martes, 29 de enero de 2013

The Wound

Allí está Nadia, esperándome a la puerta del teatro. La veo de lejos, atenta al móvil, seguramente a punto de llamarme a causa de mi demora. Siempre soy puntual, pero el tráfico hoy estaba imposible. Cruzo a grandes zancadas la calle y la sorprendo por detrás.

—Hola, princesa —digo besándola—. Perdona el retraso.
 
Me devuelve el beso fugazmente, aún sobresaltada, y bajando la vista al móvil algo azorada, lo guarda rápidamente en el bolso.

—No pasa nada —dice sonriendo y sonrojándose, al tiempo que me muestra las entradas—. ¿Vamos dentro?
 
La sigo, admirándola embobado. Aún no me creo la suerte que he tenido de conocerla. Llevamos juntos unos meses, y esta noche le pediré que se venga a vivir conmigo. Creo que ni se lo imagina, pero en las dos últimas semanas nos hemos visto muy poco, y ello me ha hecho darme cuenta de que quiero verla cada día.
 
Yo no soy mucho de teatro, pero ella lo adora y, cuando propuso el plan, acepté sin dudarlo. Nuestros asientos están centrados, en la quinta fila. ¡Vaya! ¡Esto es tener mala suerte! Se acaba de desbordar en el asiento de mi lado un tío enorme. Ha hecho suyo el reposabrazos casi sin querer. Bueno, bien mirado, ello me permite acercarme más a Nadia. Está preciosa. Me habla, contándome su semana, y a veces pierdo el hilo de la conversación. Me pierdo en sus ojos, imaginando qué dirá a mi proposición. Estoy nervioso, la verdad. Me sudan las manos. Odio que me suden las manos. Nos apañaremos en mi apartamento, aunque el suyo es algo más grande. Si es necesario me traslado. Lo importante es estar juntos.
 
Se atenúan las luces y los murmullos de las conversaciones. Está a punto de empezar. Silencio. Se abre el telón. Todos los ojos fijos en el escenario.
 
Thalía y Melpómene
 
La obra avanza. Trata de una pareja en crisis. Ella sospecha que él es infiel. Ha contratado a un detective para asegurarse. Él, en efecto, se ha liado con su cuñada. A su mujer se le va la olla, está un tanto desequilibrada y ha estado internada un tiempo. Tiene cambios de humor sin venir a cuento, y es posesiva y celosa. Mi Nadia no es celosa. En absoluto. Nunca me pide explicaciones de dónde voy o qué hago cuando no estoy con ella. De todas formas, no le he dado motivos para serlo. Mírala, ¡qué guapa está! No quita ojo del escenario. Yo estoy medio en escorzo, porque el de la izquierda no hace más que darme con el codo. ¿Cómo puede estar tan gordo siendo tan inquieto?

La verdad es que los actores lo hacen muy creíble. ¿Quién me iba a decir a mí que me iba a enganchar? Aquí me tienes, atento a cada palabra. Y es que esto es más cercano que el cine. El directo es el directo, sin duda. ¡Ay, pobre! Él está entre las cuerdas. En plena cena, su mujer le acusa de infidelidad y le tira a la cara las fotos en las que aparece con su hermana.

—¡Y en nuestra cama, Javier! —grita dolida—.

—¡Cálmate, Elena! —dice intentando tranquilizarla—. Hablemos civilizadamente.

Ella está como loca, y le pregunta insistentemente qué siente por ella. Él intenta zafarse, pero ella no ceja. Nadia está muy atenta, con sus grandes ojos verdes muy abiertos. Se ve todo tan cerca que es fácil sumirse de lleno en la obra. En el escenario, él va a confesar y se gira hacia el público.

—No fue premeditado, Elena. Surgió sin darnos cuenta.

—¡Qué fácil mientras la pobrecita loca no se entera! —grita fuera de sí—. ¿La quieres, Javier, o es un pasatiempo? No me dejes, ¡por favor! ¡No puedes hacerme esto! —suplica ella, llorando desesperada.

—La quiero —dice él con la mirada baja—. Ha entrado en mi vida y, no sé cómo ha sucedido, pero todo ha cambiado. La amo —prosigue con mucha calma, alzando sus ojos azules, que se clavan en nuestra fila.

