Es miércoles, y en la agencia de publicidad queda aún mucho trabajo por hacer. Hay nervios, el ambiente está tenso y la actividad mental es frenética. El jefe del departamento creativo, Héctor, ha convocado una reunión de urgencia. En dos días hay que presentar un boceto de proyecto a un cliente importante para anunciar uno de sus productos, y conseguirlo significaría un importante contrato. Héctor aún no tiene producto que presentar y ha convocado a sus principales creativos a un brainstorming, pero llevan más de dos horas encerrados y de las muchas ideas y chaladuras que unos y otros han ido aportando nada ha sido merecedor de su aprobación. Busca algo fresco, diferente, y el tiempo se agota. Son doce personas encerradas en la sala mucho tiempo. El ambiente empieza a estar cargado de tanta humanidad.
Ángel, el nuevo, no se arredra, está sembrado de ideas y no se corta en expresarlas por absurdas que parezcan. A cada momento lanza un "¿qué tal si...?", o un "¡ya lo tengo!, podríamos hacer que...". Todos callan y le escuchan, algunos de ellos niegan con la cabeza, otros ríen, pero muchos apoyan con fervorosos asentimientos cada una de ellas, tal vez hartos de llevar allí tantas horas y deseando salir y ponerse manos a la obra con algo concreto. Héctor, crítico, anota un par de líneas en la pizarra, pero no le convencen, falta algo.
El tiempo sigue avanzando. Alternativamente Marta, Raquel y Jaime participan al resto de sus ideas. Héctor sigue con su inamovible no. Mira la pizarra cabreado. "¿Eso es lo que entendéis por nuevas ideas?", —dice con voz potente y un tanto desesperada—. "¡Está bien! Hagamos una pausa. Os quiero de vuelta aquí en diez minutos, y bien despejados".
Un murmullo de suspiros y aprobación generalizada recorre la sala. Unos escapan a por café, otros al baño o a hacer una llamada, otros salen a la terraza a fumar un cigarrillo, y alguno intenta hacer las cuatro cosas en tiempo record, con riesgo de beberse el móvil y verterse el café por la oreja. A los diez minutos todos están de nuevo en sus asientos.
Nada más reanudar la reunión, Laura aporta un poco de calma al proponer una idea que, al menos, saca una sonrisa a Héctor quien revisa la pizarra y elimina definitivamente alguna de las ideas previas, que no le convencían demasiado, y anota la de Laura.
Violeta, desde uno de los laterales de la mesa, piensa, imagina, propone, y una tras otra sus aportaciones caen a la papelera como las de los demás. Está cansada, como el resto, y lucha contra un dolor de cabeza que amenaza con quedarse. Un beep le saca de su concentración. Es un whatsapp:
—Estás preciosa. El verde hace juego con tus ojos.
Violeta lo lee sorprendida. Es de David, que está al otro lado de la mesa, y con quien apenas ha cruzado un par de comentarios alguna vez en el comedor o en la zona del vending.
—Gracias —responde con otro whatsapp.
—No puedo quitar los ojos de tu escote. Es demasiado tentador, tiene un efecto imán en los míos y lo tengo justo enfrente —lee Violeta en el nuevo mensaje de David.
Ella disimula, y evita hacer contacto visual con él, porque está convencida de que le dará la risa, pero, segura de sí misma y traviesa, no mueve un sólo ápice el foulard que cae a cada lado del escote.
Héctor sigue rechazando ideas: "No, Luis, no me vale". "No, Sara, ¿qué os pasa hoy?", y así una tras otra. El cansancio empieza a hacer aparición en todos.
Violeta, desde uno de los laterales de la mesa, pasa de estrujarse los sesos, sabiendo que así no vendrá nada a su mente. Es justo cuando no lo buscas, cuando estás relajado o desarrollando alguna actividad que no requiera de mucho cerebro, cuando más creativa se encuentra tu mente. Aprovechando que las miradas están puestas en Iván, —quien al fondo de la sala les tiene absorbidos con algo que no suena mal del todo—, recuesta la cabeza en el respaldo y cierra sus ojos, intentando no pensar, solo relajarse, evadirse mentalmente de la sala e imaginarse en algún lugar confortable para ella, dejando abonado el terreno de las ideas para que broten fácilmente. Escucha otro beep, pero lo ignora y sigue con los ojos cerrados.
