miércoles, 29 de octubre de 2008

Never Forget To Smile


♫ Smile - Charlie Chaplin
http://www.youtube.com/watch?v=5rkNBH5fbMk


Smile
though your heart is aching,
Smile
Even though it's breaking,
When there are clouds in the sky, you'll get by,
If you
Smile through your fear and sorrow,
Smile and maybe tomorrow
You'll see the sun come shining through, for you.
Light up your face with gladness,
Hide every trace of sadness,
Although a tear may be ever so near,
That's the time you must keep on trying,
Smile
What's the use of crying,
You'll find that life is still worthwhile,
If you just smile

jueves, 23 de octubre de 2008

Waking Up To Reality

Despierta su mente. Llega amortiguado el sonido del mar. Aún con los ojos cerrados, deja que su cerebro vaya identificando lo que captan sus oídos: las olas, que llegan con algo de brío a la costa y terminan lamiendo la playa despacio y con mimo, para retirarse al instante con la promesa de volver. Las grandes hojas de las palmeras, mecidas por la brisa de la tarde, eco de animadas conversaciones y lejanas risas de un grupo de turistas del hotel, los pasos descalzos de alguien que corre por la arena se pierden… Abre los ojos, y se despereza lentamente. Se quedó dormida cuando leía en una hamaca en la tranquila tarde caribeña. El libro había resbalado a la arena y el marcador de páginas había escapado de él. Decidió dejar de hacer pereza e ir a la habitación. Empezaría a anochecer en breve. Tenía tiempo suficiente para darse un relajante baño, vestirse y pedir un coche para salir a cenar al pueblo. Al levantarse trastabilló y a punto estuvo de caer de lado junto a la hamaca. Su pierna derecha se había quedado dormida, pero unos brazos la habían sujetado con firmeza por la cintura, evitando la caída. Sin girarse sabía que era él. Y un húmedo y tierno beso en el cuello, acompañado de un aroma familiar, confirmó su sospecha.

¡¡¡¡¡Ring, riiiiing, riiiiiiiiinnnnnnnnnnnnnng!!!!! Despierta, guapa, que es precioso soñar, pero la vida que vives en tus sueños es virtual, y la que cuenta es la real. No te escondas. Sal a ella.

Era el sargento Esterhaus quien decía en Hill Street Blues eso de “Tengan cuidado ahí fuera”. Está bien el ser precavido e ir preparado, pero no debería frenarte en eso de salir, porque, —me viene a la mente otra frase, esta vez de X Files—, al fin y al cabo, “La verdad está ahí fuera”. Y, por si te encuentras bajo de fuerzas y ánimos, te deseo “que la fuerza te acompañe”.

lunes, 20 de octubre de 2008

Sticking Close To Me

Debe ser algo químico, feromonas o qué se yo... o el instinto gregario de estar con la manada... No sé, pero no me explico por qué a la gente le gusta pegarse literalmente a los demás.

Esta mañana me he escapado veloz al aeropuerto a recoger a mi hermanita y cuñado. Venían de Egipto, viaje que ambos me han recomendado con entusiasmo. El caso es que, a pesar de que todos sabemos que, aunque el avión aterrice a su hora, pasa un largo rato hasta que sales finalmente a la calle, he salido de casa para llegar a recogerles puntualmente. Nunca se sabe, y no me gusta hacer esperar. Llego allí, bien de tiempo. Aparco mi coche en el parking y me dirijo a Llegadas. Había mirado en casa en la página de Aena la sala de la T4 donde debían aparecer, y también la hora estimada de llegada, por si llevaba retraso, pero ya allí me asomo de nuevo al panel de vuelos, a comprobar si ha habido algún cambio. Nada, todo sigue igual, pero pasan 7 minutos de la hora prevista y el avión no aterriza. Me da tiempo a fumar un cigarro fuera. De vuelta, veo que el avión ya ha tocado suelo, y me dispongo a esperar con calma cerca de la zona.

