martes, 21 de junio de 2011

Short-Circuited Love (Part I)

Corre el año 2032. Will es un eminente científico, experto en Robótica, dedicado en cuerpo y alma a los robots y androides, a quien él se refiere como humanians. Vive en el planeta Suinoi, en la populosa Moom City, en una casa aérea con forma de dirigible, donde tiene separados en perfecto equilibrio laboratorio y espacios personales.

Vive solo, o bueno, para ser exactos, no vive con ningún otro ser orgánico, salvo las plantas que adornan profusamente el jardín y los cientos de peces que nadan en el acuario gigante, pero está rodeado de robots, androides y ginoides de su propia creación. De algún modo constituyen su familia. Son todo lo que tiene, y pensar en prescindir de Aia o Kurt, sus favoritos, es inconcebible. Sólo abandona su hogar cuando ha de dar una conferencia y es requisito que no sea por holograma, sino en persona. El resto del tiempo trabaja en el laboratorio, ejercita sus músculos corriendo por el jardín cubierto que rodea el perímetro de la casa-nave y nadando en la piscina de la planta superior, o descansa en cualquiera de las modernísimas dependencias que conforman su casa. Es un hombre que ninguna mujer dudaría en calificar de atractivo: piel color miel, ojos azul oscuro de una franqueza infinita, labios gruesos, nariz recta, alto y de cuerpo atlético. Podría haberse dedicado al cine o al deporte, pero su cerebro privilegiado se vio cautivado por las Matemáticas a la tierna edad de 4 años. Mientras otros niños jugaban a pilotar mini-naves y a la guerra con los robots, él llenaba sus tablets de números y figuras geométricas, y a la tierna edad de 6 años construyó su primer robot siguiendo un complicado tutorial que muchos adultos no aspirarían a comprender. A los 14 años decidió constituirse como Moomita independiente, cuando sus padres decidieron formar parte del proyecto que colonizaría el planeta Ryan, situado a 5 parsecs del planeta Suinoi. Sabía que no volvería a verles en carne y hueso, pero su amor por la ciudad que le había visto nacer unido a los proyectos que ya tenía en marcha, fueron determinantes.

Ahora, a sus 43 años, es un científico reconocido. Sólo se siente fracasado en el terreno personal, pues las relaciones que tuvo habían sido demasiado esporádicas, y no habían llegado a nada serio. Las mujeres que pasaron por su vida desistieron de luchar contra los androides para lograr que él les dedicara más tiempo a ellas. Tal vez por ello se había ido volcando más y más en Aia. Era su vida. La más perfecta ginoide jamás concebida. Era impresionante. Bella, inteligente, diligente, divertida… Conversaba con ella durante horas acerca de infinidad de temas. Había invertido mucho tiempo en humanizar a sus creaciones, y sus bases de datos, patrones de respuesta y software se retroalimentaban de tal manera de las experiencias humanas, que podía decirse que tenían sentimientos y sentido del humor. No era tal aún, pero Will estaba perfeccionando sus diseños para dotar a sus criaturas de algo parecido a los cinco sentidos. Era de la opinión de que con ello, podrían de algún modo sentir y amar. Necesitaba que así fuera. Era una locura, pero al final había claudicado y su cerebro había empezado a aceptar que estaba enamorado de Aia, y el lograr que ella tuviera un 'corazón' en el que poder penetrar le quitaba el sueño. Podría haber mantenido relaciones con ella, como hacía con otras ginoides, y habría sido placentero físicamente, pero necesitaba hacerle el amor de verdad, como a una mujer, sentir los jadeos de ella al oído e incluso notar su aliento. Era un proyecto muy ambicioso, sí, pero estaba preparado para acometerlo. Todo estaba listo para una primera prueba en que debería someter a su pequeña a una delicada intervención. Le había explicado a Aia con todo lujo de detalles en qué consistiría el cambio, ocultando los motivos que le llevaban a hacerlo, y ella había mostrado entusiasmo ginoideo lanzando un par de grititos y brincos.

