Abrí los ojos y me sobresaltó el ruido del tren acercándose. ¿Qué hacía yo allí? Estaba en el andén, sentada en un banco. Debí haberme quedado dormida esperando al metro al volver a casa. Un poco aturdida aún, subí al vagón en cuanto abrieron las puertas. Me encontraba cansada, pero extrañamente ligera. Era de noche y el vagón iba bastante atestado para lo normal a esas horas de un martes. Tenía frente a mí a una mujer. Lucía en su cara la mayor de las sonrisas. Me fijé en que realmente sonreía como si escuchara a alguien, y de hecho me sorprendió verla hablar y reír al momento, como si realmente mantuviera una conversación. Hablaba sola, como si se dirigiera a alguien sentado a su izquierda. Sus gestos acompañaban perfectamente la impresión de que así era, asintiendo de tanto en tanto, o poniendo su mano donde supuestamente podría estar la del otro. Miré a mi alrededor, por si alguien más lo había advertido, pero nadie parecía prestar atención o, tal vez, a esas horas no era algo inusual y pensaban que no estaba bien de la azotea o que había tomado unas copas de más. Estaba empezando yo también a pensarlo cuando caí en la cuenta de que el hueco que ocupaba su supuesto acompañante permanecía vacío desde que entré, a pesar de que en cada estación, aunque bajaban unos cuantos, seguía subiendo gente. El vagón continuaba llenándose, pero nadie ocupaba ese hueco. Tal vez era por respeto a la pobre mujer que, sin perder la sonrisa, seguía manteniendo una animada conversación.
Vi que hizo ademán de levantarse y me sentí impelida a seguirla, por pura curiosidad. Me levanté yo también, y me puse tras ella y su acompañante invisible. La verdad es que me sentía realmente intrigada y fascinada.
Chamberí Station, by Daniel Dionne |
Salimos del vagón y comenzamos a caminar hacia la salida. Ella seguía charlando y riendo al subir por las escaleras mecánicas, con el brazo izquierdo plegado, como si lo enlazara con el de alguien. Yo iba unos metros detrás, y enfilamos por un largo pasillo de una zona comercial. Al pasar por delante de uno de los escaparates de las tiendas, me giré por puro acto reflejo, para echar un vistazo casual, y entonces lo vi. El cristal reflejaba perfectamente a un hombre que caminaba hablando solo por delante de donde se supone que estaba yo. Ni la mujer ni yo aparecíamos en la imagen. No pude contener una exclamación de asombro y giré de inmediato la cabeza hacia delante, para ver, como antes, a la mujer sin el hombre. Ella, dándose cuenta de todo, se detuvo un momento y caminó hacia mí. Tomó mis manos con dulzura y me dijo:
—Primer día por aquí, ¿verdad? Te acostumbrarás enseguida, querida. Te llevará un par de días poder ver... a los vivos. Podrás hasta comunicarte con aquellos que puedan vernos. —Hizo una pausa, dándome tiempo a empezar a entender—. Siento comunicártelo así, pero... tú y yo, y la mayoría de los que iban en el vagón, ya estamos muertos.
Ay, ay, ay!!! Qué buenoooo!!! Sabes? Mientras leía la escena del vagón recordé a una chica que iba a un pub dónde solíamos ir, se sentaba sola y se pasaba el rato hablando con alguien que nadie podía ver...hablando animadamente entre risas, otras veces contando historias laborales serias...algo pude escuchar alguna vez sobre el ruido...pero creo que yo sigo viva...
ResponderEliminarUn abrazo fuerte linda!!!
Jajaja! Pues lo mismo tenía acompañante invisible a tus ojos :) Tú sigues viva, vivísima, y encantadora, como siempre :***
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