Había bastante gente. Siempre la hay en el aeropuerto. Y entiendo que si vas a recoger a alguien estés ansioso y nervioso, expectante y descontando los segundos,... pero no creo que haga falta necesariamente ponerse, como sea, en primera fila tras la barra de separación, ¿no? Y porque hay barra, que si no, algunos pegarían las narices a las puertas. Sin embargo hay gente que sí lo cree necesario, y ahí estaban, todos apiñaditos, que casi parecía una manifestación espontánea. He llegado a pensar que tal vez llegaba algún famoso, pero no veía cámaras ni paparazzis. Yo estaba a unos cinco metros de la barra, recostada contra una columna, con suficiente espacio vital a mi alrededor, y jugando con la ventaja de que, además de por mi altura, estando más retirado no tienes personas delante obstaculizando tu visión. Y tampoco me gusta estar rodeada y agobiada por la gente, notando la respiración del de detrás en la nuca, y oyendo claramente al interlocutor con el que habla por el móvil mi vecino de la izquierda. Además, cuando prevés aglomeración, te aseguras de llevar el bolso cerrado y bien sujeto, para evitar sustos. Pero ese surveillance mode resulta incómodo, y si el tener unos metros libres del gentío te permite relajar esa posición, mejor que mejor. Pero poco me duró la paz. Primero se me ha puesto una niña al lado, sentada en el suelo, a jugar con su Play, pero al poco, como moscas, uno tras otro han ido rodeándome... ¡qué agobio, por Dios! Que en un aeropuerto puede ser más normal y es difícil evitarlo, pero es que me pasa con frecuencia. Entras en una enorme tienda vacía a curiosear cuatro prendas, y al momento te está pasando por detrás una tía cargada de bolsas, que al parecer no tiene otro sitio por donde colarse, y te restriega sus compras y su humanidad por donde puede, y te giras y tienes pegada a otra, queriendo ver el vestido que justamente tienes casi en las manos...

Que es muy bonito eso de tocarse y sentirse, pero como que me apetece más hacerlo con los míos, no con gente que no conozco de nada. ¿Por qué estando en playas larguísimas, sin apenas gente, ves a lo lejos venir una pareja con sus bártulos playeros y sabes, irremediablemente, que plantarán su sombrilla y toallas a dos metros de donde estás? ¿Será que me falta el gen del concepto masa?

sábado, 4 de octubre de 2008

How To Get Out Of A Dress

A veces necesitas un respiro. Sobre todo, después de una de esas semanas de infarto, con mucho trabajo y prisas a todas horas, o de esas otras en que andas alicaído, con los biorritmos por los suelos. Hay infinitas opciones para conseguir un pequeño subidón, allá cada cual con la suya, pero a mí a veces me da por... ¡irme de compras!

¿Que qué hago? En mi caso, al salir del curro, me dejo caer accidentalmente por algún centro comercial de los que encuentro a mi paso. ¡Y mira que hay! Cada vez que me entero de la apertura de uno nuevo me sorprende que tenga éxito, porque los hay a patadas. Pero lo terminan llenando, ¿eh? Incluso los domingos en que abren, y pese a los atascos, acuden hordas de compradores ansiosos. Yo, la verdad, esos días los evito si puedo, pues prefiero la visita esporádica entre semana.

Una vez en el centro, intento pensar en cosas específicas para comprar, pero las más de las veces, termino deambulando y entrando tienda aquí, tienda allá, en ejercicio de la curiosidad y deseando que me conquiste alguna prenda. Pero para eso necesito el flechazo. Si a la primera de cambio, al echar la ojeada general, no siento palpitaciones, sé que es poco probable que encuentre algo. Aun así, me doy el paseo de rigor entre las prendas, a buen ritmo, sin mucha pausa. Otras veces, no paro de encontrar candidatos, y los voy cogiendo, sujetándolos como puedo, sin que arrastren por el suelo, no sea que acabe pisándolos y sufriendo alguna calamidad. Intento recordar si en ese probador te dejan entrar con cinco prendas, o si eran siete... O si cuenta como unidad el típico pantalón del que te coges dos tallas just in case.

Pertrechada con mi selección me dirijo a los probadores. Descorazona y desanima encontrar una enorme cola esperando a entrar antes que tú: sobre todo si en ella está la típica madre con su hija, que sabes que irán para largo. El caso es que con cola o no, no has llegado hasta allí para rendirte, y esperas con total estoicismo a que llegue tu turno. ¡Por fin! Pasado el control de número de prendas, te lanzas de cabeza al probador. Haces sitio y colocas todo como puedes, que una está delgada, pero cuando el probador es pequeño o no tiene ni un mal pincho para colgar el bolso, la ropa que te irás quitando y la colección que acarreas, te vienen a la boca mil palabros estupendos para desahogarte, pero que no solucionan tu problema de logística. Te las apañas como puedes, y empieza la función. Las prendas pertinentes abandonan su emplazamiento habitual y eliges tu primera víctima. Para mí es un proceso fluido, que no lleva mucho tiempo. No me quedo embobada ante el espejo cuestionando cada prenda como si fuera la decisión más crucial de mi vida. En pocos minutos he apartado lo que me quedo de lo que dejo, y estoy lista para salir. Pero... a veces hay problemas.

