domingo, 23 de noviembre de 2008

Cosas Que Pasan

Me gustó, y me apeteció compartirlo...

http://www.youtube.com/watch?v=U_ctG5eFfYQ

COSAS QUE PASAN

Nadie salió a despedirme
cuando me fui de la estancia
solamente el ovejero, un perro nomás,
Cosas que pasan.

El asunto, una zoncera,
un simple cambio de palabras,
y el olvido de un mocoso,
del que puedo ser su tata.
Y yo que no aguanto pulgas,
a pesar de mi ignorancia,
ya no mas pedí las cuentas,
sin importarme de nada.

No hubiera pasado esto,
si el padre no se marchara,
pero los patrones mueren,
y después los hijos mandan.
Y hasta parece mentira,
pero es cosa señalada,
que de una sangre pareja,
salga la cría cambiada.

Los treinta años al servicio,
pal’ mozo no fueron nada,
se olvido mil cosas buenas,
por una que salió mala.
Yo me había aquerenciao,
nunca conocí otra casa,
que apegado a las costumbres,
me hallaba en aquella estancia.

Sí hasta parece mentira,
mocoso sin sombra e’ barba
que de guricito andaba,
prendido de mis bombachas.
Por él, le quité a unos teros
dos pichoncitos, malaya!
Y otra vez, nunca había bajao un nido,
y por él gatié las ramas.

Cuando ya se hizo muchacho,
yo le amansé el malacara,
y se lo entregué de riendas,
pa’ que él solo lo enfrenara.
Tenía un lazo trenzao,
que gané en una domada,
pal’ santo se lo osequié,
ya que siempre lo admiraba.

Y la única vez que El patrón,
me pegó una levantada,
fue por cargarme las culpas,
que a él le hubieran sido caras.
Zonceras, cosas del campo,
la tranquera mal cerrada,
y el terneraje e’ plantel,
que se sale de las casas.
Y eso, pal’ finao patrón,
Era cosa delicada.

Y bueno, pa’ que acordarme
de una época pasada,
me dije pa’ mis adentros,
todo eso no vale nada.

Sin mirarnos, arreglamos,
metí en el cinto la plata,
le estiré pa’ despedirme mi mano,
Pa’ que apretara,
y me la dejó tendida,
cosa que yo no esperaba.
Porque ese mozo no sabe,
si un día ha de hacerle falta...

Tranqueando me fui hasta el catre,
alcé un atado que dejara,
y me rumbié pal’ palenque,
echándome atrás el ala.
Ensillé, gané el camino,
pegué la ultima mirada
al monte, al galpón, los bretes,
el molino, las aguadas,

De arriba abrí la tranquera,
eche el pañuelo a la espalda,
por costumbre, prendí un negro,
talonié mi moro Pampa,
y ya me largué al galope,
chiflando como si nada.

Nadie salió a despedirme
Cuando me fui de la estancia,
Solamente el ovejero, un perro nomás,
Cosas que pasan...
Poema de Don Víctor Abel Jiménez
Musica de Jose Larralde

jueves, 6 de noviembre de 2008

The Story Of A Sign

La importancia del mensaje, de cómo transmitirlo, de quién lo emite y quién lo recibe. Ahhhh, el marketing de la comunicación...


miércoles, 29 de octubre de 2008

Never Forget To Smile


♫ Smile - Charlie Chaplin
http://www.youtube.com/watch?v=5rkNBH5fbMk


Smile
though your heart is aching,
Smile
Even though it's breaking,
When there are clouds in the sky, you'll get by,
If you
Smile through your fear and sorrow,
Smile and maybe tomorrow
You'll see the sun come shining through, for you.
Light up your face with gladness,
Hide every trace of sadness,
Although a tear may be ever so near,
That's the time you must keep on trying,
Smile
What's the use of crying,
You'll find that life is still worthwhile,
If you just smile

