sábado, 30 de junio de 2012

Travelling Eyes

Tus ojos guían tus pasos por caminos empedrados, formados por bloques irregulares de piedras de distintos colores, suaves al tacto, pulidas por el paso del tiempo, gastadas por las pisadas de anteriores caminantes. Sus marcados contornos dibujan, sinuosos, una serpiente pétrea, con piel de cocodrilo, que repta  por la selva urbana abriéndose camino, tragando tierra y polvo, con rumbo fiel hacia una playa de aguas cristalinas, donde, a pesar de la sal, bebe y calma su sed. El mar juega allí a diseminar conchas en la arena, formando figuras imposibles. Percibes huellas de pies descalzos, de alguien que caminaba despacio. Son huellas nítidas y profundas, que se pierden borrosas en la lejanía. Siguiéndolas con la vista, descubres un velero a lo lejos, que pone una mancha blanca en el horizonte. Unas gaviotas rompen la línea azul del cielo y captan también tu mirada. Buscan comida y es su vuelo el que lleva a tus ojos a descubrir una pelota de playa, abandonada, olvidada tal vez en una presurosa huida. Ello te recuerda a tu huida. Ahora, tus ojos se asoman a tu interior, y recuerdas. Saliste de pronto, sin dejar una nota, sin dar explicaciones, ni siquiera a ti mismo. Hiciste acopio de tus principales efectos personales y algo de ropa y escapaste sigiloso como un ladrón. Huiste de una realidad que no te gustaba, o acaso no te era familiar y lo que tenías era miedo. Necesitabas respirar fuera del agua, emerger a la superficie y poder inhalar profundamente, llenar tus pulmones sin miedo a contaminarte, sin usar bombona de oxigeno.

Aún sumido en tus pensamientos, tus oídos captan el ruido de un motor. Un coche aparca cerca. Escuchas como se abren y cierran las puertas y al poco asoma un niño corriendo hacia la playa.

—Papi, ¡está!, ¡mi pelota está! —grita contento al tiempo que la hace rodar y la recoge con sus manitas, emprendiendo la vuelta al coche.

Y de pronto te das cuenta de que, sin ser consciente de ello, has estado deseando todo el tiempo que alguien la recogiera, que no quedara ahí abandonada, que aún existiera alguien que la echara de menos y la necesitara. Y echas a andar, al principio despacio, como ordenando tus ideas, pero tras unos pasos, deprisa, con ansia, y sales corriendo hacia tu coche, llamándote tonto una y mil veces.


Conduces con determinación, sintiendo que una presión, largo tiempo contenida, deja paso a una maravillosa calma. Realmente son pocos kilómetros los que tienes que recorrer. Solo paraste en la playa para que tus ojos fijaran ese mar en tu retina, para poder decirle adiós a una etapa de tu vida antes de emprender camino a un destino incierto. Aparcas rápido delante de la casa, buscas la llave que escondiste hace un rato bajo el felpudo y silenciosamente abres la puerta.

Tus ojos guían tus pasos por caminos de madera, formados por láminas de cerezo, cálidos al tacto cuando caminas descalzo. Te quitas los zapatos en silencio y avanzas por el pasillo. Miras el pequeño y familiar desconchón en la pared. Tus ojos topan con el frasco de cristal con la arena de tu playa y sonríes. Te quitas la ropa, la dejas en el sillón rojo del salón, y sigilosamente entras en el dormitorio. Los rayos de sol se filtran atrevidos, y en la penumbra ves a Irene, que aún duerme. Te deslizas a su lado sin dejar de contemplarla y la abrazas. El contacto de tu cuerpo la saca de su sueño y abre despacio sus ojos de gata. La besas dulcemente mientras tus ojos la aprecian en su completa belleza, presente incluso recién despierta, y se paran en los hoyuelos que asoman cuando ella te sonríe al darte los buenos días. Ya sin miedos, sin bloqueos, sin mentiras, tus labios pronuncian por vez primera dos palabras:

—Te quiero.

miércoles, 27 de junio de 2012

The Advertisement

Es miércoles, y en la agencia de publicidad queda aún mucho trabajo por hacer. Hay nervios, el ambiente está tenso y la actividad mental es frenética. El jefe del departamento creativo, Héctor, ha convocado una reunión de urgencia. En dos días hay que presentar un boceto de proyecto a un cliente importante para anunciar uno de sus productos, y conseguirlo significaría un importante contrato. Héctor aún no tiene producto que presentar y ha convocado a sus principales creativos a un brainstorming, pero llevan más de dos horas encerrados y de las muchas ideas y chaladuras que unos y otros han ido aportando nada ha sido merecedor de su aprobación. Busca algo fresco, diferente, y el tiempo se agota. Son doce personas encerradas en la sala mucho tiempo. El ambiente empieza a estar cargado de tanta humanidad.

