Escarbé la tierra con mis manos, con rabia y con saña, rompiendo mis uñas y llenando mis manos de heridas. Las lágrimas corrían por mis mejillas, en un llanto convulso al principio, quedo y calmo al poco. Mi cara se ensuciaba más a cada momento en que limpiaba mis ojos con el dorso de la mano, para poder enfocar la vista en mi tarea. No estaba avanzando mucho. Necesitaba ir más rápido, así no iba a acabar nunca. Con las manos ya doloridas, me detuve un momento y miré a mi alrededor. Buscaba un objeto con forma de cuña, algo que pudiera usar a modo de pala. Me puse en pie y anduve unos pasos, sin alejarme mucho del pequeño agujero y del vehículo. Casi iba a darme por vencida cuando encontré una piedra más menos triangular y bastante plana. No tenía nada mejor a mi alcance, así que volví a mi tarea con mi nueva herramienta.
Le conoció en la Facultad. Era tan tierno y romántico... Siempre le llamaba pequeña, y a ella le parecía tan dulce que se derretía por dentro al oírlo de sus labios. Aunque su familia se opuso, se casaron muy pronto, pero como él ya ganaba dinero como electricista y contaba con unos ahorros, pudieron comprar una vieja casita en las afueras, con su garaje y jardín. Los dos primeros años fueron maravillosos. Ella se quedaba en su nido, cocinando ricos platos para su amor y esperando ansiosa su regreso a casa al finalizar la tarea. El trabajo a veces escaseaba, y no siempre podían tomar vacaciones. Ello hizo que, a regañadientes, él accediera a que ella buscara un trabajo, aunque sólo fuera de media jornada. Supo que necesitaban dependienta en una tienda de ropa. Le convenció de que sería la única manera de ahorrar algo extra para poder escapar una semana a la playa en verano o poder salir a cenar algún fin de semana.
Empezó ilusionada, y su mundo se amplió de pronto al entrar en contacto diario con otras personas que no fueran la cajera del supermercado o el pescadero. Las charlas del día a día con sus compañeras le abrían los ojos a otro mundo. Eran chicas tan jóvenes como ella, pero sus vidas eran distintas, y ¡sonaban tan emocionantes! Ella iba del trabajo a casa, donde le esperaban las mismas repetitivas tareas y al final de la jornada, su marido. Le hablaba de ellas, le contaba anécdotas cada día, y empezó a observar que en ocasiones él parecía incómodo y torcía el gesto.
Llegó la semana de su cumpleaños, y sus compañeras le regalaron uno de los vestidos de verano que había en la tienda. Le hicieron ponérselo y la peinaron y maquillaron un poco para dar una sorpresa a su marido. Se sentía agradecida, y al mediodía, decidió invitar a las compañeras más cercanas a desayunar en el bar de al lado. Estaba preciosa con el vestido nuevo. Se llevaba la patita del croissant a la boca cuando vio aparecer en la puerta del bar a su marido. Entró con el ceño fruncido, y sin mediar palabra, y con cara de loco, la cogió del brazo y la sacó a empujones del bar.
Aquella fue la primera de las grandes discusiones que tendrían. La llevó a casa, le rasgó el vestido a golpes y lo tiró a la basura, y le prohibió volver al trabajo. Tras mucho grito por ambas partes, logró hacerle entrar en razón, porque necesitaban el dinero. Pero desde aquel día todo fue diferente. Fiscalizaba su ropa, le prohibía maquillarse y la llamaba a casa cuando calculaba que debía estar ya de vuelta. Tras cada episodio le pedía perdón, decía que no podía evitar sentir celos, que no quería perderla, que era todo para él.