jueves, 23 de octubre de 2008

Waking Up To Reality

Despierta su mente. Llega amortiguado el sonido del mar. Aún con los ojos cerrados, deja que su cerebro vaya identificando lo que captan sus oídos: las olas, que llegan con algo de brío a la costa y terminan lamiendo la playa despacio y con mimo, para retirarse al instante con la promesa de volver. Las grandes hojas de las palmeras, mecidas por la brisa de la tarde, eco de animadas conversaciones y lejanas risas de un grupo de turistas del hotel, los pasos descalzos de alguien que corre por la arena se pierden… Abre los ojos, y se despereza lentamente. Se quedó dormida cuando leía en una hamaca en la tranquila tarde caribeña. El libro había resbalado a la arena y el marcador de páginas había escapado de él. Decidió dejar de hacer pereza e ir a la habitación. Empezaría a anochecer en breve. Tenía tiempo suficiente para darse un relajante baño, vestirse y pedir un coche para salir a cenar al pueblo. Al levantarse trastabilló y a punto estuvo de caer de lado junto a la hamaca. Su pierna derecha se había quedado dormida, pero unos brazos la habían sujetado con firmeza por la cintura, evitando la caída. Sin girarse sabía que era él. Y un húmedo y tierno beso en el cuello, acompañado de un aroma familiar, confirmó su sospecha.

¡¡¡¡¡Ring, riiiiing, riiiiiiiiinnnnnnnnnnnnnng!!!!! Despierta, guapa, que es precioso soñar, pero la vida que vives en tus sueños es virtual, y la que cuenta es la real. No te escondas. Sal a ella.

Era el sargento Esterhaus quien decía en Hill Street Blues eso de “Tengan cuidado ahí fuera”. Está bien el ser precavido e ir preparado, pero no debería frenarte en eso de salir, porque, —me viene a la mente otra frase, esta vez de X Files—, al fin y al cabo, “La verdad está ahí fuera”. Y, por si te encuentras bajo de fuerzas y ánimos, te deseo “que la fuerza te acompañe”.

lunes, 20 de octubre de 2008

Sticking Close To Me

Debe ser algo químico, feromonas o qué se yo... o el instinto gregario de estar con la manada... No sé, pero no me explico por qué a la gente le gusta pegarse literalmente a los demás.

Esta mañana me he escapado veloz al aeropuerto a recoger a mi hermanita y cuñado. Venían de Egipto, viaje que ambos me han recomendado con entusiasmo. El caso es que, a pesar de que todos sabemos que, aunque el avión aterrice a su hora, pasa un largo rato hasta que sales finalmente a la calle, he salido de casa para llegar a recogerles puntualmente. Nunca se sabe, y no me gusta hacer esperar. Llego allí, bien de tiempo. Aparco mi coche en el parking y me dirijo a Llegadas. Había mirado en casa en la página de Aena la sala de la T4 donde debían aparecer, y también la hora estimada de llegada, por si llevaba retraso, pero ya allí me asomo de nuevo al panel de vuelos, a comprobar si ha habido algún cambio. Nada, todo sigue igual, pero pasan 7 minutos de la hora prevista y el avión no aterriza. Me da tiempo a fumar un cigarro fuera. De vuelta, veo que el avión ya ha tocado suelo, y me dispongo a esperar con calma cerca de la zona.