Debía desconectarla, hurgar en su cerebro positrónico, en sus circuitos, relés, cables, chips y sensores, añadir nuevas piezas de software, pero también de hardware y elementos que ayudaran a humanizarla lo máximo posible, ya que pretendía que fuera capaz de saborear, de tener fibras nerviosas que enviaran estímulos al cerebro, de estallar de risa, llorar y hasta de soplar una vela. Eran muchos los cambios. Lo bueno es que no había peligro para la 'vida' de Aia. No requería un quirófano al uso, ni enfermeras prestas a darle el bisturí o secar el sudor de su frente. Estaba en la sala de Producción, él solo, con Aia sobre un soporte giratorio que la mantenía sujeta y permitía a Will acceder con facilidad a las diferentes secciones y puertas de entrada según requiriera. La música clásica llenaba la estancia. "¡Aaahhh", —pensaba Will concentrado en su tarea—, "los humanos ya no sabían componer piezas como aquélla".

La operación se alargó casi siete horas. Era muy tarde. Las dos lunas de Suinoi, ahora alineadas, eran testigos estelares del evento. Will estaba exhausto, pero al mismo tiempo, ansioso por revivir a Aia y empezar a observarla muy de cerca para captar cualquier leve cambio. Hizo repaso mental de que no olvidaba nada y de que todo estaba perfectamente calibrado, y se dispuso a conectar. Respiró hondo y activó a Aia. Click! En milésimas de segundo los increíbles ojos de la ginoide se abrieron.

—Hola, amo Will. La ginoide Aia, modelo X238832, se presenta para servirle y hacer su vida más amena, fácil y confortable —dijo Aia con voz metálica.

Will se atragantó a pesar de no tener más que saliva en la boca. Llevaba más de 24 horas sin comer nada.

—¡Aia! ¿Estás bien? ¿Qué dices? ¿Por qué hablas así? ¡Yo no te he inculcado ese patrón de respuesta!... Ni ningún saludo convencional. ¡Es arcaico! —decía Will inclinado sobre ella, tomándole la mano.

Y casi parecía a punto de llevar su barbilla hasta su frente para tomarle la temperatura, cuando ella irrumpió en carcajadas.

—¡Jajajaja! ¡Picaste, doctorcito! —replicó Aia—. Lo tienes merecido por tenerme desconectada 6 horas, 53 minutos y 37 segundos.

—Aia..., ¡serás...! —dijo ya más tranquilo, sonriendo y mirándola con un amor infinito y casi flotando de placer, pues esa reacción era totalmente inesperada y constituía el primer indicio de cambio—. Va a ser un éxito, ya lo verás.

Ayudó a Aia a liberarse del soporte giratorio y continuó:

—Y ahora, si me acompañas a la cocina, te cuento todos los 'nuevos poderes' que llevas incorporados mientras atraco la nevera, que no he probado bocado desde ayer.
 

Juntos se dirigieron a la cocina, donde aún permaneció despierto más de hora y media, charlando animadamente con Aia y calmando un poco el hambre con las delicias preparadas por Ranhya, quien hacía arte frente a los fogones creando diversidades culinarias originarias de cualquier rincón de Suinoi.

Los días siguientes Will inició el 'post-operatorio' con Aia. No había ni rehabilitación, ni reposo, ni dieta especial, tan sólo observación y volcado de datos de Aia al gran ordenador, Ysak, que procesaría toda la información y escupiría todo tipo de informes y gráficos finales para Will, quien sabría de cada nueva respuesta a estímulos, de cada nuevo logro, y podría ir calibrando cada pieza. Aia debía elaborar la presentación que Will usaría dentro de tres semanas en su próxima conferencia, presencial esta vez. Debería viajar a Xion, en las antípodas de Suinoi, y asistir al XXXIII Congreso Científico que duraría una semana. Iba a presentar al comité científico sus investigaciones para permitir que las ginoides pudieran albergar embriones humanos y llevar a cabo la gestación completa hasta el momento del parto. Era la solución a la baja natalidad, pues las mujeres preferían no hacer pasar a su cuerpo por el proceso del embarazo. Will no llevaría a la ginoide con él esta vez, pues quería medir si se producía en ella algo parecido a la morriña y le echaba de menos.