—Mmmmmmhhhh... esos labios, así entreabiertos, invitadores... me están tentando —dice el nuevo mensaje de David.
Violeta no lo escucha tal vez y él, al ver que ella no abre los ojos para leerlo, envía un nuevo mensaje:
—Solo tengo una idea en mi cuerpo y en mi mente, y no sé cuánto tiempo podré luchar contra ella. Quiero besarte —dice David.
La reunión sigue, ajena a estas líneas que cruzan de un lado a otro de la sala y que quedan de momento sin leer. Ambos disimulan perfectamente mientras prosigue la reunión. Héctor está a punto de darse por vencido y mandar a todos a comer, o a la calle, para que no vuelvan, tal es su cabreo. El tiempo apremia y aunque hay alguna idea, sabe de antemano que no impactará a su cliente, quien tal vez no les dé el proyecto. Necesita ese contrato. No lleva un buen año y su puesto de trabajo se tambalea.
Violeta abre los ojos por fin, y se encuentra cara a cara con David, mirándola descaradamente desde el otro lado de la mesa como esperando contestación. Ella accede a leer por fin y mira de reojo sus mensajes. Sonríe abiertamente.
Al momento responde:
—Hazlo. ¿Qué te detiene?.
En ese momento varios hablan a la vez para hacerse oír. Héctor intenta poner orden y apagar un conato de discusión entre dos de ellos. Aprovechando el guirigay, David se levanta de su asiento y se sienta sobre la mesa de reuniones para, inmediatamente, flexionar las piernas hacia sí y girar ágilmente, colocándose sentado al otro lado, justamente delante de Violeta, y se pone en pie frente a ella. Violeta se levanta también. Se miran a los ojos, ignorando alguna mirada despistada que ya reciben de alguno de sus compañeros. David sujeta la cara de Violeta con ambas manos, y ella apoya las suyas sobre el pecho de él. Sus labios se unen, se retan, se tantean, se saborean, y se funden en un beso largo y perfecto ante la mirada atónita de todos y alguna que otra mandíbula descolgada. Es Héctor el primero en reaccionar:
—¡Bravo! ¡Eso es! ¡Fantástica idea! Es justo el broche que faltaba. ¡Es perfecto! Silencia las bocas con un beso —dice radiante.
Violeta y David se separan, se guiñan un ojo y sonríen, y vuelve cada uno a su sitio, como si tal cosa, haciendo parecer al resto que es una suerte de idea que tramaron durante el descanso.
Desde ese momento, los hombros de todos se relajan, y con las líneas que ya había en la pizarra más el beso añadido, Héctor bosqueja perfectamente cómo será el anuncio y sonríe satisfecho. Ya tienen material para trabajar. Queda aún mucho por hacer, les espera una tarde muy larga y un jueves eterno, pero sabe que todo estará listo para el viernes y respira por fin. Distribuye el trabajo por hacer entre unos y otros y disuelve la reunión mandándoles a sus puestos.
Mientras Violeta va hacia la sala donde seguirá trabajando en equipo con otros dos compañeros, alguien la llama por su nombre. Se gira. Es David.
—Y... ¿ahora qué? Yo quiero más —dice él susurrando—. Y a solas —añade.
—David, ahora... nada. Tenemos mucho trabajo por delante —dice Violeta un tanto seria y con actitud muy profesional, empezando a girarse para proseguir su camino.
—Lo sé, lo sé, —dice sujetándola suavemente por el codo—. Pero, ¿qué me dices del viernes? —sigue David, rápido, no queriendo dejar escapar la oportunidad.