Había bastante gente. Siempre la hay en el aeropuerto. Y entiendo que si vas a recoger a alguien estés ansioso y nervioso, expectante y descontando los segundos,... pero no creo que haga falta necesariamente ponerse, como sea, en primera fila tras la barra de separación, ¿no? Y porque hay barra, que si no, algunos pegarían las narices a las puertas. Sin embargo hay gente que sí lo cree necesario, y ahí estaban, todos apiñaditos, que casi parecía una manifestación espontánea. He llegado a pensar que tal vez llegaba algún famoso, pero no veía cámaras ni paparazzis. Yo estaba a unos cinco metros de la barra, recostada contra una columna, con suficiente espacio vital a mi alrededor, y jugando con la ventaja de que, además de por mi altura, estando más retirado no tienes personas delante obstaculizando tu visión. Y tampoco me gusta estar rodeada y agobiada por la gente, notando la respiración del de detrás en la nuca, y oyendo claramente al interlocutor con el que habla por el móvil mi vecino de la izquierda. Además, cuando prevés aglomeración, te aseguras de llevar el bolso cerrado y bien sujeto, para evitar sustos. Pero ese surveillance mode resulta incómodo, y si el tener unos metros libres del gentío te permite relajar esa posición, mejor que mejor. Pero poco me duró la paz. Primero se me ha puesto una niña al lado, sentada en el suelo, a jugar con su Play, pero al poco, como moscas, uno tras otro han ido rodeándome... ¡qué agobio, por Dios! Que en un aeropuerto puede ser más normal y es difícil evitarlo, pero es que me pasa con frecuencia. Entras en una enorme tienda vacía a curiosear cuatro prendas, y al momento te está pasando por detrás una tía cargada de bolsas, que al parecer no tiene otro sitio por donde colarse, y te restriega sus compras y su humanidad por donde puede, y te giras y tienes pegada a otra, queriendo ver el vestido que justamente tienes casi en las manos...

Que es muy bonito eso de tocarse y sentirse, pero como que me apetece más hacerlo con los míos, no con gente que no conozco de nada. ¿Por qué estando en playas larguísimas, sin apenas gente, ves a lo lejos venir una pareja con sus bártulos playeros y sabes, irremediablemente, que plantarán su sombrilla y toallas a dos metros de donde estás? ¿Será que me falta el gen del concepto masa?

sábado, 4 de octubre de 2008

How To Get Out Of A Dress

A veces necesitas un respiro. Sobre todo, después de una de esas semanas de infarto, con mucho trabajo y prisas a todas horas, o de esas otras en que andas alicaído, con los biorritmos por los suelos. Hay infinitas opciones para conseguir un pequeño subidón, allá cada cual con la suya, pero a mí a veces me da por... ¡irme de compras!

¿Que qué hago? En mi caso, al salir del curro, me dejo caer accidentalmente por algún centro comercial de los que encuentro a mi paso. ¡Y mira que hay! Cada vez que me entero de la apertura de uno nuevo me sorprende que tenga éxito, porque los hay a patadas. Pero lo terminan llenando, ¿eh? Incluso los domingos en que abren, y pese a los atascos, acuden hordas de compradores ansiosos. Yo, la verdad, esos días los evito si puedo, pues prefiero la visita esporádica entre semana.

Una vez en el centro, intento pensar en cosas específicas para comprar, pero las más de las veces, termino deambulando y entrando tienda aquí, tienda allá, en ejercicio de la curiosidad y deseando que me conquiste alguna prenda. Pero para eso necesito el flechazo. Si a la primera de cambio, al echar la ojeada general, no siento palpitaciones, sé que es poco probable que encuentre algo. Aun así, me doy el paseo de rigor entre las prendas, a buen ritmo, sin mucha pausa. Otras veces, no paro de encontrar candidatos, y los voy cogiendo, sujetándolos como puedo, sin que arrastren por el suelo, no sea que acabe pisándolos y sufriendo alguna calamidad. Intento recordar si en ese probador te dejan entrar con cinco prendas, o si eran siete... O si cuenta como unidad el típico pantalón del que te coges dos tallas just in case.

Pertrechada con mi selección me dirijo a los probadores. Descorazona y desanima encontrar una enorme cola esperando a entrar antes que tú: sobre todo si en ella está la típica madre con su hija, que sabes que irán para largo. El caso es que con cola o no, no has llegado hasta allí para rendirte, y esperas con total estoicismo a que llegue tu turno. ¡Por fin! Pasado el control de número de prendas, te lanzas de cabeza al probador. Haces sitio y colocas todo como puedes, que una está delgada, pero cuando el probador es pequeño o no tiene ni un mal pincho para colgar el bolso, la ropa que te irás quitando y la colección que acarreas, te vienen a la boca mil palabros estupendos para desahogarte, pero que no solucionan tu problema de logística. Te las apañas como puedes, y empieza la función. Las prendas pertinentes abandonan su emplazamiento habitual y eliges tu primera víctima. Para mí es un proceso fluido, que no lleva mucho tiempo. No me quedo embobada ante el espejo cuestionando cada prenda como si fuera la decisión más crucial de mi vida. En pocos minutos he apartado lo que me quedo de lo que dejo, y estoy lista para salir. Pero... a veces hay problemas.