Ángel, el nuevo, no se arredra, está sembrado de ideas y no se corta en expresarlas por absurdas que parezcan. A cada momento lanza un "¿qué tal si...?", o un "¡ya lo tengo!, podríamos hacer que...". Todos callan y le escuchan, algunos de ellos niegan con la cabeza, otros ríen, pero muchos apoyan con fervorosos asentimientos cada una de ellas, tal vez hartos de llevar allí tantas horas y deseando salir y ponerse manos a la obra con algo concreto. Héctor, crítico, anota un par de líneas en la pizarra, pero no le convencen, falta algo.

El tiempo sigue avanzando. Alternativamente Marta, Raquel y Jaime participan al resto de sus ideas. Héctor sigue con su inamovible no. Mira la pizarra cabreado. "¿Eso es lo que entendéis por nuevas ideas?", —dice con voz potente y un tanto desesperada—. "¡Está bien! Hagamos una pausa. Os quiero de vuelta aquí en diez minutos, y bien despejados".

Un murmullo de suspiros y aprobación generalizada recorre la sala. Unos escapan a por café, otros al baño o a hacer una llamada, otros salen a la terraza a fumar un cigarrillo, y alguno intenta hacer las cuatro cosas en tiempo record, con riesgo de beberse el móvil y verterse el café por la oreja. A los diez minutos todos están de nuevo en sus asientos.

Nada más reanudar la reunión, Laura aporta un poco de calma al proponer una idea que, al menos, saca una sonrisa a Héctor quien revisa la pizarra y elimina definitivamente alguna de las ideas previas, que no le convencían demasiado, y anota la de Laura.

Violeta, desde uno de los laterales de la mesa, piensa, imagina, propone, y una tras otra sus aportaciones caen a la papelera como las de los demás. Está cansada, como el resto, y lucha contra un dolor de cabeza que amenaza con quedarse. Un beep le saca de su concentración. Es un whatsapp:

—Estás preciosa. El verde hace juego con tus ojos.

Violeta lo lee sorprendida. Es de David, que está al otro lado de la mesa, y con quien apenas ha cruzado un par de comentarios alguna vez en el comedor o en la zona del vending.

—Gracias —responde con otro whatsapp.

—No puedo quitar los ojos de tu escote. Es demasiado tentador, tiene un efecto imán en los míos y lo tengo justo enfrente —lee Violeta en el nuevo mensaje de David.

Ella disimula, y evita hacer contacto visual con él, porque está convencida de que le dará la risa, pero, segura de sí misma y traviesa, no mueve un sólo ápice el foulard que cae a cada lado del escote.

Héctor sigue rechazando ideas: "No, Luis, no me vale". "No, Sara, ¿qué os pasa hoy?", y así una tras otra. El cansancio empieza a hacer aparición en todos.

Violeta, desde uno de los laterales de la mesa, pasa de estrujarse los sesos, sabiendo que así no vendrá nada a su mente. Es justo cuando no lo buscas, cuando estás relajado o desarrollando alguna actividad que no requiera de mucho cerebro, cuando más creativa se encuentra tu mente. Aprovechando que las miradas están puestas en Iván, —quien al fondo de la sala les tiene absorbidos con algo que no suena mal del todo—, recuesta la cabeza en el respaldo y cierra sus ojos, intentando no pensar, solo relajarse, evadirse mentalmente de la sala e imaginarse en algún lugar confortable para ella, dejando abonado el terreno de las ideas para que broten fácilmente. Escucha otro beep, pero lo ignora y sigue con los ojos cerrados.

—Mmmmmmhhhh... esos labios, así entreabiertos, invitadores... me están tentando —dice el nuevo mensaje de David.

Violeta no lo escucha tal vez y él, al ver que ella no abre los ojos para leerlo, envía un nuevo mensaje:

—Solo tengo una idea en mi cuerpo y en mi mente, y no sé cuánto tiempo podré luchar contra ella. Quiero besarte —dice David.


La reunión sigue, ajena a estas líneas que cruzan de un lado a otro de la sala y que quedan de momento sin leer. Ambos disimulan perfectamente mientras prosigue la reunión. Héctor está a punto de darse por vencido y mandar a todos a comer, o a la calle, para que no vuelvan, tal es su cabreo. El tiempo apremia y aunque hay alguna idea, sabe de antemano que no impactará a su cliente, quien tal vez no les dé el proyecto. Necesita ese contrato. No lleva un buen año y su puesto de trabajo se tambalea.

Violeta abre los ojos por fin, y se encuentra cara a cara con David, mirándola descaradamente desde el otro lado de la mesa como esperando contestación. Ella accede a leer por fin y mira de reojo sus mensajes. Sonríe abiertamente.

Al momento responde:

—Hazlo. ¿Qué te detiene?.