—David, lo siento. Olvida lo que pasó ahí dentro. Se trataba de conseguir una idea y lo logramos. Fin del tema. Ahora, si me disculpas, todos tenemos muchas cosas que hacer —dijo Violeta dando definitivamente media vuelta y dejando a David sin respuesta.
Sí, todos tenían mucho trabajo que hacer. Los distintos equipos debían desarrollar cada una de las ideas para unirlas todas en el producto final al día siguiente. Contrariado, se encaminó a una de las salas a reunirse con su compañera Raquel y ponerse manos a la obra. Se sentía un poco idiota por haberse hecho ilusiones, y le chocó la actitud de Violeta, tan cortante después de semejante beso. Creía que los besos no mentían, pero aparentemente estaba equivocado. Raquel ya lo esperaba cuando entró. Empezaron a hacer un borrador de las escenas que tendría su parte cuando David escuchó el famoso beep.
—¡Pero qué crédulo eres! Si el viernes va a haber más besos como ese, no seré yo quien se lo pierda. Aún me quedan por desarrollar más ideas que vinieron a mi mente cuando cerré los ojos. ¿Qué tal un japonés para abrir boca? —decía el whatsapp de Violeta.
David se echó a reír, y ante la mirada interrogante de Raquel respondió:
—Desde luego, tía, ¡no hay quien os entienda!.
Ángel, el nuevo, no se arredra, está sembrado de ideas y no se corta en expresarlas por absurdas que parezcan. A cada momento lanza un "¿qué tal si...?", o un "¡ya lo tengo!, podríamos hacer que...". Todos callan y le escuchan, algunos de ellos niegan con la cabeza, otros ríen, pero muchos apoyan con fervorosos asentimientos cada una de ellas, tal vez hartos de llevar allí tantas horas y deseando salir y ponerse manos a la obra con algo concreto. Héctor, crítico, anota un par de líneas en la pizarra, pero no le convencen, falta algo.
El tiempo sigue avanzando. Alternativamente Marta, Raquel y Jaime participan al resto de sus ideas. Héctor sigue con su inamovible no. Mira la pizarra cabreado. "¿Eso es lo que entendéis por nuevas ideas?", —dice con voz potente y un tanto desesperada—. "¡Está bien! Hagamos una pausa. Os quiero de vuelta aquí en diez minutos, y bien despejados".
Un murmullo de suspiros y aprobación generalizada recorre la sala. Unos escapan a por café, otros al baño o a hacer una llamada, otros salen a la terraza a fumar un cigarrillo, y alguno intenta hacer las cuatro cosas en tiempo record, con riesgo de beberse el móvil y verterse el café por la oreja. A los diez minutos todos están de nuevo en sus asientos.
Nada más reanudar la reunión, Laura aporta un poco de calma al proponer una idea que, al menos, saca una sonrisa a Héctor quien revisa la pizarra y elimina definitivamente alguna de las ideas previas, que no le convencían demasiado, y anota la de Laura.
Violeta, desde uno de los laterales de la mesa, piensa, imagina, propone, y una tras otra sus aportaciones caen a la papelera como las de los demás. Está cansada, como el resto, y lucha contra un dolor de cabeza que amenaza con quedarse. Un beep le saca de su concentración. Es un whatsapp:
—Estás preciosa. El verde hace juego con tus ojos.
Violeta lo lee sorprendida. Es de David, que está al otro lado de la mesa, y con quien apenas ha cruzado un par de comentarios alguna vez en el comedor o en la zona del vending.
—Gracias —responde con otro whatsapp.
—No puedo quitar los ojos de tu escote. Es demasiado tentador, tiene un efecto imán en los míos y lo tengo justo enfrente —lee Violeta en el nuevo mensaje de David.
Ella disimula, y evita hacer contacto visual con él, porque está convencida de que le dará la risa, pero, segura de sí misma y traviesa, no mueve un sólo ápice el foulard que cae a cada lado del escote.
Héctor sigue rechazando ideas: "No, Luis, no me vale". "No, Sara, ¿qué os pasa hoy?", y así una tras otra. El cansancio empieza a hacer aparición en todos.
