Tenía el despertador frente a sus ojos constatando que, si no salía de la cama ya, llegaría tarde a la reunión. No pensó. Barrió de un manotazo la pereza que flotaba en el ambiente y saltó de la cama directa a la ducha. Mientras el agua caliente tonificaba su cuerpo, su cerebro paseaba mentalmente por los armarios, eligiendo prendas, y hacía apuestas acerca de si llegaría a tiempo de tomar un café antes de entrar a la sala. Se envolvió en el albornoz, se secó rápido y corrió a la habitación para vestirse a la carrera. Hoy no había tiempo de body lotion. Seleccionó una camisa, y se embutió en un traje pantalón negro, corriendo a darse un poco de maquillaje y vaporizar un poco de perfume. Portátil, móvil, bolso. Todo listo. Cerró la puerta de casa con llave apresuradamente, sin pararse a poner la alarma, y bajó en ascensor hasta el garaje.
El tráfico estaba infernal esa mañana. Conducía con agilidad, y detestaba a los listos que se saltan las colas y se incorporan a la salida en el último momento, pero sus muchos años de portarse bien le hacían merecedora de un momento de morro, ¿no?; hoy llegaba tarde. Avanzó por el carril hasta casi el final, vigilando una posible brecha que le permitiera entrar, y tuvo suerte. Se abrió un hueco que parecía decir "he nacido para ti". Lo aprovechó sin dudar, pero al conductor que iba detrás no le gustó nada. Ella siempre era el conductor que veía que el listo de turno iba a entrar en el último momento, pero ni pitaba ni aceleraba para impedirlo. Lo último en esos casos es provocar un accidente, eso era de sentido común. Pero el bobo de detrás, aunque no aceleró, se puso a pitar. Le habría mandado a la M con un gesto, pero se contuvo y levantó la mano pidiendo perdón, al tiempo que miraba por el retrovisor. ¡Vaya! El tío que veía conduciendo detrás no estaba nada mal. ¡Monísimo! Pero ya no pitaba, le sonreía en señal de "ok, por hoy vale, te perdono la vida". Ella sonrió también para sus adentros y se concentro en la conducción.
Llegó a su destino y aparcó el coche en su plaza. Recogió sus bultos y fue directa con ellos a la cafetería. Se había saltado el desayuno por las prisas, pero entrar en una reunión que podía durar toda la mañana sin su bendito café no entraba en sus planes. Dio los buenos días a Julio, pidió su café para llevar y un croissant, y pagó aliviada al ver que tenía 5 minutos para llegar a la sala de reuniones. Salió hacia ella, con el bolso y el portátil colgando uno en cada hombro, café en mano y mordisqueando las patas del croissant.
Entró en el ascensor y cuando ya las puertas se cerraban, volvieron a abrirse para dejar paso a un trajeado apresurado, tanto que por hacerse hueco antes de que el ascensor despegara, la arrolló sin poder evitarlo, haciendo que el café regara su chaqueta y el mordisqueado croissant besara el suelo. Damn! Había sido un accidente, ¡sí!, y el tío era el segundo tío bueno de la mañana, ¡también!, pero ahora no ni tenía café ni bollito, y en su chaqueta chorreaba aún el café caliente. El chico bombón se deshizo en excusas, pero ella le quitó hierro al asunto. No era momento de matar a nadie y entrar a la reunión con el asesinato escrito en el rostro. Llegó su planta y salió apresurada al baño, para al menos poder recomponer su indumentaria. No habría café, de acuerdo, pero entrar hecha unos zorros le minaría la moral más. Menos mal que el traje era negro. Un poco agua y chorro de aire caliente del secamanos dirigido a la chaqueta hícieron milagros. Voló literalmente y entró en la sala. Habían llegado ya cuatro de los asistentes. Dio los buenos días y sacó su portátil de la funda, haciéndose con una de las pocas tomas eléctricas que había disponibles. En unos segundos comenzaría la reunión...
