El acostumbrado parón a media mañana no podía faltar. Cruzaba la pequeña calle
adoquinada hacia la cafetería de enfrente y disfrutaba de veinte minutos sin
emails ni llamadas de teléfono. Era el único momento del día en que se daba un
respiro. Se sentaba junto al ventanal y la linda Becky le llevaba un capuccino bien caliente y
un croissant recién horneado. Henry lo tomaba a sorbitos y mordisqueaba el
bollo con deleite. Hoy necesitaba especialmente ese pequeño instante, a solas
con sus pensamientos y su ritual, pues en cuanto entrara en la oficina le
esperaba una reunión crucial. Su jefe, Peter, había sido propuesto para la
dirección de la sede de la oficina en Nueva York, al jubilarse el actual,
Robert. El otro candidato era Ellie, una arpía de pies a cabeza, capaz de
pisotear a quien se cruzara en su camino para conseguir sus propósitos. Llevaba
toda la semana recibiendo veladas amenazas por parte del grupo de Ellie,
conminándole a votar en favor de ella. Se rumoreaba que habría empate y
ello daría la victoria a Peter, que llevaba más años en la empresa. Pero
Henry no había querido dejarse intimidar. Sabía que si ganaba Peter, él,
como su mano derecha, sería trasladado también y por fin viviría en la ciudad
de sus sueños.
Terminó el desayuno y se despidió de Becky con una sonrisa agradecida cuando ella, sabedora de la importancia de la reunión, le colocó con gracia un trébol de cuatro hojas en la solapa de la chaqueta y lo besó en la mejilla. Cruzó de vuelta al edificio, haciendo sonreír a cada adoquín que pisaba —tal era el optimismo y buen humor que emanaba—.
Terminó el desayuno y se despidió de Becky con una sonrisa agradecida cuando ella, sabedora de la importancia de la reunión, le colocó con gracia un trébol de cuatro hojas en la solapa de la chaqueta y lo besó en la mejilla. Cruzó de vuelta al edificio, haciendo sonreír a cada adoquín que pisaba —tal era el optimismo y buen humor que emanaba—.
Subió hasta su despacho, revisó rápidamente el correo y se dirigió a la sala de reuniones. Cuando llegó ya estaban allí todos los convocados y no tuvo más remedio que sentarse entre los del otro bando: a su derecha, Ellie; a su izquierda, el ambicioso Luke.
Robert abrió la reunión y relató emocionado su trayectoria en la compañía. Hubo sentidos aplausos al final de su discurso, momento en que Henry notó un leve pinchazo en el tobillo y pudo ver por el rabillo del ojo un pincho retráctil en el zapato de Luke mientras retiraba el pie. Robert, sin más preámbulos, presentó a los dos candidatos y dio paso a la votación.
—Por antigüedad en la empresa, empecemos con Peter. ¿Votos a favor?
Una tras otra se fueron alzando las manos previstas, hasta llegar a Henry, en quien todos los ojos se posaron. Mostraba una sonrisa hierática, mientras por dentro sentía miedo y desesperación. Estaba completamente inmóvil y su garganta agarrotada. Parpadeaba sin poder expresar emoción alguna y sin poder emitir el más leve sonido. "¿Qué me han hecho?", pensaba impotente.
Nadie parecía percibir que algo le ocurría. Él miraba fijamente a Peter, pidiendo auxilio por dentro, pero la cara de su jefe solo mostraba una tremenda decepción.
—Seis,... siete... ¡Siete votos a favor de Peter! —concluyó Robert.
The Brooklyn Bridge |
Nada iba según lo previsto. Los ocho restantes apoyaban a Ellie. Henry veía su sueño de ir a Nueva York desvanecerse y Peter, abatido, ocultaba su rostro entre las manos.
—Ahora los votos a favor de Ellie.
Varias manos empezaron a elevarse hacia el techo, al tiempo que James, uno de los chicos de Ellie, se levantó como impulsado por un resorte y abandonó la sala a toda velocidad, ante la mirada atónita e intrigada de todos los presentes. Ellie, furiosa, echaba fuego por los ojos y apretaba los puños hasta clavarse las uñas.
Robert, divertido por tanta sorpresa, inició el recuento en voz alta.
—Cinco, seis y... siete... ¡Bien! ¡Empate! —recapituló—. Como sabéis, el procedimiento de la compañía deja muy claro este punto y el empate se deshace por antigüedad. Así que... ¡Enhorabuena, Peter! A partir del próximo mes, serás el nuevo director de la oficina de Nueva York.
La tensión del momento vivido y acaso también lo que fuera que le habían administrado lo habían dejado exhausto y decidió bajar a desentumecer los músculos. Entró al bar de Becky.
—Te veo feliz. Temí haberme quedado corta con el laxante —dijo ella nada más verlo entrar.
—¡No me lo puedo creer! ¿Fue cosa tuya? —preguntó sin dar crédito.
—¡Claro! ¿Qué esperabas? Estuvieron aquí esta mañana justo cuando saliste. Les oí jugar sucio. Tenía que hacer algo y eso fue lo primero que se me ocurrió. Actué casi sin pensar. No sabía si surtiría el efecto previsto, y solo pude adulterar uno de sus cafés, pero veo que funcionó.
—Lo hizo, lo hizo. Eres toda una mujer de acción por lo que veo.
—Claro que sí. Y mi próximo objetivo es... encandilarte para que me lleves a Nueva York.
—¡Vaya! ¡Jajaja! Eso no me lo esperaba, pero me parece una idea muy interesante. Tienes tooooda una semana para convencerme.
—Pienso aprovecharla —dijo contoneándose.
—No me cabe la menor duda.
Nota: Post escrito para la Escena 12 "Móntame una escena… muy, muy quieto" propuesta por Literautas (reescrito aquí con leves variaciones). Puedes ver los relatos participantes aquí.
Vaya!! Una jugada sucia y una vez más tú demostrando que puedes llevarnos hasta dónde tus historias quieran.
ResponderEliminarGracias por escribir!
Gracias a ti, Tegala, ¡guapa! :) Que a veces la inspiración se hace esquiva y no me satisfacen mucho los resultados finales. Saber que hay alguien al otro lado me quita de un plumazo esas pequeñas insatisfacciones :***
Eliminar¿sabes una cosa? echaba de menos leer tus relatos :)
ResponderEliminarJajaja! Bueno, yo echaba de menos verte por aquí, pero estoy segura de que estabas dedicando el tiempo a eso tan maravilloso de... vivir :*
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