En ese momento varios hablan a la vez para hacerse oír. Héctor intenta poner orden y apagar un conato de discusión entre dos de ellos. Aprovechando el guirigay, David se levanta de su asiento y se sienta sobre la mesa de reuniones para, inmediatamente, flexionar las piernas hacia sí y girar ágilmente, colocándose sentado al otro lado, justamente delante de Violeta, y se pone en pie frente a ella. Violeta se levanta también. Se miran a los ojos, ignorando alguna mirada despistada que ya reciben de alguno de sus compañeros. David sujeta la cara de Violeta con ambas manos, y ella apoya las suyas sobre el pecho de él. Sus labios se unen, se retan, se tantean, se saborean, y se funden en un beso largo y perfecto ante la mirada atónita de todos y alguna que otra mandíbula descolgada. Es Héctor el primero en reaccionar:

—¡Bravo! ¡Eso es! ¡Fantástica idea! Es justo el broche que faltaba. ¡Es perfecto! Silencia las bocas con un beso —dice radiante.

Violeta y David se separan, se guiñan un ojo y sonríen, y vuelve cada uno a su sitio, como si tal cosa, haciendo parecer al resto que es una suerte de idea que tramaron durante el descanso.

Desde ese momento, los hombros de todos se relajan, y con las líneas que ya había en la pizarra más el beso añadido, Héctor bosqueja perfectamente cómo será el anuncio y sonríe satisfecho. Ya tienen material para trabajar. Queda aún mucho por hacer, les espera una tarde muy larga y un jueves eterno, pero sabe que todo estará listo para el viernes y respira por fin. Distribuye el trabajo por hacer entre unos y otros y disuelve la reunión mandándoles a sus puestos.

Mientras Violeta va hacia la sala donde seguirá trabajando en equipo con otros dos compañeros, alguien la llama por su nombre. Se gira. Es David.

—Y... ¿ahora qué? Yo quiero más —dice él susurrando—. Y a solas —añade.

—David, ahora... nada. Tenemos mucho trabajo por delante —dice Violeta un tanto seria y con actitud muy profesional, empezando a girarse para proseguir su camino.

—Lo sé, lo sé, —dice sujetándola suavemente por el codo—. Pero, ¿qué me dices del viernes? —sigue David, rápido, no queriendo dejar escapar la oportunidad.

—David, lo siento. Olvida lo que pasó ahí dentro. Se trataba de conseguir una idea y lo logramos. Fin del tema. Ahora, si me disculpas, todos tenemos muchas cosas que hacer —dijo Violeta dando definitivamente media vuelta y dejando a David sin respuesta.

Sí, todos tenían mucho trabajo que hacer. Los distintos equipos debían desarrollar cada una de las ideas para unirlas todas en el producto final al día siguiente. Contrariado, se encaminó a una de las salas a reunirse con su compañera Raquel y ponerse manos a la obra. Se sentía un poco idiota por haberse hecho ilusiones, y le chocó la actitud de Violeta, tan cortante después de semejante beso. Creía que los besos no mentían, pero aparentemente estaba equivocado. Raquel ya lo esperaba cuando entró. Empezaron a hacer un borrador de las escenas que tendría su parte cuando David escuchó el famoso beep.

—¡Pero qué crédulo eres! Si el viernes va a haber más besos como ese, no seré yo quien se lo pierda. Aún me quedan por desarrollar más ideas que vinieron a mi mente cuando cerré los ojos. ¿Qué tal un japonés para abrir boca? —decía el whatsapp de Violeta.

David se echó a reír, y ante la mirada interrogante de Raquel respondió:

—Desde luego, tía, ¡no hay quien os entienda!.


viernes, 22 de junio de 2012

Sincerity As Strategy

—Tienes un moco —dijo él sin elevar demasiado la voz.

—Perdona, ¿cómo dices? —dijo Lynn intentando escuchar lo que le decía el tipo que, de pie junto a ella, se sujetaba a la barra cerca de la puerta. El traqueteo del metro y las conversaciones circundantes dificultaban oír con claridad.

—Sí, decía..., —dijo acercándose un poco más para no tener que hablar alto—, que tienes un moco. Es un moquito, en realidad —dijo Matt minimizando el problema—. Uno pequeño, a la derecha de tu nariz. Se quedó ahí perdido cuando te sonaste —añadió, con una sonrisa, como quitándole importancia, como quien alerta a otro de que le cayó una briznita de hierba en el hombro.
—Gracias, muchas gracias —dijo Lynn, roja como un tomate, pasándose la mano con disimulo por la cara, e intentando pescar al minúsculo habitante evadido de narilandia que campaba ahora por su cara—. ¿Ya? Dime que sí, por favor —preguntó ansiosa en voz baja.

—¡Jajaja! Sí, tranquila, ya está. Ni rastro de él. Perdona si te molesté. Es que soy muy sincero y a veces debería aprender a tener la boca cerrada pero, la verdad, a mí me gustaría que en un caso similar en que paseo un moco por la ciudad, alguien se apiadara y me advirtiera. No es algo vergonzoso. Esas cosas pasan hasta en las mejores familias. Si no tienes un espejo delante para verte, le puede pasar a cualquiera. 