De compras

 
Aún recuerdo los sudores fríos que me entraron en una ocasión. Se trataba de un vestido, de esos un poco entallados, tipo pichi, de los que te pones con algo debajo. Tenía en el lateral una cremallera que olvidé abrir al metérmelo por la cabeza. Lo tenía ya medio encajado, con las sisas (esa parte que va debajo de la axila) a la altura de los antebrazos, media cara asomando por encima del escote, la cintura a la altura del pecho, el bajo del vestido (que se supone tenía que llegar a la rodilla) a la altura de la cadera, y los brazos en alto, como si bailara ballet o una jota. Imagínatelo. Decido parar. Ya es más que evidente que no es mi talla, que mi espalda es algo más ancha de lo que el tallaje requiere. No va a entrar ni de coña. Intento desandar el camino. Pero veo que no... ¡no puedo moverme! Estoy encajada por completo. Con los brazos en alto, y las manos demasiado lejos del vestido como para poder tirar de él hacia arriba. ¿Cómo he sido capaz de meterme en él si tengo los brazos en alto? Me entran los escalofríos de la muerte. ¿Qué hago? ¿Quién me manda a mí intentar probármelo? Si ya se intuía que no, que mi talla era una más. Fíjate que parecía un poco elástico, y ahora me tiene "aprisionaíta". Estoy en una absurda postura, y me veo viviendo dentro del vestido para siempre. Tengo que salir de él, pero ni coordino ni razono, ni sé por dónde tirar. Si llamo a la dependienta se va a descojonar, y es que veo que al final me lo cargo. Don’t panic, me digo. Y, de pronto, se produce el momento en que algo hace click, y afortunadamente no se trata del vestido. Vienen a tu mente las escenas que tantas veces has visto en la tele, cuando enseñan a respirar a las embarazadas en las clases de preparación al parto. Y, ¿qué vas a perder? ¡Si esto es como un parto! Lo que pasa es que tienes que salir tú del vestido, y seguro que él no va a respirar por ti. Te concentras, y empiezas a inspirar calmada y profundamente. Con un poco de miedo, la verdad. Que sólo falta que hiperventiles y te dé el torozón, y te desplomes, en plan escena tipo Matrix: la caída se produce a cámara lenta y tu cuerpo, con el peso, empuja la cortina del probador hacia afuera, mientras aterrizas en el pasillo. Pero no, nena, fuera esas ideas. Ahora hacen falta pensamientos positivos y concentración. Sigues respirando. Pidiendo a tu mente que haga resbalar tu cuerpo hacia abajo del vestido y que lo encoja. Si tan solo logras desplazarlo unos centímetros, será posible. Y, con mucha lentitud, ganas terreno. Si doblas las muñecas hacia abajo, casi tocas con la punta de los dedos los tirantes. Sólo un poco más. Respira. Concéntrate. Un poquito más. ¡Ya lo tocas!, pero tienes que conseguir pillarlo entre dos dedos para tirar de él hacia arriba. Un milímetro más. Tú puedes. Ya casi está... Casi... Venga... ¡¡¡Lo tienes!!! Paras un momento, ya exhausta por el esfuerzo..., y te serenas... Ya pasó lo peor. Ahora es cuestión de ir tirando con suavidad hacia arriba, no sea cosa que después del tremendo parto, acabes destrozando el vestido: eso ya lo podía haber hecho desde un principio, y opté por la sensatez. Y sacas por fin el vestido por la cabeza, como si fuera lo más fácil del mundo, y nunca hubieras estado dentro de él.

