Voy hacia el instituto en el metro. Intento concentrarme en la música que escucho a través de los cascos o en el libro que tengo abierto ante mí. Es en vano. Mi mente se pierde en mis pensamientos sin remedio repasando mi cuidadoso plan. Sé que está ahí, como cada mañana, mirándome fijamente. Me hace sentirme sucia. Aun sin verle, sé qué cara está poniendo, cómo pasa su lengua por los labios en un gesto obsceno, y siento sus ojos de demente resbalar por mi boca, mi pecho y mis piernas que, expuestas por lo corto de la falda, se juntan para cerrarle el paso a mi sexo, acompañadas de un escalofrío involuntario.
Yo hago como si nada. No quiero tener el más mínimo contacto visual con él. El vagón se va llenando de gente a medida que nos acercamos al centro. Aún queda recorrido. Imagino su gesto de disgusto al no poder tenerme a la vista, y su cuello, estirándose para atisbar entre codos y barrigas y localizarme al otro lado del vagón. Me noto tensa, mi cuello agarrotado. Intento calmarme inspirando hondamente al tiempo que subo mis hombros y expulso el aire mientras los dejo caer de golpe. No pienso darle el gusto de que me domine incluso aquí. Nunca más. Bastante aguanté, viendo cómo abusaba de mi madre, cómo rompía su alma y su cuerpo en pedacitos, paliza tras paliza, cómo sufrí en mis propias carnes sus abusos sexuales las noches en que venía borracho y necesitaba desahogar sus impulsos tras dejar a mi madre inconsciente. Ella nunca lo supo. El muy cabrón ponía especial cuidado en disimular su deseo cuando ella estaba consciente, y yo era muy cría como para entender y vencer el miedo. Cuando con ayuda de mi tío Jaime mamá fue lo suficientemente valiente como para poner una denuncia, el mal estaba hecho, y aunque el juez dictó orden de alejamiento, ella ya no se recuperó jamás, y todas las palizas que llevaba a cuestas la quebraron por dentro sin remedio. Un buen día su cerebro le dio por fin la paz que buscaba. Supe que no podía hacer como si nada hubiera pasado mientras mi padrastro siguiera impune, abusando tal vez de otras y, como me prometí a mí misma la última vez que abusó de mí, ese día empezó a tomar forma mi plan.
La próxima parada es la mía. Él continuará aún su recorrido tres paradas más. Me levanto y me dirijo a la puerta, sabiendo, sin necesidad de mirarle, que no me quita ojo. El tren llega a mi parada y la puerta vomita el contenido del vagón en el andén. Yo me escabullo al siguiente vagón, sabiendo que nadie reparará en mí más de lo habitual. Me abro paso como puedo hasta la puerta opuesta y me recuesto contra ella, intentando calmar los latidos de mi corazón.
Pasa una parada más. La siguiente será de doble andén. Mi pulso se acelera un poco, pero estoy preparada. En cuanto se abre la puerta junto a mí, subo mi capucha, salgo y me diluyo entre la gente que entra al siguiente vagón, atestado de gente como estaba previsto. Me quedo junto a la puerta y el tren se pone en marcha. Lo intuyo levantarse para aproximarse a la puerta frente a la mía y su odiosa calva asoma al poco por delante de mí. Trago saliva. Llega el momento. Me acerco por detrás, como uno más, preparándome para salir. Me sitúo un poco escorada tras él, apretando la mano dentro de mi bolsillo y casi pegada a su costado. El andén aparece ante mí a cámara lenta. La puerta se abrirá en segundos. Unos y otros empujan pidiendo paso. Sujeto la jeringuilla con firmeza y, sin sacar la mano del bolsillo, la aprieto contra su cintura y vacío el contenido con decisión. Las puertas se abren en ese instante, y ayudada por los empujones de los que quieren salir, avanzo hacia la puerta sin mirar atrás, viendo por el rabillo del ojo cómo un hombre se dobla y cae a mi izquierda.
Salgo corriendo frenética, como muchos otros hacia su destino. El mío es salir a la calle y llegar al instituto, a seis manzanas. Habría querido hacerle daño, oír sus gritos, ver su dolor a medida que un cuchillo desgarraba sus entrañas, cortaba su miembro en pedazos, se retorcía dentro de su pecho en busca de un corazón inexistente... Pero no, no podía arriesgarme a que me pillaran, y elegí un método que no llamara tanto la atención. El veneno también me servirá, aunque sea menos doloroso para él.
En plena carrera por las escaleras mecánicas, noto que alguien me agarra del brazo.
—¡Eh, espera! —dice un chico boqueando—. Creo que se te ha caído esto.
Me da un vuelco el corazón y en segundos creo morir, pero al bajar la vista me sereno. Muestra en sus manos mis casquitos. Debieron caérseme en mi loca carrera.
—¡Muchas gracias! ¡Qué haría yo sin mi música!
A pesar de su atractivo no es el momento de ligar, y tengo que contentarme con sonreír a esos ojos azules y esperar a tener la suerte de encontrármelos en otro momento. Me giro y retomo mi ascenso. Subo los escalones de dos en dos, deseando salir y respirar. ¡Por fin! ¡La calle! Nunca el aire me supo mejor. Solo paro un instante para recuperar el aliento y corro, corro y corro, llenando de ese maravilloso aire mis pulmones, sintiéndome libre. Mi plan ha funcionado. Me siento exultante. Lanzo la jeringuilla a un contenedor camino del instituto al tiempo que pienso:
—Creo que esta vez, el examen de Química lo bordo.