—Mmmmmsssí, supongo que tienes razón. Pero resulta algo violento cuando es a uno a quien le toca —replicó ella.

—Te entiendo. Yo soy muy observador y me cuesta callarme ciertas cosas. En sitios llenos de gente donde tienes un tiempo de espera por delante, como el metro, por ejemplo, me fijo en las personas. A veces estoy tentado de decir lo que veo si pienso que así puede mejorar. En tu caso pensé que era lo más sensato, pero no siempre lo hago. Por ejemplo, ¿ves a aquella chica de la esquina? —preguntó indicando con la mirada hacia dónde debía volver la vista.

—¿La rubia? —preguntó Lynn al tiempo que miraba disimuladamente.

—Sí, la rubia. Creo que necesita un asesor de imagen. Yo le cortaría el pelo diferente y le cambiaría el color. Se ve que es teñido pero tan amarillo que resulta chabacano, con lo mona que es —decía Matt animado—. Si le diera un color más natural, más dorado, o incluso... un bonito cobrizo, ¿por qué no?, y le diera movilidad para que no se apelmazara sobre su cabeza como un casco, estaría mucho más guapa. Esos preciosos ojos grises y sus facciones destacarían más. Pero claro, ¡no le voy a soltar todo esto!.

—No, claro, pero veo que tienes buen ojo —contestó Lynn asintiendo de acuerdo.

—Hay gente que necesita consejo, te lo digo yo. Apuesto a se visten cada mañana a oscuras o por sorteo de prendas, porque esas combinaciones de colores no pueden ser adrede. Y veo personas con muchas posibilidades, pero todas ellas desaprovechadas. Esos casos son los que más me motivan. Esa posibilidad de cambiar un aspecto y mejorarlo, sin más que hacer unos leves cambios. Me encanta —dijo Matt.

—Se ve que te gusta, sí. ¡Lo dices con tanta pasión! Tus ojos se iluminan al hablar de ello.

—Fíjate en ese otro tío. A tus ocho. Apoyado contra la barra. El del traje azul —dijo Matt—. Quítale ese traje, que le queda pequeño, y dale uno de su talla. Dile que no se encorve, coño, que se estire un poco. Prohíbele ponerse esa corbata de por vida. Haz que se deje las patillas un poquito más largas, que casi las lleva a la altura de los ojos. Es más, que cambie de peluquero, porque va peinado como un señor mayor. Y los zapatos, que los regale o, mejor aún, que los tire. Le cambiaría también las gafas. Tiene una nariz interesante, pero esas gafas hacen que parezca enorme, porque son pequeñas para él —diagnosticó Matt.

—Pues sí, me lo imagino con los cambios que propones y estaría mejor, pero claro, soltarle todo eso sin tener confianza es otra cosa —dijo Lynn.

—Exacto —replicó Matt.

You never know what happens inside

Callaron ambos por unos instantes, cada uno observando con discrección a la gente del vagón, como jugando a cambiar mentalmente a alguien más. De pronto Lynn se sonrojó y preguntó, casi con miedo:

—Estoooo... una pregunta... Aparte del moco —dijo volviendo a enrojecer—, ¿cuál es mi diagnóstico? A mí ya me lo puedes decir, ¿no? —preguntó sonriendo.

—¡Jajaja! A ver... Pues, es cierto lo que te he dicho acerca de que me gusta observar a la gente e imaginar cambios en ellos, y si se da la opción, contárselos. Ya te dije que soy muy sincero. Pero hay algo que no te he dicho y creo que es hora de que confiese, y espero que no te haga enfadar —dijo Matt, mientras Lynn le miraba con sus inmensos ojos verdes fijos en él. Tomo aire y reanudó su explicación—. Entré en el vagón y lo primero que llamó mi atención fuiste tú. Yo estaba al otro lado, creo que un par de puertas más allá, y me costó un poco, pero logré acercarme hasta aquí y agarrarme a la barra junto a ti. Confieso que me encanta como vas vestida y ya me pareciste preciosa según te venía observando de de lejos, cosa que confirmé al verte de cerca. Resultado final: no te cambiaría nada, sinceramente —finalizó Matt.

—¿De veras? ¡Vaya!, ¡qué bien! —y quedó pensativa un segundo, porque algo no cuadraba—. Pero..., —prosiguió—, no acabo de entender por qué habría de enfadarme. Es bueno todo lo que dices. ¿Qué más ocultas? —preguntó Lynn incisiva, bromeando como si fuera un rehén a quien se apunta con un potente foco para que confiese.

—Bueno, verás... Me pareció que estabas ensismismada en tus pensamientos, y te noté un tanto triste. A mí solo se me pasaba por la cabeza conocerte, tomar algo contigo, charlar y poder verte sonreír. Tienes una sonrisa preciosa, por cierto. Pero, no sabía cómo entablar conversación y pensé que seguramente estás acostumbrada a que los chicos te digan lo bonita que eres y estés ya aburrida de ese rollo, y además tu semblante triste me hacía temer una contestación borde, así que, ¡tuve que inventar algo para poder hablar contigo y llamar tu atención! —remató Matt, poniendo una deliciosa cara de traviesa culpa.