Violeta, desde uno de los laterales de la mesa, pasa de estrujarse los sesos, sabiendo que así no vendrá nada a su mente. Es justo cuando no lo buscas, cuando estás relajado o desarrollando alguna actividad que no requiera de mucho cerebro, cuando más creativa se encuentra tu mente. Aprovechando que las miradas están puestas en Iván, —quien al fondo de la sala les tiene absorbidos con algo que no suena mal del todo—, recuesta la cabeza en el respaldo y cierra sus ojos, intentando no pensar, solo relajarse, evadirse mentalmente de la sala e imaginarse en algún lugar confortable para ella, dejando abonado el terreno de las ideas para que broten fácilmente. Escucha otro beep, pero lo ignora y sigue con los ojos cerrados.
—Mmmmmmhhhh... esos labios, así entreabiertos, invitadores... me están tentando —dice el nuevo mensaje de David.
Violeta no lo escucha tal vez y él, al ver que ella no abre los ojos para leerlo, envía un nuevo mensaje:
—Solo tengo una idea en mi cuerpo y en mi mente, y no sé cuánto tiempo podré luchar contra ella. Quiero besarte —dice David.
La reunión sigue, ajena a estas líneas que cruzan de un lado a otro de la sala y que quedan de momento sin leer. Ambos disimulan perfectamente mientras prosigue la reunión. Héctor está a punto de darse por vencido y mandar a todos a comer, o a la calle, para que no vuelvan, tal es su cabreo. El tiempo apremia y aunque hay alguna idea, sabe de antemano que no impactará a su cliente, quien tal vez no les dé el proyecto. Necesita ese contrato. No lleva un buen año y su puesto de trabajo se tambalea.
Violeta abre los ojos por fin, y se encuentra cara a cara con David, mirándola descaradamente desde el otro lado de la mesa como esperando contestación. Ella accede a leer por fin y mira de reojo sus mensajes. Sonríe abiertamente.
Al momento responde:
—Hazlo. ¿Qué te detiene?.
En ese momento varios hablan a la vez para hacerse oír. Héctor intenta poner orden y apagar un conato de discusión entre dos de ellos. Aprovechando el guirigay, David se levanta de su asiento y se sienta sobre la mesa de reuniones para, inmediatamente, flexionar las piernas hacia sí y girar ágilmente, colocándose sentado al otro lado, justamente delante de Violeta, y se pone en pie frente a ella. Violeta se levanta también. Se miran a los ojos, ignorando alguna mirada despistada que ya reciben de alguno de sus compañeros. David sujeta la cara de Violeta con ambas manos, y ella apoya las suyas sobre el pecho de él. Sus labios se unen, se retan, se tantean, se saborean, y se funden en un beso largo y perfecto ante la mirada atónita de todos y alguna que otra mandíbula descolgada. Es Héctor el primero en reaccionar:
—¡Bravo! ¡Eso es! ¡Fantástica idea! Es justo el broche que faltaba. ¡Es perfecto! Silencia las bocas con un beso —dice radiante.
Violeta y David se separan, se guiñan un ojo y sonríen, y vuelve cada uno a su sitio, como si tal cosa, haciendo parecer al resto que es una suerte de idea que tramaron durante el descanso.
Desde ese momento, los hombros de todos se relajan, y con las líneas que ya había en la pizarra más el beso añadido, Héctor bosqueja perfectamente cómo será el anuncio y sonríe satisfecho. Ya tienen material para trabajar. Queda aún mucho por hacer, les espera una tarde muy larga y un jueves eterno, pero sabe que todo estará listo para el viernes y respira por fin. Distribuye el trabajo por hacer entre unos y otros y disuelve la reunión mandándoles a sus puestos.
Mientras Violeta va hacia la sala donde seguirá trabajando en equipo con otros dos compañeros, alguien la llama por su nombre. Se gira. Es David.
—Y... ¿ahora qué? Yo quiero más —dice él susurrando—. Y a solas —añade.