Mientras iba viendo cómo el hoyo se ampliaba lentamente, no podía quitar de mi mente lo ocurrido en las últimas horas. Todo pasaba por mi cabeza y lo veía como en una película antigua. Sonido de cine y color sepia. Aún no había tenido tiempo de pararme a asimilarlo. Los hechos habían ido muy rápido. Me sentía como una marioneta a la que alguien manejara, como un soldado entrenado que ejecuta movimientos aprendidos casi por inercia, sin dar conscientemente las órdenes a su cuerpo.
Ella tomaba la píldora porque su situación económica no era aún estable como para embarcarse en más gastos, por mucho que le gustarán los niños, pero él se deshizo de todo un buen día, aduciendo que se preocupaba por su salud, que no podía ser bueno romper el ciclo normal del cuerpo y que pondrían cuidado desde ahora.
Un viernes salieron a cenar a un italiano cercano a casa. Ella era tan hermosa que, aun vistiendo sencilla, llamaba la atención fácilmente. Su melena caoba, su cuerpo voluptuoso, su sonrisa… no pasaban desapercibidos. Aquella noche, según entraron en la casa tras la cena, la arrastró a la cama a gritos, acusándola de flirtear con el camarero. Le cruzó la cara con sus manazas y le arrancó la ropa, excitado como nunca. Aquello fue una violación. La primera, pero se sucederían otras. A los tres meses quedó embarazada.
Durante el embarazo él pareció calmarse. Ella pensaba que había sido todo un mal sueño. Cuando quedaba poco para que naciera el bebé, tuvo que dejar de trabajar porque eran muchas horas de estar de pie con semejante barriga, y al poco nació Irina. El período de paz duró cuatro años, con ocasionales episodios violentos cada vez que él enfermaba de celos sin motivo. Ella procuraba darle gusto y centrarse en Irina, pero echaba de menos tratar con otros adultos y ampliar su mundo, que de nuevo se había reducido drásticamente. La crisis económica hizo que estuvieran faltos de dinero y él finalmente accedió de nuevo a que ella trabajara. Esta vez encontró trabajo de teleoperadora.
Llevaba horas allí y me di por satisfecha con el tamaño del agujero. Me dolían mucho las manos, y en ellas, la sangre se mezclaba con la suciedad. Caminé unos metros hacia el coche, que había dejado sobre una zona con hierba alta, en una pequeña área despejada de árboles. Se esperaba tormenta esa noche, y aunque mis huellas serían borradas e indistinguibles en el lodo, cuanto más facilitara la tarea, mejor. Abrí el maletero de la 'van', y respiré honda y profundamente. La colorida jarapa servía ahora de momentáneo manto mortuorio. La bajé del coche como pude. El pesado bulto cayó sobre mí del fuerte impulso que di para sacarlo. Me incorporé quitándomelo de encima con repulsión, y lo arrastré unos metros hasta el borde del hoyo agarrando el rollo por el extremo.
El carácter de él fue agriándose. Escaseaba el trabajo, y si no fuera por el sueldo de ella habría habido facturas impagadas. Comenzó a beber y a acusarla de engañarle, de tener aventuras con otros. Veía fantasmas donde no los había, y le hacía pagar a golpes la paz que conseguía después, cuando como un niño entonaba el mea culpa y lloraba. Ella resistía sólo por su hija, pero era conscientemente infeliz. Leía acerca de los malos tratos y sabía que debía denunciar, pero el miedo la tenía paralizada.
Irina ya iba convirtiéndose en una mujercita. Linda como su madre, alegre y pizpireta a sus doce años, a pesar del ambiente de hostilidad que a veces impregnaba la casa, no percibía lo que ocurría a su alrededor, porque su madre aguantaba y callaba en las noches en que tocaba paliza y humillación, y decía ser patosa y chocar con las puertas para justificar cada nuevo hematoma que cubría su cuerpo.
La relación entre padre e hija parecía normal. Entre semana, Irina estaba cenando o a veces ya durmiendo cuando su papi llegaba a casa. Los fines de semana, jugaba en su habitación, en su mundo imaginario, o salía al parque o a dar un paseo con sus padres cuando él estaba contento. En algunas ocasiones ella le observaba jugar con su hija, y se convencía de que parecía como los demás papás.