—¡Será posible! Me has hecho pasar un momento muy incómodo, ¡en serio! —empezó a responder Lynn, con un poco de enfado en la mirada pero, tal vez por la cara de culpa de Matt, por la original manera de entrarla, o porque, la verdad, el tío que tenía delante estaba como un queso y era divertido, pensó que no perdía nada por dejarse llevar un poco, y fue cambiando su expresión sin darse cuenta, dibujando en su cara una sonrisa—. Bueno, vale, fuera mosqueo que, en el fondo, no puedo decir que no seas original. Si sigue en pie lo de tomar algo, acepto encantada. ¿Bajamos en la próxima? Es mi parada.

—¡Claaaaro! ¡Genial! No te haré repetirlo. Soy todo tuyo —dijo Matt feliz de ver que, a veces, las cosas salían bien.

El tren hizo su entrada en la estación y salieron del vagón charlando, como si se conocieran de toda la vida. En el asiento del vagón, junto al sitio que acababan de abandonar, un niño de unos doce años sonreía para sus adentros, como en posesión de información muy valiosa, mientras pensaba: "¡Ya sé cómo ligarme a la niña de las trenzas de mi cole!".


miércoles, 13 de junio de 2012

Ask The Universe For It (Part II)

…el inicio de la historia lo puedes leer aquí

Se encuentra de repente motivado, lleno de energía. Sonríe por primera vez en la mañana. Su mente es de nuevo un torbellino, pero las ideas que lo asaltan son de muy distinta índole. Ya no son catastrofistas. La adrenalina corre por sus venas y se siente rebosante de energía, como un héroe de película en plena misión, y la misión no es otra que buscar y buscar hasta dar con ella, ha de encontrar a la que será su compañera. Ayudado por lo que le queda de lógica piensa que, el Universo no puede haber escondido la aguja en un pajar al otro lado del globo, ni siquiera en otro país, ciudad o pueblo que no sea donde está él ahora mismo. ¡Ella ha de estar aquí! En Madrid. Tal vez se siente asustada como él estaba hace un rato, puede que también ella lanzara un message in a bottle al Universo. Sea como sea no hay tiempo que perder. Ha de intentar peinar la ciudad, recorrerla por sectores o barrios, ir descartando zonas. Sabe que no podrá pasar por cada calle de la ciudad, pero sí por las principales. La idea es usar el coche e ir tocando el cláxon de tanto en tanto, por si ella no le ve pero le oye.

Calle Serrano desierta
Con el ánimo a tope sube de nuevo al coche y arranca. Decide centrarse de momento en el Madrid encerrado en la M30. Ya tendrá tiempo de investigar más allá si no la encuentra. Le sigue pareciendo una locura, pero dado que no encuentra explicación aparente a lo que le está ocurriendo, nada pierde dando rienda suelta a lo que, de algún modo, su instinto le dicta. Empezará por el norte, e irá descartando barrios hasta llegar al corazón de la ciudad. Ahora sí siente placer al tener ante sí las calles vacías. Se diría que dibuja cada curva del recorrido, disfrutando como un niño con las ventanillas abiertas y lanzando saludos a voz en grito de tanto en tanto.

Ya es media mañana, ha recorrido la zona norte sin tregua y ha quedado descartada. Solo hizo una breve parada para sacar un sandwich y una bebida de una máquina de una gasolinera. Van pasando las horas y la tarde, y las opciones van cayendo, pero aún luce el sol. Los barrios del sur son su última oportunidad de encontrarla antes de volver al centro. Está cansado. Ya no conduce tan alegre como antes, ni lanza voces. Ahora es la música de su ipod la que resuena en las calles por las que va pasando.

Necesita una pausa de nuevo, estirar un poco las piernas, insuflarse un poco de ánimo y esperanza. Se hace con un par de botellas de agua y un donut de otra máquina expendedora, y se sienta en el césped de un parque infantil. Le martillea en la cabeza la idea de lo ridículo de la situación, pero no está preparado para darse por vencido y enfrentarse a la realidad de que tal vez sí esté completamente solo por una suerte de broma cósmica. Se pone en pie al cabo de unos minutos y reanuda su búsqueda. La zona centro es su última esperanza, antes de ampliar el radio de búsqueda al día siguiente. Recorre las calles del centro de Madrid con las últimas fuerzas que le quedan. Son más de las once. Hace rato que la ciudad se iluminó. Menos mal que hay tareas programadas, piensa. Está exhausto. Ha ido descartando barrio por barrio, y decide dejar el coche y caminar. Sube desde Plaza de España por Gran Vía, atento aún a cualquier sonido, a cualquier movimiento y deja el coche en plena plaza de Callao. Toma la calle del Carmen y se dirige a la Puerta del Sol, al corazón mismo de la ciudad. En un rato será medianoche y le vienen a la mente las imágenes de la plaza llena de gente en tantas y tantas ocasiones sin que necesariamente se trate de un día especial. Esta vez estará vacía. Solo sus pasos resonarán en el asfalto.

