Decidí visitar a la bruja. No se me ocurría qué otra cosa podía hacer. Me había quedado sin ideas y estaba aterrado, pero si había una posibilidad, una sola, aunque fuera diminuta, tenía que intentarlo, o si no, sería uno más de esos niños con papás divorciados. Había muchos en mi clase. Mi amigo Germán decía que era guay, pero yo no lo veía así, a pesar de que, según él, así obtenía lo mejor de cada uno y le hacían regalos de lo más cool. No, para mí no tenía nada de guay y oía a Germán llorar por la noche algún día que dormía en su casa. Él creía que no me enteraba, pero escucharles discutir e insultarse por teléfono, o ver cómo intentaban ponerle en contra del otro, le rompía el alma.
Amani vivía cerca de nuestra casa, junto al bosque. No sabía si era una bruja, una hechicera, o simplemente una tía rara, pero cuando montábamos en bici por la explanada cerca de su pequeña casa, veíamos cosas raras, explosiones de luces de colores en las ventanas, animales que salían de la nada por el camino, su casa llena de sol mientras caía una tromba de agua alrededor... No sé, en el barrio los rumores acerca de ella eran inquietantes.
Dejé la bici apoyada junto a la cerca y me aproximé a su casa por el camino empedrado. Antes de llamar pensé asomar la nariz por una de las ventanas, por si veía algo que me hiciera cambiar de idea. Me acerqué con sigilo a una de ellas, agachado, y estando bajo el alféizar subí la cabeza muy lentamente, hasta que mis ojos alcanzaron el cristal para ver.
—¡Buuuuhhh! —la cara de Amani apareció al otro lado de la ventana.
El susto me hizo caer de espaldas. Pero me levanté rápidamente, resuelto a huir como alma que lleva el diablo.
—No huyas, pequeño McAllister —dijo abriendo la ventana, mientras en mi escapada tropezaba y caía de nuevo—. ¡Jajaja! Vamos, muchacho, no tienes nada que temer.
Me levanté y mis rodillas sangraban. Me volví a mirarla, dudando. Al fin y al cabo seguía necesitando su ayuda.
—Anda, Ron, ven y deja que te cure esa herida tan fea —me invitó sonriendo.
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A Heart Tree |
Me encogí de hombros, pensando “¡qué caray!”, y di media vuelta. Me abrió antes de que mis nudillos tocaran la puerta. Sus rizos rojizos enmarcando unos increíbles ojos azules le daban un aspecto divertido y su dulce voz y su sonrisa me dieron la bienvenida, ahuyentando definitivamente mis miedos.
Me hizo pasar al salón. El olor a incienso invadió mis fosas nasales, y los colores y muebles de la estancia me hicieron sentirme cómodo al instante. Se sentó junto a mí en el sofá y, no sé cómo, en sus manos se materializó lo necesario para limpiar mi herida y ponerme un pequeño apósito con infinita delicadeza. Del mismo modo, la taza con chocolate caliente que me ofreció pareció salir de la nada.
—¿Qué puedo hacer por ti, pequeño? —dijo acariciando mi cabeza.
—Creo que ya lo sabes.
—Así es, —admitió—, pero para que funcione he de oírtelo decir.
—Pues… Necesito una poción, un encantamiento, magia, lo que sea, para que mis padres recuerden por qué se enamoraron.
Me miró como los mayores miran a veces a los niños. Con esa expresión de lástima expresando “¡Ay!, es complicado, eres muy pequeño, algún día lo entenderás”.
—Mira —proseguí—, no quiero que estén juntos si no se quieren, no quiero que finjan por mí. Yo quiero que sea de verdad, y vengo porque creo que sí se quieren, pero se les ha olvidado cuánto y por qué. Solo quiero refrescarles la memoria.
—Es la petición más bonita que me han hecho nunca.
Sacó un corazón verde de una cajita, y me lo dio, indicándome que debía plantarlo en el jardín. No quiso aceptar los billetes arrugados que saqué de mi bolsillo. Dijo que se conformaba con que la visitara de vez en cuando y lo he hecho desde entonces.
—¡Y esa es la historia de Amani! —concluí—. Y ahora, apresurémonos. Le prometí que te llevaría esta tarde. Quiere conocerte.