¿Por qué mira nuestra fila? Se lo llevo notando hace un rato. Debe darle seguridad. Pero, ¿por qué mira a Nadia tan insistentemente? Me vuelvo hacia ella, a ver si lo ha notado. Tiene los ojos colgados de los de él, la sonrisa en su boca, entreabierta. Está… abducida. Los gritos de la actriz me sacan momentáneamente de mis miedos.

—Está aquí, ¿verdad? Entre el público. ¡Lo sabía! —dice gritando—. ¡Dime quién es! —chilla.

El actor se gira, asustado. Intuyo que eso no estaba en el guión. El público también parece notarlo. Hay cierto clamor y nerviosismo. Nadia está asustada, revuelta en su asiento. Su grito y carrera hacia el escenario me arrancan de mi ensimismamiento. La actriz, completamente ida, tiene en sus manos un cuchillo sangriento, y se intenta zafar de la que interpreta a su hermana, que la retiene como puede. El actor, de rodillas al borde del escenario, sangra por el vientre. Todo es caos. El público grita. Nadia está al borde del escenario, junto a él, pidiendo ayuda, descompuesta, intentando abrazarle.

Me ahogo. Estoy aturdido. Necesito aire fresco desesperadamente, y salgo de allí.

La noche se llena de sirenas de policía y aparca una ambulancia. Casi me arrollan al abrirse paso para entrar al teatro, pero no ven mi herida. Es mucho más interna.




Nota: Este post es resultado de mi participación en Literautas, maravilloso lugar que he descubierto hace poco gracias a M. H. Heels. Decidí animarme y escribir algo para la Escena 5 (que tenía que transcurrir en un teatro y en la que uno de los personajes debía guardar un secreto) y envié mi escrito. Este que publico es casi casi el mismo, con alguna pequeña modificación gracias a los comentarios que recibí de otros participantes y gracias también a que aquí no estoy sujeta a que no supere las 750 palabras.



viernes, 18 de enero de 2013

There are loves...

Hay amores que se siembran,
y se riegan, y se miman...
Cuando llega la primavera, florecen,
y para seguir vivos y lustrosos,
se protegen de los hielos del invierno.

Hay amores que se viven
con los cinco sentidos y los siete colores,
con la música alta y pasos de baile improvisados,
con el pañuelo de la ilusión anudado al cuello.

Hay amores que nacen de la amistad,
o del roce día a día, beso a beso,
boca a boca, cuerpo a cuerpo,
y envejecen dulcemente salpicados de tomillo.

Hay amores en conserva o expuestos en una vitrina,
y se ríen, se bostezan o se lloran
según la luz que entre por la ventana
y el polvo que se pose sobre ellos.


Ceramic hearts ornaments by ©KaroARt

Hay amores prohibidos,
ocultos a otros ojos y susurrados en la escalera,
que roban tiempo al presente,
porque no tienen futuro.

Hay amores que se visten de rutina,
que se interpretan en un escenario,
que se pasean por las casas de los amigos
y que, a solas, y a veces a oscuras, se ven las caras.

Hay amores que no arrancan,
que entre el sí y el no se piensan tanto que pierden la frescura,
y se amputan de raíz, por miedo.
Son amores que se gastan sin vivir.

Hay amores imposibles, de momento,
pero nunca para siempre, porque siempre es mucho tiempo
y porque nada hay imposible si lo sueñas
y crees firmemente que puede ocurrir.

Indigo Heart - Image and ceramic by ©MAKUstudio

Y también hay amores que guardas para otra vida,
porque en ésta ya no hay sitio,
pero los intuyes mágicossientes que habrán de ser y
tal vez, solo tal vez,
dejando esto por escrito, yo lo encuentre cuando vuelva,
 y pueda seguir un rastro que me lleve junto a ti
donde, sin necesidad de verte,
mi alma te reconozca y
recuerde fácilmente lo que ahora siento y sé...
y es... que te quiero.



 

...Sometimes I tend to write such nonsense and ravings :)

jueves, 10 de enero de 2013

The Girl On The Train

Cristina, ya en la oficina y café en mano, escoge uno de los periódicos que descansan sobre la encimera. No bien lo desdobla, sus ojos quedan clavados en la imagen y titular de la portada y la taza de café se le cae de las manos y se estrella contra el suelo de la cocina. Paolo, el de Reclamaciones, se vuelve sobresaltado.

Che colpo! Non ti preoccupare, tesoro, que de ahí no pasa —dice con su habitual buen humor—. Anda, déjame a mí, que te has quedado como ida —continúa solícito, mientras se encarga de recoger el pequeño desastre de restos de cerámica desperdigados por el suelo.