Reloj de la Puerta del Sol
Entra en la gran plaza y dirige la mirada al reloj. Faltan unos minutos para las doce. Pasea la vista por las conocidas fachadas. No hay movimiento. Se deja caer pesadamente en la base de la famosa estatua del oso y el madroño. Vencido, sin esperanzas, oculta su cara entre las manos, en una posición de abatimiento supremo. Se siente perdido, asustado. Empieza a formarse un nudo en su garganta y las lágrimas parecen estar deseando brotar pero, de pronto, escucha algo. Levanta la cabeza instintivamente, con los oídos atentos. ¿Son las pisadas de alguien? Se levanta rápido, como movido por un resorte, intentando averiguar de dónde proceden. "¡Hola! ¡Aquíiii! ¡Estoy aquí!", —grita con todas sus fuerzas, callando de inmediato para seguir escuchando. El sonido viene de la calle Mayor y dirige su vista hacia allí. Es sonido de pasos. Alguien camina, ahora más despacio, seguramente para aguzar el oído mientras enfoca la vista intentando descubrir de dónde provino el saludo. Y de pronto la ve. Es una mujer. Ella también le ve y salta moviendo los brazos y gritando "¡Hoooola!". Se miran desde lejos. Les separa una diagonal cargada de esperanza. El Universo ha respondido a su petición y se siente como nuevo. Caminan uno hacia el otro, sonriendo. A la escena solo le falta una banda sonora. En el entrañable reloj, la aguja del minutero avanza segura y encuentra a su hermana pequeña. Son las doce de la noche. El reloj, tal vez por la importancia del momento, se arranca con la primera campanada. ¡Dong! No hay cuartos previos, es un sonido nuevo, diferente, pero es una campanada, sin duda, a la que le siguen el resto. Dos, tres,... Ambos vuelven la vista hacia él, atónitos, pero no se detienen. Cinco, seis, siete... Avanzan hacia el encuentro. Nueve, diez, once, doce... En la mirada de ambos queda congelada la imagen del otro, la vestimenta, el gesto, la sonrisa, antes de que la plaza se llene de gente con el sonido de esa última campanada. La normalidad ha vuelto de repente. La plaza está llena, palpitante de vida. La gente habla, ríe, pasea, los comercios están abiertos, los taxis circulan. Desconcertado, él intenta localizarla como sea, buscando entre la muchedumbre el foulard rosa que llevaba anudado al cuello, su rostro, esa sonrisa que ya le tiene cautivado. Intenta avanzar en línea recta hacia donde iba, pero la gente se cruza y le estorba, le desvía de su objetivo. Se ve arrastrado contra su voluntad. Se desespera por momentos, pero su cansancio ha desaparecido. Quiere encontrarla, fundirse con ella en un abrazo, y quiere que sea ya. Sabe que si no la localiza esta noche será muy difícil después, pues aunque ya sabe que existe no tiene ningún dato suyo. Sus ojos siguen buscando esa mancha rosa cuando alguien le da la mano por detrás. Casi sin mirar sabe que solo puede ser ella, y al tiempo que se gira, agarra con fuerza esa mano para no perderla. Sus miradas se funden. Para ellos, aunque completamente rodeados, no hay nadie más en el mundo en este instante. Se unen en un abrazo largamente buscado. Son uno. Clic! Todo encaja, es como haber llegado a casa. Él deshace el abrazo y con sus manos le sujeta la cara para mirarla a placer. "Eres preciosa —le dice—. Llevo buscándote toda mi vida, y ahora sé que la espera ha merecido la pena". Ella sonríe, sus ojos bailan llenos de estrellas. Se besan dulcemente, dejando que sus labios se conozcan y se saboreen, y vuelven a enterrar la cara en el cuello del otro abrazándose de nuevo, para despegarla al instante y seguir saciando la sed contenida tanto tiempo. Ella presiona su cuerpo contra el de él y sus bocas se buscan con pasión, ávidas de más.



Mientras, a millones de años luz, Nauhirel contempla la escena del encuentro, que emerge de una esfera de cristal que sostiene entre sus manitas, una esfera tan azul como sus inmensos ojos, que contrastan con su piel naranja. Sonríe haciendo asomar dos hoyuelos, y la imagen que proyecta la esfera en el aire se colapsa y se desvanece en un punto. Abriendo las manos deja que su pequeño juguete se eleve y se mueva lentamente hasta ocupar su puesto, suspendida en el aire, entre multitud de esferas.
 


¿Ves como salió bien, papi? dice toda satisfecha. ¿Puedo quedármela?, ¿puedo quedármela? ¡Di que sí!, por fa, por fa.

