…el inicio de la historia lo puedes leer aquí
Se encuentra de repente motivado, lleno de energía. Sonríe por primera vez en la mañana. Su mente es de nuevo un torbellino, pero las ideas que lo asaltan son de muy distinta índole. Ya no son catastrofistas. La adrenalina corre por sus venas y se siente rebosante de energía, como un héroe de película en plena misión, y la misión no es otra que buscar y buscar hasta dar con ella, ha de encontrar a la que será su compañera. Ayudado por lo que le queda de lógica piensa que, el Universo no puede haber escondido la aguja en un pajar al otro lado del globo, ni siquiera en otro país, ciudad o pueblo que no sea donde está él ahora mismo. ¡Ella ha de estar aquí! En Madrid. Tal vez se siente asustada como él estaba hace un rato, puede que también ella lanzara un message in a bottle al Universo. Sea como sea no hay tiempo que perder. Ha de intentar peinar la ciudad, recorrerla por sectores o barrios, ir descartando zonas. Sabe que no podrá pasar por cada calle de la ciudad, pero sí por las principales. La idea es usar el coche e ir tocando el cláxon de tanto en tanto, por si ella no le ve pero le oye.
Con el ánimo a tope sube de nuevo al coche y arranca. Decide centrarse de momento en el Madrid encerrado en la M30. Ya tendrá tiempo de investigar más allá si no la encuentra. Le sigue pareciendo una locura, pero dado que no encuentra explicación aparente a lo que le está ocurriendo, nada pierde dando rienda suelta a lo que, de algún modo, su instinto le dicta. Empezará por el norte, e irá descartando barrios hasta llegar al corazón de la ciudad. Ahora sí siente placer al tener ante sí las calles vacías. Se diría que dibuja cada curva del recorrido, disfrutando como un niño con las ventanillas abiertas y lanzando saludos a voz en grito de tanto en tanto.
Ya es media mañana, ha recorrido la zona norte sin tregua y ha quedado descartada. Solo hizo una breve parada para sacar un sandwich y una bebida de una máquina de una gasolinera. Van pasando las horas y la tarde, y las opciones van cayendo, pero aún luce el sol. Los barrios del sur son su última oportunidad de encontrarla antes de volver al centro. Está cansado. Ya no conduce tan alegre como antes, ni lanza voces. Ahora es la música de su ipod la que resuena en las calles por las que va pasando.
Necesita una pausa de nuevo, estirar un poco las piernas, insuflarse un poco de ánimo y esperanza. Se hace con un par de botellas de agua y un donut de otra máquina expendedora, y se sienta en el césped de un parque infantil. Le martillea en la cabeza la idea de lo ridículo de la situación, pero no está preparado para darse por vencido y enfrentarse a la realidad de que tal vez sí esté completamente solo por una suerte de broma cósmica. Se pone en pie al cabo de unos minutos y reanuda su búsqueda. La zona centro es su última esperanza, antes de ampliar el radio de búsqueda al día siguiente. Recorre las calles del centro de Madrid con las últimas fuerzas que le quedan. Son más de las once. Hace rato que la ciudad se iluminó. Menos mal que hay tareas programadas, piensa. Está exhausto. Ha ido descartando barrio por barrio, y decide dejar el coche y caminar. Sube desde Plaza de España por Gran Vía, atento aún a cualquier sonido, a cualquier movimiento y deja el coche en plena plaza de Callao. Toma la calle del Carmen y se dirige a la Puerta del Sol, al corazón mismo de la ciudad. En un rato será medianoche y le vienen a la mente las imágenes de la plaza llena de gente en tantas y tantas ocasiones sin que necesariamente se trate de un día especial. Esta vez estará vacía. Solo sus pasos resonarán en el asfalto.