Desde entonces, si se me ocurre por lo más remoto volver a probarme un vestido de los de meterte por la cabeza, abro en primer lugar todas las posibles cremalleras que el diseñador le haya colocado, y acto seguido, actúo despacio, comprobando si soy capaz de salir del vestido o no, antes de que sea demasiado tarde. A pesar de todo... ¡Me sigue encantando irme de compras!

sábado, 20 de septiembre de 2008

Insane In The Main Brain

Que es que me pasa cada cosaaaaa... Ays, estoy atolondrada a veces. Se lo acabo de contar a un amigo por e-mail, y me he dicho, voy a compartirlo con más gente, que hace días que tengo el blog desatendido.

La historia es que andaba canina de lectura, ya casi con el colmillo fuera. Tenía un par de libros aún por leer, pero me agobiaba ver que se me estaba acabando la munición. Y yo seguía leyendo, como hago cada noche, pero no veía el momento de escapar a la librería a por más. Pero el viernes pasado llegó el día, y me escapé a poner fin a tanta desazón.

En una libreta pequeña que llevo en el bolso, tengo anotados títulos de libros a comprar, porque luego llego a la librería y no atino a elegir. Anoto algunos que me recomiendan o de los que lees buenas críticas. Tenía anotado el de
Brooklyn Follies, de Paul Auster, que me gusta mucho. Sin consultar mi chuleta (que seguía en el bolso), lo vi en inglés cuando curioseaba en la sección de libros-en-otros-idiomas. Lo cogí casi mecánicamente, sin darme cuenta, junto con otro título en inglés (que es que me tomo en serio eso de la práctica del idioma sajón). Me fui a la caja con ambos libros, toda contenta, y saqué mi libreta. Comienzo a recorrer los títulos anotados con mi apretada caligrafía y le empiezo a preguntar a la chica por algunos para añadir a la cesta, y al segundo NO de su parte, topan mis ojos con el de Brooklyn. Le pregunto por él. Me dice que SÍ, que ese sí lo tiene. Y... (¡que me aspen si sé porque mi cerebro desconecta de sus funciones en algunos momentos!)... le pregunto si lo tiene en inglés… ¿…? Dice que cree que sí, y vamos juntas a la zona de donde acababa de cogerlo yo. Vemos con sorpresa que no quedan, a pesar de que a ella le aparecía en el ordenador un ejemplar. Pero yo no me arredro, y ni corta ni perezosa le digo: "¿y en español?, ¿lo tienes en español?". Me dice que sí. Nos movemos de sección, lo buscamos, lo encontramos, lo cojo, y pago los tres libros en caja tan contenta.

 
Misión cumplida, pensaba yo. Qué liberación. Fue sólo al llegar a casa e ir a ponerles el nombre y fecha (cosa que no sé por qué siempre hago), cuando caí en la cuenta de mi absurda compra... ¡el mismo libro en dos idiomas! Pensaba quedarme los dos si no me dejaban cambiarlo, pero han sido muy amables y no me han puesto pegas en permitirme dejar uno y llevarme a cambio otros dos. Al final me quedé con la versión inglesa de Auster. Eso sí… los de la librería se deben estar carcajeando aún a mi costa.

jueves, 4 de septiembre de 2008

Geocaching

¿Que no sabes qué hacer el sábado por la mañana? ¿Que casualmente tienes un gps portátil, espíritu aventurero, eres aún como un niño a ratos o te gusta lo de la búsqueda de tesoros? Si no has oído hablar de Geocaching, echa un vistazo:
http://www.geocaching.com/

Localiza tu objetivo. Mejor cerca de casa para empezar, que haber, hay por todo el planeta, pero si te vas a buscarlo a la Patagonia lo mismo te sale carillo. Prepara algo para guardar en el lugar del "tesoro" si tienes la fortuna de encontrarlo. Y... ¡suerte y que te diviertas! ¡A geocachear!

