jueves, 10 de enero de 2013

The Girl On The Train

Cristina, ya en la oficina y café en mano, escoge uno de los periódicos que descansan sobre la encimera. No bien lo desdobla, sus ojos quedan clavados en la imagen y titular de la portada y la taza de café se le cae de las manos y se estrella contra el suelo de la cocina. Paolo, el de Reclamaciones, se vuelve sobresaltado.

Che colpo! Non ti preoccupare, tesoro, que de ahí no pasa —dice con su habitual buen humor—. Anda, déjame a mí, que te has quedado como ida —continúa solícito, mientras se encarga de recoger el pequeño desastre de restos de cerámica desperdigados por el suelo.

Bad or good news?...
Cristina, aún blanca como la tiza, se limpia las manos con servilletas de papel y frota mecánicamente la mancha en los pantalones, con la mirada perdida. Da las gracias a Paolo, y se dirige hacia su mesa, llevando consigo un nuevo café y el periódico. Agolpadas en su mente se suceden imágenes largo tiempo olvidadas, pero frescas de pronto, como si se hubiera pulsado un play y fueran de esa misma semana.

Hace ya dos años de todo ello. Cristina estaba a punto de casarse, y eran los meses previos de caos y preparativos antes del acontecimiento. Vivía con Javi, su novio, y tal vez por los nervios y la importancia de la decisión, tal vez por los cambios que veía en él según se acercaba la fecha, Cristina se llenó de dudas. Salir de casa cada mañana era un alivio e inhalaba con hambre el aire al salir del portal. Montaba en el metro a diario, camino a la oficina, con todas las preocupaciones del mundo agolpadas en su mente. Cada día repasaba durante el trayecto el comportamiento cada vez más posesivo y obsesivo de él, y se agobiaba y angustiaba. Se concedía esos diez minutos en que, intentando ser objetiva, analizaba la conducta de Javi con ella. Después, la vorágine en la oficina no le permitía pensar, y al llegar a casa, de nuevo se encontraba con él. Y era en esos plácidos diez minutos cuando repasaba los celos sin sentido, los comentarios a su vestimenta —muy escotada según él para ir a trabajar, los insultos y malas caras, los cabreos, las innumerables faltas de respeto, y así un largo etcétera que al final terminaba en disculpas, perdones y besos, y que ella achacaba al estrés pre-boda, pero que terminaba por pasarle factura, pues cada vez sentía más rechazo a volver a casa y encontrarse con él. Había llegado incluso a convertirse en algo físico, pues sufría de dolores de cabeza, y su estómago parecía negarse a digerir los alimentos como solía.

Cada día, cuando entraba al vagón, casi siempre se sentaba, porque la estación era cabecera de línea. Siempre había disfrutado del recorrido y le gustaba observar a la gente alrededor, pero últimamente, al poco de sentarse, se perdía en sus pensamientos con los ojos fijos en sus manos, donde daba vueltas al anillo que lucía en su mano izquierda. No obstante, al cabo de unos días, reparó en que siempre coincidía en el trayecto con una mujer que se sentaba frente a ella. Era joven, más o menos de su edad, y le encontraba cierto parecido con ella. La chica se sentaba muy derechita en el asiento, y sacaba un libro. De vez en cuando Cristina levantaba la vista hacia ella, porque habría jurado que la observaba con atención, pero jamás la pillaba mirándola, sino concentrada en la lectura de su novela. Cristina advirtió que siempre coincidían en el mismo vagón, a la misma hora, tanto en el trayecto de ida a la oficina como en el de vuelta a casa, no importaba que se le pegaran las sábanas o que saliera a una hora diferente a la habitual. Aquello resultaba cuanto menos chocante. Cada vez que entraba en un vagón de metro, allí estaba la chica, sentada frente a ella, e incluso la había encontrado en las pocas ocasiones en que había usado el metro durante el fin de semana. No interactuaban, ni siquiera habían cruzado un saludo de gesto de reconocimiento con la cabeza o con los ojos. Era siempre igual, como un ritual inalterable: Cristina entraba en el vagón, constataba que la chica estaba allí, se hundía en sus pensamientos espiando de vez en cuando si seguía ahí o la observaba, y bajaba del vagón en su parada, dejándola concentrada en su libro en su sitio habitual.

Mujer leyendo (1950) de Karl Schmidt-Rottluf
Cierto día, Cristina estaba más sombría y sumida en sí misma que de costumbre. Aún le ardía la cara, más por orgullo que físicamente, por la bofetada que recibió la noche anterior cuando se atrevió a enfrentarse a Javi en una de sus discusiones. Ya calmada, tras recapacitar y pensar muy bien su decisión, parecía dispuesta a perdonarle y seguir adelante con sus planes de boda, a pesar de los miedos que le atenazaban el estómago casi con solo imaginarlo. Levantó la cabeza, para constatar en el cartel luminoso que la siguiente parada era la suya, y espió por el rabillo del ojo si la chica de siempre estaba frente a ella. Se levantó y se aproximó a las puertas, pendiente de que el coche llegara al andén y se parara, para accionar la manivela de apertura. En el reflejo del cristal, vio que la chica del vagón se levantaba y se dirigía hacia ella. Notó que le sujetaban del codo y se volvió, encontrándola cara a cara.