Entra en la gran plaza y dirige la mirada al reloj. Faltan unos minutos para las doce. Pasea la vista por las conocidas fachadas. No hay movimiento. Se deja caer pesadamente en la base de la famosa estatua del oso y el madroño. Vencido, sin esperanzas, oculta su cara entre las manos, en una posición de abatimiento supremo. Se siente perdido, asustado. Empieza a formarse un nudo en su garganta y las lágrimas parecen estar deseando brotar pero, de pronto, escucha algo. Levanta la cabeza instintivamente, con los oídos atentos. ¿Son las pisadas de alguien? Se levanta rápido, como movido por un resorte, intentando averiguar de dónde proceden. "¡Hola! ¡Aquíiii! ¡Estoy aquí!", —grita con todas sus fuerzas, callando de inmediato para seguir escuchando. El sonido viene de la calle Mayor y dirige su vista hacia allí. Es sonido de pasos. Alguien camina, ahora más despacio, seguramente para aguzar el oído mientras enfoca la vista intentando descubrir de dónde provino el saludo. Y de pronto la ve. Es una mujer. Ella también le ve y salta moviendo los brazos y gritando "¡Hoooola!". Se miran desde lejos. Les separa una diagonal cargada de esperanza. El Universo ha respondido a su petición y se siente como nuevo. Caminan uno hacia el otro, sonriendo. A la escena solo le falta una banda sonora. En el entrañable reloj, la aguja del minutero avanza segura y encuentra a su hermana pequeña. Son las doce de la noche. El reloj, tal vez por la importancia del momento, se arranca con la primera campanada. ¡Dong! No hay cuartos previos, es un sonido nuevo, diferente, pero es una campanada, sin duda, a la que le siguen el resto. Dos, tres,... Ambos vuelven la vista hacia él, atónitos, pero no se detienen. Cinco, seis, siete... Avanzan hacia el encuentro. Nueve, diez, once, doce... En la mirada de ambos queda congelada la imagen del otro, la vestimenta, el gesto, la sonrisa, antes de que la plaza se llene de gente con el sonido de esa última campanada. La normalidad ha vuelto de repente. La plaza está llena, palpitante de vida. La gente habla, ríe, pasea, los comercios están abiertos, los taxis circulan. Desconcertado, él intenta localizarla como sea, buscando entre la muchedumbre el foulard rosa que llevaba anudado al cuello, su rostro, esa sonrisa que ya le tiene cautivado. Intenta avanzar en línea recta hacia donde iba, pero la gente se cruza y le estorba, le desvía de su objetivo. Se ve arrastrado contra su voluntad. Se desespera por momentos, pero su cansancio ha desaparecido. Quiere encontrarla, fundirse con ella en un abrazo, y quiere que sea ya. Sabe que si no la localiza esta noche será muy difícil después, pues aunque ya sabe que existe no tiene ningún dato suyo. Sus ojos siguen buscando esa mancha rosa cuando alguien le da la mano por detrás. Casi sin mirar sabe que solo puede ser ella, y al tiempo que se gira, agarra con fuerza esa mano para no perderla. Sus miradas se funden. Para ellos, aunque completamente rodeados, no hay nadie más en el mundo en este instante. Se unen en un abrazo largamente buscado. Son uno. Clic! Todo encaja, es como haber llegado a casa. Él deshace el abrazo y con sus manos le sujeta la cara para mirarla a placer. "Eres preciosa —le dice—. Llevo buscándote toda mi vida, y ahora sé que la espera ha merecido la pena". Ella sonríe, sus ojos bailan llenos de estrellas. Se besan dulcemente, dejando que sus labios se conozcan y se saboreen, y vuelven a enterrar la cara en el cuello del otro abrazándose de nuevo, para despegarla al instante y seguir saciando la sed contenida tanto tiempo. Ella presiona su cuerpo contra el de él y sus bocas se buscan con pasión, ávidas de más.
Mientras, a millones de años luz, Nauhirel contempla la escena del encuentro, que emerge de una esfera de cristal que sostiene entre sus manitas, una esfera tan azul como sus inmensos ojos, que contrastan con su piel naranja. Sonríe haciendo asomar dos hoyuelos, y la imagen que proyecta la esfera en el aire se colapsa y se desvanece en un punto. Abriendo las manos deja que su pequeño juguete se eleve y se mueva lentamente hasta ocupar su puesto, suspendida en el aire, entre multitud de esferas.
Se encuentra de repente motivado, lleno de energía. Sonríe por primera vez en la mañana. Su mente es de nuevo un torbellino, pero las ideas que lo asaltan son de muy distinta índole. Ya no son catastrofistas. La adrenalina corre por sus venas y se siente rebosante de energía, como un héroe de película en plena misión, y la misión no es otra que buscar y buscar hasta dar con ella, ha de encontrar a la que será su compañera. Ayudado por lo que le queda de lógica piensa que, el Universo no puede haber escondido la aguja en un pajar al otro lado del globo, ni siquiera en otro país, ciudad o pueblo que no sea donde está él ahora mismo. ¡Ella ha de estar aquí! En Madrid. Tal vez se siente asustada como él estaba hace un rato, puede que también ella lanzara un message in a bottle al Universo. Sea como sea no hay tiempo que perder. Ha de intentar peinar la ciudad, recorrerla por sectores o barrios, ir descartando zonas. Sabe que no podrá pasar por cada calle de la ciudad, pero sí por las principales. La idea es usar el coche e ir tocando el cláxon de tanto en tanto, por si ella no le ve pero le oye.
Calle Serrano desierta |
Ya es media mañana, ha recorrido la zona norte sin tregua y ha quedado descartada. Solo hizo una breve parada para sacar un sandwich y una bebida de una máquina de una gasolinera. Van pasando las horas y la tarde, y las opciones van cayendo, pero aún luce el sol. Los barrios del sur son su última oportunidad de encontrarla antes de volver al centro. Está cansado. Ya no conduce tan alegre como antes, ni lanza voces. Ahora es la música de su ipod la que resuena en las calles por las que va pasando.
