El
verano acababa de empezar y las noches aún eran calurosas, algo que la humedad
del mar hacía más patente. Eso había hecho que, Lía, tras dar las buenas noches
a su sobrino y acompañarle a la cama, hubiera preferido salir al porche a leer.
Se mecía en la hamaca dejando que una leve brisa y el murmullo del mar la
acariciasen. Haber permanecido dentro de la casa, tal vez habría evitado alguna
picadura de mosquito, pero a buen seguro habría significado más calor, dado que
la casa aún conservaba parte del recibido del sol durante toda la tarde, antes
de perderse en el horizonte marino. Alex ya había subido a acostarse hacía una
hora, por ello Lía no esperaba una llamada y tardó en darse cuenta de que era
la vocecita de su sobrino la que escuchaba. Saltó de un brinco y corrió
escaleras arriba para averiguar qué le pasaba. Adoraba al peque, era su sobrino
favorito, su ojito derecho, tan dulce y educado, tan sensible.
Subió las escaleras de tres en tres y en unos segundos estaba frente a la puerta semiabierta de la habitación. Hizo una mínima parada y, con gesto teatral, dio un salto hacia el centro de la habitación:
—¡Tita Lía al rescateeeee! —dijo engolando la voz, para dar más impacto a su entrada—. ¿Qué le pasa a mi sobri?
—Jo, que no puedo dormir. Lo intento, pero el sueño no quiere venir, y sigo despierto pensando cosas. Tal vez si me cuentas un cuento...
—¡Qué tunante y pillín eres! Pero, dime, ¿en qué piensas, peque? ¿Estás preocupado por algo? ¡Ay!, que me parece que intuyo lo que es. Le sigues dando vueltas a lo de esos niños de esta tarde, los que se burlaban de ti, ¿verdad?
—Sí, —dijo con carita de pena, con sus lindos a punto de alguna lágrima.
—Pues creo que por aquí, en el saquito de los cuentos, tengo uno perfecto para este caso.
Y así, con los ojos de su sobrino mirándola expectantes, comenzó el relato:
Subió las escaleras de tres en tres y en unos segundos estaba frente a la puerta semiabierta de la habitación. Hizo una mínima parada y, con gesto teatral, dio un salto hacia el centro de la habitación:
—¡Tita Lía al rescateeeee! —dijo engolando la voz, para dar más impacto a su entrada—. ¿Qué le pasa a mi sobri?
—Jo, que no puedo dormir. Lo intento, pero el sueño no quiere venir, y sigo despierto pensando cosas. Tal vez si me cuentas un cuento...
—¡Qué tunante y pillín eres! Pero, dime, ¿en qué piensas, peque? ¿Estás preocupado por algo? ¡Ay!, que me parece que intuyo lo que es. Le sigues dando vueltas a lo de esos niños de esta tarde, los que se burlaban de ti, ¿verdad?
—Sí, —dijo con carita de pena, con sus lindos a punto de alguna lágrima.
—Pues creo que por aquí, en el saquito de los cuentos, tengo uno perfecto para este caso.
Y así, con los ojos de su sobrino mirándola expectantes, comenzó el relato:
Érase una vez, en un pequeño país al sur de la
región donde duermen las hadas, había un reino llamado Blik. Su rey, Akmar, era
un hombre justo y sabio, con excelente sentido del humor, que destacaba por su
valor e inteligencia, y por su buena preparación física. Era un gran guerrero,
fuerte, ágil, rápido, y no había actividad que se le resistiera. Tal vez por
ello era exigente con su pequeño, el príncipe Kirim, quien intentaba por todos
los medios no defraudar a su padre, pero tendía a frustrarse y sufrir cuando
era objeto de burlas cariñosas por parte de su progenitor, su hermana mayor,
sus primos o sus amigos. Ponía toda su alma en lo que emprendía y era muy
exigente consigo mismo, pero era aún pequeño para algunas cosas y su cuerpo
delgadito no tenía fuerza suficiente todavía, y cuando escuchaba alguna crítica
o risa dirigidas a él, no sabía aceptarlo y se encerraba en sí mismo,
frustrado, y se escapaban de sus ojos tremendos lagrimones. Su padre le daba un
abrazo cariñoso y le decía una y otra vez que no pasaba nada, que ya crecería y
aprendería, y que tenía mucho mérito intentar las cosas. Pero a él eso no le
consolaba y a veces deambulaba por palacio apenado, sin querer hablar con
nadie. A instancias de su madre, —la bellísima reina Nadia—, el rey Akmar
decidió llamar a su antiguo maestro, de nombre Yanis, quien era ya muy anciano
y vivía retirado de la ciudad en una pequeña granja. Al despuntar el alba una
carreta salió de palacio en su busca, con un mensaje que llevaba el sello del
rey y que debía ser entregado en mano a Yanis. Y así fue, pues al anochecer el
anciano leía la nota despacio mientras sonreía, y no dudó ni un momento en
acudir a la llamada del que, de algún modo, seguía siendo para él el pequeño
Akmar, y al que quería como un hijo. Se encargaría de fortalecer el cuerpo y la
mente del joven Kirim tal como hiciera con su padre muchos años atrás.
