Es de noche. Todo está en silencio en la residencia de estudiantes, con la excepción de algún ronquido aislado o alguien que murmura en sueños. Cada noche, invariablemente, ella repite el mismo ritual. Abre los ojos y despacito se desliza fuera de la cama. No se entretiene en ponerse algo encima, y sale tal como está. Recorre descalza los pasillos, de puntillas, sigilosamente. Se aventura cada noche, cuidando mucho de no hacer el más leve ruido. Llega a la habitación donde él, ajeno a todo, duerme profundamente. Abre la puerta con sumo cuidado. Cuando su vista se acostumbra a la oscuridad reinante y distingue los perfiles de los objetos, se aproxima a su cama muy despacio, poniendo cuidando en no tropezar. Cuando lo tiene a su merced, lo observa calmadamente. Si el amor tuviera un color visible, se apreciaría que en esos instantes emana de ella con fuerza. Como una bailarina, con exquisita delicadeza, reclina su cuerpo hacia él, casi aguantando la respiración, y besa muy suavemente sus labios.
Pero esta noche algo es diferente. Ella despierta, tal vez por la costumbre que su cuerpo ha adquirido, pero no sale de la cama. Solo entreabre un poco los ojos y da media vuelta. Sonriendo se arrebuja bajo el edredón y vuelve a sus sueños feliz.
A la mañana siguiente él despierta. No ha dormido bien. Se siente distinto, es como si le faltara algo, y se afana en ducharse rápidamente para bajar lo antes posible al comedor a desayunar. Es donde se reúne con ella cada mañana antes de dejar la residencia y salir hacia la Facultad. Pero esta mañana siente una urgencia desconocida por verla. No sabe el motivo, pero casi diría que la echa de menos. Termina sus preparativos y baja saltando los escalones de tres en tres. Entra en el comedor sin aliento y sus ojos la buscan en las mesas junto al ventanal. No está. Su vista recorre el resto de mesas y se acerca a la zona del buffet por si está allí. Pero no, no está. Algo extrañado, se sirve un zumo, se prepara un café y coge un croissant. Piensa que tal vez se le han pegado las sábanas, aunque es ella siempre la primera en bajar. Desayuna tranquilo, pero sin apartar los ojos de la puerta y mirando el reloj a cada momento. Es casi la hora de irse al autobús si no quiere llegar tarde a clase. Recoge su mesa y sube a la habitación a lavarse los dientes y a por su mochila.
Ya de camino intenta hacer memoria del día anterior, pero no recuerda que ella dijera nada que explique su ausencia. El autobús hace su recorrido y él baja de un salto cuando para y abre las puertas. Sube con brío los escalones de la Facultad y entra. ¡Por fin! Ella está allí, puede verla de perfil cerca de la cafetería. Está charlando animadamente con un tío. No lo conoce, pero le suena de haberlo visto con ella a veces, en los descansos entre clase y clase. Tal vez tengan alguna asignatura común. Se acerca a ellos y le pregunta por la ausencia en el desayuno. Ella se sonroja un poco cuando dice: "Había quedado con Julio para desayunar en la Facultad y me vine muy pronto. Sorry! Olvidé decírtelo". Él le quita importancia y se despide para ir a la clase que está a punto de empezar. Mientras sube las escaleras les mira desde arriba. Ambos ríen, se les ve que actúan con familiaridad. Aún no lo entiende. No puede procesar sus sentimientos. Ya pensará más tarde qué significa la punzada que siente en el pecho y esas incontenibles ganas de gritar, de plantarse entre ambos, de cogerla de la mano y llevarla con él. Ahora no tiene tiempo. Llega tarde, llega muy tarde,... y tal vez no solo a clase.
La mayoría de las veces el amor no se manifiesta de repente, ¡zas!, sino que es un proceso lento. Es como si hubiéramos sufrido la picadura de un insecto que hubiera plantado en nosotros un organismo diminuto. Cuando estamos con la persona causante de la picadura, se va alimentando al bichito sin que nos demos cuenta. Va creciendo y extendiéndose sin que seamos conscientes de ello. Y un buen día, tal vez con esa persona delante o tal vez precisamente por su ausencia, nos demos cuenta de que algo estalla en nosotros y es imparable. Aquel minúsculo inicio es ahora como un bosque frondoso, como un jardín salvaje, como un bravo mar que nos agita,... we're in love!
Comparto plenamente tu opinión de cómo se va colando poquito a poquito el amor, y muchas veces sin que lo percibamos, como al chico de tu historia, a través de unos besos nocturnos de los que no era consciente. Creo que los flechazos son temporales.
ResponderEliminarTe agrego a mis lecturas.
Saludos
Un flechazo, si luego viene seguido de ese colarse poquito a poquito que dices puede ser maravilloso, lo malo es que a veces se queda en un bonito envoltorio de una caja vacía :)
Eliminar¡Muchas gracias por la visita, Natalia!