De compras

 
Aún recuerdo los sudores fríos que me entraron en una ocasión. Se trataba de un vestido, de esos un poco entallados, tipo pichi, de los que te pones con algo debajo. Tenía en el lateral una cremallera que olvidé abrir al metérmelo por la cabeza. Lo tenía ya medio encajado, con las sisas (esa parte que va debajo de la axila) a la altura de los antebrazos, media cara asomando por encima del escote, la cintura a la altura del pecho, el bajo del vestido (que se supone tenía que llegar a la rodilla) a la altura de la cadera, y los brazos en alto, como si bailara ballet o una jota. Imagínatelo. Decido parar. Ya es más que evidente que no es mi talla, que mi espalda es algo más ancha de lo que el tallaje requiere. No va a entrar ni de coña. Intento desandar el camino. Pero veo que no... ¡no puedo moverme! Estoy encajada por completo. Con los brazos en alto, y las manos demasiado lejos del vestido como para poder tirar de él hacia arriba. ¿Cómo he sido capaz de meterme en él si tengo los brazos en alto? Me entran los escalofríos de la muerte. ¿Qué hago? ¿Quién me manda a mí intentar probármelo? Si ya se intuía que no, que mi talla era una más. Fíjate que parecía un poco elástico, y ahora me tiene "aprisionaíta". Estoy en una absurda postura, y me veo viviendo dentro del vestido para siempre. Tengo que salir de él, pero ni coordino ni razono, ni sé por dónde tirar. Si llamo a la dependienta se va a descojonar, y es que veo que al final me lo cargo. Don’t panic, me digo. Y, de pronto, se produce el momento en que algo hace click, y afortunadamente no se trata del vestido. Vienen a tu mente las escenas que tantas veces has visto en la tele, cuando enseñan a respirar a las embarazadas en las clases de preparación al parto. Y, ¿qué vas a perder? ¡Si esto es como un parto! Lo que pasa es que tienes que salir tú del vestido, y seguro que él no va a respirar por ti. Te concentras, y empiezas a inspirar calmada y profundamente. Con un poco de miedo, la verdad. Que sólo falta que hiperventiles y te dé el torozón, y te desplomes, en plan escena tipo Matrix: la caída se produce a cámara lenta y tu cuerpo, con el peso, empuja la cortina del probador hacia afuera, mientras aterrizas en el pasillo. Pero no, nena, fuera esas ideas. Ahora hacen falta pensamientos positivos y concentración. Sigues respirando. Pidiendo a tu mente que haga resbalar tu cuerpo hacia abajo del vestido y que lo encoja. Si tan solo logras desplazarlo unos centímetros, será posible. Y, con mucha lentitud, ganas terreno. Si doblas las muñecas hacia abajo, casi tocas con la punta de los dedos los tirantes. Sólo un poco más. Respira. Concéntrate. Un poquito más. ¡Ya lo tocas!, pero tienes que conseguir pillarlo entre dos dedos para tirar de él hacia arriba. Un milímetro más. Tú puedes. Ya casi está... Casi... Venga... ¡¡¡Lo tienes!!! Paras un momento, ya exhausta por el esfuerzo..., y te serenas... Ya pasó lo peor. Ahora es cuestión de ir tirando con suavidad hacia arriba, no sea cosa que después del tremendo parto, acabes destrozando el vestido: eso ya lo podía haber hecho desde un principio, y opté por la sensatez. Y sacas por fin el vestido por la cabeza, como si fuera lo más fácil del mundo, y nunca hubieras estado dentro de él.

Desde entonces, si se me ocurre por lo más remoto volver a probarme un vestido de los de meterte por la cabeza, abro en primer lugar todas las posibles cremalleras que el diseñador le haya colocado, y acto seguido, actúo despacio, comprobando si soy capaz de salir del vestido o no, antes de que sea demasiado tarde. A pesar de todo... ¡Me sigue encantando irme de compras!