A sus tareas del día a día, Aia vería sumadas durante las siguientes semanas otras de naturaleza diferente a las habituales. Will debía verificar los cambios realizados en ella y debía someterla a nuevos estímulos y experiencias. Le hacía salir al jardín, pasear y oler las plantas, escuchar música de diferentes estilos, bailar, leer poesía, ver películas de acción, amor, comedias y dramas, salir al exterior a recorrer las calles de Moom City y probar diferentes actividades,... Will incluso había contratado a una acompañante para que le ayudara a medir la respuesta sexual en Aia y al mismo tiempo le instruyera en el uso de su cuerpo. La ginoide estaba encantada. Todo era nuevo para ella y lo encontraba divertido, y así se lo había dicho a Will, quien no dejaba de sorprenderse de los cambios operados en su criatura.

Al cabo de tres semanas, Will ya había anotado suficientes observaciones para considerar un éxito la intervención y trabajaba en los siguientes proyectos, aunque aún no había detectado ninguna respuesta hacia él por parte de Aia. A la mañana siguiente subiría al transbordador y estaría ausente una semana para asistir al Congreso. Pensó que tal vez a su vuelta hallaría cambios.

En su ausencia, Aia disponía de más tiempo libre, ya que Will no es probable que la necesitara en toda la semana, y dedicaba el día a esas nuevas tareas que le permitían inspeccionar y poner a prueba sus nuevas facultades. Eso le hizo pasar mucho tiempo con el resto de androides y con varios humanos con los que compartió diversas actividades en la ciudad, donde disfrutó al ir de compras, asistir a cenas y fiestas y aumentar sus experiencias en la vida social.

Pasó la semana y Will regresó. Hacía mucho que no se había ausentado por tanto tiempo, y los androides le recibieron con una suerte de fiesta improvisada, organizada por Aia, quien estaba radiante y parecía feliz de verle. De hecho, Will tuvo que plantarse firme en el suelo para no caer derribado cuando ella, como una niña chica, corrió hacia él y se le abalanzó al cuello en un gran abrazo, sellado con dos besos en las mejillas. Les agradeció a todos el detalle y fue charlando uno a uno con ellos para saber de las novedades ocurridas durante la semana.

Todo fue volviendo a la normalidad en los días siguientes, y Will percibía cambios en Aia. Parecía estar más sensible, y tal vez de humor variable: la veía animada y contenta, y al minuto siguiente un tanto ausente y soñadora. Lo que de seguro no esperaba es verla triste, pero de ese talante la encontró cierta tarde en el jardín. La vio desde el ventanal de su despacho, y por la pose tan abatida que mostraba sentada en el banco, supo que pasaba algo. Dejó de inmediato lo que estaba haciendo, y bajó al jardín apresuradamente. No quería alarmarla y suavizó el paso antes de abrir la puerta de entrada al vergel.


Ella debió notar que alguien se aproximaba, y secó rápidamente las lágrimas que surcaban sus mejillas y abrió el libro que reposaba en su regazo. Se volvió hacia él con una sonrisa cuando apenas estaba a dos pasos:

—¡Hola, Amito! —dijo, aparentando normalidad e impostando la voz para que sonara metálica—. ¿Qué puedo hacer por ti?

—¡Jajaja! Hola, Aia. Eres incorregible. Decidí hacer una pausa y tomarme un descanso. Salir al jardín para ver algo de naturaleza se me antojó lo más apetecible, y más cuando, por mucho que disimules ahora, me pareció verte triste desde la ventana. ¿Qué te pasa, niña?

—Nada, Will —replicó usando su dulce voz habitual—. Estoy aquí tranquila, leyendo.

—Ya. Con el libro al revés.

Aia bajó la vista al libro sorprendida, y vio que estaba correctamente abierto para su lectura.

—Will, ¡está al derecho!.

—Lo sé, querida, y el solo hecho de que hayas bajado la vista para verificarlo, me dice que no leías, ya que tu cerebro sabía cómo habías dispuesto la novela, la página por la que está abierta y hasta el contenido de las dos caras visibles. No necesitabas mirar para saberlo, y sin embargo lo has hecho. Desde que liberé ciertos cambios puedes actuar de un modo más humano y mentir u ocultarme ciertas cosas, siempre que ello no ponga en peligro a nadie, pero no tienes aún práctica suficiente porque nunca lo has hecho, y creo que acabo de pillarte.