Bad or good news?...
Cristina, aún blanca como la tiza, se limpia las manos con servilletas de papel y frota mecánicamente la mancha en los pantalones, con la mirada perdida. Da las gracias a Paolo, y se dirige hacia su mesa, llevando consigo un nuevo café y el periódico. Agolpadas en su mente se suceden imágenes largo tiempo olvidadas, pero frescas de pronto, como si se hubiera pulsado un play y fueran de esa misma semana.

Hace ya dos años de todo ello. Cristina estaba a punto de casarse, y eran los meses previos de caos y preparativos antes del acontecimiento. Vivía con Javi, su novio, y tal vez por los nervios y la importancia de la decisión, tal vez por los cambios que veía en él según se acercaba la fecha, Cristina se llenó de dudas. Salir de casa cada mañana era un alivio e inhalaba con hambre el aire al salir del portal. Montaba en el metro a diario, camino a la oficina, con todas las preocupaciones del mundo agolpadas en su mente. Cada día repasaba durante el trayecto el comportamiento cada vez más posesivo y obsesivo de él, y se agobiaba y angustiaba. Se concedía esos diez minutos en que, intentando ser objetiva, analizaba la conducta de Javi con ella. Después, la vorágine en la oficina no le permitía pensar, y al llegar a casa, de nuevo se encontraba con él. Y era en esos plácidos diez minutos cuando repasaba los celos sin sentido, los comentarios a su vestimenta —muy escotada según él para ir a trabajar, los insultos y malas caras, los cabreos, las innumerables faltas de respeto, y así un largo etcétera que al final terminaba en disculpas, perdones y besos, y que ella achacaba al estrés pre-boda, pero que terminaba por pasarle factura, pues cada vez sentía más rechazo a volver a casa y encontrarse con él. Había llegado incluso a convertirse en algo físico, pues sufría de dolores de cabeza, y su estómago parecía negarse a digerir los alimentos como solía.

Cada día, cuando entraba al vagón, casi siempre se sentaba, porque la estación era cabecera de línea. Siempre había disfrutado del recorrido y le gustaba observar a la gente alrededor, pero últimamente, al poco de sentarse, se perdía en sus pensamientos con los ojos fijos en sus manos, donde daba vueltas al anillo que lucía en su mano izquierda. No obstante, al cabo de unos días, reparó en que siempre coincidía en el trayecto con una mujer que se sentaba frente a ella. Era joven, más o menos de su edad, y le encontraba cierto parecido con ella. La chica se sentaba muy derechita en el asiento, y sacaba un libro. De vez en cuando Cristina levantaba la vista hacia ella, porque habría jurado que la observaba con atención, pero jamás la pillaba mirándola, sino concentrada en la lectura de su novela. Cristina advirtió que siempre coincidían en el mismo vagón, a la misma hora, tanto en el trayecto de ida a la oficina como en el de vuelta a casa, no importaba que se le pegaran las sábanas o que saliera a una hora diferente a la habitual. Aquello resultaba cuanto menos chocante. Cada vez que entraba en un vagón de metro, allí estaba la chica, sentada frente a ella, e incluso la había encontrado en las pocas ocasiones en que había usado el metro durante el fin de semana. No interactuaban, ni siquiera habían cruzado un saludo de gesto de reconocimiento con la cabeza o con los ojos. Era siempre igual, como un ritual inalterable: Cristina entraba en el vagón, constataba que la chica estaba allí, se hundía en sus pensamientos espiando de vez en cuando si seguía ahí o la observaba, y bajaba del vagón en su parada, dejándola concentrada en su libro en su sitio habitual.

Mujer leyendo (1950) de Karl Schmidt-Rottluf
Cierto día, Cristina estaba más sombría y sumida en sí misma que de costumbre. Aún le ardía la cara, más por orgullo que físicamente, por la bofetada que recibió la noche anterior cuando se atrevió a enfrentarse a Javi en una de sus discusiones. Ya calmada, tras recapacitar y pensar muy bien su decisión, parecía dispuesta a perdonarle y seguir adelante con sus planes de boda, a pesar de los miedos que le atenazaban el estómago casi con solo imaginarlo. Levantó la cabeza, para constatar en el cartel luminoso que la siguiente parada era la suya, y espió por el rabillo del ojo si la chica de siempre estaba frente a ella. Se levantó y se aproximó a las puertas, pendiente de que el coche llegara al andén y se parara, para accionar la manivela de apertura. En el reflejo del cristal, vio que la chica del vagón se levantaba y se dirigía hacia ella. Notó que le sujetaban del codo y se volvió, encontrándola cara a cara.