martes, 2 de septiembre de 2008

The Fall Is Coming

The summer is almost over and the fall is coming… Según se va yendo el veranito, la oficina se llena. Y ¡vaya si se nota!. Hace un par de semanas, calma chicha. Ahora el teléfono arde, los emails se amontonan en la bandeja de entrada y las reuniones se suceden una tras otra, a veces hasta se solapan... Y todo es para ayer. Pero ¡claro!... ayer… ¡ay, ayer!, todos andábamos por esos mundos tostando la barriga al sol, tomando la cervecita en la playa, nadando en el mar o en el río, respirando en la montaña o en el pueblo de la sierra,… da igual, no había despertador ni relojes, ni jefes, ni empleados,…

Y parece que todo se acelera, menos los coches, que en breve andarán como el troncomóvil de Pedro Picapiedra (Fred Flintstone), atascados y estancados en las horas punta. Especialmente cuando los tiernos infantes vuelvan a eso tan duro de aprender. Que está fatal lo de que el cole empiece a la hora punta. ¿Nadie ha pensado en retrasarlo todo una hora?, ¿media al menos? Con las rutas y los papás de las criaturas fuera de circulación a primera hora, lo mismo se arreglaba algo el tema de los atascos. Digo yo. Pero es un decir, que lo sufro sólo como conductora pasiva en lo de llevar y recoger a los escolares., pero atascada al fin y al cabo Que nadie se lo tome a mal.

Lo bueno, al menos en este país, —o en mi ciudad—, es que el buen tiempo suele durar aún un poco, y eso se agradece. Pero en breve caerán las primeras gotas de lluvia, y ahí ya ni ruta, ni escuela, ni dominguero (que estos a veces se atreven a salir también a la hora punta, sin ser domingo, para terminar de fastidiarlo todo en un ¡más difícil todavía!), ni currante, ni repartidor… llegarán a tiempo a su destino. Se armará de nuevo el lío de los líos. Todos en el coche, mientras la lluvia cae. Algunos tranquilos y resignados. Otros desesperados, y desgañitándose a pleno pulmón y toque de cláxon. Otras, aprovechando lo del parón para pintarse el ojo. Que qué maestría tienen algunas, oye. Hasta en movimiento. Yo soy incapaz. A la mínima me saco el ojo si lo intento. Lo de pintarse los labios mirando de reojo el espejo, o incluso sin mirar, vale, es más sencillo, pero lo del eyeliner y el rimmel… ¡pfiuuuuuuu!, de nota.

Los cristales empañados y los limpiaparabrisas en acción, y dentro, todos vestidos de otoño-invierno. Que a mí ya me apetece eso de cambiar de atuendo. Sacar las botas, que me chiflan. Mis booootas… Y los jerseys, faldas, medias, abrigos,… y mi delicioso edredón. Eso de meterse en la cama en otoño o invierno es maravilloso. Taparse casi hasta por encima de las cejas. Escondida por completo, y arrebujadita. Se duerme casi de tirón. Sin tantas vueltas como doy yo en verano, bien por el calor, bien por los ruidos de la calle que entran sin pedir permiso por la ventana abierta. Pues me tengo que ir de compras, que ya he echado un vistazo al armario y me apetece renovar un poco. Y es que eso de ver un escaparate distinto a lo visto estos tres o cuatro últimos meses ya apetece. Sin bañadores ni tirantes ni chanclas. Es el reclamo perfecto.

Si saco un rato me escapo esta misma semana. Al menos para abrir boca...

viernes, 22 de agosto de 2008

Back To The Trench

Worst thing about vacation is that they finish some day and you have to return on whatever you used to do before leaving.

The day you get home after having been away for so many days, you need to organize things, wash clothes, buy some food, water plants and so. When I saw my plants they weren't looking good at all. I found them a little almost death,... except for my cactus. It's everlasting because it's made of braided cord and it's never given to me the slightest problem and it usually welcomes me with its arms up, as if it was waving its hands.