Ya en palacio, Yanis quiso observar al pequeño
Kirim a distancia antes de presentarse formalmente, y así se lo comunicó a
Akmar, quien se alegró mucho de tener a su maestro cerca por un tiempo. Quería
ver al príncipe sin ser visto, analizar cuál era su comportamiento, cómo se
desenvolvía, tener una primera impresión de cuáles eran sus puntos fuertes y débiles,
y tuvo ocasión de hacerlo durante varios días. En ese tiempo constató que era
un niño inteligente y aplicado cuando asistía a las lecciones que su educador
le impartía. Era inquieto y curioso, y no dudaba en pedir explicaciones de
aquello que no entendía o que le fascinaba hasta el punto de querer saber más.
Vio que era un poco tímido cuando no se sentía seguro acerca de algún tema, o
cuando tenía que expresarse o actuar ante distintas personas, como la mañana en
que el rey, desde el balcón de palacio, se dirigió a su pueblo para
felicitarles por la gran calidad de las mercancías que exportaban a otros
reinos. Al final de sus palabras descubrió por el rabillo del ojo a Kirim junto
a su madre, medio oculto tras sus faldas, y quiso que el pequeño saludara al
pueblo para que lo vieran y lo fueran conociendo, y Kirim, renuente, forcejeó un poco, pero no pudo zafarse y evitar ser alzado por su padre. Ya en sus
brazos, ante la multitud, se abstuvo de pronunciar palabra y se limitó tan solo
a saludar con su manita, muerto de vergüenza. Cuando logró escapar, fue blanco
de las risas de sus primos que siempre le estaban chinchando, lo cual le hizo
ponerse más en contra del mundo y huir a esconderse en su habitación.
—¿Te entra ya sueño, mi cielo? ¿Quieres que lo dejemos para mañana?, —preguntó Lía, que ya conocía la respuesta a juzgar por las pecas saltarinas que enmarcaban los ojos de Alex, completamente atento a cada palabra que ella pronunciaba.
—¿Te entra ya sueño, mi cielo? ¿Quieres que lo dejemos para mañana?, —preguntó Lía, que ya conocía la respuesta a juzgar por las pecas saltarinas que enmarcaban los ojos de Alex, completamente atento a cada palabra que ella pronunciaba.
—Nooooo, sigue, sigue hoy, por fa, ¡yo quiero saber qué le pasó a Kirim!
Lía
no quiso hacerle sufrir y reanudó la historia:
El maestro Yanis ya había tenido tiempo suficiente de estudiar al chico y sabía cómo ayudarle, así que, dejó que el resto de la mañana vagara por palacio o siguiera por su habitación, y por la tarde se acercó a él cuando jugaba concentrado con el arco en el jardín. Con media lengua fuera y cara de suma concentración, hacía evidentes esfuerzos por tensarlo y apuntar a la diana. Disparó, y la flecha salió veloz, describiendo un arco y estrellándose en el suelo.
