Antes de subir al coche, Harry palpó su bolsillo trasero. ¡Había olvidado la cartera! Fastidiado, volvió a casa, subió los siete escalones pisando solo los impares, y abrió la puerta. Ahí estaba, en el recibidor. La abrió, comprobó que su trébol de cuatro hojas estaba dentro y la guardó. Antes de volver a salir, se miró en el espejo de la entrada para espantar la mala suerte.
Había quedado con Lizzy, con quien llevaba saliendo unos meses. Todo iba bien entre ellos, pero por los fracasos de relaciones anteriores, Harry iba a la caza de la buena suerte e incorporaba a menudo nuevas manías a su día a día. Sin embargo no era algo nuevo. El hecho es que siempre había sido supersticioso y había usado todo tipo de amuletos desde aquella primera vez cuando contaba siete años, en que su madre, viéndolo tan nervioso antes del examen de Matemáticas, rebuscó en su caja de costura y sacó un precioso botón azul que colocó en su manita.
—Es mágico. Guárdalo en el bolsillo y verás como todo irá bien.
Desde entonces, Harry había ido variando de amuletos: usó calzoncillos de la suerte —que se ponía del revés en los exámenes—, bajaba siempre de la cama con el pie derecho, lanzó monedas en multitud de fuentes tras pedir un deseo, e incluso grabó un candado, con la fecha, su nombre y el de Ann, su ex-novia, lo colocó en la barandilla del Ponte Milvio y cogiendo su mano y mirándola a los ojos, lanzó la llave al Tevere. Aún hoy cree que si no hubieran retirado todos los candados debido al peso extra que suponían para la estructura, su relación no se habría roto hacía ya un año.
Subió al coche y condujo concentrado, buscando señales en las matrículas del resto de los coches en espera de toparse con alguna capicúa, mientras la pata de conejo se balanceaba rítmicamente junto a la llave de contacto. Habían quedado en un coqueto restaurante del centro, y sentados frente a frente, debatían sobre la suerte, disfrutando de un delicioso Zinfandel mientras esperaban la cena.
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Groucho y sus genialidades |
—O sea... A ver si lo he entendido bien... ¿Estás absolutamente convencido de todas esas cosas? Tus amuletos y supersticiones, los viernes trece..., todas esas bobadas.
—Ehhh... básicamente, sí.
—¿Y si hago esto? —dijo volcando el salero y derramando unos granos de sal.
—¡No! ¡No hagas eso! —saltó muy nervioso, tomando el salero y echando sal por detrás de su hombro izquierdo.
—¡Jajajaja! ¿Ves? A eso me refería, Harry. Son sandeces. Tienen poder sobre ti solo porque las crees. ¿Has intentado pasar de todo eso tan solo por un día? Comprobar que nada malo ocurre por ignorarlo. Es tu mente la que tiene el poder de atraer la desgracia o la suerte si así lo crees.
—Eso que dices me parece casi tan supersticioso como lo mío.
—Tienes razón, vale, pero lo que intento es que justamente veas el lado opuesto. ¿Por qué no lo intentas? ¡Desde mañana mismo! Levántate con el pie izquierdo e ignora todas esas supersticiones el resto del día.
Harry aceptó el reto. Le costaría trabajo pero estaba decidido, y así, pasaron todo el sábado, sin tréboles ni herraduras, sin evitar gatos negros o escaleras. Se atrevió incluso a abrir el paraguas dentro de la casa por el mero hecho de retar a la suerte. Vivieron un día divertido y al llegar la noche, contemplando a Lizzy dormida junto a él, se dio cuenta de que había temido no llegar a ese instante sin una desgracia, y el nudo que atenazaba su estómago durante todo el día comenzó a aflojarse.
—Gracias —susurró besándola.
A la mañana siguiente, se levantó temprano, contemplando feliz cómo ella aún dormía. Aunque se le hizo raro por la fuerza de la costumbre, bajó de la cama con el pie izquierdo. Estaba inspirado y creyó que podría retomar su faceta de escritor y avanzar con el capítulo. Se dirigió a su despacho tras desayunar y, antes de sentarse a escribir, se acercó al ventanal, admirando los colores otoñales del bosque ante su casa.
El repentino ruido de cristales rotos y un disparo arrancaron a Lizzy de sus sueños. Abrió los ojos asustada y saltó de la cama al no verlo junto a ella. Le llamó, recorriendo las habitaciones sin encontrar respuesta. Al entrar al despacho, su grito resonó en la casa. Harry yacía tendido junto al ventanal, con un profundo agujero rojo en su frente.
Cuando la policía llegó, Lizzy, conmocionada, no fue capaz de explicar nada. Supo después que todo fue un accidente fortuito, provocado por un vecino de la zona que practicaba el tiro en el bosque. Un gato negro saltó de repente de un árbol, haciendo que tropezara y que el arma se disparara involuntariamente, enviando la bala directamente a la cabeza de Harry.
Un mes después, amanece y Lizzy se despereza lentamente en la cama. Es domingo, y se puede permitir el lujo de quedarse un ratito más. Finalmente se guarda la pereza en el bolsillo del pijama y se levanta, plantando cuidadosamente primero el pie derecho. Baja trotando las escaleras hacia la cocina, y ve de refilón el nazar que ha colgado junto a la entrada. En poco tiempo, ha adquirido muchas supersticiones. Mientras prepara el café sumida en sus pensamientos, en su muñeca tintinean un trébol y una pequeña herradura de plata.
Nota: Post escrito para la Escena 13 "Móntame una escena… supersticiosa" propuesta por Literautas.
Que mala suerte ¿no? vaya, para una vez que Harry decide tentar la suerte, le sale mal la jugada y Lizzy la que no era supersticiosa y al final mira...madre mía, estoy segura que nada de esto hubiese pasado si Harry se hubiese quedado más en la cama, tenía la suerte a su lado :)
ResponderEliminar¡Jajaja! Pero bueno, menuda supersticiosa estás hecha tú :) Quise que ambos intercambiaran su visión de las cosas, y no pude por menos que hacerle un poco de pupa a Harry ;D
EliminarPobre Harry....
ResponderEliminar¡Bienvenida, Gattica! Pobre Harry, sí... o tal vez no, que lo mismo le esperan más vidas en este caldo de Universo. Además, necesitaba ese giro dramático. No me valía con que se hiciera un coscorrón :)
EliminarAy, qué maravilla leerte!! De tu mano, yo que tuve un gato negro, paso debajo de las escaleras y no llevo amuletos, llegué a sentir el temor de que todo saliera mal...y el terror al descubrir que había salido muy mal.
ResponderEliminarUn abrazo de buena suerte!!
¡La maravilla eres tú, Tegala! No hagas caso del final, que al fin y al cabo es ficción. Recojo tu abrazo de la buena suerte, me lo pongo con la calidez que trae para espantar los males y los fríos, y te mando besos llenos de tréboles de cuatro hojas y sol :*
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