—Hazme caso, Cristina le dijo con voz dulce y una mirada completamente franca, que mostraba preocupación y miedo. Escapa ahora, mientras estás a tiempo. Es un buen consejo, confía en mí.

Cristina no tuvo tiempo de responder. La chica se escabulló de nuevo hacia el centro del vagón, y para cuando el tren se detuvo, Cristina se vio empujada hacia el andén casi sin querer. Se volvió, atisbando dentro del vagón, intentando buscarla, para poder preguntarle a qué se refería, para averiguar por qué sabía su nombre y a qué se debía ese extraño mensaje, pero la multitud lo impidió, y el tren, cerradas ya las puertas, se puso de nuevo en marcha. Cristina reanudó su camino hacia la oficina, intrigada y decidida a preguntarle al día siguiente, pero no volvió a aparecer, ni en esa semana ni en las sucesivas. Aquella fue la última vez que la vio. Tal vez influyera ese extraño e inquietante mensaje, o tal vez su decisión final se debiera a una larga charla con su buena amiga Esther esa misma semana, a quien contó todo acerca de su relación con Javi, y con quien pudo reflexionar sintiéndose segura, escuchada y arropada. Fuera cual fuera el motivo, Cristina decidió dejar a Javi. De la noche a la mañana, se cancelaron los planes de boda y tras una discusión memorable, salió con todas sus cosas del apartamento donde llevaba viviendo con él hacía casi tres años. Necesitada de una pausa en su vida, pidió una excedencia en el trabajo y se fue a vivir un año a casa de su amiga Esther en Londres.

El sonido del móvil le puso de nuevo los pies en el presente de la oficina. Era un cliente. Consiguió deshacerse de él a los pocos minutos. Tras colgar, se topó de nuevo con la foto en el periódico, la causante de extraer de su cerebro recuerdos tan profundamente enterrados. ¡Hacía tanto de eso! Y aún no daba crédito a lo que veían sus ojos: Javi en plena portada, esposado y escoltado por la policía. El titular indicaba que había sido detenido, acusado del asesinato de su mujer, a la que había sometido a malos tratos repetidamente. Cristina leyó la sinopsis y avanzó rápida a la página indicada para leer la noticia completa. Al llegar a ella, se encontró con un rostro que le resultaba vagamente familiar, pero lleno de moratones y heridas y carente de vida. Junto a la foto, se veía otra de archivo, en la que, sin duda alguna, Cristina pudo reconocer a su misteriosa salvadora: la chica del tren.

domingo, 6 de enero de 2013

Toy-Love Story

Entro en el cuarto y, sin que lo notes, te observo. Vas y vienes, te acercas o te alejas, completamente a tu antojo, como si se tratara de un acto caprichoso a merced de la dirección del viento, como si no fuera contigo y tus movimientos fueran fruto de la casualidad. Miras con ojos prometedores y mágicos, que incumplen una vez más tus promesas. Juegas como un niño que no quiere hacer daño, con el alma volcada en el juego, con chispitas de emoción en la mirada, hasta que te aburres porque otro juguete apareció en tu campo de visión y llamó tu atención de niño mimado y caprichoso, y te acercas a él, curioso. Y al final, cada pobre juguete que queda en una esquina de la habitación, debajo del sofá o tal vez en el cesto con alguna pieza rota, te observa con carita de gato Schrek y sufre muy quedamente.

Absorta en ti, mi mente divaga y pienso que, al caer la noche, en ese instante en que la magia pulula por el mundo dando vida a objetos inanimados, el juguete se acercará y te hablará, te contará su pena, y tú reaccionarás como si fuera algo inesperado, que parecerá pillarte desprevenido pues tu cara será de sorpresa, abriendo mucho tus ojos de chocolate y llenándolos de inocencia. Y al cabo de unos segundos, tal vez una mariposa entrará en tu campo de visión y ya no recordarás qué hacías y te irás feliz a por algún otro juguete. Pero en el fondo de tu alma está la verdad y la conocerás algún día, aunque no te guste enfrentarte a ella. Eres egoísta y quieres jugar con todos los juguetes, pero no quieres que te molesten ni los remordimientos ni la culpa al ver las mellas que quedan en ellos después, cuando te cansas y los dejas. Intentarás jugar entre algodones, pero no funcionará, porque sabrás que en el juego del amor no existe red y siempre sale alguien herido.