Eres un diablillo, hija, pero me has demostrado que tienes criterio, imaginación y bondad. La esfera azul es toda tuya, pero prométeme que me avisarás si alguna cosa se complica, respondió Kirb mirando a su pequeña con ternura, que aún te queda mucho por aprender.

Claro, papi dijo saltando feliz y enlazando sus dos meñiques sobre su corazón—.  ¡Promesa de myrthana!.

domingo, 10 de junio de 2012

A Kiss

Beso matinal, justo después de que el despertador nos arranque de nuestros sueños. A veces es rápido, un mero juntar los labios, que hay prisa; otras, incluso es lanzado al aire, pues no hay tiempo para más. Ya me desquitaré, y mucho, el fin de semana.

Beso sabor desayuno, cuando me pillas dando buena cuenta de una tostada y, tras dar un sorbo a mi café, te despido antes de que salgas raudo a la oficina, que en breve saldré yo.

Beso virtual, por teléfono, chat, email o whatsapp, para todas esas veces en que comunicamos a lo largo del día, cuando charlamos para hacer planes o hacernos una consulta.

Beso de llegada a casa, dulce, reconfortante, con sabor a magdalenas caseras, a chocolate a la taza, a vermouth con rodaja de limón, a bizcocho de limón y tarta de manzana,... a hogar. Si me pillas de pie, lo acompaña un abrazo, porque me encanta que rodees mi cintura y hundirme en tu cuello, y de paso soltar más besos por ahí por donde mi boca va hallando tu piel.

Beso porque sí, de esos que ocurren a lo largo del día, en casa o fuera de casa, por algo que has hecho y me tienta a lanzarme a tu boca, por una canción, por una escena de una peli, en respuesta a una sonrisa que me regalas... ¿qué más da el motivo? Lo importante es el beso, que se materializa, que se saborea, que se disfruta.

Beso de pasión, juguetón, salvaje, húmedo, de mimo, de aventura, de quiero más, de me muero y me mueres, de te amo, de lujuria, cuando damos rienda suelta a nuestros deseos y dejamos que sean nuestros cuerpos quienes hablen.

Beso de buenas noches y dulces sueños, tierno, suave, que me ayuda a dormir porque me llevo tu boca a mi sueño, y eso me ayuda a darte un papel principal en él, y a tener tus labios a mi antojo y hacer con ellos y contigo lo que quiera, que para eso es mi sueño y la directora, productora, guionista y actriz principal soy yo :)

A kiss, every time different, always a pleasure!

miércoles, 6 de junio de 2012

Ask The Universe For It (Part I)

Ramón cierra la puerta de su casa y baja en ascensor hasta el garaje. Se dirige al gimnasio, como cada mañana antes de ir a la oficina. Pone en marcha el coche y sale a la calle. Ya es casi verano, pero a esas horas el aire acondicionado no es necesario, y disfruta del frescor de la mañana con las ventanas abiertas durante el corto trayecto. Aparca muy cerca del gimnasio y camina con paso ágil hasta la entrada. Solo cuando está ante la puerta descubre que está cerrado. ¿Cerrado? Le choca y por un momento se para a pensar, pero no, no es festivo y tampoco hay aviso en la puerta explicando el motivo del cierre. Aplasta la nariz contra el cristal e intenta atisbar y descubrir si hay alguien dentro. No se ve ninguna luz. ¡Qué extraño! De hecho, ahora que lo piensa, no es lo único extraño. Se da cuenta de pronto, de que no ha visto a nadie en todo el trayecto, no se ha cruzado con un solo peatón, ni con ningún coche. Haciendo memoria le parece incluso recordar que vio cerrado el kiosco de periódicos, el bar de Luis donde a veces desayuna, la panadería,... Un escalofrío le recorre por todo el cuerpo e inquieto, entra en el coche. Pone la radio. Nada. No consigue sintonizar ninguna emisora. Aunque es aún temprano llama por teléfono a sus padres. Nadie responde. Repite la operación con su mejor amiga, llama a su trabajo, al 010, al 112... Ninguna respuesta. Se pasa las manos por el cabello, nervioso. Duda de su móvil y comprueba que funciona lanzando una llamada a su otro móvil que, en efecto, suena. Vuelve a casa, necesita encontrar a alguien y acceder a su portátil para sondear Internet. Cuando llega ve que el conserje no está en su garita, llama a las puertas de sus vecinos y nadie abre... Entra a las páginas de los principales periódicos o agencias de información y aunque hay Internet, no encuentra ninguna noticia procedente de ninguna parte del mundo desde hace ocho horas, ni actividad en Twitter, Facebook y demás redes sociales. Las televisiones y radios permanen mudas. Un sudor frío empieza a recorrer su cuerpo. Decide ir a casa de sus padres, que viven a un par de manzanas. Ya allí, abre la puerta con pánico, temiendo lo peor, pero la casa está vacía. Todo está como hace un par de días cuando comió con ellos, con la excepción de sus padres, de los que no hay ningún rastro. No hay notas, ni mensajes en el contestador, ni cartas en el buzón. Nada. No hay nadie, está solo en la ciudad, tal vez en el mundo, piensa. La ciudad está en completo silencio. Él es el único productor de sonidos.