El maestro Yanis ya había tenido tiempo suficiente de estudiar al chico y sabía cómo ayudarle, así que, dejó que el resto de la mañana vagara por palacio o siguiera por su habitación, y por la tarde se acercó a él cuando jugaba concentrado con el arco en el jardín. Con media lengua fuera y cara de suma concentración, hacía evidentes esfuerzos por tensarlo y apuntar a la diana. Disparó, y la flecha salió veloz, describiendo un arco y estrellándose en el suelo.
—¡Jajaja! ¡Menudo tiro! Ha ido directa al blanco, bueno claro, si la diana estuviera en el suelo —dijo Yanis, intentando intencionadamente picar a Kirim.
—¡Jooooo! ¡No se ría! Es muy difícil y está muy
duro —replicó el príncipe lleno de frustración y con cara de hacer pucheros.
—Joven Kirim, no me río de ti, pero es graciosa la
cara que pones tan concentrado en apuntar.
—Pues no le veo la gracia —dijo enfurruñado.
—Tal vez sea ése el problema, ¿no crees?
—Es que no es nada gracioso. Estoy intentando
aprender a usar el arco, pero lo hago cada vez peor —respondió el pequeño con
un mohín de fastidio.
—Tu padre de pequeño era igual de flaco que tú
ahora y le costaba tanto trabajo como a ti pero, ¡ya ves! Ahora es certero con
cualquiera de las armas que use. Ay, perdona a este viejo, ¡qué maleducado
soy!, aún no me he presentado, y no creo que me recuerdes, pues eras apenas un
recién nacido cuando te vi por última vez. Soy Yanis, el viejo maestro que
educó a tu padre cuando era un niño.
—¡Oooh! ¡Yanis! Sí, sí... He oído su nombre muchas
veces. Creí que no vivía en Blik.
—Bueno, el reino de Blik es muy grande. No vivo en
la ciudad ni en palacio, sino en el campo, donde la tranquilidad me permite
leer y pensar. Pero, ¿sabes?, de vez en cuando es necesario un poco de contacto
humano, pues allí estoy muy solo, y decidí venir a conocerte.
—¿A mí? —respondió Kirim con los ojos muy abiertos
por la sorpresa.
—¡Claro! ¿A quién si no? A la princesa Inaí ya la
conozco, pero me faltaba el pequeño príncipe. Me gustaría pasar un tiempo
contigo y enseñarte las cosas que sé. Creo que lo pasaremos bien juntos.
—¿Y seré como papá? —preguntó ansioso.
—No, mejor que eso. ¡Serás como Kirim! —dijo
ignorando la cara de desilusión del pequeño, y acercándose a un poyete cercano
donde decidió sentarse a descansar sus huesos—. Y te gustará ser tú mismo, ¡ya
lo verás! —añadió, haciendo un gesto con la mano para que el chico se sentara a
su lado.
—No lo creo, la verdad —reconoció Kirim, tomando
asiento junto al anciano con la cabeza gacha.
—Eso es lo que dices ahora, pero te haré creer en
ti, y si no tienes nada mejor que hacer, empezaremos ya.
—¿Ya?
—Sí, ¿por qué no? Esta hora de la tarde me parece
propicia para la primera enseñanza —dijo mirando al cielo—. Te voy a enseñar a
manejar la mejor arma que existe.
—¿Un arma? ¿Cuál? ¿El arco? ¿La lanza? ¿La espada?
—preguntó entusiasmado y con brillo en los ojos.
—No, no, no se trata de un arma convencional, pero
es la más importante: la risa.
—¿La risa? ¡Qué bobada! ¡Eso no es un arma!
—¡Vaya si lo es! Deja que te lo explique, ¿de
acuerdo? Te he estado observando estos días. He visto que eres sin duda un niño
risueño, pero no cuando eres tú el blanco de las risas de otros. No soportas
que nadie se ría de ti, incluso aunque sea sin maldad, como hice yo cuando vi
tu espantoso lanzamiento, y lo pasas mal porque careces de algo muy importante.
—¿Y qué es? —preguntó intrigado Kirim.
—Muy sencillo: te falta saber reírte de ti mismo.
—Pero es que no me gusta cuando me salen más las
cosas. Mi padre dice que tenga paciencia, y lo intento, pero si me salen mal
porque estoy aprendiendo, ¿por qué se tienen que reír de mí?