Happy toys
Muevo la cabeza, para desechar el derrotero que han tomado mis pensamientos. ¡Me queda tanto por enseñarte! Pareces notar mi presencia de pronto, y me dedicas una sonrisa perfecta, que dibuja otra en mi cara cuando te hablo:

—Dani, mi cielo, ven con mamá —te digo, cogiéndote en brazos mientras balbuceas gugú tatas inconexos—. Es la hora del baño.

jueves, 3 de enero de 2013

The Last Agapornis Couple

La otra tarde charlaba con mi tía. Me decía que las parejas de hoy en día no aguantan nada, que hay parejas que tras unos años viviendo juntos, se casan y lo dejan al cabo de dos meses, como si se hubiera roto el hechizo, o parejas que llevan muchos años y terminan de un día para otro, sin razón aparente. Puede que sea cierto que les falta un poco de aguante y a la mínima echan el amor por la ventana, como si fuera desechable, pero creo que también se debe a que las relaciones de pareja han cambiado. Ya no existen esos amores de antaño, de hasta que la muerte nos separe y contigo pan y cebolla, no existen esas grandes historias que tantas veces hemos visto en el cine, que desde luego ha hecho mucho daño con tanto amor de ensueño, porque lo que pasaba después del The End nunca lo veíamos, claro. Entended que cuando digo que ya no quedan de esas parejas, no me refiero a que no exista ni una sola, no, que afortunadamente todos tenemos algún caso de pareja modelo, de esas en que el amor no se gasta de tanto usarlo, sino que se enriquece a fuego lento con el paso del tiempo. En mi caso la más cercana es la de mis padres, por ejemplo. Pero, ¿cuántos casos conocéis de parejas divorciadas o, que no se divorcian pero sabéis que todo es un simulacro de amor por el qué dirán, por los niños, por miedo a la soledad o tal vez por interés económico? Hablo de parejas de, digamos más de treinta, no de esas primeras relaciones de Instituto o de Facultad, en que es más normal que una relación sea breve. Y no digo que antes las parejas funcionaran y ahora no, pero es cierto que desde que la mujer es independiente hay más fracasos.
 
¿Por qué ocurre esto? ¿Vosotros qué opináis? Yo pienso que hay muchos factores, pero en parte se debe a que la situación de la mujer ha cambiado radicalmente en estos últimos años. Antes, la gran mayoría de las mujeres de la época de mi tía, no trabajaba fuera, sino que estaba en casa, cuidando de los niños, preparando la comida y limpiando, y no tenía tiempo para andar socializando en otros foros que no fueran el mercado o el patio donde se juntaba con las vecinas. Incluso esa sigue siendo la realidad de muchas mujeres hoy en día. Puede parecer un poco exagerado lo que cuento, pero creo que me entenderéis si lo explico así, aunque tire de algunos tópicos. Alguna de esas mujeres, acaso harta de llevar una vida que no le llenaba, especialmente cuando los hijos se iban haciendo mayores y la necesitaban menos, tal vez cayera en los brazos del butanero o del fontanero, pero sin embargo, era esta una actitud más frecuente en el marido. Estoy evidentemente llevándolo al extremo, no digo que fuera el caso de todas ni que todos los maridos de entonces pusieran los cuernos a sus parejas, pero era el hombre el que podía campar a sus anchas más fácilmente, bien en la oficina, haciendo ojitos a una compañera o a la secretaria, o bien pasando por un pub de alterne antes de volver a casa, y ello en definitiva, le proporcionaba una vida y mundo ampliados a algo más que a las cuatro paredes de una casa, con las posibilidades de interactuar con otros que ello conlleva. Como digo, aunque suene a tópico y aunque muchos hogares de entonces no se correspondieran con esta situación, en otros sí era el día a día.

