaac Hempstead Wright as Bran Stark (Game of Thrones)

Kirim se levantó, poco convencido e hizo lo que le pedía el maestro. Como era de esperar, la flecha volvió a caer lejos de la diana.

—¡Jooooo! ¡Qué mal! —dijo el niño fastidiado.

—Un poco mal, sí, pero es porque aún no tienes fuerza en tus brazos para apuntar mientras tensas. Creo que mientras no mejores y tires tan mal, es mejor que pongamos un espantapájaros por aquí para que no se acerquen las aves, porque cualquier día te cargas a alguna. ¿No crees?

Kirim le miró de reojo, con la cabeza gacha aún por sus lamentables resultados, pero poco a poco, pensó en lo que acababa de decir Yanis y empezó a dibujarse una media sonrisa en su carita.

—Pffffffff... seguro que sí, ¡jajaja! ¡Todos los días comiendo ave! —río con ganas Kirim—. O podemos poner una diana gigante, para que no pueda fallar tan fácilmente, ¡jajaja!

Hubo más tiros a diana, igual de catastróficos, pero la actitud de Kirim empezaba a cambiar y se estuvieron riendo ambos un buen rato, proporcionando alternativamente soluciones que evitaran dañar a alguien por la torpeza del pequeño, que se doblaba de risa sentado en el suelo. Por fin reía en lugar de frustrarse.

—Creo, joven Kirim, que necesitarás seguir practicando, pero veo que lo has entendido y podemos pasar al nivel dos —dijo Yanis convencido.

—¿Y en qué consiste?

—Simplemente en que no te importe que, aquellos que te quieren, se rían por algo que haces o dices, y de que, en lugar de enfurruñarte y pensar que es injusto, aprendas a unirte a sus risas. Te aseguro que cuando lo hagas será muchísimo más divertido.

—Pero es que son malos.

—Puede, eso lo veremos en el nivel tres, pero estoy seguro de que la mayoría de las veces es una risa sana y fresca, que surge sin que te des cuenta y sin maldad. ¿Tú no te ríes nunca cuando alguno de tus amigos o tu familia se equivoca o le sale algo mal? ¿No te has reído jamás si alguien se cae? ¿Nunca se te ha escapado una risa cuando alguien se confunde o se echa el pudding encima?

—Sí, claro, pero...

—Pero no te pasaba a ti y entonces puedes reírte, ¿no? —replicó Yanis, viendo que el joven Kirim luchaba contra la razón, pero se daba cuenta de que era cierto lo que decía el maestro.

—Vale —asintió finalmente Kirim—. Lo entiendo.

—Tendrás que aguantar esas risas cuando sean por ti, porque como te digo, no son malvadas, sino naturales. Y te apuesto a que si te unes a ellas, sonarán más fuerte y más vibrantes, y terminarás siendo tú el que ría más alto, porque ya sabrás reírte de ti mismo y te dará gusto compartirlo.

—¿Y si lo hacen para chincharme?

—Ese es como te digo el nivel tres. A ver, pon atención y escucha atentamente. Si tus enemigos o aquellos que te envidian te insultan, se meten contigo o se ríen de ti para intentar amargarte, piensa un poco, y medita bien antes de responder: ¿qué crees que harían si, como respuesta a ello, les devuelves una sonrisa o incluso te ríes de su ocurrencia?

Kirim se concentró, y a juzgar por su cara, lo estaba meditando a fondo. Al poco respondió:

—Pues... creo, maestro, que mi risa estropearía sus planes, ¿no?

—Exacto, ¡eso es!, ¡muy bien! Dejarían de disfrutar intentando chincharte, perdería toda la gracia para ellos, y probablemente irían a buscarse otra víctima que, como tú, cayera en su juego. Es, como ves, un arma poderosa. ¿No te lo parece?

—Creo que, al menos, me lo voy a pasar bien usándola, ¡jajaja!, y no habrá peligro de que nadie salga herido como con el arco.

—¡Jajaja! ¡Bravo, pequeño! Me parece que has comprendido perfectamente el uso de la risa, y solo te queda seguir practicando y perfeccionando tu estilo. Sé que ya tienes un maestro, el gran Aturh, quien creo que está haciendo un excelente trabajo contigo, pero le he pedido a tu padre que me deje venir a verte de vez en cuando, para seguir enseñándote otras cosas.