Se siente aterrorizado e impotente. ¿De verdad está solo en el mundo? ¿Dónde está el resto de la gente? ¿Estará muerto tal vez? No cree estar soñando, y se pellizca por si ello le ayuda a salir de este sinsentido. Tiene la ciudad a su merced, el mundo a sus pies, pero está solo. Vienen a su mente escenas de películas con trama similar, y eso, lejos de tranquilizarle, le asusta más si cabe. Se toca la perilla, nervioso, meditando acerca de cómo averiguar si hay alguien más ahí fuera. ¿Cómo saberlo? ¿No hay un foro de usuarios para estos casos? Empieza a rayarse y prueba de ello es que por su cabeza no pasan más que ideas peregrinas y absurdas. Baja de nuevo al coche y sale a recorrer las calles. La ciudad es el mudo testigo de su agitación. La sensación de recorrer el Paseo de la Castellana vacío y poder ignorar las luces rojas de los semáforos, lejos de motivarle, le está poniendo más nervioso. Le viene a la mente lo que dice siempre su amiga Lara: "cuando te sientas agobiado, párate, adopta la postura de meditación, túmbate o simplemente siéntate tranquilo en algún sitio, cierra los ojos y vacía tu mente de todo pensamiento, concéntrate tan solo en respirar, visualiza el aire que llena tus pulmones y expélelo lentamente". Piensa que, realmente, no tiene nada mejor que hacer, está bloqueado y tal vez le venga bien serenarse un poco para pensar con claridad en su situación.

Ommmmm!...
Según pasa por la plaza de Neptuno, no duda un solo instante y aparca el coche junto a la fuente, como si lo hiciera a diario. Al fin y al cabo ése es un sitio tan bueno como cualquier otro, y el sonido del agua le ayudará a relajarse. Sale, se descalza y se sienta en el césped. Adopta la postura de loto y cierra los ojos. Intenta ralentizar su respiración, concentrándose en ella, dejando que el sonido del agua lo calme. Intenta bloquear todas las confusas ideas que pugnan por salir, pero le cuesta. Se siente tenso y un tanto ridículo allí sentado. Su mundo se ha desplomado y ¡él medita! Deshace la postura, incómodo, y se tiende en la hierba. Está fresca a esas horas. Con los ojos cerrados intenta ir relajando cada parte de su cuerpo, desde los pies a la cabeza. Está entrando en una especie de duermevela, y la desazón anterior empieza a desvanecerse lentamente. Sin saber aún qué hará y qué será de él, piensa semiconsciente que esto no tiene sentido, que algo debe estar ocurriendo en el Universo... "¡El Universo!", —dice en voz alta—. Abre los ojos y se incorpora casi de un brinco. "¡Claro! ¡Eso es! ¡El Universo!" Le viene a la mente la "charla" que tuvo con el Universo la noche anterior. Es algo que hace con frecuencia, especialmente cuando necesita ordenar sus pensamientos y repasar cómo está cada parcela de su vida: la familia, los amigos, el trabajo, la salud... Habla mentalmente con el Universo, o al menos él lo percibe así, e interpreta las respuestas que recibe de él. No habla con un Dios o un ser superior en concreto, no. Habla con algo o alguien que no tiene nombre. Se imagina sus pensamientos atravesando el polvo cósmico y la materia oscura, pasando junto a las estrellas y meteoritos, esquivando agujeros negros y llegando a su destino. Anoche fue una de esas noches en que necesitó ordenar sus ideas y hablar. Llevaba ya mucho tiempo sintiéndose solo. Veía que pasaban los meses y que los pocos intentos de tener una compañera a su lado habían ido fracasando uno tras otro estrepitosamente. Se lamía las heridas, propias y ajenas, y siempre terminaban curando. Al poco tiempo estaba listo y lo intentaba de nuevo, sin dejar que el desaliento hiciera mella en él. Pero tras tan largo tiempo, estaba harto de su situación, agotado, cansado de esperar un cambio de suerte. Por ello había "comunicado" con el Universo, pidiendo a gritos socorro. Recuerda ahora haber pedido ayuda, una señal, algo, y haber dicho en su muda conversación de anoche que, encontrar pareja, le estaba resultando más difícil que buscar una aguja en un pajar, y que, ¡si al menos el pajar estuviera vacío de paja, podría encontrar la aguja con algo más de acierto! Piensa ahora que tal vez se está volviendo majara, pero no encuentra otra explicación. O él ha causado esta situación a raíz de lo de anoche o ¿dónde está la cámara? "¡No puede ser nada más! —piensa convencido—. El Universo me ha respondido y me está brindando la ayuda solicitada, ¡ha vaciado el mundo de para que yo encuentre mi aguja!".

Continuará...

(Puedes leer el resto aquí)