Ahora, sin embargo, todo es muy diferente. La mujer sale de su casa, intenta ser independiente económicamente, se reúne con sus amistades cuando quiere, con los compañeros de trabajo, es dueña de su destino, su mundo se amplía, y hay mas material humano ante sus ojos para comparar lo que tiene en casa con lo que ve cada día, por no hablar de los vínculos que se crean con el roce diario. Para facilitar las cosas, además, la tecnología ha avanzado lo indecible, y ahora te relacionas hasta con alguien de la otra parte del globo a través de multitud de canales con tan solo un par de clicks, con lo que su mundo sigue ampliándose, y en el caso de una relación virtual con alguien en las antípodas, aunque jamás pase a un plano 3D en vivo y en directo, sí puede hacer flaquear la actual, al aportar facetas que se hayan ido perdiendo: más cariño, sueños, la novedad,... La mujer de hoy sabe lo que quiere. Ya no se conforma con que le echen un polvo a oscuras cuando su pareja quiere. Ni hablar. Quiere que le hagan disfrutar, y eso asusta a muchos, que no se sienten capaces.

A couple of Agaponis
Todo ello ha ido modificando lo que hoy es una relación de pareja. No aguantan ellas. No aguantan ellos. Y ¡crash!, se rompe. Evidentemente, no se ve ni se siente igual con 20 años que con 40, y es casi necesario que a los 16 se sueñe con que es posible ese amor para siempre, porque si no, ¡vaya gracia eso de empezar una relación con alguien sabiendo que tiene fecha de caducidad!, y además, de los desengaños y arañazos en el corazón también se aprende. Pero después, cuando nos vamos haciendo mayores y vamos pasando por diferentes experiencias, el panorama cambia. No hay más que ver la tele, por ejemplo. ¿En cuántas series y películas vemos que las parejas se rompen o se ponen los cuernos una y otra vez, o lo fácil que es, tanto para el hombre como para la mujer, echar un polvo con alguien sin pretender ir más allá? ¿Son las series reflejo de la realidad o es la realidad que intenta imitarlas? ¿Qué creéis?

El caso es que, tras chascos, desengaños, relaciones que no duraron lo que parecía que iban a durar y demás casos, te plantas en los 40 y acaso piensas de otro modo, en parte porque ya has experimentado, y en parte porque ya sabes mejor lo que quieres. Los hay que se darán una y otra vez contra la misma piedra, buscando la pareja perfecta, pero piensan que cuando la encuentren recibirán alguna señal del Universo y tal vez el cielo se teñirá de verde, las estrellas lucirán de color morado y la Luna tendrá forma de pentágono, con lo que, al no ocurrir tales hechos, dejarán la incipiente relación y empezarán otra al poco, y así ad infinitum. Otros hay que, visto lo visto, decidirán ser solteros de por vida, y picar de allí y de allá cuando se les presente el caso, disfrutando de sexo, abrazos y besos por el camino, sintiéndose libres, pero también solos en muchas ocasiones. Y habrá algunos otros que seguirán la búsqueda, no de amor eterno, pero sí de algo parecido y duradero. Yo creo que soy de estas últimas. Busco, al igual que antes, un compañero con quien disfrutar la vida, con quien despertar cada mañana, con quien reír a diario o planear un viaje, alguien en quien confiar. Creo que es lo que he buscado toda la vida, y he tenido varios compañeros, fabulosos, adorables, de los que he aprendido mucho, y a los que sigo teniendo la suerte de contar entre mis amigos. En el momento en que les conocí, ellos eran diferentes a como son ahora, y yo tampoco soy ahora la misma que era entonces, y no sabíamos ninguno cuánto duraría la relación, pero nos lanzamos a la piscina. Mi búsqueda ahora es similar, sin embargo me encuentro en un momento diferente de mi vida y ahora daré más valor a cosas que antes me importaban un cuerno, y me reiré de otras que entonces me parecían importantísimas, aunque básicamente persigo lo mismo.
 
Y sé, en cualquier caso, porque lo he vivido antes y eso nunca cambia, que el inicio de la relación será diferente a lo que venga después, con sus momentos de mariposas, pasión y ganas del otro, pero que, pasado ese período, hay que currárselo. No se trata de aguantar y sufrir con tal de no dejarlo, ni de estirar un amor que ya no existe, no, pues llegado a ese punto, mejor ser honesto, más vale no engañarse y abandonar la partida a tiempo. Pero si ambos ponen de su parte, si no se rinden a la primera de cambio, si no se pierden el respeto y son sinceros, si ambos evitan hacer al otro lo que no quieren que el otro les haga, lo que venga después podrá ser incluso mejor que lo de esos primeros meses, porque se irá haciendo más y más grande cada día que pase, a base de compartir retazos de vida juntos, como yo he visto que ocurría en el caso de mis padres, y al final, parecerán una pareja de inseparables agapornis, que no saben vivir el uno sin el otro.