And… worst of all, unless you still have some free days left, sometimes you have to work the very next day. Apart from wealthy people, the common of mortals do need to work and the return to work is usually an awful and unpleasant feeling. Not very bad for me, because I have a great time with my workmates every day and like my job as well, but I'd rather be at bed a little more time every morning and not get up so early and only when I'm wide awake, use plenty of time to have a delicious breakfast and shake the laziness little by little… That would be wonderful! But I'm afraid I'll have to wait until Saturday for that.
Now, I'm going to start thinking about what to do with the free days I still have left. Any suggestions?

viernes, 15 de agosto de 2008

Mirrors & Mirrors

¿No es el verse y mirarse el uso principal de un espejo? Es cierto que también se usan para decoración (ampliar estancias o modificar la iluminación con juegos de espejo), para ver a los otros (si conduces un vehículo), para enfocar según qué zonas (en plan periscopio) y para comprobar si alguien muy muy muy quieto aún respira (ains, esto es un poco macabro, ok, pero es un uso más)... Y hay más usos, seguro, pero el principal sigue siendo el de mirarse. Y cuando uno se mira, lo normal es que no quiera morir de infarto por la impresión. ¡Joder...! que es que hay espejos duros, malvados y demasiado sinceros. Que ¿qué necesidad hay de verse lunares, pecas, arrugas, ojeras, blanco de los ojos turbio, puntos negros, etc... en un simple vistazo que echas al pulido elemento para colocarte un poco los pelos después de levantarte? Que te acercas, aún miope y confiado porque no estás despierto del todo, y casi botas, porque te ibas a retirar una legañita y ves que... ¡¡¡al espejo le han salido nuevas arrugas!!! Que es que ayer no estaban, oiga. Y tuyas no pueden ser, ¿no?, porque en el espejo de la tienda donde ayer compraste ese vestidito tan mono, tenías color miel, la piel tersa, te veías delgadísima, el color del vestido hacía juego con el verde de tus ojos y... no recuerdas haber visto ESAS ARRUGAS ni ese amenazador TREMENDO GRANO ROJO en la punta de la barbilla.

Joven delante del espejo (Picasso, 1932)
Si es que son muy listos los de las tiendas... Puro marketing. ¿Qué buscan el 99% de las mujeres cuando se prueban algo en una tienda? Claramente verse estupendas con la prenda que han elegido. Si los espejos fueran veraces y mostraran la cruda realidad, más de una, después de mirarse y contener un mal disimulado enfado por la sensación que le produce la imagen que le devuelve el espejo, se largaba despavorida de la tienda sin comprar nada y hasta ponía una denuncia por daños y perjuicios. Es más, alguna se atrincheraba en casa, dispuesta a no hacer sociedad por unos días, tan fuerte es la impresión recibida. Es mejor usar espejos "bondadosos", ubicados correctamente y acompañados de la luz adecuada a los fines de "verse guapo". Te ves "mono" y compras. Te ves hecho una facha, y te largas. Pero cuando te pruebas en casa lo que has comprado, ya no te ves igual de bien. Es casi como la Coca-Cola que te preparas en casa, con su hielo y hasta con su rodajita de limón, y no te sabe jamás tan rica como te sabe en el bar (para este misterio aún no tengo pista alguna).

Pero los peores espejos son los que yo llamo espejos clínicos. Esos que hay en los baños de los hospitales y dentistas, por ejemplo. Con esas luces tan blancas, tan frías, tan asquerosamente realistas en su afán por reproducir fielmente lo que ven. Que seguramente son igual que el resto, en cuanto a luz que absorben, perfección de su superficie, materiales usados en su fabricación y demás, pero esa luz de fluorescente blanco de mortuorio que les suele acompañar, hacen que te veas a veces hasta cadavérico, aunque vengas con el moreno recién conseguido a golpe de sol en la playa.

Si al final, los típicos espejos cóncavos y convexos de feria y parque de atracciones, esos que te hacen verte flaco y estirado o gordo y chaparrito, son los que mejor sabor de boca te dejan. Sales confiado y ufano, porque sabes que no eres así, que el gordito que te mira, o el deforme que se carcajea a tu costa no eres tú... es sólo un efecto óptico.