Hizo una pausa y los dos quedaron en silencio por unos segundos. Casi diría que las mejillas de Aia estaban sonrojadas, ¿o era efecto de la luz de la puesta de sol? Continuó al poco:

—¿Y bien? ¿Me vas a decir ahora qué te ocurre? Aunque intentes ocultármelo, estás triste. Debes decirme qué te pasa, Aia. Has sufrido cambios importantes, y estás, digamos, en período de adaptación. Aún brilla una lágrima en tus ojos —dijo sentándose a su lado y rozándole levemente la mejilla—. Confía en mí, Aia. ¿Qué te tiene triste?

—No sabría ni cómo empezar. Me siento diferente. ¡Siento, Will! ¡Puedo sentir! Ahora soy un cocktail de sensaciones diversas, que pasa del ácido al picante, deja un regusto dulce y refrescante, y aporta un toque de amargura. Tan pronto tengo cosquillas por dentro y me dan ganas de dar volteretas y bailar desnuda sobre el césped..., —dijo con los ojos brillantes y chispeantes de felicidad—, ...como me repliego en mí misma, la tristeza me inunda, y las lágrimas asoman casi sin que pueda evitarlo —añadió con un hilo de voz y pena en sus ojos.

La veía tan... desvalida en ese momento, tan pequeña e indefensa, tan niña... Will abrigaba la esperanza de que fuera él la razón de eso que estaba definiendo Aia y que, un poco traído por los pelos tal vez, podría sonar a estar enamorado. No hay que olvidar que ella no era humana, y aunque la operación había sido un éxito, era consciente de las limitaciones que existían. Le pasó el brazo sobre los hombros, y la atrajo hacia sí, acurrucándola en su pecho y rodeándola en un abrazo sincero. Pretendía darle confianza y aliviar su pena.

Ay, niña... ¿Cuándo te sientes feliz y cuándo triste? ¿Lo relacionas con algún evento concreto? ¿Qué te dispara cada una de esas sensaciones?

—Will..., tengo un banco de datos colosal y, gracias a ti, una impresionante capacidad analítica. Intuyo que esto que me pasa... tiene un nombre, —se detuvo, indecisa, pero continuó la frase—, y creo que es lo que los humanos llamáis amor.

Will se quedó quieto, casi conteniendo la respiración para no romper el momento. Los inmensos ventanales del jardín mostraban las dos lunas, compitiendo en belleza y espectáculo con el sol que se ponía en ese instante. Abrazada como la tenía se sentía el hombre más feliz de la galaxia. Atesoró ese momento en un rincón privilegiado de su corazón y su cerebro, para evocarlo cuantas veces quisiera, y besó su cabeza. Era el momento de averiguar. Tenía que formular la temida pregunta.

—Aia, cielo, ése no es motivo para estar triste. Amar es maravilloso. Te sientes vivo en cada partícula de tu cuerpo, más que nunca... Salvo... que temas no ser correspondida, pero...

—No es posible ser correspondida en mi caso —le interrumpió Aia—. Él no puede amar —dijo con la voz rota al tiempo que las lágrimas brotaban y surcaban imparables sus mejillas.

—Pero, cariño... ¿por qué lo das por hecho? Tal vez sí seas c... —no pudo terminar la frase, porque una idea vino a su mente de inmediato—. Un momento... Hablas de... ¿es...? ¿es... Kurt? —era él ahora quien hablaba con un hilo de voz.

—Sí —dijo en tono casi inaudible.


Continuará...

(Puedes leer el resto aquí)

4 comentarios:

  1. Genial!
    Muy Asimov
    Ahora... a ver cómo acaba
    Un abrazo

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  2. ¡¡¡Mil gracias, Kike!!! Recibir comentarios siempre gusta, y cuando es tras tanta palabra, más, que sé que me quedó largo. El resto está en el horno, en decisión de si va en una parte o en dos :)

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  3. menudo zas en toda la boca se ha llevado el pobre jajajajajajaja


    muakkk!!!

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  4. ¡Gracias por pasarte por aquí y comentar, Mª Jesús! Muak, re-muak! :)

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