A Eva siempre le gustó observar a la gente e imaginar historias. No se quedaba mirándolos fijamente absorta, era más un atisbar por el rabillo del ojo de tanto en tanto, para captar detalles sin que se apercibieran de ello, y poder lanzarse a crear. Lo hacía en el metro de camino al trabajo o de vuelta a casa, sentada en un parque tranquilamente escuchando música con sus cascos, tomando un café en una terraza, en el bar a la hora del almuerzo cuando le tocaba comer sola. No podía evitarlo. Si no estaba concentrada en la lectura, en esas ocasiones en que llevaba consigo una novela, o enfrascada en sus propios pensamientos casi sin ver ni oír a su alrededor, observaba y observaba, y se fijaba en mil pequeños detalles que daban alas a su imaginación para ir pergeñando vidas. Ella lo llamaba leer vidas, que no eran sino retazos, pues las ficciones que creaba en su mente abarcaban escenas de unos minutos, los suficientes para que su mente se sintiera satisfecha de encontrar explicación a lo que sea que le hubiera llamado la atención en la persona observada: ojos llorosos, una sonrisa al mirarse la manicura recién hecha, unas ojeras en ojos brillantes y vivos, una camisa mal abotonada...
Tenía frente a ella a una mujer que debía rondar los 47. Era atractiva. Vestía traje de chaqueta y portaba un maletín además de su bolso. Pensó en ella como una ejecutiva. No lucía ningún adorno en sus cuidadas manos. No llevaba medias, lo que chocaba con la temperatura de aquel día tan fresco. Los zapatos eran negros, de tacón y con trabilla, y llevaba la del pie izquierdo suelta. El cuello de la camisa estaba descolocado, parte por encima de la chaqueta, parte por debajo. Tenía leves restos de maquillaje en su cara y el cabello un tanto alborotado. La vio atusarlo con las manos unos instantes cuando la persona que tenía frente a ella se levantó para bajar en la próxima estación y pudo verse reflejada en el cristal, momento en que pareció recordar algo, y sacó un brillo del bolso para aplicarlo en los labios. Llevaba el móvil en la mano, y cada nuevo beep le hacía leer ansiosa y responder, mientras esbozaba una sonrisa, ora pícara, ora llena de ternura.
Eva dibujo en su mente a una mujer enamorada, que tenía una historia con un hombre de su misma oficina. Él era casado en proceso de divorcio, y ella tenía una hija que le esperaba en casa. Acababan de hacer el amor en la mesa de la sala de juntas, dando rienda a la pasión contenida todo el día a pesar del incómodo tálamo, pero tuvieron que apresurarse al escuchar acercarse al personal de limpieza que empezaba su turno. Algún imprevisto ocurrió, seguro, y no se puso las medias ni ajustó su trabilla ni el cuello de su camisa por las prisas, o tal vez las medias se rompieron en el calor del momento. La mirada soñadora de ella delataba que se habría quedado más tiempo, y que era una relación incipiente, que le tenía ilusionada, pues los ojos le bailaban como a una quinceañera a cada nuevo mensaje que recibía.
Eva levantó la mirada y vio que la siguiente era su parada. Se levantó deseando buena suerte mentalmente a la desconocida, y echó a caminar por el andén en cuanto se abrieron las puertas.
Sí, le gustaba observar, por el placer de echar a volar la imaginación con los retazos captados. Lo que jamás le pasó por la mente fue que ella también podía ser observada. Y lo era. Pero no era esa observación casual que practicaba ella, sino una observación premeditada, casi planificada, que ejercía una persona sobre ella diariamente. Se sabía sus horarios de ir y venir del trabajo, porque trabajaba en la misma zona y se aseguraba de subir al mismo vagón de metro. Caminaba ahora tras ella hacia la calle. A fuerza de seguirla, sabía que iba al parque un par de tardes entre semana, y la zona en que solía parar cuando salía caminando a tomar algo o a comer por el barrio, porque el observador ¡sabía dónde vivía! y sabía, sólo como datos anecdóticos, su nombre y apellidos, pues no los había usado más que para buscar sobre ella en Internet. ¡La de cosas que se descubren a veces! La seguía a menudo, para empaparse de sus costumbres y poder deducir dónde iba a estar, y así ser capaz de atesorar momentos cerca de ella. Ése era su objetivo y su fin. No se trataba ni de un psicópata ni de un mal tipo, se trataba de un ser sensible con un don que le había dado innumerables dolores de cabeza y nunca le había parecido tal hasta el momento en que ella apareció en su vida. Ahora sí lo disfrutaba, y por ello se había convertido en su sombra sin que ella lo advirtiera, porque ponía cuidado en parecer invisible e inofensivo y no quería asustarla. Se había hecho adicto a ella y sus fantasías. Tenía el increíble don de leer la mente...