Deshice un poco el rulo para desenrollar la jarapa de modo que el cuerpo cayera dentro del hoyo. ¡Plof! Retumbó la pesada carga. Lo más difícil ya estaba hecho. Sacudí la alfombra con energía, y la metí en una bolsa de vuelta al maletero. Ayudándome con brazos, manos y pies, y con unas ramas a modo de escoba, reintegré la tierra a su lugar original. Me llevó bastante rato hacerlo, pero dejé la superficie todo lo lisa que pude, e intenté apisonarlo y que no quedaran marcas notorias alrededor. Regresé al coche, lo abrí y me senté en el asiento del conductor. Sacudí mis calcetines y me puse las botas que había dejado allí para evitar huellas innecesarias.
Una tarde Irina andaba en el salón con su madre y su adorada tía Lucía, hermana de su madre, la única persona en el mundo a la que ésta había confesado la realidad de su vida en esa casa. A Irina le estaban probando un vestido que Lucía le estaba haciendo. Él llegó de trabajar antes que de costumbre, e irrumpió de pronto en la escena. Se notaba que había bebido y entró al modesto salón dando voces y medio riendo, justo cuando la mamá de Irina le sacaba el vestido por la cabeza. Se paró y quedó inmóvil, mirando el cuerpo de la pequeña. Irina saludó feliz a su papá y cariñosa como era le saltó al cuello para darle un beso. Lucía captó la mirada de sus ojos sobre la niña y sintió un escalofrío, pero su hermana parecía tranquila. Se levantó para llevarse a la pequeña a la bañera, pues le había prometido a su sobrina bañarla y acostarla, pero él la frenó con el brazo diciendo que si quería la acostara, pero esa noche la bañaba él. Lucía se tragó los pensamientos que pugnaban por salir y le hizo caso. Al poco se despidió declinando la oferta de quedarse a cenar con la pareja. Durante la cena él estuvo bromeando con su mujer en plan patoso, acercándosele baboso por detrás mientras ella preparaba la cena e intuía ya que esa noche le tocaría "estar cariñosa", le gustara o no. Había aprendido a darle su cuerpo y enviar a viajar a su mente, y eso a veces le ahorraba golpes y violencia.
Me limpié las manos y cara con toallitas húmedas, puse el coche en marcha, y me alejé, justo cuando la lluvia empezaba a hacer su aparición. En unos minutos anochecería. Me concentré en la carretera y conduje tranquila. Aquella mirada fugaz y la mueca que la acompañó no se iban de mi mente. Ellas me hicieron comprender aquel día el peligro y sin embargo, sabía que no podía hacer nada, salvo estar atenta, hablar con mi hermana, hacerle ver que así no podía seguir y debía pedir asistencia y ayuda. Convencerla de que debía huir, salir de esa casa antes de que, incluso Irina, corriera peligro. Tuve muchas conversaciones con ella, pero le aterrorizaba la idea, y estaba tan afectada psicológicamente, que se engañaba a sí misma y no quería ver la realidad ni la posible amenaza para la niña. El aceptarlo tal vez la habría desquiciado sin remedio.