—O sea… ¿es una bruja buena? —preguntó mi hermano Nicholas.
—Juzga por ti mismo, enano. Dos años después, naciste tú, y hace tres Lillian. Y nunca he visto a papá y mamá tan enamorados. ¿Sigue dándote miedo?
—No —dijo Nicholas guardando sus temores en el bolsillo—. Creo que me va a caer genial.
Nota: Post escrito para la Escena 11 "Entre brujas" propuesta por Literautas. Puedes ver los relatos participantes aquí. Creo que voy a leérselo a mi sobri Guillermo, que anda un poco temeroso de las brujas. Lo mismo le gusta Amani, que es una tía majísima :)
—¡Buenas tardes! —responde muy formalita al presentador del telediario siempre que empiezan las noticias.
Alynne es de las que piensa que, si alguien irrumpe en tu salón, lo mínimo es ser educada y saludar, y ese señor que asoma cada día, aunque no íntimo, ya es un conocido para ella. Eso sí, una cosa es saludar, y otra permitirle que le vea comer, algo que ella considera muy privado y personal. Jamás ha comido en un restaurante, ¡qué barbaridad!, rodeada de extraños que puedan observar cómo ese trozo de espinaca rebelde decide encajarse entre tus dientes, haciendo que parezcas ridículo cada vez que sonríes. No, ella no es de esas, y ha de tener confianza con las personas con quienes comparte su mesa, y con aquellas que trabajan en su casa y pululan por ella libremente, encontrando sus miserias en el cuarto de baño o en un cajón. Así pues, sin apagar el televisor, se levanta de la mesa, a sus ojos, puesta impecablemente.
—Maurice, por favor, coloca el servicio allí, —dice mientras da la vuelta a la mesa y ella misma, con pulcritud, coloca su plato y cubiertos al otro lado—, y sírveme ya la vichyssoise.
Relajada, de espaldas al gran cuadro parlante, pone la servilleta en su regazo y empieza a comer. Le tiembla algo el pulso mientras dirige la cuchara a su boca, que se tuerce en un gesto de desagrado al saborear el contenido.
—¡Maurice! Dile a Nadine que sea la última vez que añade patata a la vichyssoise —dice con un punto de enojo—. Ya sabe que me gusta con puros puerros y ya está, y acaso con un toque de almendras majadas. No sé cómo hay que decir las cosas en esta casa —concluye, resuelta, mientras parece volver a concentrarse en el plato hondo que tiene ante sí.
"He de comentárselo a Luis... Esta chica no me sirve... Necesito una buena cocinera que no me abochorne si tengo invitados...", murmura para sus adentros. "Y he de protestarle un poco por tantas ausencias. No sé de qué me sirve un marido si apenas lo veo", musita con un mohín de reproche. "Siempre trabajando en el extranjero, y mientras yo aquí, sola, en esta mansión tan grande..."
—Maurice, por favor, dispón el coche para esta noche —indica haciendo una pausa en la comida—. Me apetece ir al teatro. Creo que llamaré a Philipe. Sí, eso haré. Él siempre está dispuesto. ¡Es tan galante y tan... apasionado! —añade con un punto de sonrojo.
Tiene el blanco cabello un poco desordenado. Sus pálidos ojos grises, rodeados de numerosas arrugas, parecen cobrar vida en ocasiones, pero las más de las veces, miran hacia adentro, escapando, ajenos al mundo que los rodea.
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Plum flowers |
A su alrededor, las celadoras y enfermeras atienden al resto de ancianos de las otras mesas del comedor, mirándola con ternura a pesar de su momentáneo arranque de mal genio. Saben que en las raras ocasiones en que recupera la conciencia y se aleja de esos episodios de demencia, es la anciana más dulce de la residencia. Les sonríe con los ojos y con el corazón, mientras les cuenta historias olvidadas de arroz con leche a fuego lento, pan recién hecho en un horno de piedra, tardes pasadas leyendo a la sombra de un ciruelo, o relatando historias en torno a una chimenea; la vida, en definitiva, de una jovencita pecosa que soñaba con ser escritora y revive ahora en su mente aquellos episodios no escritos.
Afuera, el sol parece estar esquivo y se prepara una tarde nublada.