—David, ahora... nada. Tenemos mucho trabajo por delante —dice Violeta un tanto seria y con actitud muy profesional, empezando a girarse para proseguir su camino.
—Lo sé, lo sé, —dice sujetándola suavemente por el codo—. Pero, ¿qué me dices del viernes? —sigue David, rápido, no queriendo dejar escapar la oportunidad.
—David, lo siento. Olvida lo que pasó ahí dentro. Se trataba de conseguir una idea y lo logramos. Fin del tema. Ahora, si me disculpas, todos tenemos muchas cosas que hacer —dijo Violeta dando definitivamente media vuelta y dejando a David sin respuesta.
Sí, todos tenían mucho trabajo que hacer. Los distintos equipos debían desarrollar cada una de las ideas para unirlas todas en el producto final al día siguiente. Contrariado, se encaminó a una de las salas a reunirse con su compañera Raquel y ponerse manos a la obra. Se sentía un poco idiota por haberse hecho ilusiones, y le chocó la actitud de Violeta, tan cortante después de semejante beso. Creía que los besos no mentían, pero aparentemente estaba equivocado. Raquel ya lo esperaba cuando entró. Empezaron a hacer un borrador de las escenas que tendría su parte cuando David escuchó el famoso beep.
—¡Pero qué crédulo eres! Si el viernes va a haber más besos como ese, no seré yo quien se lo pierda. Aún me quedan por desarrollar más ideas que vinieron a mi mente cuando cerré los ojos. ¿Qué tal un japonés para abrir boca? —decía el whatsapp de Violeta.
David se echó a reír, y ante la mirada interrogante de Raquel respondió:
—Desde luego, tía, ¡no hay quien os entienda!.
Moona, muy bueno, te felicito. Aquí me has tenido pegada a la tu historia, nerviosa pensando si encontrarían la idea, curiosa por saber en qué acabarían los mensajes, sonriente al ver que se atrevían a besarse... me ha encantado y genial el final!!
ResponderEliminarUn abrazo.
¡Ay, Tegalita! Te voy a contratar como comentarista (no digas a nadie que te envié un jamón, jajaja). En serio, mil gracias :)
Eliminar¡Un beso!
Me ha encantado Moona!!!! Genial, me has tenido atrapada hasta el final.
ResponderEliminarSubrayo una frase: "creía que los besos no mentían..." y desde luego hay muchos que no mienten aunque se intenten camuflar.
Es estupendo disfrutar con tus relatos. Un besazo. ;)
Evita dinamita, mil gracias por tus palabras. Cuando lees eso de que a alguien le gusta lo que has escrito, te entra una cosita indescriptible.
Eliminar¡Un beso, linda! :)
¡Te nos vas superando, preciosa! Ahí nos has tenido con la intriga, aunque ciertamente yo apostaba por el final feliz :P Aunque no sé si los publicistas son tan espontáneos como parece, :). Los veo ahí como encerrados en su mundo de palabras en inglés... jejeje. Brainstorming, meeting, branding... ¡qué poco hacen por mejorar la lengua castellana!
ResponderEliminarApuesto, como Eva, por la frase, "creía que los besos no mentían..." Aunque en esta sociedad hay muchos/muchas que han decidido hacer de la mentira su bandera y hasta eso saben dominar.
Sigue regalándonos historias, son una brisa fresca en estos días de calor extremo. ¡Un besazo!
¡Jajaja!, no sé yo, Ana, no sé yo. Que cuando me vino la idea del post solo tenía de partida el beso, y reconstruí desde ahí, pero necesitaba gente hablando y hablando en una reunión. Tocó que fuera de publicidad, usen los palabros que usen. Genial que sigas pasando por mi popurrí de letras.
Eliminar¡Un beso! :)
Hola Moona, tus relatos nos atrapan.
ResponderEliminarque tengas un buen fin de semana.
un saludo.
¡Gracias por la visita y el comentario, Ricardo! Espero que si atrapan sea con delicados hilos de los que soltarse con facilidad para vivir el fin de semana sin ataduras.
Eliminar¡Disfruta de él! :)