Tenía frente a ella a una mujer que debía rondar los 47. Era atractiva. Vestía traje de chaqueta y portaba un maletín además de su bolso. Pensó en ella como una ejecutiva. No lucía ningún adorno en sus cuidadas manos. No llevaba medias, lo que chocaba con la temperatura de aquel día tan fresco. Los zapatos eran negros, de tacón y con trabilla, y llevaba la del pie izquierdo suelta. El cuello de la camisa estaba descolocado, parte por encima de la chaqueta, parte por debajo. Tenía leves restos de maquillaje en su cara y el cabello un tanto alborotado. La vio atusarlo con las manos unos instantes cuando la persona que tenía frente a ella se levantó para bajar en la próxima estación y pudo verse reflejada en el cristal, momento en que pareció recordar algo, y sacó un brillo del bolso para aplicarlo en los labios. Llevaba el móvil en la mano, y cada nuevo beep le hacía leer ansiosa y responder, mientras esbozaba una sonrisa, ora pícara, ora llena de ternura.
Eva dibujo en su mente a una mujer enamorada, que tenía una historia con un hombre de su misma oficina. Él era casado en proceso de divorcio, y ella tenía una hija que le esperaba en casa. Acababan de hacer el amor en la mesa de la sala de juntas, dando rienda a la pasión contenida todo el día a pesar del incómodo tálamo, pero tuvieron que apresurarse al escuchar acercarse al personal de limpieza que empezaba su turno. Algún imprevisto ocurrió, seguro, y no se puso las medias ni ajustó su trabilla ni el cuello de su camisa por las prisas, o tal vez las medias se rompieron en el calor del momento. La mirada soñadora de ella delataba que se habría quedado más tiempo, y que era una relación incipiente, que le tenía ilusionada, pues los ojos le bailaban como a una quinceañera a cada nuevo mensaje que recibía.
Eva levantó la mirada y vio que la siguiente era su parada. Se levantó deseando buena suerte mentalmente a la desconocida, y echó a caminar por el andén en cuanto se abrieron las puertas.
Sí, le gustaba observar, por el placer de echar a volar la imaginación con los retazos captados. Lo que jamás le pasó por la mente fue que ella también podía ser observada. Y lo era. Pero no era esa observación casual que practicaba ella, sino una observación premeditada, casi planificada, que ejercía una persona sobre ella diariamente. Se sabía sus horarios de ir y venir del trabajo, porque trabajaba en la misma zona y se aseguraba de subir al mismo vagón de metro. Caminaba ahora tras ella hacia la calle. A fuerza de seguirla, sabía que iba al parque un par de tardes entre semana, y la zona en que solía parar cuando salía caminando a tomar algo o a comer por el barrio, porque el observador ¡sabía dónde vivía! y sabía, sólo como datos anecdóticos, su nombre y apellidos, pues no los había usado más que para buscar sobre ella en Internet. ¡La de cosas que se descubren a veces! La seguía a menudo, para empaparse de sus costumbres y poder deducir dónde iba a estar, y así ser capaz de atesorar momentos cerca de ella. Ése era su objetivo y su fin. No se trataba ni de un psicópata ni de un mal tipo, se trataba de un ser sensible con un don que le había dado innumerables dolores de cabeza y nunca le había parecido tal hasta el momento en que ella apareció en su vida. Ahora sí lo disfrutaba, y por ello se había convertido en su sombra sin que ella lo advirtiera, porque ponía cuidado en parecer invisible e inofensivo y no quería asustarla. Se había hecho adicto a ella y sus fantasías. Tenía el increíble don de leer la mente...
impresionante relato!!!
ResponderEliminarunbeso guapa!
Me alegro de que te gustara. ¡Besos! ;)
ResponderEliminarSensacional,
ResponderEliminartus relatos me los guardos siempre para leerlos con calma, como un buen libro, un sorbo perfecto de té, o un pedazo de mi tarta favorita...
Maravillosa! Eva, y por supuesto, tu
Ains, Kike, que me vas a crear cargo de conciencia como se te atragante la tarta, jajaja... Mil gracias, por comentar y por el comentario en sí. Te pasas tres pueblos.
ResponderEliminarBesos y achuchones :)