—Hazme caso, Cristina le dijo con voz dulce y una mirada completamente franca, que mostraba preocupación y miedo. Escapa ahora, mientras estás a tiempo. Es un buen consejo, confía en mí.

Cristina no tuvo tiempo de responder. La chica se escabulló de nuevo hacia el centro del vagón, y para cuando el tren se detuvo, Cristina se vio empujada hacia el andén casi sin querer. Se volvió, atisbando dentro del vagón, intentando buscarla, para poder preguntarle a qué se refería, para averiguar por qué sabía su nombre y a qué se debía ese extraño mensaje, pero la multitud lo impidió, y el tren, cerradas ya las puertas, se puso de nuevo en marcha. Cristina reanudó su camino hacia la oficina, intrigada y decidida a preguntarle al día siguiente, pero no volvió a aparecer, ni en esa semana ni en las sucesivas. Aquella fue la última vez que la vio. Tal vez influyera ese extraño e inquietante mensaje, o tal vez su decisión final se debiera a una larga charla con su buena amiga Esther esa misma semana, a quien contó todo acerca de su relación con Javi, y con quien pudo reflexionar sintiéndose segura, escuchada y arropada. Fuera cual fuera el motivo, Cristina decidió dejar a Javi. De la noche a la mañana, se cancelaron los planes de boda y tras una discusión memorable, salió con todas sus cosas del apartamento donde llevaba viviendo con él hacía casi tres años. Necesitada de una pausa en su vida, pidió una excedencia en el trabajo y se fue a vivir un año a casa de su amiga Esther en Londres.

El sonido del móvil le puso de nuevo los pies en el presente de la oficina. Era un cliente. Consiguió deshacerse de él a los pocos minutos. Tras colgar, se topó de nuevo con la foto en el periódico, la causante de extraer de su cerebro recuerdos tan profundamente enterrados. ¡Hacía tanto de eso! Y aún no daba crédito a lo que veían sus ojos: Javi en plena portada, esposado y escoltado por la policía. El titular indicaba que había sido detenido, acusado del asesinato de su mujer, a la que había sometido a malos tratos repetidamente. Cristina leyó la sinopsis y avanzó rápida a la página indicada para leer la noticia completa. Al llegar a ella, se encontró con un rostro que le resultaba vagamente familiar, pero lleno de moratones y heridas y carente de vida. Junto a la foto, se veía otra de archivo, en la que, sin duda alguna, Cristina pudo reconocer a su misteriosa salvadora: la chica del tren.

10 comentarios:

  1. Fantástica historia!!!! No he podido despegar los ojos de la pantalla. Eres una maga de las historias Moona! Qué lujo leerte! Qué arte!!

    Un abrazo de mañana radiante!

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    1. ¡Qué bien me tratas, Tegala! Tú eres una maga de los comentarios y una experimentada y eficiente abrazadora :)

      Un abrazo de puesta de Sol :)

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  2. Tus historias son magníficas...y nos tocan sin querer.
    Como esos viajes en transporte público lleno de rostros desconocidos, vidas paralelas, cruzadas que seguro esconden secretos maravillosos, tristes, emocionantes, incluso patéticos...y como tus historias respiran humanidad.

    Un besazo gigante (como tú). ;**

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    1. Me alegro de que te haya gustado, Evita. Los desconocidos (e incluso los conocidos) guardan secretos dentro de sí. Como no los desvelan, toca inventarlos creando historias :)

      ¡Un beso enorme, linda! :*

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  3. Ficciones y realidades dándose la mano, y superándose, este tipo de historias me recuerdan aquella película "Al otro lado" de Fatih Akin, o más comercial, Babel.
    Un abrazo

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    1. Me temo que no puedo opinar, Kike, pues no conozco la peli :)

      Abrazo de vuelta.

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  4. Me alegro mucho de que Cristina escapara. Lástima que siempre haya alguna mujer que no lo logra, como la chica del tren, y que siga existiendo tanto animal suelto. Muy bien contado, Moona. No pude parar hasta el final :)

    Un beso

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    1. Gracias por tu visita y tus palabras, Pablo. Me alegro de que te gustara, a pesar del tema que trata que ojalá fuera siempre ficción sobre un papel.

      Un abrazo :)

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  5. Interesante la historia de principio a fin, muy pocas mujeres se enfrentan a un maltratador a tiempo, menos mal que Cristina supo reaccionar y salir airosa y feliz.

    Un beso!!

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    1. Sí, difícil estar inmersa en una situación así y tener la fuerza para denunciar, pedir ayuda y, en definitiva, salir de ella. ¡Gracias, linda!

      ¡Un beso! :)

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