—Pues porque usan el arma de la risa para
chincharte o simplemente porque es gracioso —le dijo Yanis—. Tienes que
superar los tres niveles de la risa. El primero y más difícil es aprender a
reírte de ti mismo. Dejar de ser tan crítico y duro contigo y admitir que, a
veces, las situaciones son graciosas. Has de ser capaz de caerte y levantarte
de nuevo, para volver a intentar lo que fuera que hacías con una sonrisa. Es darte cuenta de
que a veces, aunque lo intentes mucho, no puedes hacer todo perfecto, y si no
te sale bien no pasa nada, hay que aceptarlo, tomárselo bien y avanzar.
—¡Ya claro! Y todos riéndose de mí, por torpe, por
inútil, porque me sale mal—respondió Kirim aguantando a duras penas las ganas
de llorar.
—¿Quién dice que torpe o inútil? Lo dices tú. No
seas tan duro. Eres un niño aún. El intentarlo ya te hace merecedor de un
premio, y si no te sale bien, no te lo puedes tomar así. Tienes que valorar que
lo has intentado. Anda, ponte en pie de nuevo y toma tu arco, ténsalo, apunta y
dispara.
Isaac Hempstead Wright as Bran Stark (Game of Thrones) |
Kirim se levantó, poco convencido e hizo lo que le pedía el maestro. Como era de esperar, la flecha volvió a caer lejos de la diana.
—¡Jooooo! ¡Qué mal! —dijo el niño fastidiado.
—Un poco mal, sí, pero es porque aún no tienes
fuerza en tus brazos para apuntar mientras tensas. Creo que mientras no mejores
y tires tan mal, es mejor que pongamos un espantapájaros por aquí para que no
se acerquen las aves, porque cualquier día te cargas a alguna. ¿No crees?
Kirim le miró de reojo, con la cabeza gacha aún por
sus lamentables resultados, pero poco a poco, pensó en lo que acababa de decir
Yanis y empezó a dibujarse una media sonrisa en su carita.
—Pffffffff... seguro que sí, ¡jajaja! ¡Todos los
días comiendo ave! —río con ganas Kirim—. O podemos poner una diana gigante,
para que no pueda fallar tan fácilmente, ¡jajaja!
Hubo más tiros a diana, igual de catastróficos, pero la actitud de Kirim empezaba a cambiar y se estuvieron riendo ambos un buen rato, proporcionando alternativamente soluciones que evitaran dañar a alguien por la torpeza del pequeño, que se doblaba de risa sentado en el suelo. Por fin reía en lugar de frustrarse.
Hubo más tiros a diana, igual de catastróficos, pero la actitud de Kirim empezaba a cambiar y se estuvieron riendo ambos un buen rato, proporcionando alternativamente soluciones que evitaran dañar a alguien por la torpeza del pequeño, que se doblaba de risa sentado en el suelo. Por fin reía en lugar de frustrarse.
—Creo, joven Kirim, que necesitarás seguir
practicando, pero veo que lo has entendido y podemos pasar al nivel dos —dijo
Yanis convencido.
—¿Y en qué consiste?
—Simplemente en que no te importe que, aquellos que
te quieren, se rían por algo que haces o dices, y de que, en lugar de
enfurruñarte y pensar que es injusto, aprendas a unirte a sus risas. Te aseguro
que cuando lo hagas será muchísimo más divertido.
—Pero es que son malos.
—Puede, eso lo veremos en el nivel tres, pero estoy
seguro de que la mayoría de las veces es una risa sana y fresca, que surge sin
que te des cuenta y sin maldad. ¿Tú no te ríes nunca cuando alguno de tus
amigos o tu familia se equivoca o le sale algo mal? ¿No te has reído jamás si
alguien se cae? ¿Nunca se te ha escapado una risa cuando alguien se confunde o
se echa el pudding encima?
—Sí, claro, pero...
—Pero no te pasaba a ti y entonces puedes reírte,
¿no? —replicó Yanis, viendo que el joven Kirim luchaba contra la razón, pero se
daba cuenta de que era cierto lo que decía el maestro.
—Vale —asintió finalmente Kirim—. Lo entiendo.