Quiso el azar que el sábado Lucía se acercara a casa de su hermana después de comer, a llevarle una preciosa jarapa que le había comprado en Portugal. Aparcó la van en el garaje anexo a la casa, como siempre hacía desde que vendieron su coche hace años. Bajó del auto y salió para subir los escalones hacia la puerta de entrada y llamar. ¡Ding, dong! Nada. Esperó un par de minutos y llamó de nuevo. Oyó pasos cansinos al otro lado de la puerta. Abrió su cuñado con cara somnolienta. La dejó pasar al tiempo que le explicaba que su mujer e Irina estaban en un cumpleaños de una compañera del colegio. Lucía le dio dos besos. Apestaba a coñac. Le decía, aún tambaleándose un poco, que se había quedado dormido en el sofá. Ella, un poco turbada por encontrarle solo, le explicó el motivo de su visita, y pareció encantado. La pondría en el cuarto de Irina, le dijo. Le siguió hacia la puerta que comunicaba la cocina con el garaje para buscar la alfombra, que había guardado en el maletero. Él la abrió y le dejó pasar, poniendo la mano en su cintura. “¡Qué guapas os ponéis las mujeres en verano!”, dijo de pronto. “La verdad es que tengo una cuñada preciosa. No sé cómo es posible que no tengas novio”. Ella ignoró sus comentarios y mientras abría el maletero y sacaba la alfombra, él la agarró desde atrás, poniendo las manazas en sus tetas y llenando de babas su cuello. Lucía giró bruscamente para separarle, y él buscó el escote con su boca, sujetándola por la cintura. Forcejeó para zafarse de él, pero era más fuerte que ella y la tenía atenazada. "Debes estar hambrienta si no tienes hombre, cuñada. No seas tonta", le decía sin soltarla. En sus intentos por echársele encima giró, pegado a ella, y la reclinó sobre el tablero donde tenía algunas herramientas. Estaba sobre ella, como un animal salvaje, tapando su boca y bloqueándole el brazo derecho, subiéndole el vestido y arrancando sus bragas, jadeando de excitación. Ella usaba su brazo izquierdo y le golpeaba e intentaba defenderse, pero no podía. La violación era inminente. Tanteó con la mano izquierda y topó con algo sólido. En el giro le había parecido ver un pisapapeles. Lo agarró con fuerza, respiró hondo, cerró los ojos y le asestó un golpe en la sien con todas sus fuerzas. Cayó inerte sobre ella al instante. Se lo quitó de encima y fue a parar al suelo, sobre la alfombra. No había sangre. No respiraba. Estaba muerto. No se paró a meditar. Como una autómata, lo envolvió haciéndole rodar por el suelo y con energía que debió sacar de la rabia, del ultraje, del miedo, de tantos años sin actuar..., lo metió en el maletero de su coche, puso en marcha el motor y huyó.
Era un camino poco transitado. No me crucé con nadie a mi regreso a la ciudad. El silencio me oprimía y puse música, aunque no prestaba atención a lo que sonaba. Conduje concentrada en la carretera decenas de kilómetros. Me acercaba ya al puente. Aminoré la marcha, y me detuve. Baje del coche y me acerqué al borde del puente con el pisapapeles en la mano. Lo lancé al río lo más lejos que pude, al tiempo que musitaba "Laura,... nunca más... Ahora eres libre..."
Muy buena,
ResponderEliminarme ha encantado la historia...
Bien trenzada y genial el movimiento de las formas personales con las dos historias que convergen.
Felicidades
Un abrazo
Siempre es de agradecer al que, además de leer la entrada, decide atreverse a comentar o saludar. En este caso, Kike, lo agradezco doblemente, porque soy consciente de que me quedó "largirucha", y animarse a leer tanta palabra junta, y quedar con ánimo para escribir unas palabras después, merece un "GRACIAS" especial y un montón de besos :)
ResponderEliminarcada vez te superas más con tus textos, OMG me has dejado sin saber que ponerte jaja, brutal! me ha gustado mucho, como todos jaja
ResponderEliminarunbeso!
Mª Jesús, liiiiiiiinda, no puedo decirte menos que a Kike, mil gracias por leerlo y comentar. Me alegro de que te haya gustado :) Besos!
ResponderEliminarSorprendente relato lleno de amargura, como el que podrían protagonizar miles de mujeres con historias parecidas, además, muy original.
ResponderEliminar!Besos!
Muchísimas gracias por asomar a mi blog, Blanca, y dejar además un comentario. Sí, relatos como éste deberían responder exclusivamente a la imaginación, nunca a la realidad :)
ResponderEliminar