—¡Buenas tardes! —responde muy formalita al presentador del telediario siempre que empiezan las noticias.
Alynne es de las que piensa que, si alguien irrumpe en tu salón, lo mínimo es ser educada y saludar, y ese señor que asoma cada día, aunque no íntimo, ya es un conocido para ella. Eso sí, una cosa es saludar, y otra permitirle que le vea comer, algo que ella considera muy privado y personal. Jamás ha comido en un restaurante, ¡qué barbaridad!, rodeada de extraños que puedan observar cómo ese trozo de espinaca rebelde decide encajarse entre tus dientes, haciendo que parezcas ridículo cada vez que sonríes. No, ella no es de esas, y ha de tener confianza con las personas con quienes comparte su mesa, y con aquellas que trabajan en su casa y pululan por ella libremente, encontrando sus miserias en el cuarto de baño o en un cajón. Así pues, sin apagar el televisor, se levanta de la mesa, a sus ojos, puesta impecablemente.
—Maurice, por favor, coloca el servicio allí, —dice mientras da la vuelta a la mesa y ella misma, con pulcritud, coloca su plato y cubiertos al otro lado—, y sírveme ya la vichyssoise.
Relajada, de espaldas al gran cuadro parlante, pone la servilleta en su regazo y empieza a comer. Le tiembla algo el pulso mientras dirige la cuchara a su boca, que se tuerce en un gesto de desagrado al saborear el contenido.
—¡Maurice! Dile a Nadine que sea la última vez que añade patata a la vichyssoise —dice con un punto de enojo—. Ya sabe que me gusta con puros puerros y ya está, y acaso con un toque de almendras majadas. No sé cómo hay que decir las cosas en esta casa —concluye, resuelta, mientras parece volver a concentrarse en el plato hondo que tiene ante sí.
"He de comentárselo a Luis... Esta chica no me sirve... Necesito una buena cocinera que no me abochorne si tengo invitados...", murmura para sus adentros. "Y he de protestarle un poco por tantas ausencias. No sé de qué me sirve un marido si apenas lo veo", musita con un mohín de reproche. "Siempre trabajando en el extranjero, y mientras yo aquí, sola, en esta mansión tan grande..."
—Maurice, por favor, dispón el coche para esta noche —indica haciendo una pausa en la comida—. Me apetece ir al teatro. Creo que llamaré a Philipe. Sí, eso haré. Él siempre está dispuesto. ¡Es tan galante y tan... apasionado! —añade con un punto de sonrojo.
Tiene el blanco cabello un poco desordenado. Sus pálidos ojos grises, rodeados de numerosas arrugas, parecen cobrar vida en ocasiones, pero las más de las veces, miran hacia adentro, escapando, ajenos al mundo que los rodea.
A su alrededor, las celadoras y enfermeras atienden al resto de ancianos de las otras mesas del comedor, mirándola con ternura a pesar de su momentáneo arranque de mal genio. Saben que en las raras ocasiones en que recupera la conciencia y se aleja de esos episodios de demencia, es la anciana más dulce de la residencia. Les sonríe con los ojos y con el corazón, mientras les cuenta historias olvidadas de arroz con leche a fuego lento, pan recién hecho en un horno de piedra, tardes pasadas leyendo a la sombra de un ciruelo, o relatando historias en torno a una chimenea; la vida, en definitiva, de una jovencita pecosa que soñaba con ser escritora y revive ahora en su mente aquellos episodios no escritos.
Afuera, el sol parece estar esquivo y se prepara una tarde nublada.
Alynne es de las que piensa que, si alguien irrumpe en tu salón, lo mínimo es ser educada y saludar, y ese señor que asoma cada día, aunque no íntimo, ya es un conocido para ella. Eso sí, una cosa es saludar, y otra permitirle que le vea comer, algo que ella considera muy privado y personal. Jamás ha comido en un restaurante, ¡qué barbaridad!, rodeada de extraños que puedan observar cómo ese trozo de espinaca rebelde decide encajarse entre tus dientes, haciendo que parezcas ridículo cada vez que sonríes. No, ella no es de esas, y ha de tener confianza con las personas con quienes comparte su mesa, y con aquellas que trabajan en su casa y pululan por ella libremente, encontrando sus miserias en el cuarto de baño o en un cajón. Así pues, sin apagar el televisor, se levanta de la mesa, a sus ojos, puesta impecablemente.
—Maurice, por favor, coloca el servicio allí, —dice mientras da la vuelta a la mesa y ella misma, con pulcritud, coloca su plato y cubiertos al otro lado—, y sírveme ya la vichyssoise.
Relajada, de espaldas al gran cuadro parlante, pone la servilleta en su regazo y empieza a comer. Le tiembla algo el pulso mientras dirige la cuchara a su boca, que se tuerce en un gesto de desagrado al saborear el contenido.
—¡Maurice! Dile a Nadine que sea la última vez que añade patata a la vichyssoise —dice con un punto de enojo—. Ya sabe que me gusta con puros puerros y ya está, y acaso con un toque de almendras majadas. No sé cómo hay que decir las cosas en esta casa —concluye, resuelta, mientras parece volver a concentrarse en el plato hondo que tiene ante sí.
"He de comentárselo a Luis... Esta chica no me sirve... Necesito una buena cocinera que no me abochorne si tengo invitados...", murmura para sus adentros. "Y he de protestarle un poco por tantas ausencias. No sé de qué me sirve un marido si apenas lo veo", musita con un mohín de reproche. "Siempre trabajando en el extranjero, y mientras yo aquí, sola, en esta mansión tan grande..."
—Maurice, por favor, dispón el coche para esta noche —indica haciendo una pausa en la comida—. Me apetece ir al teatro. Creo que llamaré a Philipe. Sí, eso haré. Él siempre está dispuesto. ¡Es tan galante y tan... apasionado! —añade con un punto de sonrojo.
Tiene el blanco cabello un poco desordenado. Sus pálidos ojos grises, rodeados de numerosas arrugas, parecen cobrar vida en ocasiones, pero las más de las veces, miran hacia adentro, escapando, ajenos al mundo que los rodea.
Plum flowers |
Afuera, el sol parece estar esquivo y se prepara una tarde nublada.
Me encanta! Qué ternura tiene esta mujer, la vistes al detalle con cada palabra :) El final me parece realmente lúcido y me recuerda algo que me dijeron una vez "vas a tener que escribir más, mucho más, porque así sabrás diferenciar mejor entre las vidas que quieres vivir de las que quieres escribir..."
ResponderEliminarUn beso fuerte!
¡Qué comentario más lindo me dejas, Ángela! Un placer verte por aquí. La próxima, en persona :***
EliminarMe encanta, me sorprende al final y todo el tiempo me deslizó por el texto viviendo los detalles, oliendo la vichysuisse...y al final una sonrisa tierna...
ResponderEliminarCon saber que te deja con sonrisa en los labios me doy por satisfecha. Mil gracias por la visita, linda isleña :***
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