—Tendrás que aguantar esas risas cuando sean por
ti, porque como te digo, no son malvadas, sino naturales. Y te apuesto a que si
te unes a ellas, sonarán más fuerte y más vibrantes, y terminarás siendo tú el
que ría más alto, porque ya sabrás reírte de ti mismo y te dará gusto
compartirlo.
—¿Y si lo hacen para chincharme?
—Ese es como te digo el nivel tres. A ver, pon
atención y escucha atentamente. Si tus enemigos o aquellos que te envidian te
insultan, se meten contigo o se ríen de ti para intentar amargarte, piensa un
poco, y medita bien antes de responder: ¿qué crees que harían si, como
respuesta a ello, les devuelves una sonrisa o incluso te ríes de su ocurrencia?
Kirim se concentró, y a juzgar por su cara, lo
estaba meditando a fondo. Al poco respondió:
—Pues... creo, maestro, que mi risa estropearía sus
planes, ¿no?
—Exacto, ¡eso es!, ¡muy bien! Dejarían de disfrutar
intentando chincharte, perdería toda la gracia para ellos, y probablemente
irían a buscarse otra víctima que, como tú, cayera en su juego. Es, como ves,
un arma poderosa. ¿No te lo parece?
—Creo que, al menos, me lo voy a pasar bien
usándola, ¡jajaja!, y no habrá peligro de que nadie salga herido como con el arco.
—¡Jajaja! ¡Bravo, pequeño! Me parece que has
comprendido perfectamente el uso de la risa, y solo te queda seguir practicando
y perfeccionando tu estilo. Sé que ya tienes un maestro, el gran Aturh, quien
creo que está haciendo un excelente trabajo contigo, pero le he pedido a tu
padre que me deje venir a verte de vez en cuando, para seguir enseñándote otras
cosas.
—¡Oooohhh! ¡Síiiiii! ¡Qué bien! —dijo Kirim con
entusiasmo—. Muchas gracias por enseñarme este secreto, maestro Yanis. Prometo
que practicaré. ¿Hay más armas como esa? Estoy deseando saber más.
—No tengas prisa, cada cosa a su tiempo, pero claro
que sí, todavía hay algunas cosas que puedo enseñarte, y hablarte de la magia
más poderosa que existe en el Universo: el amor. Pero aún eres muy joven, y no
hay que quemar etapas. Te queda mucho por aprender, muchos juegos que
practicar, muchas risas que compartir. Yo mañana volveré a mi pequeña granja, y
volveré a verte de nuevo dentro de un mes. Hasta entonces, dedícate a jugar con
tu nueva arma.
—Así lo haré, maestro.
—Y ahora, ¿qué te parece si nos vamos a dar una
vuelta por palacio para lanzar alguna que otra carcajada?
—¡Vamos! —dijo Kirim levantándose de un salto, con
la sonrisa pintada en la cara y deseoso de poner sus nuevas habilidades a prueba.
Blik Castle could look like this (Neuschwanstein Castle) |
—Y, ¡colorín, colorado, este cuento se ha acabado! ¿Te gustó? Ahora veo a un niño que me mira con sus grandes ojos verdes aún abiertos, y que tendrá que ir pensando en dormir.
Alex se lanzó al cuello de su tía para darle un abrazo enorme.
—Te quiero mucho, tita.
—Y yo a ti, mi cielo.
—Gracias por elegir ese cuento. ¿Sabes? Creo que lo he entendido —dijo Alex muy seriecito.
—Sabía que mi sobri era un chico listo —respondió Lía abrazándolo y acariciando sus rizos—. Cuando te sientas fastidiado por otros o algo te salga mal, no tienes más que recordar al príncipe Kirim y al anciano Yanis, y sonreír.
Y, colorín colorado, esta entrada ha terminado :)
*** Dedicada a mi sobrino Alex ***
Muy hermoso cuento Moona, Alex estará muy feliz de saber las historias tan bonitas que le dedica su tía. Una hermosa lección de vida.
ResponderEliminarUn abrazo fuerte.
¡Gracias por tu comentario, Tegala! Al menos sé que Alex, siendo aún un niño, entendió. ¡Ojalá lo hicieran algunos adultos!
Eliminar¡Un beso! :)