—¡Oooohhh! ¡Síiiiii! ¡Qué bien! —dijo Kirim con entusiasmo—. Muchas gracias por enseñarme este secreto, maestro Yanis. Prometo que practicaré. ¿Hay más armas como esa? Estoy deseando saber más.

—No tengas prisa, cada cosa a su tiempo, pero claro que sí, todavía hay algunas cosas que puedo enseñarte, y hablarte de la magia más poderosa que existe en el Universo: el amor. Pero aún eres muy joven, y no hay que quemar etapas. Te queda mucho por aprender, muchos juegos que practicar, muchas risas que compartir. Yo mañana volveré a mi pequeña granja, y volveré a verte de nuevo dentro de un mes. Hasta entonces, dedícate a jugar con tu nueva arma.

—Así lo haré, maestro.

—Y ahora, ¿qué te parece si nos vamos a dar una vuelta por palacio para lanzar alguna que otra carcajada?

—¡Vamos! —dijo Kirim levantándose de un salto, con la sonrisa pintada en la cara y deseoso de poner sus nuevas habilidades a prueba. 

Blik Castle could look like this (Neuschwanstein Castle)

—Y, ¡colorín, colorado, este cuento se ha acabado! ¿Te gustó? Ahora veo a un niño que me mira con sus grandes ojos verdes aún abiertos, y que tendrá que ir pensando en dormir.

Alex se lanzó al cuello de su tía para darle un abrazo enorme.

—Te quiero mucho, tita.

—Y yo a ti, mi cielo.

—Gracias por elegir ese cuento. ¿Sabes? Creo que lo he entendido —dijo Alex muy seriecito.

—Sabía que mi sobri era un chico listo —respondió Lía abrazándolo y acariciando sus rizos—. Cuando te sientas fastidiado por otros o algo te salga mal, no tienes más que recordar al príncipe Kirim y al anciano Yanis, y sonreír.

Y, colorín colorado, esta entrada ha terminado :)

*** Dedicada a mi sobrino Alex ***

sábado, 7 de julio de 2012

Let's Do It

—Oye...
—¿Quéeee?
Reúnete conmigo.
—¿Para qué?
Fuguémonos por unas horas.
—¡¿Qué dices?!
—Veamos cómo el cielo se tiñe de colores imposibles al atardecer.
—Anda calla.
Perdámonos en la ciudad, crucemos como dos niños con los semáforos en rojo.
—Y dale.
—Comamos palomitas en un cine, chuches con frutos secos, regaliz y un helado gigante a medias.
—Pero, cielo, ¿qué has tomado hoy? Estás fatal.
Saltemos de lleno en los charcos.
—Si es con botas de agua...
—Bañémonos en un río o en un lago.
—¡Qué ganas de agua te han entrado!
—Seamos testigos de la salida de cada estrella cuando anochezca y dejemos que ellas sean nuestro techo y velen nuestros sueños.
—Te estás poniendo mimosa.
—Anda, acúname en tus brazos en un banco del parque.
—Sí, definitivamente, muy mimosa.
Arráncame la ropa, apechúscate a mí y no dejes de besarme.
—Mimosa y salvaje...
—Déjame lamer tu cuerpo, recorre el mío sin dejar uno solo de mis poros envidioso del resto.
—Mmmmmhhhh...
—Hazme el amor una y mil veces, y cuando mi cuerpo repose lánguido y exhausto, pero feliz, junto al tuyo, envuélveme con tus brazos, deja que busque ese mágico rincón junto a tu cuello, en el que encajo tan bien, y repose mi cabeza en tu pecho mientras lo acaricio.
—Estás loca —dice dando media vuelta en la cama y encontrándola frente a él, con un dulce mohín en los labios y mirada felina y traviesa—, pero eres mi loca y tienes un poder de convicción irresistible. ¡Sssshhhh, ahora calla...! No digas una sola palabra más —y se acerca más para silenciar esa boca maravillosa que no calla, atrapando entre sus labios los de ella y amordazándola con un beso.