Necesita una pausa de nuevo, estirar un poco las piernas, insuflarse un poco de ánimo y esperanza. Se hace con un par de botellas de agua y un donut de otra máquina expendedora, y se sienta en el césped de un parque infantil. Le martillea en la cabeza la idea de lo ridículo de la situación, pero no está preparado para darse por vencido y enfrentarse a la realidad de que tal vez sí esté completamente solo por una suerte de broma cósmica. Se pone en pie al cabo de unos minutos y reanuda su búsqueda. La zona centro es su última esperanza, antes de ampliar el radio de búsqueda al día siguiente. Recorre las calles del centro de Madrid con las últimas fuerzas que le quedan. Son más de las once. Hace rato que la ciudad se iluminó. Menos mal que hay tareas programadas, piensa. Está exhausto. Ha ido descartando barrio por barrio, y decide dejar el coche y caminar. Sube desde Plaza de España por Gran Vía, atento aún a cualquier sonido, a cualquier movimiento y deja el coche en plena plaza de Callao. Toma la calle del Carmen y se dirige a la Puerta del Sol, al corazón mismo de la ciudad. En un rato será medianoche y le vienen a la mente las imágenes de la plaza llena de gente en tantas y tantas ocasiones sin que necesariamente se trate de un día especial. Esta vez estará vacía. Solo sus pasos resonarán en el asfalto.
Reloj de la Puerta del Sol |
Mientras, a millones de años luz, Nauhirel contempla la escena del encuentro, que emerge de una esfera de cristal que sostiene entre sus manitas, una esfera tan azul como sus inmensos ojos, que contrastan con su piel naranja. Sonríe haciendo asomar dos hoyuelos, y la imagen que proyecta la esfera en el aire se colapsa y se desvanece en un punto. Abriendo las manos deja que su pequeño juguete se eleve y se mueva lentamente hasta ocupar su puesto, suspendida en el aire, entre multitud de esferas.
—¿Ves como salió bien, papi? —dice toda satisfecha—. ¿Puedo quedármela?, ¿puedo quedármela? ¡Di que sí!, por fa, por fa.
—Eres un diablillo, hija, pero me has demostrado que tienes criterio, imaginación y bondad. La esfera azul es toda tuya, pero prométeme que me avisarás si alguna cosa se complica, —respondió Kirb mirando a su pequeña con ternura—, que aún te queda mucho por aprender.
—Claro, papi —dijo saltando feliz y enlazando sus dos meñiques sobre su corazón—. ¡Promesa de myrthana!.
Gran, gran historia. ¡Me ha encantado! Me gusta mucho cómo describes todo... ¡si parece que formamos parte de la escena! Ese encuentro final es bellísimo. Y es cierto que, haya la gente que haya, por mucho que la multitud te ciegue, te haga errar o te desvíe, uno acaba encontrando a las personas con las que quiere estar. No sólo como pareja, sino con amistades, conocidos... Llamémosle magia, suerte, destino o como queramos. Pero todo se ordena para que todo encaje. Preciosa, as usual.
ResponderEliminarA mí lo que me encantan son tus comentarios. Así da gusto: escribes, alguien lo lee, le gusta y deja su huella. Eso es lo que siempre desea uno que ocurra cuando le da por publicar un montoncito de letras juntas como almendras garrapiñadas, a veces con más acierto que otras.
EliminarCuando mi protagonista andaba errante y completamente solo por el mundo aún no tenía final, pero me vino a la mente usar esta opción del Universo para resolverlo. Supongo que ahí actuó también la magia o suerte, y al menos pude finalizarlo.
¡Un beso! :)
Imposible no meterte de lleno en la historia, escuchar el silencio, escuchar los pasos, luego el bullicio con esa última campanada que lo devuelve todo a su sitio...maravillosa historia y maravillosa tú!!
ResponderEliminarUn abrazo.
Brinco feliz al leer tu comentario. Me alegro mucho de que te gustara, lindísima Tegala :)
Eliminarjajaja al final encontraste la salida de la ciencia ficción... no era fácil darle salida a esa historia.
ResponderEliminarMe ha encantado el final, me gustan mucho esos "universos en gotas de agua"
Un abrazo
Sí, jajaja, me costó pero encontré salida. Ya lo veía deambulando por Madrid él solo y todo por mi culpa, por haberlo puesto ahí. Menos mal que en algún momento me vino una idea feliz.
EliminarMe alegro de haber dado con un final a tu gusto.
¡Un beso! :D
Una historia inquietante, gracias por compartir.
ResponderEliminarque tengas una feliz semana.
saludos.
Gracias a ti, Ricardo, por pasar por aquí.
Eliminar¡Feliz semana! :)