Yo hago como si nada. No quiero tener el más mínimo contacto visual con él. El vagón se va llenando de gente a medida que nos acercamos al centro. Aún queda recorrido. Imagino su gesto de disgusto al no poder tenerme a la vista, y su cuello, estirándose para atisbar entre codos y barrigas y localizarme al otro lado del vagón. Me noto tensa, mi cuello agarrotado. Intento calmarme inspirando hondamente al tiempo que subo mis hombros y expulso el aire mientras los dejo caer de golpe. No pienso darle el gusto de que me domine incluso aquí. Nunca más. Bastante aguanté, viendo cómo abusaba de mi madre, cómo rompía su alma y su cuerpo en pedacitos, paliza tras paliza, cómo sufrí en mis propias carnes sus abusos sexuales las noches en que venía borracho y necesitaba desahogar sus impulsos tras dejar a mi madre inconsciente. Ella nunca lo supo. El muy cabrón ponía especial cuidado en disimular su deseo cuando ella estaba consciente, y yo era muy cría como para entender y vencer el miedo. Cuando con ayuda de mi tío Jaime mamá fue lo suficientemente valiente como para poner una denuncia, el mal estaba hecho, y aunque el juez dictó orden de alejamiento, ella ya no se recuperó jamás, y todas las palizas que llevaba a cuestas la quebraron por dentro sin remedio. Un buen día su cerebro le dio por fin la paz que buscaba. Supe que no podía hacer como si nada hubiera pasado mientras mi padrastro siguiera impune, abusando tal vez de otras y, como me prometí a mí misma la última vez que abusó de mí, ese día empezó a tomar forma mi plan.
La próxima parada es la mía. Él continuará aún su recorrido tres paradas más. Me levanto y me dirijo a la puerta, sabiendo, sin necesidad de mirarle, que no me quita ojo. El tren llega a mi parada y la puerta vomita el contenido del vagón en el andén. Yo me escabullo al siguiente vagón, sabiendo que nadie reparará en mí más de lo habitual. Me abro paso como puedo hasta la puerta opuesta y me recuesto contra ella, intentando calmar los latidos de mi corazón.
Pasa una parada más. La siguiente será de doble andén. Mi pulso se acelera un poco, pero estoy preparada. En cuanto se abre la puerta junto a mí, subo mi capucha, salgo y me diluyo entre la gente que entra al siguiente vagón, atestado de gente como estaba previsto. Me quedo junto a la puerta y el tren se pone en marcha. Lo intuyo levantarse para aproximarse a la puerta frente a la mía y su odiosa calva asoma al poco por delante de mí. Trago saliva. Llega el momento. Me acerco por detrás, como uno más, preparándome para salir. Me sitúo un poco escorada tras él, apretando la mano dentro de mi bolsillo y casi pegada a su costado. El andén aparece ante mí a cámara lenta. La puerta se abrirá en segundos. Unos y otros empujan pidiendo paso. Sujeto la jeringuilla con firmeza y, sin sacar la mano del bolsillo, la aprieto contra su cintura y vacío el contenido con decisión. Las puertas se abren en ese instante, y ayudada por los empujones de los que quieren salir, avanzo hacia la puerta sin mirar atrás, viendo por el rabillo del ojo cómo un hombre se dobla y cae a mi izquierda.
Salgo corriendo frenética, como muchos otros hacia su destino. El mío es salir a la calle y llegar al instituto, a seis manzanas. Habría querido hacerle daño, oír sus gritos, ver su dolor a medida que un cuchillo desgarraba sus entrañas, cortaba su miembro en pedazos, se retorcía dentro de su pecho en busca de un corazón inexistente... Pero no, no podía arriesgarme a que me pillaran, y elegí un método que no llamara tanto la atención. El veneno también me servirá, aunque sea menos doloroso para él.
En plena carrera por las escaleras mecánicas, noto que alguien me agarra del brazo.
—¡Eh, espera! —dice un chico boqueando—. Creo que se te ha caído esto.
Me da un vuelco el corazón y en segundos creo morir, pero al bajar la vista me sereno. Muestra en sus manos mis casquitos. Debieron caérseme en mi loca carrera.
—¡Muchas gracias! ¡Qué haría yo sin mi música!
A pesar de su atractivo no es el momento de ligar, y tengo que contentarme con sonreír a esos ojos azules y esperar a tener la suerte de encontrármelos en otro momento. Me giro y retomo mi ascenso. Subo los escalones de dos en dos, deseando salir y respirar. ¡Por fin! ¡La calle! Nunca el aire me supo mejor. Solo paro un instante para recuperar el aliento y corro, corro y corro, llenando de ese maravilloso aire mis pulmones, sintiéndome libre. Mi plan ha funcionado. Me siento exultante. Lanzo la jeringuilla a un contenedor camino del instituto al tiempo que pienso:
—Creo que esta vez, el examen de Química lo bordo.
Si el relato anterior me gustó no te imaginas cuánto me atrapó éste. Sentí eL asco, la rabia, el dolor, el deseo de aplastarlo...los nervios, la satisfacción, el susto, el alivio de que sólo fueran unos cascos perdidos y ése guiño final...me atrapó.
ResponderEliminarTe lo repito, gracias por escribir.
Un abrazo
¿Te he dicho lo linda que eres alguna vez?, ¡jajaja! Va a parecer que te tengo contratada para decir cosas buenas xD
EliminarAhora en serio, me alegro de haber sido capaz de atraparte por un rato y de que hayas sentido las mismas ganas de acabar con él que tenía yo cuando lo escribía. La pena es que, aunque esta historia sea ficticia, lamentablemente aún quedan muchos tipejos de ese calibre, y para colmo salen impunes.
Un beso, Tegalita :*
Vale, el final si que no me lo esperaba jajajajaja me has dejado loquísima!! jajaja
ResponderEliminarLol! Me ha gustado eso de loquísima :D
EliminarUn beso :*