Tres horas y media después salía de la sala. Había ido bien. Había presentado su propuesta y por la cara de su jefe al otro lado de la pantalla de la videoconferencia, diría que estaba contento. El proyecto avanzaba bien y por fin daba sus frutos. Al menos no se sentía tan tonta después de haber sacrificado los fines de semana de los dos últimos meses. Ya estaba encarrilado todo, aunque hubiera costado tanto tiempo y esfuerzo. Y en breve... escaparía a las Virgin Islands. Necesitaba ese viaje. Descansar. Olvidar reloj, portátil, emails, móviles... Dedicarse a dormir, nadar, pasear, leer, tomar daikiris y bailar... cualquier cosa que pudiera hacer sin planificar y a la que pudiera decir que no, si ese fuera su capricho llegado el momento. Lo único triste es que iría sola. Había intentado coincidir en vacaciones con algunos de sus amigos, con su familia, con compañeros de trabajo... Fue inútil. Siempre tocaba cambio de planes y cancelar posibles reservas. Pero se negaba a no tener unas vacaciones que necesitaba con urgencia por el hecho de ir sola. ¿Por qué era tan fácil en las películas? En ellas todo era posible. El conductor de la mañana podría haberse cruzado en su camino de nuevo en el parking, intercambiando conversación y terminando ésta en una cita. O el despistado del ascensor bien podría haber propiciado la típica escena de caída de papeles al suelo por tropezón fortuito entre chica y chico, que los acerca a milímetros y tiene como desenlace de nuevo una cita. No. Eso ocurría en las películas. A los buenos no se les acababan las balas ni les dolían tanto las heridas, las chicas amanecían impecables tras 24 horas de persecución, los besos nunca necesitaban un Smint... Eso era ficción, claramente. Ella era una romántica, aventurera, soñadora, crédula, enamoradiza, con mucha imaginación, que en sueños veía posibles historias inverosímiles y diversas: ser secuestrada por extraterrestres y ser elegida portavoz de la Tierra, ganar medallas de oro en los juegos olímpicos en varias disciplinas, tener super poderes, elevarse unos metros y volar con su coche para saltarse los atascos, ser la heroína del cuento y salvar al que está en apuros, y ¡cómo no!, toparse con el guapo de la peli y protagonizar cualquiera de las escenas en que las chicas, desde el sofá de casa o la butaca del cine, soltamos ese ¡oooohhhh, aaaaaahhh! interno, o hasta audible, de envidia y admiración, porque querríamos ocupar el lugar que ocupa la chica de la peli en ese preciso instante. En fin... Había que poner los pies en el suelo y dejar de soñar tanto. El día ya estaba hecho. Saldría de la oficina en cuanto enviara el acta de la reunión, e iría a casa para dar el último vistazo a las maletas y poder dormir antes de salir mañana a su destino vacacional.
Cuatro horas despues salía hacia casa. No había comido apenas y como iba a estar ausente, tenía la nevera vacía. Decidió pasar por el Delicatessen para comprar algo de cenar. Dejó el coche delante de la tienda y entró. Paseaba indecisa por los pasillos, debatiéndose entre el sushi & sashimi o algún plato thai. Optó por ambos. Cogió también una botella de Merlot y croissants para desayunar al día siguiente. Como siempre, había olvidado coger una cesta, y llevaba todo entre las manos haciendo equilibrio. Llegó a la caja para pagar. Sólo una cajera y tres personas. Se le cansaba el brazo, y por querer apoyar la botella en el borde del mostrador, tiró los croissants y la bandeja de sashimi. El chico que había delante se volvió, para ayudarla. Se agachó y, en cuclillas, coincidió con ella frente a frente. Se miraron. El tiempo se detuvo... Click!... Ambos sonrieron, y él dijo con toda normalidad: "Por fin te encuentro. Vámonos". La cogió de la mano y dejaron atrás sushi, croissants, vino, todo...